sábado, 27 de octubre de 2018

En desacuerdo con el dolor

Recibir, acoger, aceptar, integrar, asumir... no significa estar de acuerdo. Hay una situación en la que esta distinción resulta especialmente importante: el dolor. No aceptar el dolor es, a menudo, una manera de hacer más grande el sufrimiento. No tenemos otro remedio pues que asumir que el dolor forma parte de nuestra vida. Pero esto no quiere decir que sufrir sea bueno. Ciertamente el dolor puede hacernos madurar, ayudarnos a abrir los ojos, acercarnos a otras personas que también sufren pero no tiene ningún sentido buscarlo expresamente.
Asumir el dolor significa, en primer lugar, no esconderlo. No puedes ocultar a los niños la muerte de un abuelo, ni negar el dolor que sientes sin provocar, a la larga, un dolor aún mayor, un choque aún más duro con la realidad. Hay que darse tiempo para hacer el proceso de duelo, de aceptación de la fragilidad y de nuestras limitaciones, y cuando sea posible, de descubrimiento de aspectos positivos. Seguramente la prueba más dura para nuestra madurez como personas es esta: aprender a convivir con el dolor. Cuando antes te pongas a ello mejor.
El duelo pide silencio. O mejor dicho, seguir un proceso de aquietamiento. Es necesario silenciar las explicaciones, las justificaciones, los razonamientos y sobre todo dejar de preocuparse con quién tiene la culpa del dolor que sientes. En el dolor hay mucha violencia y mucho rabia escondidas, por nuestras ilusiones rotas, por la impotencia que sentimos ante el mal, por la pérdida de alguien que amamos, del que nos hemos alejado o que hemos perdido para siempre... El aquietamiento es necesario para no introducir más violencia.
Hay particularmente una manera de responder al dolor que, a pesar de esconder una buena dosis de agresividad, a menudo se ha considerado buena e incluso necesaria: buscar a los culpables. Pero esto no hace más que encender la ira contra ti o contra otra persona. Sí, tal vez haya algún culpable de tu mal pero saber quién es o hacérselo lo pagar no te va a servir para superar tu malestar. El silencio cura, ir a la caza y captura de culpables no.
Para dejar que las heridas se curen mínimamente, hay que dejar sin  argumentos al dolor tanto como sea posible y velar cuidadosamente para no contribuir a crear nuevo dolor. Reaccionar generando más sufrimiento es darle la razón al dolor y, es caer en una dinámica perversa, una repetición absurda, que hace imposible cualquier curación.
¿Quién pecó para que naciera ciego? preguntan los discípulos a Jesús. Es decir, además del mal que vemos, la ceguera, habrá más mal que no vemos: unos padres irresponsables, un Dios vengador que todo lo castiga... La respuesta de Jesús es que no hay pecado, que no hay culpables. Con esta respuesta ataca cualquier pretensión de justificar religiosamente el sufrimiento, de plantear que Dios ejerce violencia o la alimenta, o que alguien merezca pasárselo mal. Es una posición tan radical y seria que muchos cristianos aún hoy no han llegado a asimilarla. El mal existe, pero sería imperdonable contribuir de alguna manera a hacerlo más grande y no trabajar con todas nuestras fuerzas para paliarlo.
Culpabilizar alguien o ti misma es una forma de amplificar el dolor y de alimentar la rabia y la frustración. Es una reacción irracional y destructiva. De hecho es una responsabilidad mal entendida. No se trata ni de ignorar, ni de olvidar el dolor y sus causas, hay que conocerlas y combatirlas pero no por venganza, ni para dar salida a nuestra rabia. Sólo si hacemos callar las voces que ante la violencia piden más violencia podemos cuidar de la vida y no destruir la alegría y la bondad que la vida también contiene.

