sábado, 25 de enero de 2014

El injerto

De joven pasaba los veranos en el Penedés, en una masía. Recuerdo que arrancaron una viña vieja que había cerca de nuestra casa. Con el tractor fueron sacando las cepas una a una. La primera parte de las raíces era tan gruesa como el tronco y en todas había una especie de nudo bastante grande. Después supe que estos nudos de la madera eran los injertos que se habían hecho al plantar la viña cuarenta o cincuenta años atrás.
El injerto une la raíz de una cepa resistente a las enfermedades, aunque estéril, con la rama de una variedad productiva de vid que se convertirá en el tronco de la nueva planta y dará fruto. Alguna vez se ha comparado la relación entre Jesús y nosotros con un injerto: Jesús renueva nuestra vida injertandola en la de Dios...
Durante mucho tiempo Jesús vive su vida como uno de tantos. Poco a poco los discípulos se dan cuenta de su singularidad. Y, finalmente después de la muerte, con la resurrección descubren que en Jesús latía una vida, la vida de Dios, que nada, ni la muerte, no ha podido ahogar. Desde esta nueva perspectiva se dan cuenta de que toda la vida de Jesús les habla de Dios.
Aunque Jesús no es un medio de comunicación cualquiera. Y no se limita tampoco a hablar de Dios o a dar buenos ejemplos. Él ha hecho presente a Dios porque Él es de Dios, Él es Dios. Y como tal ha compartido con nosotros los proyectos de Dios, los sentimientos de Dios, las prioridades de Dios, los intereses de Dios... De esta manera ha puesto Dios al alcance de todos. No ha pasado de largo ante ninguna persona, ni ante ninguna cuestión, ni ante ninguna situación dolorosa y por ello toda la vida humana ha sido transformada, toda, con savia nueva, un injerto de Dios.
Pero Jesús ha sido presencia de Dios sin dejar de ser un hombre. Él se ha movido dentro de los límites de la condición humana: se ha sorprendido, ha dudado, ha amado, ha soñado, se ha entristecido, ha sufrido... también ha muerto. Aunque ha sido con su manera de vivir la vida, con la trama de su historia personal, con las decisiones que ha ido tomando que ha ido haciendo realidad la cercanía de Dios. De esta manera viviendo como uno de nosotros ha dado una nueva consistencia a las posibilidades de vivir humanamente. Gracias a Él ahora es más posible llegar a dar los frutos que esperamos.
Son dos aspectos que no se pueden separar, que están estrechamente anudados. Ha vivido su vida con un sentido de humanidad tan profundo y generoso, tan solidario y comprometido como sólo Dios podía haberlo hecho.

jueves, 9 de enero de 2014

Vendaval

Hoy el viento sopla con fuerza. Sopla tan fuerte que cuando han tocado las diez en el campanario alguna campanada casi no se oía. No sería de extrañar que mañana aparecieran en los medios de comunicación imágenes de árboles tumbados en el suelo arrancados de cuajo. Los árboles caídos, a veces son muy grandes, llaman la atención por el tamaño de sus raíces pero más aún por el hecho de que no han sido suficientes para mantenerlos en pié.
No siempre se pueden precisar las causas, aparte del vendaval, de la caída de estos árboles: quizás la madera estaba enferma, quizás tenían una gran red de raíces pero demasiado superficiales... Las raíces son cuestión de educación: tener una gran extensión de conocimientos no garantiza que la persona se pueda mantener en pié cuando hace mal tiempo.
No se trata de querer profundizar en todo. Basta con tener alguna idea contrastada sobre quiénes somos y qué queremos. Ante la gran cantidad de información y de estímulos que recibimos cada día la cuestión principal es saber valorar y elegir.
¿Pero cómo darse cuenta de que no todos los datos son igual de relevantes? Con buenas ideas no basta: uno mismo debe descubrir por experiencia que puede orientarse en esta selva de datos. La persona debe aprender a escucharse a sí misma y arriesgarse a elegir, debe tener margen para probar y equivocarse, si es necesario, y aún darse tiempo para hacerse cargo de qué le va respondiendo el mundo que le rodea.
Si alguna persona se acerca a la comunidad eclesial, se encontrará con una situación muy similar: una sabiduría milenaria enorme de la que no parece nada fácil indicar qué puede tener de interesante.
La respuesta más habitual cuando se trata de identificar el núcleo de la fe cristiana es establecer una lista de contenidos prioritarios, presentarlos de la mejor forma posible matizando algunos detalles técnicos, insistir en aclarar y precisar el sentido de las celebraciones más importantes y dar algunas indicaciones prácticas para aterrizar la fe en la vida de cada día. Pero todo esto esconde lo que de verdad mantiene viva la fe.
La fe se enraíza en una experiencia de encuentro cara a cara con Jesús: puede ser un texto, puede ser una persona, puede ser un hecho... lo que nos pone ante él y nos descubre una nueva profundidad en nosotros y en los que viven a nuestro lado.
Si la comunidad cristiana no fuera capaz de crear, animar y cuidar de espacios de experiencia, de búsqueda, de profundización, de contraste, de descubrimiento personal de Jesús... sus explicaciones y aclaraciones quedarían sin valor y sus celebraciones o sus proyectos no aportarían ninguna novedad.
Forzosamente dar prioridad a la experiencia personal hace menos compacta la unidad ideológica de la comunidad pero la cohesión eclesial no depende de la uniformidad de ideas sino del vínculo que nace entre los que viven la fe arraigados en Jesús. Sin llegar a este nivel del subsuelo cristiano no hay árbol que aguante en este bosque cuando hace mal tiempo.