Salí de excursión con mis hijos y mis
sobrinos. Sobre el papel la ruta parecía muy evidente pero a partir de
cierto punto no había un camino claro y atajamos en línea recta por la
pendiente hasta encontrar un paso. Una vez arriba vimos que se podía
llegar por tres caminos diferentes.
Las explicaciones, por detalladas que sean, sólo son una aproximación. El auténtico conocimiento lo da la experiencia. Demasiado a menudo en cuestiones de fe la gente se conforma con cuatro instrucciones aparentemente claras en vez de querer profundizar. También suele ser habitual que cuando las instrucciones fallan se abandone la fe... como si al estropearse la cerradura de la puerta de nuestra casa decidiéramos cambiar de domicilio.
Un cristianismo aceptado socialmente propició en el pasado una progresiva simplificación de la fe. Y hoy todavía no tenemos una conciencia clara de qué es importante y qué no en cuestiones de fe. Es necesario, pues, ir a las raíces y recuperar la experiencia de fe con toda su profundidad, sin preocuparnos por cómo nos organizamos o qué se debe celebrar tal día. Y para ello habrá que aprender de nuestra historia, de la historia concreta de las personas que han vivido la fe, de los miles de santos anónimos que han seguido a Jesús.
Observando las personas que a lo largo de los siglos han seguido las líneas de trabajo de Jesús se adivinan diversos núcleos de experiencia significativos. Un núcleo se encuentra en la lucha por la justicia, la denuncia de la marginación y el trabajo por la promoción humana, la construcción de la paz, el cuidado de la salud y la educación. Otro es la experiencia de vida en común, en grupos de reflexión o de oración, en pequeñas comunidades, en la vida parroquial, en comunidades religiosas y en monasterios, en movimientos y asociaciones, en encuentros y celebraciones. Un tercer camino es la búsqueda de Dios desde el silencio, profundizando en uno mismo, con el estudio, la oración, la meditación...
No es posible encontrar ni seguir a Jesús en abstracto. Él se encuentra siempre encarnado en contextos y experiencias concretas. O bien encuentro a Jesús en mí, o bien lo encuentro en la comunidad o bien lo encuentro en los pobres de nuestro mundo. Sin rehacer la experiencia de Jesús no es posible conocerle, ni entenderle, ni seguirle.
Fuera de estos núcleos de experiencia no hay fe cristiana posible, ni tampoco auténtica Iglesia. Las diversas líneas de trabajo son, en realidad, una red de caminos que están interconectados y unos llevan a otros y, al final, todos llegan a Jesús. En cualquier caso sin pisar ningún camino, ni perderse ni sufrir algún rasguño es imposible encontrarlo.
Las explicaciones, por detalladas que sean, sólo son una aproximación. El auténtico conocimiento lo da la experiencia. Demasiado a menudo en cuestiones de fe la gente se conforma con cuatro instrucciones aparentemente claras en vez de querer profundizar. También suele ser habitual que cuando las instrucciones fallan se abandone la fe... como si al estropearse la cerradura de la puerta de nuestra casa decidiéramos cambiar de domicilio.
Un cristianismo aceptado socialmente propició en el pasado una progresiva simplificación de la fe. Y hoy todavía no tenemos una conciencia clara de qué es importante y qué no en cuestiones de fe. Es necesario, pues, ir a las raíces y recuperar la experiencia de fe con toda su profundidad, sin preocuparnos por cómo nos organizamos o qué se debe celebrar tal día. Y para ello habrá que aprender de nuestra historia, de la historia concreta de las personas que han vivido la fe, de los miles de santos anónimos que han seguido a Jesús.
Observando las personas que a lo largo de los siglos han seguido las líneas de trabajo de Jesús se adivinan diversos núcleos de experiencia significativos. Un núcleo se encuentra en la lucha por la justicia, la denuncia de la marginación y el trabajo por la promoción humana, la construcción de la paz, el cuidado de la salud y la educación. Otro es la experiencia de vida en común, en grupos de reflexión o de oración, en pequeñas comunidades, en la vida parroquial, en comunidades religiosas y en monasterios, en movimientos y asociaciones, en encuentros y celebraciones. Un tercer camino es la búsqueda de Dios desde el silencio, profundizando en uno mismo, con el estudio, la oración, la meditación...
No es posible encontrar ni seguir a Jesús en abstracto. Él se encuentra siempre encarnado en contextos y experiencias concretas. O bien encuentro a Jesús en mí, o bien lo encuentro en la comunidad o bien lo encuentro en los pobres de nuestro mundo. Sin rehacer la experiencia de Jesús no es posible conocerle, ni entenderle, ni seguirle.
Fuera de estos núcleos de experiencia no hay fe cristiana posible, ni tampoco auténtica Iglesia. Las diversas líneas de trabajo son, en realidad, una red de caminos que están interconectados y unos llevan a otros y, al final, todos llegan a Jesús. En cualquier caso sin pisar ningún camino, ni perderse ni sufrir algún rasguño es imposible encontrarlo.