domingo, 27 de mayo de 2012

El periódico de mi abuelo


Mi abuelo Ramón se despertó una mañana y descubrió que tenía medio cuerpo paralizado. Desde aquel día tuvo que ir en silla de ruedas y aceptar que ya no podía sostener el periódico con las dos manos... en aquella época él se pasaba toda la mañana leyéndolo. Mi abuela hizo varias pruebas hasta que encontró una solución: con una plancha de madera y unas gomas montó un soporte para que pudiera leer el periódico sentado en la silla de ruedas.
El ingenio es uno de los caminos del amor. También lo son la paciencia, la confianza, la generosidad y algunos más. Pero tomes el camino que tomes la cuestión siempre es la misma: encontrar la respuesta acertada a una dificultad que ha presentado. Se suele tratar de problemas aparentemente banales para quien se lo mira desde fuera pero en ellos uno se está jugando el presente y el futuro de una relación.
Raramente las relaciones personales avanzan gracias a ideas abstractas, principios, o normas... las relaciones interpersonales viven de superar los retos cotidianos: concretos, localizados, vinculados a unas circunstancias y sobre todo a la historia de las personas. Estas situaciones por sencillas que parezcan están cargadas de significados, son la expresión visible de las ilusiones y las frustraciones de cada uno, de los deseos y los miedos. De hecho la mayoría de grandes problemas se desencadenan a partir de tonterías sin importancia.
A menudo se ha interpretado el Reino que anuncia Jesús como una utopía, una idea, un proyecto. Nada más lejos de la verdad. Jesús no teorizó sobre el Reino, él se concentró en aportar soluciones concretas a dificultades que se encontró: la pureza de un leproso, la soledad de una viuda, la tristeza de un centurión, el absurdo de no poder ayudar a los enfermos en sábado ... El Reino es muy amplio pero se juega en gestos concretos y detalles prácticos. El Reino está siempre vinculado a personas y circunstancias.
Las intervenciones de Jesús hacen que las personas miren más allá, hacia un Dios bueno y generoso, pero es la experiencia vivida, la nueva situación que se ha generado a partir de un gesto, la que hace abrir los ojos y adivinar o probar algo de Dios, no una nueva idea o una nueva teoría.

martes, 15 de mayo de 2012

El espejo roto


En la calle había un espejo abandonado. Era una pieza grande: uno se podía ver en él de cuerpo entero. Pero alguien jugando lo ha roto y ahora está hecho pedazos. Hay fragmentos esparcidos por toda la acera. Cuando la luz del sol se refleja en ellos se pueden ver miles de pequeños soles. 
No es nada fácil hoy encontrar algún proyecto o alguna realidad que pueda ser imagen de Dios o del Reino. En otro tiempo la confianza en el progreso o el orden de la naturaleza eran pistas para descubrir el Absoluto y su mano guiando nuestra historia. Hoy desconfiamos del progreso y del orden de la naturaleza, no está claro hacia dónde vamos, y ni siquiera sabemos si vale la pena orientar nuestra vida en alguna dirección. Visto fríamente, todas las direcciones parecen buenas y cualquiera podría tener razón.
Nuestra vida, más bien, da saltos: disfrutamos de algunas experiencias que nos llenan en medio de un mar de sensaciones sin mucha conexión entre sí, pasamos de una cosa a la otra sin podernos detener y nos encontramos inmersos en los ambientes más variados.
Tampoco la Iglesia actual se puede presentar como una referencia clarificadora: fragmentada en mil voces que llaman simultáneamente a la creatividad arriesgada y a la fidelidad más estricta, a la revisión a fondo y a la obediencia ciega... Y en la que parece más fácil el diálogo con los no creyentes que entre sus propios miembros.
Se hace difícil señalar hacia Dios... Y es inútil sentir añoranza: nada volverá a ser como antes. Un espejo roto no se puede recomponer. Aunque cada trozo de espejo, por pequeño y deforme que sea, es capaz de reflejar el universo entero. Y podemos buscar a Dios en los fragmentos, con tanta fe al menos como se le buscó en las grandes ideas y en los grandes proyectos. También para decidirse a seguir a Jesús no es necesario entender todo el Evangelio, basta con responder a una palabra que nos haya interpelado.

martes, 1 de mayo de 2012

Y tú, ¿qué ves?


¿Qué ves, Jeremías? ¿Qué ves, Amós? ¿Qué ves, Zacarías? Con esta pregunta se inician varios discursos de los profetas en la Biblia. A veces se trata de visiones que transportan al profeta a un mundo diferente, a un espacio nuevo donde se descubre un mensaje de Dios más o menos secreto. Pero a menudo se trata de contemplar una escena bien cotidiana: una rama de almendro llena de flores, la preparación de la cosecha de la fruta, el trabajo de un alfarero... Estas imágenes tienen la capacidad de despertar al profeta y ayudarle a descubrir alguna pista sobre qué está diciendo Dios ahora. Las acciones más sencillas y cercanas tienen una fuerza extraordinaria para expresar los descubrimientos más profundos y difíciles sobre nosotros, la vida y la fe.
Con esta idea vuelvo a ponerme a trabajar en este blog.