domingo, 24 de febrero de 2013

Regar

Un poco antes de llegar a la cima de Sant Mateu, a la derecha del camino, hay una fuente que mana todo el año. Un pequeño canal recoge el agua y la lleva hasta una balsa medio en ruinas. Montaña abajo se adivinan las diversas terrazas ocupadas en otro tiempo por los huertos regados por el agua de esta fuente.
Hoy no queda ningún huerto y los árboles han ocupado el espacio vacío. A pesar de todo, sin acequias ni hortelano que cuide del huerto, el agua que rebosa de la balsa sigue corriendo y no ha dejado de regar este rincón del bosque donde los árboles son más altos y la hierba es más verde.
En nuestra sociedad hay bastantes espacios, antes de la Iglesia, que se han convertido en tierra baldías. Muchas personas han tomado otras direcciones, los seguidores de Jesús se han reducido y la dinámica comunitaria ha perdido fuerza. Con todo, hay quien ha decidido seguir haciendo camino.
El espíritu de Jesús es más amplio y más fuerte que la comunidad y su organización por eso, a pesar de las dificultades, hay personas y grupos que siguen encontrando día a día motivos para seguirle dentro y fuera de los ambientes tradicionalmente cristianos. Más importante que los canales es el agua que circula por ellos y aunque se produzca un deterioro institucional, como ahora, uno no deja de encontrar nuevas pistas para cuidar la propia fe.
A algunos les costará aceptar que la fe no sea un terreno claramente delimitado. Pero es evidente que las organizaciones son sólo un medio y que las grietas de la institución son a la vez un peligro y una oportunidad que invita a crecer hacia afuera. El mismo espíritu que animó a Jesús hoy motiva, despierta, sugiere, renueva... a todo aquel que se deja llevar por él y así es posible iniciar nuevas rutas hacia el Jesús de siempre.
Y sí, algún día habrá que ocuparse de discernir de los nuevos caminos cuáles son válidos y cuáles no. Pero habrá que hacerlo con fórmulas innovadoras, capaces de integrar los nuevos descubrimientos y las tradiciones más antiguas. El Espíritu ha hecho crecer nuevas experiencias y las diversas personas, grupos y comunidades que han crecido fuera de los canales habituales también tienen algo que decir. Estos brotes nuevos que crecen desperdigados de forma modesta pero resuelta, recuerdan en muchos aspectos a las comunidades dispersas y osadas de los primeros cristianos.

viernes, 15 de febrero de 2013

Almendros al viento

Paseando por los alrededores de Poblet he visto que los almendros ya estaban en flor. El almendro es el primer árbol que florece. Las flores maduran antes que el árbol se cargue de hojas. Tiene el tronco negro, o gris, y áspero como la tierra donde crece. Pero en cambio los pétalos son de un tejido blanco delicadísimo y, si te acercas a las flores, percibes el aroma de miel que desprenden.
El almendro florece en pleno invierno, es un árbol que se arriesga. Y más de una vez lo paga caro: una helada puede matar a las flores y hacer que se pierda toda la cosecha de almendras. Vestirse con ropas de primavera cuando aún no se adivina el buen tiempo es un gesto de confianza total. No es que espere que todo vaya bien sino que lo da por hecho.
Las palabras de los profetas que conocemos hoy nos han llegado avaladas no por su elocuencia o por las poderosas imágenes de sus visiones... sino por el riesgo que corrieron en pronunciarlas. Los profetas lucharon por mantener la fe en tiempos de crisis profundas y, mientras los falsos profetas pintaban el futuro de color de rosa, ellos llamaron a las cosas por su nombre, aunque sin resignarse. Y tuvieron que hacerse oír yendo contracorriente, a menudo sin más apoyo que el de Dios: enfrentados al poder establecido, a las opiniones dominantes o al fatalismo que lo daba todo por perdido. En este sentido el almendro es un árbol que lleva una vida de profeta.
También Jesús, como el profeta itinerante que fue, queda bien representado por el almendro. De hecho es muy difícil seguir a Jesús y no admirar a todos los profetas que le precedieron y todos los profetas que, después, le han seguido. Todos comparten una trayectoria muy similar y todos encuentran en la resurrección de Jesús un reconocimiento. Los que le precedieron encuentran confirmadas sus esperanzas, quienes le han seguido y le seguirán tienen ya anticipada la respuesta de Dios a sus problemas: Jesús también lo ha experimentado y Yo estaba con él.
Los creyentes han encontrado y encuentran en la resurrección de Jesús la respuesta de Dios a todo el sufrimiento de la humanidad. El mal y el dolor no tienen la última palabra. Y por eso todo creyente, si quiere, dispone de motivos suficientes para dar por hecho que todo acabará bien, para decir lo que haga falta sin vergüenza, para decidir sin dejarse dominar por el miedo y para vivir serenamente las dificultades... en definitiva, para llevar una vida de profeta.
Pero el paso de los días somete a un duro desgaste nuestra fe y no todo resulta tan fácil. Quizá por eso cada año vuelven las flores de almendro, para llenar los campos oscuros y solitarios de luz blanca y olor a miel, y desafiar una vez más al viento helado que baja de las montañas.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Las ascuas

