domingo, 13 de enero de 2013

Nieve cálida

La nieve recién caída tiene un tacto muy especial. Aunque es fría y, si juegas el rato suficiente, las manos se te vuelven insensibles, es esponjosa y ligera como el plumón, casi cálida.
Pero este estado dura muy poco. La nieve nueva se encuentra en un punto de equilibrio muy delicado: los minúsculos cristales de hielo que la forman se funden rápidamente cuando sube la temperatura o poco a poco se van endureciendo si el frío persiste. Resulta una experiencia tan singular que al cabo del tiempo incluso puedes dudar de si esa sensación agradable era real o sólo fue una ilusión.
La experiencia de Dios, es rara y efímera como el tacto cálido de los copos de nieve. Y puede ocurrir que su recuerdo se nos desdibuje: fácilmente se puede menospreciar y considerar que no fue más que un engaño momentáneo, fácilmente uno puede sobrevalorarla y pretender que esta experiencia lo justifique todo.
La experiencia religiosa es de una fragilidad extrema y escapa a lo que podemos decir con palabras pero no es una nada. Es un grito silencioso, la luz de una estrella remota, una pista que nos invita a decantarnos hacia una dirección concreta, una propuesta que espera nuestra respuesta. Depende de nosotros. Podemos pasar de largo sin fijarnos en ella, podemos darle credibilidad y poco a poco descubrir si nos lleva a algún lugar nuevo o interesante. Una pista o un indicio no lo dice todo de entrada y hay que continuar haciendo camino y buscando.
La fe no alcanza la madurez sin aceptar el valor limitado de las pistas que sigue: aceptando sus límites se convierten en un recurso imprescindible para guiar el propio camino. En cambio olvidar que se trata de una experiencia limitada y considerar esta experiencia como una respuesta ya completa y definitiva sobre nosotros o sobre Dios puede llevar a comportamientos fanáticos que nos impiden ver nada más.
En este sentido las mejores expresiones de la experiencia auténtica de Dios suelen ser desconcertantes y paradójicas, como la calidez de la nieve. Se llega a conclusiones como éstas: que lo que has vivido de forma casual es a la vez un mensaje de Dios; que no te puedes quedar parado porque todo depende de ti, sin dejar de esperarlo todo de Dios; que debes confiar en ti mismo aunque seas el único que ve una determinada cosa y al mismo tiempo aceptar que los demás también tienen razón; que ya has encontrado a Dios y que por eso sigues luchando para encontrarlo...
Más allá de lo que es fácil de definir y encajar en nuestros conceptos hay situaciones que nos desbordan y que nos abren a una perspectiva totalmente nueva, que, si nos dejamos llevar, nos llenan de sorpresa y de alegría -como un niño que toca por primera vez la nieve recién caída- y nos ayudan a crecer y avanzar.