domingo, 29 de septiembre de 2013

Cantábamos todos a la vez

A finales de agosto hemos estado en Taizé. El ambiente, las personas que nos hemos encontrado, los ratos de oración... todo ha hecho que fuera una experiencia muy rica. Como en otras ocasiones me he sentido especialmente feliz cantando.
Cantar tanta gente, todos a la vez, es una sensación muy particular. Parece que cantes llevado por una ola que te arrastra suavemente. Aunque dudes o no entones bien o pronuncies mal algunas palabras la voz de toda la asamblea te empuja y te lleva justo allí donde querías llegar. Y todos, cantando juntos, orando juntos, buscando juntos hacemos, por unos instantes, la experiencia de estar realmente muy cerca los unos de los otros.
Lo sabemos los que escribimos: la letra es limitada, la música no tiene fronteras, no necesita traducción, puede ser compartida por todos inmediatamente. La música nos une.
Así también actúa el Espíritu que es más música que no letra. Porque aunque pueda inspirar muchas palabras, ante todo es aliento, respiración, deseo, inquietud... experiencias asequibles a todo el mundo venga de donde venga, piense como piense, haga lo que haga, crea o no crea.
El Espíritu es absolutamente de todos sin excepción: hombres y mujeres, sabios y sencillos, ricos y pobres, de cada persona y de todas las demás a la vez, de una comunidad concreta y también del resto de iglesias o de credos.
Acercarse a este latido primordial que resuena en todo lo que está vivo, que se adivina anterior a todo y que se mantiene activo a pesar de tantas limitaciones concretas, que despierta y mueve y anima la vida a ser siempre más viva... es el corazón, el núcleo, el fundamento de cualquier experiencia religiosa. Y, a la vez, es el deseo que late en el fondo de cada gesto de amor, de toda investigación seria y de cualquier proyecto realmente humanizador.
El Espíritu pues es uno pero despierta una variedad infinita de actividades y experiencias, el deseo es único pero toma diversidad de formas y mueve infinidad de personas y grupos. Es la vida misma que se despliega en mil matices diferentes, un impulso inicial que se esparce en todas direcciones.
Ninguna expresión no agota pues esta fuerza del Espíritu ni lo revela completamente, ninguna palabra no puede describirlo satisfactoriamente, ni ninguna experiencia contenerlo en exclusiva. Por este motivo ninguna investigación, ninguna voz, ninguna autoridad, ninguna religión puede decir que está inspirada por el Espíritu si no es capaz de tener en cuenta el resto de búsquedas, de voces, de autoridades y de religiones que también son inspiradas por Él.
El Espíritu es, en último término, fuerza y serenidad para hacer camino a pesar de todas las diferencias y los desajustes, a pesar de la falta de entendimiento y de los conflictos, y así pues es capacidad para disfrutar ya ahora de la proximidad de los demás en aquello en lo que coincidimos porque nos hemos liberado de la desconfianza y el miedo ante lo que nos hace diferentes... y podemos cantar a una sola voz.

martes, 10 de septiembre de 2013

¡Aquí hay fresas!

Cuando salimos de excursión por la montaña siempre hay alguien de la familia que observa con atención los márgenes del camino para ver si descubre fresas. Este verano hemos superado nuestro propio récord: hemos llenado dos fiambreras.
Aunque hay quien es más hábil que otros cuando se trata de buscar fresas escondidas bajo las hojas o entre las hierbas en algún momento todo el mundo se anima y es capaz de encontrar un buen puñado.
Espabilarse para ser el primero en descubrir detalles escondidos o difíciles de ver es una motivación que siempre funciona. Sí, competir es un gran estímulo para progresar, en todo caso hay que saber en qué lucha nos hemos metido.
Hay quien se especializa a encontrar defectos o problemas en todo por minúsculos que sean. No da nada por bueno de lo que se ha dicho o de lo que se ha hecho, lo pone en duda, lo cuestiona, lo investiga y lo repasa todo con atención. Es un camino de búsqueda estimulante pero también un juego peligroso cuando se traslada a las relaciones personales: esforzarse sólo en descubrir las debilidades o las limitaciones de los demás acaba por generar una desconfianza enfermiza que lo envenena todo.
Otro tipo de reto para mantener despierta la atención es saber detectar cuáles son las inquietudes de aquellos que tenemos cerca, más allá de lo que dicen o hacen. Los diversos matices que puede tener la voz, la luz o la oscuridad de una mirada, un gesto más rápido o más lento de lo habitual... nos descubre ilusiones y alegrías, dudas y luchas, nos descubre en definitiva a la persona real y viva, como nosotros mismos, y nos pone en situación de entendernos y compartir.
Quien ha aprendido a ver a las personas con toda la alegría y el dolor que llevan dentro, también sabe identificar los detalles de menor valor que a menudo se interponen en las relaciones entre personas y no tiene demasiadas dificultades para dejarlos de lado.
Una persona, también una religión o una filosofía, que sólo sepa descubrir pecados y problemas está prácticamente ciega. No llegará a ver algo hasta que no se dé cuenta de qué motivos tiene para confiar, de qué aciertos y qué alegrías, de qué luchas y pasos adelante puede compartir y saborear ahora y aquí. Es necesario un sentido crítico muy desarrollado para distinguir las fresas de las hojas pero todavía es más importante tener criterio para saber quedarse con las fresas y no atiborrarse de hojas.