Al anochecer las calles de Dalt la Vila huelen a madera quemada. El aroma me resulta familiar, es algún vecino que enciende su chimenea. Cuando yo era pequeño en casa de mis abuelos la estufa de leña ardía todo el invierno. Por la mañana mi abuela removía los rescoldos con un gancho de hierro y aprovechaba las ascuas aún encendidas para reavivar el fuego.
La tradición es una ascua encendida lista para hacer arder la leña nueva. La única manera de conservarla en su forma actual sería remojarla y apagar el fuego. No tiene más futuro que transmitir el fuego del que es portadora antes de consumirse totalmente, aunque luego las llamas se extiendan en una dirección no prevista.
La tradición se transmite por contacto, por experiencia vivida, a un nivel más profundo que el de la simple explicación. Más aún, si es necesario dar muchas explicaciones es que la tradición se está muriendo. No se trata de entenderla sino de vivirla, de dejarse contagiar por una sabia y antigua mezcla de sentimientos y descubrir cómo laten dentro de nosotros y cómo se reavivan cuando llegan algunas fechas señaladas: una fiesta mayor, un encuentro, un aniversario...
Vivir las tradiciones nos da la seguridad y la confianza de pertenecer a un grupo, de compartir una identidad ya sea cultural, social o religiosa. Es el calor del entorno que se ha convertido también en calor y fuerza interior. La fe no es lo mismo que la tradición pero la fe crece y madura al calor de la tradición. La tradición se recibe, la fe nace de dentro, no se puede adquirir. Por otra parte existen tradiciones que no tienen o han perdido su relación con la fe.
La fe sin las tradiciones que la acompañan, sin el calor de los otros que nos han precedido o que conviven con nosotros, suele quedar dormida y sin forma: la fe necesita expresarse, compartirse, celebrarse... Como el metal en bruto necesita del fuego y del martillo para llegar a ser una herramienta útil.
Una vez la fe ha madurado se convierte en autónoma de las tradiciones que la han acompañado, al igual que la herramienta forjada se puede utilizar ahora para remover las brasas que antes han servido para darle la forma. Cada uno debe decidir qué conservar y qué dejar de todo lo que ha recibido.
Una fe adulta es capaz de reconocer con agradecimiento el amor de los que le ha acompañado en su crecimiento, pero también es capaz de evitar con sensatez tanto la repetición mimética de todo como la aceptación inmediata de cualquier novedad. La fe madura es confianza para resistir y evitar las presiones del pasado y del futuro, es libertad para ser uno mismo aquí y ahora y buscar en cada momento lo que más nos pueda acercar a Dios. La fe es una herramienta imprescindible para ser de verdad libre y poder discernir la ceniza de las ascuas.