domingo, 5 de mayo de 2013

La habitación vacía

Este fin de semana hemos sacado los muebles de la habitación de Juan para pintar las paredes. La habitación vacía produce una sensación extraña: la voz resuena y parece más espaciosa. Pero una vez terminado el trabajo, con todos los muebles otra vez en su sitio, observando todo lo que ha cabido y el espacio que queda libre, todavía se ve más grande.
La auténtica dimensión de un espacio se descubre cuando intentamos llenarlo. La inmensidad del cielo se hace más evidente cuando está ocupado por grandes nubarrones o cuando en una noche clara lo descubrimos poblado de estrellas. También la inmensidad de Dios es una inmensidad llena.
No es suficiente para entender algo de Dios insistir en que Él está más allá de todo, que no se puede identificar con ninguna realidad concreta y que todo lo que podemos decir de Él es más inexacto que no acertado... Todo esto es importante pero no lo es todo.
Sí que de vez en cuando conviene vaciar el concepto que tenemos de Dios para evitar que se llene de falsas seguridades, pero Dios es también presencia y proximidad. Y antes de decir Dios no está aquí, hay que empezar por decir Dios puede estar aquí y aquí y aquí y aquí... Primero hay que acoger y confiar, la crítica -imprescindible- vendrá después.
Sentimientos, gestos, canciones, modas, lugares, tradiciones, errores... todo puede ser camino para encontrar a Dios. A través de la naturaleza, de hechos y de situaciones, pero sobre todo a través de personas y grupos, podemos descubrir su presencia.
Dios está infinitamente lejos, ninguna experiencia ni ningún concepto puede abarcarlo, es como el horizonte que siempre huye cuando nos acercamos a él. Pero al mismo tiempo este horizonte forma parte de nuestro paisaje cotidiano, está presente en toda nuestra vida y levantando la mirada hacia el horizonte nos ponemos en camino. El horizonte es lejano y presente al mismo tiempo, es ahora y aquí deseo de ensanchamiento y de crecimiento, es llamada a salir de las cuatro paredes con que querríamos protegernos. Dios interviene ampliando nuestras perspectivas, ensanchando nuestro mundo, renovando nuestra mirada.
El horizonte es un abrazo inmenso que lo suma, lo reúne, lo abarca todo: personas, animales, plantas y objetos sin dejar nada fuera. Desde la perspectiva de Dios todo cabe, creer en Él es mirar cada cosa y cada persona pensando también cabe.
Dios es una inmensidad llena, una grandeza capaz de integrarlo todo. Creer en Él es no tener miedo a integrar, a sumar, a acoger... que nada ni nadie estropee nuestra capacidad de abrazar.