domingo, 21 de octubre de 2018

Misterio

En tiempos de Jesús todo lo que resultaba desconocido o era imposible de controlar -enfermedades, aguaceros, guerras- se consideraba que era cosa de Dios (o del demonio). Hoy la ciencia ha encontrado explicación para muchas de estas cuestiones que hasta hace poco eran un misterio y, por este motivo, mucha gente ha llegado a la conclusión de que Dios es inútil.
Con todo el respeto por la ciencia, hay que decir que existe un buen número de cuestiones importantes que no tienen una solución científica y que siguen, y seguirán, pendientes de respuesta. Se trata principalmente de preguntas personales o morales: ¿qué debo hacer con mi vida?, ¿porque amo tal persona y no tal otra?, ¿cómo es que este conflicto no se resuelve?, ¿porque soy así y no de otra manera?...
A pesar de los avances científicos siguen existiendo pues muchos misterios sin respuesta. Son temas pendientes que en un momento u otro te harán sentir incómoda. Pero pensar, como mucha gente del siglo I, que Dios es la solución de todo no es la idea de Jesús. De hecho, tal vez es una suerte que la creencia en un Dios mágico esté en crisis porque esto nos obliga a profundizar en cómo debemos tratar los misterios y considerar la posibilidad de que Dios hable a través del silencio o de la ausencia de respuestas.
Jesús critica a los predicadores que pretenden dar soluciones para tranquilizar a la gente: Os dirán el mesías está aquí o está allí. No les hagáis caso! No hay soluciones fáciles. También en un momento dado Jesús deja de hacer milagros y se retira con sus discípulos porque ve que la gente no está haciendo caso de su mensaje.
Así pues si tú has decidido creer en Dios y darle la oportunidad de existir, vigila no te hagas ilusiones pensando que Él responderá a todas tus preguntas. Aunque es molesto no entender algunas situaciones que son importantes para ti, piensa que quizá valoramos demasiado el hecho de entender y a menudo querer o contar con alguien es aceptarle sin entenderle del todo.
A algunas personas la presencia molesta de interrogantes les empuja a huir hacia delante en busca de alguna satisfacción que tape o ensordezca sus preocupaciones: una comida copiosa ayuda a superar cualquier disgusto, tener un buen sueldo tranquiliza, mandar sobre otras personas refuerza la autoestima, cumplir sus mandamientos nos asegura que Dios no se va a enfadar con nosotros… El Dios de Jesús se hace presente a través de los interrogantes que ponen en crisis nuestras seguridades.
Vivir es saber acoger las dudas y las molestias que dejan al descubierto las insuficiencias de nuestro mundo y no intentar esconderlas con falsas soluciones. Es un reto para cualquier persona responsable, sea creyente o no, asumir los interrogantes que le rodean y no darles la espalda.
El silencio de Dios ante estas situaciones que nos ponen en cuestión puede ser un grito sin palabras que te invita a no quedarte quieta y probar de dar algún tipo de respuesta. No se trata tanto de que lo entiendas o encuentres una buena explicación científica o teológica, sino que pruebes tú de hacer algo.

sábado, 13 de octubre de 2018

Raíces

Jesús era judío y es imposible entender su personalidad sin conocer la cultura y la religión en las que fue educado y sin identificar los principales rasgos de la época histórica en que vivió. Por ejemplo, sabía leer, como un buen grupo de sus contemporáneos. Entre nosotros, en cambio, el analfabetismo será bastante significativo hasta principios del siglo XX!
Creció en una cultura religiosa milenaria que había aprendido a seguir Dios por el desierto, que también tenía bastante claro todo lo que no era Dios, que le enseñó a orar y a buscar los deseos de este Dios, su voluntad, principalmente en cuanto a la justicia y el bien de todos. Aprendió también a luchar por defender su identidad religiosa ante las costumbres extranjeras o de los abusos de sus líderes. Igualmente ama y conoce bien su país, la tierra que pisa, los campos que florecen en primavera y los cuervos que se alimentan en ellos; y también las ciudades y pueblos donde tiene amigos a los que visitar.
Jesús no empieza de cero, tiene como base una cultura, unas costumbres, una sociedad, una religión y unos precedentes a los que seguir.
Sus discursos y parábolas están profundamente arraigados en los intereses y preocupaciones de su tiempo: la situación económica con préstamos, deudas e impuestos o el crecimiento de los productos de la huerta y los trabajadores que hacen la cosecha, o la construcción de casas y de pozos... Forma parte del grupo social de la gente humilde y eso también lo define: ¿y éste quién es? preguntan algunos.
Para seguir a Jesús hay que tener los pies en el suelo. Es imprescindible para entenderlo bien darse cuenta de su profundo arraigo cultural, histórico, social y geográfico. No es un extraño, ni una persona sin país, ni tradiciones, ni retos, ni proyectos políticos. Algunos creen que podría haber vivido al margen de todo esto y que si habló de temas significativos para la gente del siglo I sólo fue para hacerse entender. Jesús no es un fantasma que habla de parte de Dios. Es de carne y hueso: tiene hambre, tiene sed, se duerme, se enfada... como nosotros. Por eso tiene cosas que decir sobre nuestra hambre o nuestras preocupaciones. Su vida es real y esto significa concreta históricamente, socialmente, religiosamente.
La fe de verdad siempre se desarrolla en un ambiente concreto, es una experiencia arraigada en la vida real que madura gracias a las complicaciones que se encuentra. La fe no te separa del mundo sino que te mete más a fondo en él, te compromete, te ata estrechamente a la realidad. Por eso debes recordar que una fe que no te lleve nunca a situaciones de conflicto o que no te plantee dudas no es una fe auténtica. La fe se vive en el día a día, mezclada con mil situaciones y circunstancias, junto a personas que la aprecian y otras que la critican, pero, poco a poco, es capaz de transformar el entorno donde está arraigada porque lo ama.

