Una vez fui con mis alumnos a visitar el museo del Prado. En una de las salas donde están las pinturas de Goya había un pintor haciendo una copia de un cuadro. Nos acercamos y el pintor, dejando su trabajo y mirándonos fijamente, nos dijo: No estoy copiando, estoy aprendiendo a pintar.
Conseguir reproducir los efectos logrados por Goya, mezclando los colores una y otra vez, es una manera de reconstruir su proceso de trabajo y aprender a pintar como él. Seguir a Jesús no consiste en repetir sus palabras o imitar sus gestos sino en rehacer su experiencia personal.
Con demasiada frecuencia se ha insistido en la gran diferencia que hay entre Jesús y nosotros. Aunque la fe nos lleva a esta conclusión, es insuficiente para descubrir quién es Jesús realmente y seguirlo. Es necesario profundizar también en las coincidencias.
Si exageramos la distancia que nos separa corremos el peligro de convertir los gestos de Jesús en acciones mágicas fuera de nuestro alcance. Y eso si nos fijamos en los gestos que muchos se fijan sólo en los objetos, como el pan o el vino, en vez de darse cuenta de que el centro de todo es la acción de reunirse, partir y compartir.
Cuando Jesús toma el pan y dice haced esto no propone sólo partir el pan, habla de poner la vida al servicio de los demás como él ha hecho. Para rehacer, pues, la experiencia de Jesús nos hace falta partir de sus gestos tal como nos han llegado con todo el respeto pero no para encerrarlos en una vitrina o colgarlos en una sala de exposiciones, sino para retomarlos y que vayan transformando nuestra vida. De nada servirían si no aprendiésemos algo.
Los gestos de Jesús no nos dan ideas, ni son una lista de acciones a realizar, sugieren una forma de ser, un estilo de vida: acogedor, confiando más en el dar que en el recibir, solidario... I ponen al alcance de todo el mundo su forma de vivir. Porque partir y repartir son gestos que todo el mundo puede hacer, no son ninguna rareza, ni un trabajo de especialistas. Más aún, sin hacer esta experiencia no se puede entender a Jesús. Podemos mirar y admirar, escuchar y meditar pero hay cosas que sólo se entienden cuando se prueba a hacerlas: partir el pan en comunidad y compartirlo con los necesitados.
Igual que la mano del pintor deja trazos únicos sobre la tela que identifican su estilo y permiten reconocerlo mucho más aún que su propia firma... los gestos de Jesús identifican también su personalidad y cuál es el estilo de vida que hace posible construir el Reino. Para todo creyente retomar la actividad de Jesús es una forma privilegiada de encontrarle y seguirle.
Conseguir reproducir los efectos logrados por Goya, mezclando los colores una y otra vez, es una manera de reconstruir su proceso de trabajo y aprender a pintar como él. Seguir a Jesús no consiste en repetir sus palabras o imitar sus gestos sino en rehacer su experiencia personal.
Con demasiada frecuencia se ha insistido en la gran diferencia que hay entre Jesús y nosotros. Aunque la fe nos lleva a esta conclusión, es insuficiente para descubrir quién es Jesús realmente y seguirlo. Es necesario profundizar también en las coincidencias.
Si exageramos la distancia que nos separa corremos el peligro de convertir los gestos de Jesús en acciones mágicas fuera de nuestro alcance. Y eso si nos fijamos en los gestos que muchos se fijan sólo en los objetos, como el pan o el vino, en vez de darse cuenta de que el centro de todo es la acción de reunirse, partir y compartir.
Cuando Jesús toma el pan y dice haced esto no propone sólo partir el pan, habla de poner la vida al servicio de los demás como él ha hecho. Para rehacer, pues, la experiencia de Jesús nos hace falta partir de sus gestos tal como nos han llegado con todo el respeto pero no para encerrarlos en una vitrina o colgarlos en una sala de exposiciones, sino para retomarlos y que vayan transformando nuestra vida. De nada servirían si no aprendiésemos algo.
Los gestos de Jesús no nos dan ideas, ni son una lista de acciones a realizar, sugieren una forma de ser, un estilo de vida: acogedor, confiando más en el dar que en el recibir, solidario... I ponen al alcance de todo el mundo su forma de vivir. Porque partir y repartir son gestos que todo el mundo puede hacer, no son ninguna rareza, ni un trabajo de especialistas. Más aún, sin hacer esta experiencia no se puede entender a Jesús. Podemos mirar y admirar, escuchar y meditar pero hay cosas que sólo se entienden cuando se prueba a hacerlas: partir el pan en comunidad y compartirlo con los necesitados.
Igual que la mano del pintor deja trazos únicos sobre la tela que identifican su estilo y permiten reconocerlo mucho más aún que su propia firma... los gestos de Jesús identifican también su personalidad y cuál es el estilo de vida que hace posible construir el Reino. Para todo creyente retomar la actividad de Jesús es una forma privilegiada de encontrarle y seguirle.