El verano es una buena época para estar juntos la pareja. A menudo te das cuenta de ello cuando comienza el curso y tienes
que hacer mil equilibrios para que todo funcione en la familia.
Entonces no es nada fácil encontrar un rato para hablar o tranquilidad
para hacer el amor.
Hemos decidido hacer camino los dos juntos y el sexo es una buena ocasión para poner a prueba nuestra habilidad para coincidir, compartir y estar pendientes el uno del otro. El sexo hace que nos centremos en nosotros i en nuestra relación i deja en suspenso por un rato todo lo demás.
La vida de pareja es una mezcla de confrontación para afianzar la posición de cada uno y al mismo tiempo de generosidad y sentido de servicio, de alegría por tantas cosas que compartimos y de frustración por tantas otras situaciones que nos superan, de ternura que nos hace más arriesgados y de miedos que nos frenan, de ilusión renovada y de cansancio largamente acumulado sobre algunas cuestiones. Las experiencias importantes son de este tipo: pueden hacernos increíblemente felices como desgraciados y resulta difícil separar unos aspectos de los otros.
Tampoco resulta nada fácil distinguir en las experiencias religiosas más profundas qué parte hay de autocomplacencia y qué parte de descubrimiento del misterio de Dios, qué parte hay de encerramiento intimista y qué parte de apertura a nuevos horizontes, qué parte hay ha de estímulo que hace crecer y qué parte es sólo una forma de consuelo infantil.
En la experiencia religiosa auténtica, como en el sexo, hay una lucha por llegar al encuentro del otro. Aunque es un reto que no se puede completar nunca totalmente porque el otro siempre queda en buena parte fuera de nuestro alcance. Luchar es confiar en que no dejaremos nunca de encontrar pistas para continuar buscándolo.
Sin esta lucha diaria por el otro -una lucha cargada de dificultades y malentendidos, de deseos y decepciones pero también de alegrías y felicidad- el conocimiento del otro nunca pasaría de lo superficial. Hay que luchar contra todo aquello que ya damos por sabido, hay que luchar contra la idea de que los problemas se resuelven por si solos y hay que luchar, por encima de todo, contra la necesidad de controlarlo todo... el otro, si es de verdad él mismo, siempre será distinto de nosotros.
El sexo es un estímulo y una oportunidad para construir i rehacer nuestra relación: sólo es posible con la complicidad de ambos. Poder cuidar con dedicación y serenidad de los momentos de encuentro tú a tú i aceptar que parte del éxito esté en manos de otro, nos acerca realmente a nuestro objetivo, ya sea la pareja, ya sea Dios.
Hemos decidido hacer camino los dos juntos y el sexo es una buena ocasión para poner a prueba nuestra habilidad para coincidir, compartir y estar pendientes el uno del otro. El sexo hace que nos centremos en nosotros i en nuestra relación i deja en suspenso por un rato todo lo demás.
La vida de pareja es una mezcla de confrontación para afianzar la posición de cada uno y al mismo tiempo de generosidad y sentido de servicio, de alegría por tantas cosas que compartimos y de frustración por tantas otras situaciones que nos superan, de ternura que nos hace más arriesgados y de miedos que nos frenan, de ilusión renovada y de cansancio largamente acumulado sobre algunas cuestiones. Las experiencias importantes son de este tipo: pueden hacernos increíblemente felices como desgraciados y resulta difícil separar unos aspectos de los otros.
Tampoco resulta nada fácil distinguir en las experiencias religiosas más profundas qué parte hay de autocomplacencia y qué parte de descubrimiento del misterio de Dios, qué parte hay de encerramiento intimista y qué parte de apertura a nuevos horizontes, qué parte hay ha de estímulo que hace crecer y qué parte es sólo una forma de consuelo infantil.
En la experiencia religiosa auténtica, como en el sexo, hay una lucha por llegar al encuentro del otro. Aunque es un reto que no se puede completar nunca totalmente porque el otro siempre queda en buena parte fuera de nuestro alcance. Luchar es confiar en que no dejaremos nunca de encontrar pistas para continuar buscándolo.
Sin esta lucha diaria por el otro -una lucha cargada de dificultades y malentendidos, de deseos y decepciones pero también de alegrías y felicidad- el conocimiento del otro nunca pasaría de lo superficial. Hay que luchar contra todo aquello que ya damos por sabido, hay que luchar contra la idea de que los problemas se resuelven por si solos y hay que luchar, por encima de todo, contra la necesidad de controlarlo todo... el otro, si es de verdad él mismo, siempre será distinto de nosotros.
El sexo es un estímulo y una oportunidad para construir i rehacer nuestra relación: sólo es posible con la complicidad de ambos. Poder cuidar con dedicación y serenidad de los momentos de encuentro tú a tú i aceptar que parte del éxito esté en manos de otro, nos acerca realmente a nuestro objetivo, ya sea la pareja, ya sea Dios.