Hay días que se acumula un montón de ropa
limpia lista para guardar sobre la mesa del comedor: camisetas,
pantalones, sudaderas, bragas, calcetines... No siempre es fácil
reconocer de quién es cada prenda y los calcetines, o alguna camiseta, a
veces cambian de propietario por un tiempo. Alguien se queja: ¡Esto no
me cabe! Otros ni se dan cuenta.
Rezar con los salmos o con otras oraciones bíblicas es como ponerse una ropa antigua que en su momento se hizo a medida para alguien. Con este traje puesto es imposible permanecer indiferente: o bien te sientes extraño como si te apretara o su tacto te irrita la piel, o puedes experimentar con sorpresa que parece hecho expresamente para ti.
Cuando lees Dios mío Tú eres mi Dios... o cuando repites Padre nuestro... tus sentimientos se visten con las palabras de otros y de golpe te encuentras diciendo cosas que no habrías sabido decir per ti mismo. Rezar siguiendo la voz de otras personas es una forma de aprender a orar. Las palabras te llevan a lugares o situaciones en las que si por ti fuera no habrías ido a parar nunca. Te ayudan a expresar tu mundo interior y al mismo tiempo te dirigen en una dirección en la que es posible encontrar a Dios.
Las palabras no son sólo palabras, son los vestidos con los que se presentan las sensaciones, los recuerdos o los deseos y, en el momento adecuado, tienen la capacidad de darles forma y presencia: son un vestido de fiesta, o uno de luto, o ropa de abrigo... en un momento de alegría, de pena o de soledad. Las palabras no sólo dicen sino que hacen: interpretan la experiencia y le dan un cierto sentido.
Mientras repites alguna de estas oraciones también te das cuenta de que aunque los sentimientos que experimentas sean profundamente tuyos y únicos... son a la vez compartidos por quienes los han rezado antes que tú. Notas entonces como tu perspectiva sobre la vida se ensancha y adivinas que muchas personas podrían entender perfectamente lo que estás viviendo y que podría existir realmente una simpatía o una complicidad universal.
Repetir las palabras de un peregrino cansado o las de un grupo que acaba de recuperar la libertad pero, sobre todo, las de Jesús te permite meterte en su piel y acercarte a los rincones más profundos de su ser. Y así, lentamente, son las palabras de Jesús las que van dando forma a tu experiencia. Lentamente te van acercando a su forma de ser. Lentamente, si te dejas, las palabras te van haciendo cada vez más a su imagen y vas convirtiéndose en una nueva creación... no ya por decisión de otro sino con tu consentimiento y tu búsqueda.
Rezar con los salmos o con otras oraciones bíblicas es como ponerse una ropa antigua que en su momento se hizo a medida para alguien. Con este traje puesto es imposible permanecer indiferente: o bien te sientes extraño como si te apretara o su tacto te irrita la piel, o puedes experimentar con sorpresa que parece hecho expresamente para ti.
Cuando lees Dios mío Tú eres mi Dios... o cuando repites Padre nuestro... tus sentimientos se visten con las palabras de otros y de golpe te encuentras diciendo cosas que no habrías sabido decir per ti mismo. Rezar siguiendo la voz de otras personas es una forma de aprender a orar. Las palabras te llevan a lugares o situaciones en las que si por ti fuera no habrías ido a parar nunca. Te ayudan a expresar tu mundo interior y al mismo tiempo te dirigen en una dirección en la que es posible encontrar a Dios.
Las palabras no son sólo palabras, son los vestidos con los que se presentan las sensaciones, los recuerdos o los deseos y, en el momento adecuado, tienen la capacidad de darles forma y presencia: son un vestido de fiesta, o uno de luto, o ropa de abrigo... en un momento de alegría, de pena o de soledad. Las palabras no sólo dicen sino que hacen: interpretan la experiencia y le dan un cierto sentido.
Mientras repites alguna de estas oraciones también te das cuenta de que aunque los sentimientos que experimentas sean profundamente tuyos y únicos... son a la vez compartidos por quienes los han rezado antes que tú. Notas entonces como tu perspectiva sobre la vida se ensancha y adivinas que muchas personas podrían entender perfectamente lo que estás viviendo y que podría existir realmente una simpatía o una complicidad universal.
Repetir las palabras de un peregrino cansado o las de un grupo que acaba de recuperar la libertad pero, sobre todo, las de Jesús te permite meterte en su piel y acercarte a los rincones más profundos de su ser. Y así, lentamente, son las palabras de Jesús las que van dando forma a tu experiencia. Lentamente te van acercando a su forma de ser. Lentamente, si te dejas, las palabras te van haciendo cada vez más a su imagen y vas convirtiéndose en una nueva creación... no ya por decisión de otro sino con tu consentimiento y tu búsqueda.