miércoles, 6 de febrero de 2013

Las ascuas

Al anochecer las calles de Dalt la Vila huelen a madera quemada. El aroma me resulta familiar, es algún vecino que enciende su chimenea. Cuando yo era pequeño en casa de mis abuelos la estufa de leña ardía todo el invierno. Por la mañana mi abuela removía los rescoldos con un gancho de hierro y aprovechaba las ascuas aún encendidas para reavivar el fuego.
La tradición es una ascua encendida lista para hacer arder la leña nueva. La única manera de conservarla en su forma actual sería remojarla y apagar el fuego. No tiene más futuro que transmitir el fuego del que es portadora antes de consumirse totalmente, aunque luego las llamas se extiendan en una dirección no prevista.
La tradición se transmite por contacto, por experiencia vivida, a un nivel más profundo que el de la simple explicación. Más aún, si es necesario dar muchas explicaciones es que la tradición se está muriendo. No se trata de entenderla sino de vivirla, de dejarse contagiar por una sabia y antigua mezcla de sentimientos y descubrir cómo laten dentro de nosotros y cómo se reavivan cuando llegan algunas fechas señaladas: una fiesta mayor, un encuentro, un aniversario...
Vivir las tradiciones nos da la seguridad y la confianza de pertenecer a un grupo, de compartir una identidad ya sea cultural, social o religiosa. Es el calor del entorno que se ha convertido también en calor y fuerza interior. La fe no es lo mismo que la tradición pero la fe crece y madura al calor de la tradición. La tradición se recibe, la fe nace de dentro, no se puede adquirir. Por otra parte existen tradiciones que no tienen o han perdido su relación con la fe.
La fe sin las tradiciones que la acompañan, sin el calor de los otros que nos han precedido o que conviven con nosotros, suele quedar dormida y sin forma: la fe necesita expresarse, compartirse, celebrarse... Como el metal en bruto necesita del fuego y del martillo para llegar a ser una herramienta útil.
Una vez la fe ha madurado se convierte en autónoma de las tradiciones que la han acompañado, al igual que la herramienta forjada se puede utilizar ahora para remover las brasas que antes han servido para darle la forma. Cada uno debe decidir qué conservar y qué dejar de todo lo que ha recibido.
Una fe adulta es capaz de reconocer con agradecimiento el amor de los que le ha acompañado en su crecimiento, pero también es capaz de evitar con sensatez tanto la repetición mimética de todo como la aceptación inmediata de cualquier novedad. La fe madura es confianza para resistir y evitar las presiones del pasado y del futuro, es libertad para ser uno mismo aquí y ahora y buscar en cada momento lo que más nos pueda acercar a Dios. La fe es una herramienta imprescindible para ser de verdad libre y poder discernir la ceniza de las ascuas.