sábado, 29 de diciembre de 2012

El silencio del almacén

Durante las vacaciones de Navidad siempre pasaba algunos días en casa de mis abuelos en Vilafranca. Me quedaba en el pequeño almacén que tenían junto al patio y construía cualquier cosa con maderas y clavos viejos. Era un rincón tranquilo y silencioso. Allí oí por primera vez el ruido de las carcomas cuando taladran la madera. No fue fácil, tardé varios días en identificar quien hacía ese rac, rac, rac...
Los sonidos se esconden unos detrás de otros, los más fuertes se imponen y los más débiles, quizá existan, pero no se oyen. Sólo en silencio podemos descubrir los sonidos más ligeros e identificarlos.
Un conocimiento profundo de uno mismo pasa también necesariamente por el silencio. Primero uno se aparta del ruido que le rodea, después, descubre el ruido que lo llena por dentro y tiene que desactivar este segundo foco de distorsión si quiere captar los pequeños movimientos que se producen en su interior: deseos, ideas, dudas que apenas apuntan i que les inquietudes del día a día ocultan.
Nos pasa lo mismo cuando queremos saber en qué mundo vivimos. Si tomamos distancia de las palabras de moda y del alboroto que las acompaña, podemos empezar a pensar por nosotros mismos y darnos cuenta de qué vale la pena admirar y qué no funciona en nuestra sociedad. En este entorno de calma y silencio podemos oír las voces casi imperceptibles de quienes viven al margen, voces que piden con toda justicia mucho más de lo que sabemos dar. También podemos descubrir a las personas que trabajan sin hacer ruido para darles respuesta.
El silencio resulta siempre revelador, no tanto porque nos diga nada sino porque crea un ambiente adecuado para oír todo aquello que habitualmente no percibimos: quejas, esperanzas, interrogantes, aciertos... El silencio nos pone en situación de escucha, nos despierta la atención y nos invita a reaccionar. El silencio está vivo, hace audibles muchos sonidos, esconde una fuerza increíble.
Aunque a menudo se habla de que Dios ha dicho eso o Dios ha dicho aquello, no es una expresión suficientemente clara: la principal elocuencia de Dios se halla en su silencio. Dios escucha, Dios no tapa con ruidos lo que podría resultarnos molesto al oído, Dios no sustituye nuestra responsabilidad por órdenes directas, Dios espera y confía. Su silencio nos llama a escuchar con atención: las voces más débiles, los sonidos más escondidos, los rumores más sutiles...
Con la estrategia del silencio Dios se sitúa muy cerca de aquellos que habitualmente no se hacen oír, los pequeños, los débiles, los olvidados... más aún se sitúa como el último de todos, el más sutil e imperceptible. No es nada extraño pues que salga a nuestro encuentro como un recién nacido débil y desvalido y que la fragilidad y la máxima sencillez sean los caminos que nos llevan hacia Él más que la fuerza y el ruido.

