Este fin de semana hemos subido a la Pica d'Estats. Hemos iniciado el ascenso desde la Vall Ferrera. Esta ruta es conocida desde hace más de cien años. El camino se hace largo pero es fácil de seguir: está indicado con marcas de pintura y también con hitos de piedra.
Seguir los pasos de otros es una buena forma de llegar lejos, más lejos de donde podríamos llegar nosotros solos. Avanzamos gracias a lo que otros han descubierto y nos han transmitido. La fe también es un camino que han recorrido otros antes que nosotros y seguirlo es reconocer que tenemos mucho que aprender.
He tenido la suerte de encontrarme con personas que me han descubierto aspectos fundamentales de la fe: personas con espíritu crítico, gente comprometida con los marginados, hermanas y hermanos con un profundo sentido comunitario, pueblos enteros que saben salir a la calle y hacer fiesta, hombres y mujeres de oración, lectores atentos del evangelio, educadores entregados al servicio de los jóvenes... Y seguro que me he dejado a algunos.
La religión auténtica no es cosa de uno siempre es de dos o más. Y nosotros no somos los primeros. Todo empieza al descubrir un gesto o una palabra atractiva de alguien que va delante nuestro, como si fuera el hito que señala una ruta, y poniéndose a seguirla.
Aunque, en cuanto a la experiencia religiosa, la iniciativa tampoco es de los que van por delante, en último término la iniciativa es de Dios. Si Dios mismo es como creemos que es, nadie lo podría llegar a conocer si Él no quisiera, si Él no se hiciera cercano. No hay ninguna posibilidad de experiencia religiosa si Dios no lo quiere, si no nos deja alguna pista...
La fe es una relación personal con alguien más allá de todo alguien que madura en las relaciones personales concretas. Aunque también podemos encontrar -y encontraremos- gente impresentable. Pero a pesar de que el camino esté lleno de barro o haya quedado desdibujado en medio de un pedregal o se desvíe y haga un rodeo, lleva a cimas de belleza increíble. No se trata de seguir una tradición religiosa diciendo que sí a todo y a todos. Las tradiciones no son buenas por el solo hecho de sernos dadas y tener sus raíces últimas en Dios, sino que son buenas por su capacidad de hacernos crecer y madurar hoy, de hacernos avanzar.
Seguir los pasos de otros es una buena forma de llegar lejos, más lejos de donde podríamos llegar nosotros solos. Avanzamos gracias a lo que otros han descubierto y nos han transmitido. La fe también es un camino que han recorrido otros antes que nosotros y seguirlo es reconocer que tenemos mucho que aprender.
He tenido la suerte de encontrarme con personas que me han descubierto aspectos fundamentales de la fe: personas con espíritu crítico, gente comprometida con los marginados, hermanas y hermanos con un profundo sentido comunitario, pueblos enteros que saben salir a la calle y hacer fiesta, hombres y mujeres de oración, lectores atentos del evangelio, educadores entregados al servicio de los jóvenes... Y seguro que me he dejado a algunos.
La religión auténtica no es cosa de uno siempre es de dos o más. Y nosotros no somos los primeros. Todo empieza al descubrir un gesto o una palabra atractiva de alguien que va delante nuestro, como si fuera el hito que señala una ruta, y poniéndose a seguirla.
Aunque, en cuanto a la experiencia religiosa, la iniciativa tampoco es de los que van por delante, en último término la iniciativa es de Dios. Si Dios mismo es como creemos que es, nadie lo podría llegar a conocer si Él no quisiera, si Él no se hiciera cercano. No hay ninguna posibilidad de experiencia religiosa si Dios no lo quiere, si no nos deja alguna pista...
La fe es una relación personal con alguien más allá de todo alguien que madura en las relaciones personales concretas. Aunque también podemos encontrar -y encontraremos- gente impresentable. Pero a pesar de que el camino esté lleno de barro o haya quedado desdibujado en medio de un pedregal o se desvíe y haga un rodeo, lleva a cimas de belleza increíble. No se trata de seguir una tradición religiosa diciendo que sí a todo y a todos. Las tradiciones no son buenas por el solo hecho de sernos dadas y tener sus raíces últimas en Dios, sino que son buenas por su capacidad de hacernos crecer y madurar hoy, de hacernos avanzar.