miércoles, 26 de septiembre de 2012

Pies cansados

Después de ir todo el día arriba y abajo por la escuela, llego a casa con los pies deshechos. Me quito los zapatos, me siento, estiro las piernas y dejo reposar los pies descalzos sobre el suelo frío. Lentamente noto como se van recuperando. Mañana al final de la jornada probablemente vuelva a tener los pies doloridos pero sé que ésta no es una situación irreversible y que puedo encontrarle remedio.
Estar bien integrado en la sociedad es como llevar los zapatos bien atados: con los pies bien sujetos seguro que no damos ningún paso en falso. Si no nos salimos de la línea definida por nuestro entorno podemos vivir seguros. Las normas escritas y, sobre todo, no escritas, los rumores, las miradas, los aplausos o las modas nos indicarán qué debemos hacer. Pero en realidad la presión social se aprovecha de nuestras debilidades e incide sobre nuestros miedos y nuestras dudas para dictarnos la dirección que debemos tomar.
Ceder a las presiones nos permite integrarnos en la vida social pero no se puede pedir a nadie que renuncie a ser él mismo. Más aún cuando los prejuicios y los miedos llevan a marginar las personas que no encajan por algún motivo. Jesús constantemente toma distancia de las presiones sociales y religiosas de su tiempo. La mayoría de gestos y palabras de Jesús pretenden dar protagonismo a los marginados. Jesús hace que todo el mundo se dé cuenta -también los afectados- de que su situación no es irreversible y que todo el mundo tiene un lugar en este mundo. La sensación de ser valorado, que uno mismo también vale la pena, actúa como motor de cambio y superación.
A menudo se ha caído en la tentación de utilizar la religión para alimentar las inseguridades individuales y así garantizar la paz social. Pero potenciar los sentimientos de derrota o de culpabilidad acaba por anular las personas y la sociedad pierde dinamismo. Sólo quien se sabe protagonista puede ser responsable de uno mismo y de los demás.
Jesús no fundamenta su mensaje en los miedos de la gente, ni en sus sentimientos de culpabilidad, no amenaza, no descalifica, no presiona. Más bien trabaja para dar consistencia a sus esperanzas. Será más o menos difícil deshacerse de los miedos y las dudas y hacer frente a las dificultades pero la religión de Jesús no hurga en las debilidades de las personas. Junto a Jesús uno se puede sentir fracasado, frágil, inseguro, pecador... sin sentirse rechazado por Dios. Dios no da por bueno el fracaso, ni nos lo reprocha sino que confía en que saldremos adelante. El Dios de Jesús no culpabiliza, todo lo contrario, cuida que nuestros pies no tropiecen con ninguna piedra.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Puertas y llaves

Para llegar hasta el trastero donde guardamos las bicicletas tenemos que cruzar tres puertas cerradas con tres llaves distintas. No es por cuestiones de seguridad. El acceso al trastero comunitario se complicó cuando se hicieron las obras de ampliación del museo de las termas romanas que hay justo debajo de nuestra casa. Desde entonces tenemos dos puertas más.
Resolver una cuestión que nos preocupa se asemeja a abrir una puerta. Con la llave adecuada podemos acceder a la respuesta que buscamos. De esta manera cuando nuestra vida nos plantea algún enigma, lo primero que hacemos es intentar utilizar llaves que nos han sido útiles otras veces para resolverlo. Igualmente cuando pretendemos imaginar cómo actúa Dios solemos usar alguna de las explicaciones que habitualmente nos ayudan a abrir puertas.
Una de las llaves más simples, o más infantiles, para encontrar sentido a las experiencias vividas es considerar que aquellas que nos satisfacen son un premio, y el dolor o las dificultades son algún tipo de castigo. Es una clave que tenemos tendencia a utilizar porque nos ayuda en algunas situaciones pero a menudo resulta problemática: ¿Qué pasa con el sufrimiento de los niños? ¿O con las enfermedades incurables? ¿Realmente es un castigo justo? ¿O se puede sacar algún beneficio que justifique el dolor? Esta llave no resulta nada adecuada para tratar de Dios... más bien esta llave abre la puerta de salida para alejarse definitivamente de él.
Algunas personas prefieren pensar que nada tiene sentido antes que aceptar un castigo o perseguir un premio que nunca llega. Si hacemos el esfuerzo de mirar más allá de premios y castigos, podemos darnos cuenta de que hay una cierta lógica en esta historia. La vida nunca deja de presentarnos nuevas situaciones y, de un modo u otro, nuestra actuación es una respuesta. Entre nosotros y la vida se establece un diálogo.
El diálogo es una clave mucho más sutil para interpretar los procesos de la vida. Pero si esperamos que la vida nos dé respuestas ya nos podemos esperar sentados. Más bien es necesario que nos tomemos la vida como una gran batería de preguntas, o como un misterio inagotable que siempre nos sorprende, o como un reto maratoniano que nos pide a cada momento que hagamos algo.
Poco a poco este diálogo nos podrá ayudar a descubrir quién es cada uno: responder nos ayuda a definir quiénes somos realmente nosotros mismos pero también pondrá al descubierto cómo es la vida de rica y de imprevisible. Y el diálogo también irá estrechando cada vez más los lazos entre nosotros y esta vida que podemos llegar a querer con locura aunque no la entendamos del todo. Este planteamiento también sirve para situarse frente a Dios. Él se mantiene en el misterio y a distancia. Él es Él y yo soy yo. Él propone y yo respondo... como puedo o como sé. Él es responsable de su parte y yo de la mía. Y al mismo tiempo yo creyente puedo hacer camino a su lado i cruzar juntos algunas puertas cerradas.