viernes, 15 de febrero de 2013

Almendros al viento

Paseando por los alrededores de Poblet he visto que los almendros ya estaban en flor. El almendro es el primer árbol que florece. Las flores maduran antes que el árbol se cargue de hojas. Tiene el tronco negro, o gris, y áspero como la tierra donde crece. Pero en cambio los pétalos son de un tejido blanco delicadísimo y, si te acercas a las flores, percibes el aroma de miel que desprenden.
El almendro florece en pleno invierno, es un árbol que se arriesga. Y más de una vez lo paga caro: una helada puede matar a las flores y hacer que se pierda toda la cosecha de almendras. Vestirse con ropas de primavera cuando aún no se adivina el buen tiempo es un gesto de confianza total. No es que espere que todo vaya bien sino que lo da por hecho.
Las palabras de los profetas que conocemos hoy nos han llegado avaladas no por su elocuencia o por las poderosas imágenes de sus visiones... sino por el riesgo que corrieron en pronunciarlas. Los profetas lucharon por mantener la fe en tiempos de crisis profundas y, mientras los falsos profetas pintaban el futuro de color de rosa, ellos llamaron a las cosas por su nombre, aunque sin resignarse. Y tuvieron que hacerse oír yendo contracorriente, a menudo sin más apoyo que el de Dios: enfrentados al poder establecido, a las opiniones dominantes o al fatalismo que lo daba todo por perdido. En este sentido el almendro es un árbol que lleva una vida de profeta.
También Jesús, como el profeta itinerante que fue, queda bien representado por el almendro. De hecho es muy difícil seguir a Jesús y no admirar a todos los profetas que le precedieron y todos los profetas que, después, le han seguido. Todos comparten una trayectoria muy similar y todos encuentran en la resurrección de Jesús un reconocimiento. Los que le precedieron encuentran confirmadas sus esperanzas, quienes le han seguido y le seguirán tienen ya anticipada la respuesta de Dios a sus problemas: Jesús también lo ha experimentado y Yo estaba con él.
Los creyentes han encontrado y encuentran en la resurrección de Jesús la respuesta de Dios a todo el sufrimiento de la humanidad. El mal y el dolor no tienen la última palabra. Y por eso todo creyente, si quiere, dispone de motivos suficientes para dar por hecho que todo acabará bien, para decir lo que haga falta sin vergüenza, para decidir sin dejarse dominar por el miedo y para vivir serenamente las dificultades... en definitiva, para llevar una vida de profeta.
Pero el paso de los días somete a un duro desgaste nuestra fe y no todo resulta tan fácil. Quizá por eso cada año vuelven las flores de almendro, para llenar los campos oscuros y solitarios de luz blanca y olor a miel, y desafiar una vez más al viento helado que baja de las montañas.