viernes, 3 de junio de 2016

Con la voz y con las manos

Siempre me ha llamado la atención que Jesús en los evangelios casi nunca está solo: alguien le pide algo o se encuentra en medio de un grupo de gente o se reúne con los discípulos y hablan. Los evangelios son, de hecho, una larga lista de conversaciones entre Jesús y personas diversas. Incluso en la cruz aparece hablando.
Los discípulos han conservado el recuerdo de las conversaciones de Jesús. En ellas escucharon sus reflexiones, oyeron contar parábolas, aprendieron a rezar, descubrieron su preocupación por los más débiles, en alguna ocasión también se debieron sentir desconcertados y, a menudo, espoleados a avanzar.
En todas se adivina el tono de voz cercano y directo de Jesús y se percibe la complicidad que establece con las personas: las mira, las toca, les coge la mano, pasa los dedos por los ojos o los oídos... Atiende las personas en cualquier lugar y en el momento en que cada uno lo necesita. Más que hablar hace: escucha, acoge, refuerza, cuidado, acompaña, anima... Establecer un contacto real con los otros: este es rasgo principal de toda la actividad de Jesús.
En su entorno crea un clima de proximidad donde se pueden compartir aquellas cosas que son de verdad importantes para la persona, un espacio de libertad y confianza donde nadie tiene dificultades para ser él mismo, reconocer qué quiere realmente o qué necesita y darse cuenta de qué debe hacer para empezar a hacerlo posible.
Todo nace de este espacio de confianza. Hay un cúmulo de prejuicios, excusas, malentendidos, presiones sociales, máscaras, repeticiones sin sentido... que a menudo esconden las cosas importantes que quedan aplazadas una y otra vez y nos impiden crecer. La religión que propone Jesús tiene que ver con la superación de todo esto. La persona puede vencer sus miedos y reconocerse tal como es, y aceptar a los demás y la vida tal como se nos ha dado. A partir de aquí todo empieza a ser posible.
Recuerdo haber vividos momento semejantes hablando con algún amigo o en medio de una reunión en que todo el mundo se queda en silencio y se miran unos a otros con una sonrisa de complicidad... Encontrar o reencontrar, consolidar, cuidar, compartir este clima de confianza te servirá para descubrirte más y más a ti misma, para acercarte a los demás, para dirigirte a Dios ... Todo nace de ahí porque, desde Jesús sabemos que, esta experiencia de confianza es saborear ya la presencia de Dios.