sábado, 22 de agosto de 2015

Alcanzar las nubes

El sábado estuvo lloviendo todo el día, pero para el domingo se anunciaba buen tiempo y decidimos subir al Aneto. Después de varias horas de camino, cuando ya estábamos a 3200 metros de altura, nos atrapó una espesa niebla y tuvimos que descender sin llegar a la cima.
A pesar de todo fue una experiencia increíble: las cimas verdes de las montañas cercanas iluminadas por la primera luz del día, un cielo azul intenso durante casi toda la ascensión, las rocas gigantescas por donde trepamos, el murmullo constante del agua que se escurría invisible por todas partes, el glaciar reluciente, el mar de nubes que teníamos bajo los pies, la niebla que se presentó por sorpresa...
Todo alimentaba la impresión de estar en un espacio único y excepcional donde podrías quedarte observando horas y horas sin aburrirte. Del mismo modo cualquier sensación de cansancio o de miedo se veía superada de largo por la alegría y la admiración.
En situaciones como ésta, en las que te das cuenta de la inmensidad del mundo y de la fuerza de la vida, te sientes sobrepasado: no tienes suficientes sentidos para captarlo todo, ni suficiente memoria para retener lo que percibes, ni palabras adecuadas para identificar tus recuerdos...
Sin embargo esta inmensidad sólo se puede adivinar porque nunca llegas a conocerla realmente, ni la puedes hacer tuya por completo. La tienes en frente pero se te escapa. Más bien es ella la que te tiene a ti. Lo mismo que en la experiencia del deseo, que cuanto más vivo lo sientes más percibes lo que te falta en vez de lo que tienes, aquí, como más amplia es la perspectiva sobre el mundo más descubres todo aquello que no sabes, que no entiendes, que no controlas...
La experiencia de ser sobrepasado pacíficamente revela la existencia de un espacio de misterio, de un más allá de nuestro mundo cotidiano. No es demasiado difícil darse cuenta de ello. Aunque es un ámbito de desconocimiento y no nos da mucha información. Por eso son posibles interpretaciones diversas: podría ser el espacio que Dios habita, también podría ser un vacío infinito.
En cualquier caso, aunque Dios viva ahí sigue siendo un espacio de preguntas, no de respuestas. Lo poco que podemos saber es que sorprende, desconcierta, llama la atención, se hace admirar, interesa, genera dudas... Se presenta pues como una provocación, un reto o un punto de partida, nunca un punto de llegada. Podría ser la voz de Dios que hace una llamada en silencio, a través del mundo y de la naturaleza, e invita a buscar, a trabajar, a probar, a insistir. O quizás sólo dice: “La cima todavía sigue ahí. Vuelve a intentarlo.”