martes, 18 de diciembre de 2012

Ponerse al sol

Uno de los placeres más dulces del tiempo de invierno en la montaña es encontrar un rincón resguardado y echarse sobre la hierba a tomar el sol. Intuyes el viento helado que pasa sin tocarte y notas como los diversos miembros de tu cuerpo se van recuperando del frío que han acumulado durante el camino. Miras hacia el cielo completamente azul y sereno, percibes el silencio que te rodea y no necesitas nada más.
Es un placer sencillo y universal: aunque todo el mundo se echara a tomar el sol habría de sobra para todos los que quisieran. La naturaleza no hace distinciones y el sol sale tanto para unos como para otros. Todo apunta a que tampoco su creador no hace distinciones y que se da sin condiciones.
Sí, Dios se da de forma gratuita pero a la vez es necesario luchar por encontrarlo. Hay creencias que el tiempo muestra que son fruto de nuestros miedos o expresiones que se revelan insuficientes para hablar de Dios, rituales que descubrimos vacíos o prácticas que devienen perjudiciales para la persona... Todo esto debe ser superado, Dios está más allá de todos los intermediarios, de todas las palabras, de todas las religiones.
Cuando dejamos atrás las mediaciones para acercarnos más a Dios nos encontramos con el silencio más absoluto. Sin los recursos, ni las imágenes, ni las teologías que las tradiciones religiosas nos ofrecen es imposible de entender ni de decir nada sobre Dios. Dios se nos presenta entonces como un gran vacío, como la imposibilidad de decir nada pertinente, como silencio. Para unos esto prueba que Dios realmente no existe, para otros es lo máximo que podemos llegar a descubrir de Él.
La perspectiva de un Dios que está más allá de todo, que es imposible de atrapar con ninguna definición, con ningún dogma, con ninguna normativa, que nos rodea y al mismo tiempo se nos escapa... nos deja sin palabras. Aunque también nos hace más libres: nos vacía de los pesos inútiles que cargamos, nos serena con su silencio pacífico y nos acoge en un espacio sin restricciones en el que cabe todo el mundo.
Adentrarse y detenerse en este espacio silencioso y acogedor que es Dios mismo, y dejar que su espíritu nos vaya haciendo suyos, como dejamos que el calor del sol nos vaya penetrando, nos transforma. Este es el camino para llegar a decir lo que creamos oportuno y acoger con respeto y admiración las diversas palabras que las tradiciones religiosas nos han transmitido sobre Él. Descubrir por experiencia propia la inmensidad desbordante de Dios nos prepara para servirnos humildemente de las mediaciones que la vida nos ha puesto al alcance: personas, ritos, imágenes, conceptos muestran ahora su gran valor... siempre relativo, siempre insuficiente.