miércoles, 3 de abril de 2019

Una casa para todos

La naturaleza es mucho más que una despensa o un almacén y valorarla sólo por su utilidad inmediata es una ingenuidad que, a la larga, pone en peligro su supervivencia y la nuestra. Si no se tiene ningún tipo de cuidado o de atención con el funcionamiento de los procesos naturales que hacen posible disponer de recursos para vivir, al final desaparecerán. La naturaleza es capaz de ofrecer remedio a nuestras necesidades de forma constante no por ser infinita sino porque se renueva. Precisamente la explotación a gran escala de los recursos naturales ha puesto al descubierto sus límites.
Respetar y cuidar de no interrumpir o alterar los ciclos naturales es la única manera de conservarlos. Muchos de ellos no los podemos recrear por nuestra cuenta. Más aún la naturaleza ya está hoy en muchos lugares sufriendo graves situaciones de degradación al lado de las personas que viven en ella. No se puede esperar que la naturaleza esté a nuestro servicio infinitamente, ella también debe ser servida y atendida.
Hay que reaccionar. Si no lo hacemos, el respeto por los derechos de las personas nunca será completo: la tierra, la naturaleza, es la casa común de la humanidad pasada, presente y futura y de todos los seres vivos. Cada elemento de la tierra tiene valor por sí mismo y al mismo tiempo lo tiene para los que viven, han vivido o vivirán en ella.
El dominio ejercido sobre la naturaleza a lo largo de los últimos siglos y las investigaciones científicas que se han llevado a cabo han producido en muchas personas una pérdida del sentimiento de miedo y de admiración. Puede ser bueno perder el miedo a los rayos o las enfermedades pero creer que la naturaleza no nos puede descubrir nada nuevo ni acercarnos al misterio porque ya lo sabemos todo es un error. Basta con que te detengas unos momentos a contemplar el cielo o las montañas, o a imaginar los capilares finísimos que llevan oxígeno hasta las últimas células de tu cuerpo... y fácilmente podrás reencontrar la sensación de sorpresa y fascinación.
Vivimos voluntariamente engañados: mientras podemos sentir todavía una admiración sincera por la belleza natural que tenemos delante, nos beneficiamos de una carrera para la mejora constante de las condiciones de vida -en el primer mundo- que camina hacia la destrucción del planeta. Las fotografías que haces y compartes de puestas de sol increíbles, cascadas paradisíacas o mariposas exuberantes son hechas con una tecnología elaborada con minerales fruto del saqueo y de la explotación...
Si queremos encontrar soluciones sinceras forzosamente tendremos que vivir de forma más pobre, más austera, más sensata... y trabajar para corregir el mal que se ha hecho y aún se hace. La libertad no es vivir de espaldas a la realidad sino asumir de cara las complicaciones. Si uno te obliga a caminar mil pasos, haz con él dos mil, propone Jesús.
Para aceptar realmente que la naturaleza es la casa común de todos no basta con reconocer a los demás y sus diferencias, sino que también hay que admitir que debemos compartir con ellos la gestión de la casa, que lo que decidamos no lo podemos decidir solos, que su futuro y el nuestro están ligados y que debemos aprender a caminar en compañía.