Estuve en Vilafranca en casa de una tía mía con mis hijos. Curioseando por aquí y por allá encontraron la concha de un viejo caracol de mar. Todavía me acordaba de él, de cuando yo era pequeño. En aquella época las caracolas estaban de moda, me parece que había una en cada casa. "Cuidado, cuidado que no se os caiga!" "¿Se oye el sonido del mar?" De uno en uno todos acercaron su oreja a la boca de la caracola y se quedaron escuchando con atención: el rumor lejano de las olas y el sonido del viento se oían perfectamente.
Escondido como estaba debía hacer un montón de años que nadie escuchaba su sonido. La progresiva desaparición de la religión de la escena pública también ha hecho que mucha gente deje de oír la voz de Dios, aunque eso no quiere decir que haya dejado de hablar.
Los pueblos primitivos escuchaban la voz de Dios en los fenómenos meteorológicos. El antiguo Israel descubrió que Dios hablaba en los acontecimientos históricos. Los discípulos se dieron cuenta, un poco tarde eso sí, que Dios les había hablado a través de la vida de Jesús. No sólo con lo que Jesús había dicho, sino también con sus gestos, con sus actitudes, con sus amistades, con sus fracasos y, finalmente, con su resurrección. Todo hablaba de Dios, la vida de Jesús entera era palabra de Dios.
Después de Jesús los discípulos también aprendieron a leer su vida como palabra de Dios. Igualmente podemos hacer nosotros con la nuestra. Dios habla a través de la historia personal, la nuestra y la de los demás, de los acontecimientos cotidianos, de las dificultades que experimentamos, los retos que se nos presentan, de las ilusiones que sentimos... La vida es la palabra de Dios.
Pero, como los discípulos con la vida de Jesús, leer y entender la vida requiere tiempo. Muy a menudo es cuando ya ha pasado que podemos valorar con acierto una experiencia. Nuestra comprensión, pues, va un paso por detrás de la vida y hay que tener paciencia. De entrada avanzamos a ciegas guiados solamente por un murmullo lejano casi imperceptible que nos promete quién sabe qué. Tal vez que encontraremos el mar si lo seguimos o que llegaremos a ser felices. Y de esta manera se enciende el deseo en nuestro corazón sin saber todavía adónde vamos exactamente.
Dios, más que dar instrucciones, seduce. Así pues, antes de descubrir por dónde puede ir Dios percibimos el deseo de encontrar algo más. Aunque Dios no es la única seducción que podemos encontrarnos y habrá que poner a prueba las diversas promesas que nos llegan. Debemos acercarnos y escuchar con atención, el tiempo nos irá revelando en qué sonidos se esconde la voz de Dios y cuáles son simplemente ruido, qué deseos vale la pena cultivar y cuáles son prescindibles, por donde la vida puede ser más vida y en qué dirección no hay nada que esperar.
Escondido como estaba debía hacer un montón de años que nadie escuchaba su sonido. La progresiva desaparición de la religión de la escena pública también ha hecho que mucha gente deje de oír la voz de Dios, aunque eso no quiere decir que haya dejado de hablar.
Los pueblos primitivos escuchaban la voz de Dios en los fenómenos meteorológicos. El antiguo Israel descubrió que Dios hablaba en los acontecimientos históricos. Los discípulos se dieron cuenta, un poco tarde eso sí, que Dios les había hablado a través de la vida de Jesús. No sólo con lo que Jesús había dicho, sino también con sus gestos, con sus actitudes, con sus amistades, con sus fracasos y, finalmente, con su resurrección. Todo hablaba de Dios, la vida de Jesús entera era palabra de Dios.
Después de Jesús los discípulos también aprendieron a leer su vida como palabra de Dios. Igualmente podemos hacer nosotros con la nuestra. Dios habla a través de la historia personal, la nuestra y la de los demás, de los acontecimientos cotidianos, de las dificultades que experimentamos, los retos que se nos presentan, de las ilusiones que sentimos... La vida es la palabra de Dios.
Pero, como los discípulos con la vida de Jesús, leer y entender la vida requiere tiempo. Muy a menudo es cuando ya ha pasado que podemos valorar con acierto una experiencia. Nuestra comprensión, pues, va un paso por detrás de la vida y hay que tener paciencia. De entrada avanzamos a ciegas guiados solamente por un murmullo lejano casi imperceptible que nos promete quién sabe qué. Tal vez que encontraremos el mar si lo seguimos o que llegaremos a ser felices. Y de esta manera se enciende el deseo en nuestro corazón sin saber todavía adónde vamos exactamente.
Dios, más que dar instrucciones, seduce. Así pues, antes de descubrir por dónde puede ir Dios percibimos el deseo de encontrar algo más. Aunque Dios no es la única seducción que podemos encontrarnos y habrá que poner a prueba las diversas promesas que nos llegan. Debemos acercarnos y escuchar con atención, el tiempo nos irá revelando en qué sonidos se esconde la voz de Dios y cuáles son simplemente ruido, qué deseos vale la pena cultivar y cuáles son prescindibles, por donde la vida puede ser más vida y en qué dirección no hay nada que esperar.