viernes, 23 de noviembre de 2012

Todos los colores del otoño

En otoño el bosque tiene los colores más vivos e intensos que en ninguna otra época del año. Hay hojas de todos los tonos de verde mezcladas con otras que van del amarillo hasta el naranja y el marrón. Crece una hierba verdísima sobre la tierra oscura, ennegrecida por la humedad de las lluvias, en los márgenes hay flores blancas, amarillas o violetas y entre las hojas estalla el rojo de los madroños.
Los amarillos contrastan con los verdes, sobre los verdes destacan el blanco y el rojo y hay cambios en la combinación de colores en cada curva del camino. Es un juego de contrastes formidable. Ningún color por sí solo no es capaz de producir un efecto similar. El conjunto es mucho más rico que todos los colores por separado.
Las personas somos como un bosque. Ningún detalle por sí solo no descubre quiénes somos, sólo viendo el conjunto uno se puede hacer una idea suficiente de nuestra personalidad. Igualmente Jesús, no podemos quedarnos sólo con su muerte o con sus milagros. Va todo junto y contrasta y se complementa: la vida y la muerte, la muerte y la resurrección, los hechos y las palabras, las palabras y los silencios, las situaciones y las personas, los adversarios y los amigos, las alegrías y las penas...
Uno puede fijarse en una palabra de Jesús o admirar un gesto concreto. Pero son sólo caminos para adentrarse en el bosque. Dentro hay todo un mundo que no se puede reducir ni simplificar. Es un empobrecimiento notable pensar que todo lo que Jesús nos descubre de Dios se encuentra en sus palabras. Es toda su persona que nos habla de Dios. Es la vida de Jesús que da fuerza a las palabras, al igual que las palabras iluminan los gestos y que los gestos son atenciones a personas concretas y son a la vez una denuncia de las situaciones injustas ...
Se necesita tiempo para recorrer todos los rincones de un bosque y quizás nunca acabaremos de conocer del todo a Jesús pero dentro de esta atmósfera podemos aprender muchas cosas. Es viéndolo desde dentro, desde la perspectiva de Jesús, respirando su ambiente, moviéndonos en su espacio... que toman sentido sus gestos, sus palabras, su experiencia de Dios, incluso su muerte.
Y también, claro está, en este entorno que quiera seguir a Jesús encontrará elementos de enriquecimiento, de contraste, de profundización, de paz... y podrá encontrar un sentido a su vida: seguirle de cerca a él hasta llegar a formar parte con él de este paisaje que es el rostro de Dios.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Los nudos de la madera

Yendo de Montgat hasta Premià por el camino que discurre entre la vía y la playa se cruzan algunos puentes de madera. Con el rozamiento de los zapatos la madera ha ganado brillo y también se ha ido desgastando. Aunque las ruedas de la bicicleta detectan los bultos que forman los nudos de la madera que todavía conservan su grosor original.
Recuerdo algunas cenas con amigos... Son como nudos en la materia de mis recuerdos. Hablando y comiendo tuve la sensación de que el tiempo no pasaba. Ahora me doy cuenta que no iba desencaminado: han resistido muy bien el paso de los años.
Hay momentos en que nuestras experiencias adquieren una densidad y una consistencia fuera de lo normal. Parece como si con lo que estamos haciendo ya tuviéramos suficiente y no nos hiciera falta nada más, como si todo el pasado hubiera sido olvidado y el futuro fuera irrelevante.
La última cena de Jesús... Es importante recordar que fue una cena: el pan y el vino separados del ambiente de amistad y de fiesta, separados de la vida y de los gestos de Jesús, quedarían completamente fuera de contexto y se convertirían en simples ídolos. La cena, pues, con los discípulos tiene también ese aire de consistencia, de profundidad, de riqueza y de plenitud vital.
Compartir el pan y beber de una misma copa son gestos más antiguos que Jesús. Están cargados de significado ya de antes: muchas personas han comido juntos y han brindado, han compartido sus alegrías y sus penas. Ahora con Jesús, además, se convierten en un resumen de su trayectoria vital y a la vez en un nudo que le liga estrechamente a sus seguidores.
Cenas como estas sugieren una riqueza que va mucho más allá del alimento y de la amistad. Esto también se adivina cuando una cena no sale como nosotros quisiéramos pesar de haberla preparado con todo el interés. Descubrimos entonces que se trata de una especie de regalo que no podemos conseguir por nuestras propias fuerzas ni controlar. Puede tratarse de la suerte, puede ser el favor de Dios o el soplo de su inspiración.
Volver una y otra vez a la cena de Jesús, mantener el calor de la amistad, repetir el gesto de partir y compartir, sostener la apuesta de la fe en que a pesar de todo Dios completará su proyecto... es la manera de perseguir con insistencia este regalo que, a menudo, se esconde. Y así lo hacemos, aun sabiendo que la mayor parte de la madera es lisa y muy poca es nudo.