lunes, 30 de diciembre de 2013

Fractura

Juan, mi hijo, decidió saltar unas escaleras con su monopatín, una rueda le quedó atascada y salió disparado hacia delante. Fractura parcial de clavícula decía el informe médico. Al principio estaba muy contento de tener una nueva herida de la que hablar, pero poco a poco se fue desanimando porque le dolía y no podía jugar a nada. Después de tres semanas con el brazo inmovilizado y tres más sin hacer deporte todo ha vuelto a la normalidad, a su edad una fractura no es problema.
A menudo las causas de una rotura o de una división son la mar de simples y las soluciones no muy complicadas... aunque tienen un coste. No querer reconocer el daño que nos hace o el miedo a tener que ceder, suele hacer que la situación se mantenga indefinidamente y la solución de la fractura se alargue meses o años.
Cuando un gesto, una palabra, una mirada nos abre el camino de la reconciliación percibimos claramente hasta qué punto estábamos necesitados de reencontrarnos. Hay mil caminos sencillos para quien está dispuesto a reconciliarse, sólo hay que dejarse llevar.
La reconciliación entre personas, entre grupos sociales o étnicos, incluso con uno mismo y la propia historia, también con Dios... podría resumir muy bien el contenido de todo el Evangelio, el sentido del Reino y toda la vida de Jesús. Reincorporar a los marginados en la sociedad, ayudar a las personas a recuperarse de las heridas recibidas, hacer del perdón un elemento clave de las relaciones personales, acoger tanto a judíos como a paganos, dirigirse a un Dios de amor más que de condena... son algunos de los caminos que recorre Jesús.
Un reto de este alcance no queda ni por asomo bien representado por la práctica de un único sacramento y menos en formato individual, hay una gran cantidad de gestos más que pueden servir para este fin. Y de hecho el principal sacramento de la reconciliación debe de ser sentarse todos juntos alrededor de la mesa con los hermanos, atentos a hacer llegar el pan a quien no lo tiene, celebrando un Dios cercano que se deja encontrar en las cosas más sencillas.
Jesús mismo es, desde el punto de vista creyente, la reconciliación en persona: la sorprendente posibilidad de que convivan simultáneamente la identidad personal de un judío del siglo I y la imagen que tiene Dios de toda la humanidad, las acciones concretas de tres o cuatro años de predicación y el misterio inalcanzable de un Dios que lo ha hecho todo, unas cuantas palabras o muchas, aunque limitadas, y el saber infinito...
En la clavícula de Juan el punto donde se había producido la fractura aún se nota, ha quedado un pequeño bulto, pero las dos partes del hueso están unidas, según dicen los expertos, más sólidamente que antes. Así aún es posible identificar en buena medida cada fragmento pero es que la reconciliación no anula las diferencias, ni mezcla, ni confunde, ni suprime nada sino que construye puentes.