Incluso en medio de una gran ciudad como Barcelona, llena de construcciones y de redes de servicio, es posible encontrar corrientes naturales de agua. Durante muchos años mi escuela, que está en medio del ensanche, se ha servido del agua de un pozo situado bajo el gimnasio para abastecer todas sus instalaciones.
Pero todos los pozos, tanto si el agua nace de una corriente subterránea como si recogen el agua de la lluvia, sólo pueden ofrecer el agua que han recibido. También las personas sólo podemos dar lo que hemos recogido.
Una actuación ética y responsable no aparece de la nada, ni sin motivo, ni se mantiene a lo largo del tiempo sin unos recursos. El sentido de servicio, la solidaridad, la búsqueda de la justicia, el esfuerzo por una igualdad real... sólo se pueden sostener con una cierta riqueza y una cierta energía personales que hay que alimentar.
No basta, pues, con saber que no se debe hacer o con obedecer sino que hay que desear algo que valga la pena para actuar bien. Y no podemos conocer qué vale la pena sin vivirlo. La felicidad vivida, aunque sólo sea un atisbo de felicidad, nos descubre donde se encuentra el bien.
Sin una mínima experiencia de felicidad junto a los demás la persona no tiene nada que la mueva a ser altruista, ni generosa, ni servicial. El comportamiento ético nace de la felicidad -poca o mucha- compartida con los otros.
Evidentemente no siempre es fácil descubrir esta felicidad y también hay quien teniendola a su alcance la deja de lado para buscar otras felicidades.
Así actúa Jesús: antes de lanzar ninguna propuesta concreta sobre qué hacer, dedica tiempo a estar con las personas. Antes de proponer a los discípulos de llevar la propia cruz camina con ellos una larga temporada; antes de aceptar el retorno del dinero estafado por Zaqueo se sienta a la mesa con él. Asumir un compromiso serio requiere ante todo de un espacio donde se respire confianza.
Y una vez haya pasado el tiempo será necesario encontrar la manera de renovar esa confianza en las posibilidades de vivir bien junto a los demás. Aquellos que, a pesar de todas las dificultades y complicaciones, mantienen una actuación responsable han encontrado alguna fuente que los alimenta más allá de los resultados inmediatos, como quien ha encontrado agua fresca en medio de un desierto de cemento y asfalto, como quien ha descubierto y acogido el espíritu de fraternidad que brota dentro de los que siguen a Jesús.
Pero todos los pozos, tanto si el agua nace de una corriente subterránea como si recogen el agua de la lluvia, sólo pueden ofrecer el agua que han recibido. También las personas sólo podemos dar lo que hemos recogido.
Una actuación ética y responsable no aparece de la nada, ni sin motivo, ni se mantiene a lo largo del tiempo sin unos recursos. El sentido de servicio, la solidaridad, la búsqueda de la justicia, el esfuerzo por una igualdad real... sólo se pueden sostener con una cierta riqueza y una cierta energía personales que hay que alimentar.
No basta, pues, con saber que no se debe hacer o con obedecer sino que hay que desear algo que valga la pena para actuar bien. Y no podemos conocer qué vale la pena sin vivirlo. La felicidad vivida, aunque sólo sea un atisbo de felicidad, nos descubre donde se encuentra el bien.
Sin una mínima experiencia de felicidad junto a los demás la persona no tiene nada que la mueva a ser altruista, ni generosa, ni servicial. El comportamiento ético nace de la felicidad -poca o mucha- compartida con los otros.
Evidentemente no siempre es fácil descubrir esta felicidad y también hay quien teniendola a su alcance la deja de lado para buscar otras felicidades.
Así actúa Jesús: antes de lanzar ninguna propuesta concreta sobre qué hacer, dedica tiempo a estar con las personas. Antes de proponer a los discípulos de llevar la propia cruz camina con ellos una larga temporada; antes de aceptar el retorno del dinero estafado por Zaqueo se sienta a la mesa con él. Asumir un compromiso serio requiere ante todo de un espacio donde se respire confianza.
Y una vez haya pasado el tiempo será necesario encontrar la manera de renovar esa confianza en las posibilidades de vivir bien junto a los demás. Aquellos que, a pesar de todas las dificultades y complicaciones, mantienen una actuación responsable han encontrado alguna fuente que los alimenta más allá de los resultados inmediatos, como quien ha encontrado agua fresca en medio de un desierto de cemento y asfalto, como quien ha descubierto y acogido el espíritu de fraternidad que brota dentro de los que siguen a Jesús.