En otoño el bosque tiene los colores más vivos e intensos que en ninguna otra época del año. Hay hojas de todos los tonos de verde mezcladas con otras que van del amarillo hasta el naranja y el marrón. Crece una hierba verdísima sobre la tierra oscura, ennegrecida por la humedad de las lluvias, en los márgenes hay flores blancas, amarillas o violetas y entre las hojas estalla el rojo de los madroños.
Los amarillos contrastan con los verdes, sobre los verdes destacan el blanco y el rojo y hay cambios en la combinación de colores en cada curva del camino. Es un juego de contrastes formidable. Ningún color por sí solo no es capaz de producir un efecto similar. El conjunto es mucho más rico que todos los colores por separado.
Las personas somos como un bosque. Ningún detalle por sí solo no descubre quiénes somos, sólo viendo el conjunto uno se puede hacer una idea suficiente de nuestra personalidad. Igualmente Jesús, no podemos quedarnos sólo con su muerte o con sus milagros. Va todo junto y contrasta y se complementa: la vida y la muerte, la muerte y la resurrección, los hechos y las palabras, las palabras y los silencios, las situaciones y las personas, los adversarios y los amigos, las alegrías y las penas...
Uno puede fijarse en una palabra de Jesús o admirar un gesto concreto. Pero son sólo caminos para adentrarse en el bosque. Dentro hay todo un mundo que no se puede reducir ni simplificar. Es un empobrecimiento notable pensar que todo lo que Jesús nos descubre de Dios se encuentra en sus palabras. Es toda su persona que nos habla de Dios. Es la vida de Jesús que da fuerza a las palabras, al igual que las palabras iluminan los gestos y que los gestos son atenciones a personas concretas y son a la vez una denuncia de las situaciones injustas ...
Se necesita tiempo para recorrer todos los rincones de un bosque y quizás nunca acabaremos de conocer del todo a Jesús pero dentro de esta atmósfera podemos aprender muchas cosas. Es viéndolo desde dentro, desde la perspectiva de Jesús, respirando su ambiente, moviéndonos en su espacio... que toman sentido sus gestos, sus palabras, su experiencia de Dios, incluso su muerte.
Y también, claro está, en este entorno que quiera seguir a Jesús encontrará elementos de enriquecimiento, de contraste, de profundización, de paz... y podrá encontrar un sentido a su vida: seguirle de cerca a él hasta llegar a formar parte con él de este paisaje que es el rostro de Dios.
Los amarillos contrastan con los verdes, sobre los verdes destacan el blanco y el rojo y hay cambios en la combinación de colores en cada curva del camino. Es un juego de contrastes formidable. Ningún color por sí solo no es capaz de producir un efecto similar. El conjunto es mucho más rico que todos los colores por separado.
Las personas somos como un bosque. Ningún detalle por sí solo no descubre quiénes somos, sólo viendo el conjunto uno se puede hacer una idea suficiente de nuestra personalidad. Igualmente Jesús, no podemos quedarnos sólo con su muerte o con sus milagros. Va todo junto y contrasta y se complementa: la vida y la muerte, la muerte y la resurrección, los hechos y las palabras, las palabras y los silencios, las situaciones y las personas, los adversarios y los amigos, las alegrías y las penas...
Uno puede fijarse en una palabra de Jesús o admirar un gesto concreto. Pero son sólo caminos para adentrarse en el bosque. Dentro hay todo un mundo que no se puede reducir ni simplificar. Es un empobrecimiento notable pensar que todo lo que Jesús nos descubre de Dios se encuentra en sus palabras. Es toda su persona que nos habla de Dios. Es la vida de Jesús que da fuerza a las palabras, al igual que las palabras iluminan los gestos y que los gestos son atenciones a personas concretas y son a la vez una denuncia de las situaciones injustas ...
Se necesita tiempo para recorrer todos los rincones de un bosque y quizás nunca acabaremos de conocer del todo a Jesús pero dentro de esta atmósfera podemos aprender muchas cosas. Es viéndolo desde dentro, desde la perspectiva de Jesús, respirando su ambiente, moviéndonos en su espacio... que toman sentido sus gestos, sus palabras, su experiencia de Dios, incluso su muerte.
Y también, claro está, en este entorno que quiera seguir a Jesús encontrará elementos de enriquecimiento, de contraste, de profundización, de paz... y podrá encontrar un sentido a su vida: seguirle de cerca a él hasta llegar a formar parte con él de este paisaje que es el rostro de Dios.