Hace tiempo pude observar en el puerto de Barcelona como zarpaba un ferry. Hacía ya bastante rato que sus motores estaban en marcha y un espeso humo salía de sus chimeneas. Aflojaron las amarras y las hélices empezaron a remover el agua con fuerza. Al principio su trabajo parecía inútil, fue tras insistir durante unos largos segundos que el barco empezó a moverse.
Es difícil decir en qué momento exacto zarpó el barco pues cuando empezó a desplazarse ya hacía un buen rato que muchas cosas estaban en movimiento. También las acciones que emprendemos nosotros empiezan a decidirse mucho antes del momento en que pensamos en ellas. Son el resultado de un proceso que sólo descubrimos cuando da lugar a las primeras consecuencias pero que ya hace tiempo que estaba en marcha.
Nuestra vida es un haz de procesos de crecimiento y ampliación, de búsqueda, de acercamiento e integración, así como de repetición, de fuga, de defensa o de repliegue que afectan a nuestro organismo, nuestros deseos e ideas, nuestra red de relaciones, nuestras acciones...
Son procesos que se producen tanto si pensamos en ellos como si no. De hecho podemos no saber dónde estaremos dentro de un año, ni siquiera dentro de una hora, podemos no saber ni cómo ni cuándo se inició un cierto cambio en nosotros... pero sabemos -o deberíamos saber- que estamos en marcha, que nos estamos moviendo y que todo lo que pasa con nuestra vida sucede porque nos encontramos en una dinámica de renovación constante.
Si prestamos atención, poco a poco podremos descubrir qué movimientos están en marcha ahora, adivinar cuál es el proceso que nos ha llevado a una determinada decisión y también prestar atención a este proceso antes de que nos lleve a tomar nuevas decisiones. En el cuidado y la atención que prestamos a los procesos es donde las personas ejercemos la libertad de elección. Podemos elegir con qué estamos de acuerdo y con qué no, y tomar la iniciativa en las decisiones que vendrán. De hecho si nos propusiéramos hacer algo que no estuviera arraigado en ninguno de estos procesos, no llegaríamos nunca a hacerlo realidad.
No importa cómo empezó un enamoramiento, o el interés por algún tema, o la mala leche que nos pueda dominar actualmente... Lo que podemos decidir, porque sí depende de nosotros, es si queremos mantenerlos y cómo hacerlo.
Cuando estamos atentos podemos ver que no todos los procesos son iguales y que debemos escoger. Necesitamos descubrir de todo aquello que la vida nos está proponiendo qué vale la pena realmente, descubrir entre muchas voces cuál es la voz de Dios. No somos responsables de todo lo que aparece en nuestra vida, sí somos responsables de elegir en qué aventura nos embarcamos.
Es difícil decir en qué momento exacto zarpó el barco pues cuando empezó a desplazarse ya hacía un buen rato que muchas cosas estaban en movimiento. También las acciones que emprendemos nosotros empiezan a decidirse mucho antes del momento en que pensamos en ellas. Son el resultado de un proceso que sólo descubrimos cuando da lugar a las primeras consecuencias pero que ya hace tiempo que estaba en marcha.
Nuestra vida es un haz de procesos de crecimiento y ampliación, de búsqueda, de acercamiento e integración, así como de repetición, de fuga, de defensa o de repliegue que afectan a nuestro organismo, nuestros deseos e ideas, nuestra red de relaciones, nuestras acciones...
Son procesos que se producen tanto si pensamos en ellos como si no. De hecho podemos no saber dónde estaremos dentro de un año, ni siquiera dentro de una hora, podemos no saber ni cómo ni cuándo se inició un cierto cambio en nosotros... pero sabemos -o deberíamos saber- que estamos en marcha, que nos estamos moviendo y que todo lo que pasa con nuestra vida sucede porque nos encontramos en una dinámica de renovación constante.
Si prestamos atención, poco a poco podremos descubrir qué movimientos están en marcha ahora, adivinar cuál es el proceso que nos ha llevado a una determinada decisión y también prestar atención a este proceso antes de que nos lleve a tomar nuevas decisiones. En el cuidado y la atención que prestamos a los procesos es donde las personas ejercemos la libertad de elección. Podemos elegir con qué estamos de acuerdo y con qué no, y tomar la iniciativa en las decisiones que vendrán. De hecho si nos propusiéramos hacer algo que no estuviera arraigado en ninguno de estos procesos, no llegaríamos nunca a hacerlo realidad.
No importa cómo empezó un enamoramiento, o el interés por algún tema, o la mala leche que nos pueda dominar actualmente... Lo que podemos decidir, porque sí depende de nosotros, es si queremos mantenerlos y cómo hacerlo.
Cuando estamos atentos podemos ver que no todos los procesos son iguales y que debemos escoger. Necesitamos descubrir de todo aquello que la vida nos está proponiendo qué vale la pena realmente, descubrir entre muchas voces cuál es la voz de Dios. No somos responsables de todo lo que aparece en nuestra vida, sí somos responsables de elegir en qué aventura nos embarcamos.