Se celebra la jornada de puertas abiertas en la
escuela, mientras los maestros hablan con los padres, los niños y las
niñas se entretienen con los juguetes de los diversos rincones: cocinas,
coches, juegos de construcción... Durante un buen rato un coche
amarillo ha estado sobre una mesa olvidado de todo el mundo. Una niña
coge el coche y empienza a jugar, inmediatamente otra se le acerca y le
tiende la mano: "Lo quiero yo."
Muchas veces no damos importancia a algo hasta que descubrimos que tiene valor para alguien. Tampoco las grandes palabras: la solidaridad, la empatía, la justicia, la paz, la fe... no tienen ningún valor si no son importantes para alguien: nos atrae la solidaridad de tal ONG o de tal persona, nos seduce la fe de aquella tradición, nos admira el sentido de la justicia de tal decisión o nos indigna la falta de equidad de tal sentencia.
La fe cristiana tampoco tendría sentido alguno sin Jesús, un Jesús encarnado y contextualizado, con gestos y actitudes concretas. Ni se habría mantenido viva sin personas de diversas épocas que han retomado y profundizado esta experiencia. Es la sabiduría práctica, la forma de vivir, la espiritualidad concreta la que da fuerza y consistencia a una fe.
La experiencia religiosa es más importante que las ideas, las normas o los textos que tratan de delimitar en qué consiste esta experiencia. Demasiado a menudo se confunden las explicaciones y las precisiones técnicas con la fe. Y es que manejar ideas es bastante más fácil que seguir de cerca los giros sorprendentes que da la vida.
No se puede pues ni educar, ni despertar la fe al margen de la experiencia creyente. Por ello resulta imposible separar la Iglesia y sus miembros del mensaje de Jesús. Porque, en realidad, el mensaje no es lo que se dice o se enseña sino lo que se vive y el ambiente que se respira. Del mismo modo que hay vidas y entornos que dan valor a la fe y refuerzan su sentido, hay situaciones y experiencias que pueden oscurecerla completamente.
En cualquier caso cada uno debe decidir en qué experiencia se quiere fijar y así fácilmente encontrará argumentos bien para criticar la fe, bien para elogiarla. También deberá valorar si le basta con las noticias que aparecen en los medios de comunicación o con el discurso oficial de la Iglesia, o bien tiene que buscar más a fondo. Está claro que hay experiencias actuales que permiten descubrir toda la profundidad que puede tener la fe: comunidades, grupos, congregaciones, proyectos solidarios y también la vida de algunas parroquias afortunadas.
Sólo acercándonos a estas personas y experiencias es posible que se despierte alguno de nuestros intereses y lleguemos a decir "yo también quiero".
Muchas veces no damos importancia a algo hasta que descubrimos que tiene valor para alguien. Tampoco las grandes palabras: la solidaridad, la empatía, la justicia, la paz, la fe... no tienen ningún valor si no son importantes para alguien: nos atrae la solidaridad de tal ONG o de tal persona, nos seduce la fe de aquella tradición, nos admira el sentido de la justicia de tal decisión o nos indigna la falta de equidad de tal sentencia.
La fe cristiana tampoco tendría sentido alguno sin Jesús, un Jesús encarnado y contextualizado, con gestos y actitudes concretas. Ni se habría mantenido viva sin personas de diversas épocas que han retomado y profundizado esta experiencia. Es la sabiduría práctica, la forma de vivir, la espiritualidad concreta la que da fuerza y consistencia a una fe.
La experiencia religiosa es más importante que las ideas, las normas o los textos que tratan de delimitar en qué consiste esta experiencia. Demasiado a menudo se confunden las explicaciones y las precisiones técnicas con la fe. Y es que manejar ideas es bastante más fácil que seguir de cerca los giros sorprendentes que da la vida.
No se puede pues ni educar, ni despertar la fe al margen de la experiencia creyente. Por ello resulta imposible separar la Iglesia y sus miembros del mensaje de Jesús. Porque, en realidad, el mensaje no es lo que se dice o se enseña sino lo que se vive y el ambiente que se respira. Del mismo modo que hay vidas y entornos que dan valor a la fe y refuerzan su sentido, hay situaciones y experiencias que pueden oscurecerla completamente.
En cualquier caso cada uno debe decidir en qué experiencia se quiere fijar y así fácilmente encontrará argumentos bien para criticar la fe, bien para elogiarla. También deberá valorar si le basta con las noticias que aparecen en los medios de comunicación o con el discurso oficial de la Iglesia, o bien tiene que buscar más a fondo. Está claro que hay experiencias actuales que permiten descubrir toda la profundidad que puede tener la fe: comunidades, grupos, congregaciones, proyectos solidarios y también la vida de algunas parroquias afortunadas.
Sólo acercándonos a estas personas y experiencias es posible que se despierte alguno de nuestros intereses y lleguemos a decir "yo también quiero".