miércoles, 3 de abril de 2013

El perro guía

Ayer en el autobús viajaba un perro guía. El animal estaba tumbado tranquilamente a los pies de su dueña y no se apartó de ella en ningún momento: ni cuando un pasajero tropezó con su cola, ni cuando un niño intentó ofrecerle un pedazo de su merienda que el perro se quedó mirando. Sólo se movió cuando su propietaria se puso en pié y él la acompañó hasta la puerta.
Los perros lazarillo no van donde ellos desean sino allí donde la persona ciega que guían quiere ir. La fe funciona también así: hace posible que la persona encuentre lo que busca, aunque sin la voluntad de búsqueda de la persona la fe no tendría ninguna utilidad.
La fe no inventa nada, lo descubre. La fe es una forma concreta de mirar, de leer, de interpretar lo mismo que todo el mundo ve y oye. Con la fe se descubren detalles, rastros o pistas que no se perciben a simple vista, al igual que el oído o el olfato de los perros perciben datos de nuestro mundo que a nosotros se nos escapan.
La fe nos abre los ojos a una nueva perspectiva sobre la realidad, a una percepción abierta de los acontecimientos. Muchas veces en los evangelios los discípulos de Jesús son comparados con los ciegos. Son incapaces de ver más allá de lo que siempre se ha dicho o de lo que todo el mundo da por sabido. La mirada de Jesús ensancha el horizonte: la persona es más importante que los ritos, los marginados pueden superar su situación, Dios es Padre también de los extranjeros... Una mirada atenta, como la de Jesús, descubre nuevas posibilidades allí donde muchos sólo perciben limitaciones.
La fe es un regalo, como tener una buena forma física o habilidad para resolver problemas matemáticos. Pero también es resultado de un trabajo de entrenamiento. La sensibilidad que da la fe no se despierta fácilmente y es necesario un aprendizaje. Jesús, por ejemplo, siguió de joven a Juan Bautista. Pero, pasado el tiempo de formación, uno mismo debe abrir los ojos y actuar de acuerdo con lo que ve.
La fe es mirar siempre más allá y darse cuenta de que es insuficiente todo lo que ya se sabe o se tiene o se está haciendo. Y, por ello, tener fe es luchar constantemente para dejar un espacio abierto a lo que podría llegar a ser aunque aún no se vea claramente: acoger las sorpresas, aceptar los retos, redescubrir caminos ya hechos, esperar sin desfallecer, poner confianza... y avanzar a pesar de la propia ceguera y las dudas que siempre nos provocará.