martes, 18 de diciembre de 2012

Ponerse al sol

Uno de los placeres más dulces del tiempo de invierno en la montaña es encontrar un rincón resguardado y echarse sobre la hierba a tomar el sol. Intuyes el viento helado que pasa sin tocarte y notas como los diversos miembros de tu cuerpo se van recuperando del frío que han acumulado durante el camino. Miras hacia el cielo completamente azul y sereno, percibes el silencio que te rodea y no necesitas nada más.
Es un placer sencillo y universal: aunque todo el mundo se echara a tomar el sol habría de sobra para todos los que quisieran. La naturaleza no hace distinciones y el sol sale tanto para unos como para otros. Todo apunta a que tampoco su creador no hace distinciones y que se da sin condiciones.
Sí, Dios se da de forma gratuita pero a la vez es necesario luchar por encontrarlo. Hay creencias que el tiempo muestra que son fruto de nuestros miedos o expresiones que se revelan insuficientes para hablar de Dios, rituales que descubrimos vacíos o prácticas que devienen perjudiciales para la persona... Todo esto debe ser superado, Dios está más allá de todos los intermediarios, de todas las palabras, de todas las religiones.
Cuando dejamos atrás las mediaciones para acercarnos más a Dios nos encontramos con el silencio más absoluto. Sin los recursos, ni las imágenes, ni las teologías que las tradiciones religiosas nos ofrecen es imposible de entender ni de decir nada sobre Dios. Dios se nos presenta entonces como un gran vacío, como la imposibilidad de decir nada pertinente, como silencio. Para unos esto prueba que Dios realmente no existe, para otros es lo máximo que podemos llegar a descubrir de Él.
La perspectiva de un Dios que está más allá de todo, que es imposible de atrapar con ninguna definición, con ningún dogma, con ninguna normativa, que nos rodea y al mismo tiempo se nos escapa... nos deja sin palabras. Aunque también nos hace más libres: nos vacía de los pesos inútiles que cargamos, nos serena con su silencio pacífico y nos acoge en un espacio sin restricciones en el que cabe todo el mundo.
Adentrarse y detenerse en este espacio silencioso y acogedor que es Dios mismo, y dejar que su espíritu nos vaya haciendo suyos, como dejamos que el calor del sol nos vaya penetrando, nos transforma. Este es el camino para llegar a decir lo que creamos oportuno y acoger con respeto y admiración las diversas palabras que las tradiciones religiosas nos han transmitido sobre Él. Descubrir por experiencia propia la inmensidad desbordante de Dios nos prepara para servirnos humildemente de las mediaciones que la vida nos ha puesto al alcance: personas, ritos, imágenes, conceptos muestran ahora su gran valor... siempre relativo, siempre insuficiente.

martes, 4 de diciembre de 2012

Gotas de lluvia

Estoy de pié viendo como cae la lluvia. Ha llovido durante todo el día. Primero llovía con fuerza, caían grandes gotas muy seguidas, pero ahora el ritmo se ha ralentizado y cada vez las gotas son más pequeñas. Parece imposible que sólo con el agua de la lluvia se puedan llenar los grandes embalses. Las gotas son frágiles, pasan ante nosotros y estallan sobre el suelo. Las grandes masas de agua, en cambio, esconden una fuerza terrible, sin contención se convierten en una corriente destructora que se lo lleva todo por delante.
Una persona puede pasear bajo la lluvia pero no podría dar ni un paso embestido por una riada. Son cosas tan distintas como hablar con un amigo es diferente de intentar hacerse oír ante una multitud. Hablar mirándose a los ojos, en un clima de confianza, sin interferencias, pendientes el uno de lo que dice el otro... no es lo mismo que captar la atención del público y mantener su interés durante un buen rato.
La comunicación en público tiene sus leyes y está cargada de condicionantes que van más allá de las fuerzas o de la voluntad de las personas: tendencias, modas, presiones sociales, intereses económicos... Con todo hay quien sabe triunfar en este ámbito.
Jesús usa recursos propios de las relaciones interpersonales en su actuación pública: pocos discursos y muchos diálogos, muchas personas concretas y pocas masas anónimas... Conozco personas que en el trato personal actúan justamente al revés, en vez de hablarte te sueltan un discurso y tratan de venderte cualquier cosa.
¿Qué hace Jesús? ¿Es, quizás, un ingenuo que no se da cuenta de los mecanismos que mueven a las multitudes? Actuar en sociedad como si se tratara de un encuentro entre amigos con todo tipo de interlocutores: mujeres, marginados, extranjeros, soldados, maestros de la ley, enfermos... es una opción. Es dar prioridad a las personas por delante de su posición social o religiosa y, también, renunciar de entrada al provecho que se les pueda sacar. Iniciar un tú a tú es una forma privilegiada, quizás la única, de comunicarse seria y respetuosamente, aceptando un proceso compartido del que se desconoce el final.
Es cierto, las grandes masas tienen un poder increíble, pero es un poder ciego e inconstante. Sólo el goteo tenaz es capaz de crear un clima acogedor donde cada uno puede ser él mismo y avanzar paso a paso.