sábado, 18 de mayo de 2013

El grifo

En casa el grifo de la cocina pierde agua. El tubo de salida no queda bien ajustado y la presión del agua hace que se salga por los lados. Este modelo ya no se fabrica y no se encuentran piezas de repuesto, habrá que buscar alguna solución.
Durante siglos parece que sólo se ha tenido confianza en un único canal para decidir qué hacer dentro de la comunidad cristiana. Todo debía circular por un único conducto: el clero. No resulta difícil ver que la vida de la comunidad es mucho más rica y variada y que, por suerte, de las personas más diversas nacen también iniciativas valiosas.
Esta visión restrictiva y, aún hoy, dominante sobre quién es autoridad en la Iglesia es la causa, entre otras, del alejamiento de muchos creyentes.
Al principio la autoridad estuvo relacionada con el hecho de haber conocido a Jesús: los que habían convivido con él se convirtieron en las personas de referencia dentro de las primeras comunidades. Igualmente más adelante aquellas personas que la comunidad sentía que habían retomado fielmente la experiencia de Jesús -por su radicalidad, por su testimonio hasta la muerte- se convirtieron también en un modelo a seguir.
La autoridad no es una posición o un cargo, es la capacidad de abrir caminos hasta Jesús y seguirle. La autoridad está unida a la sabiduría para encontrar cómo hacer presente aquí y ahora la voz y el gesto de Jesús. Y si la comunidad no vive pendiente de las necesidades de las personas, de actualizar la presencia de Jesús, la comunidad no vive.
Por eso, cuando se trata de decidir qué hacer, todas las voces dentro de la comunidad son, al menos potencialmente, la voz de Jesús y deben poder ser escuchadas. De hecho nadie por sí mismo no puede llegar a abarcar en toda su dimensión la riqueza de Jesús. El valor universal de la persona de Jesús radica en esto: que a pesar de ser el mismo siempre, en nuevos contextos y nuevas situaciones es capaz de despertar nuevas respuestas. En los grupos, en las comunidades y en general en la Iglesia ninguna voz única llega a representar de forma suficiente Jesús.
No se trata de plantear que el sacerdocio no sea la voz de Dios, sino que todos los demás miembros de la comunidad, presten el servicio que presten, también son igualmente voces autorizadas. No se entendería que hubiera servidores de primera y servidores de segunda. En todo caso hay quien sirve a la comunidad y quien sólo se sirve a él mismo. La autoridad, como ya se ha dicho, es la capacidad de aportar no la de retener y ser depósito, presa, tapón o grifo. Ningún otro signo nos permite finalmente discernir la auténtica autoridad de la falsa.