martes, 2 de octubre de 2018

Los otros

Jesús se presenta en Cafarnaúm y en poco tiempo su fama se extiende por todas partes. Pero se trata de una fama ambigua. Las malas lenguas le acusan de ir acompañado de pecadores y de mujeres de mala reputación, de hablar con extranjeros, de prestar atención a personas que la sociedad rechaza, de tocar enfermos y cadáveres, lo que le hace impuro, de tener unos discípulos poco escrupulosos con la Ley... su familia considera que no está bien de la cabeza y las autoridades lo miran con recelo. No parece nada recomendable ir con Él.
El primer movimiento de Jesús siempre es de acercamiento, de confianza, de aceptación de todos, de acogida... No pone barreras ni condiciones en sus encuentros con la gente. También se sienta a la mesa con escribas que lo quieren conocer. Esta dinámica la mantuvieron las primeras comunidades cristianas que integraban todo tipo de personas y que se abrieron con relativa facilidad a los no judíos.
Y tú, ¿cómo lo ves? ¿Te imaginas tu casa llena de refugiados o de enfermos? ¿O deteniéndote por la calle para hablar con todos los que te encuentras: un abuelo solitario, un sintecho, un inmigrante que ha recibido una carta del juzgado y no sabe qué hacer, un mendigo, un vendedor ambulante? Prueba de hacerlo alguna vez, es una buena manera de entender Jesús y de descubrir quiénes son los otros.
La cuestión es que te mantengas activa en la lucha contra las barreras que se suelen instalar entre las personas. ¿Por qué ante una persona desconocida la respuesta más normal debe ser mantener las distancias? Está claro que no podemos ser amigos de todo el mundo, ni cuidar de todas las personas que nos encontramos a lo largo del día. Pero, ¿no es una tontería muy grande pensar que somos enemigos de alguien que no conocemos y que cada persona que nos encontramos es un peligro del que hay que defenderse?
Antes de conocer a alguien no sabes cómo tratarlo, tampoco sabes cómo reaccionará la gente que hace tiempo que no ves. En este momento cero del encuentro sólo te puedes guiar por lo que tú crees: confías o te dejas llevar por el miedo. En cada encuentro tú a tú en el ascensor, en el metro o en el trabajo, pero también en reuniones familiares o con tus amigos se juega esta partida. Al final, si vas dejando que el miedo te imponga su criterio cualquier relación se vuelve imposible.
El miedo nos derrota más de una vez, por eso debemos hacerle frente siempre que podamos, por eso tenemos necesidad de defender que cualquier desconocido es potencialmente bueno y amigable. Porque una cosa es reconocer y aceptar que tenemos miedo y, otra bien distinta, es dejar que él tenga la última palabra sobre nuestras relaciones.
Cuando Jesús se presenta a los discípulos de noche y por sorpresa les dice no tengáis miedo... ni buenas noches, ni la paz sea con vosotros. Para empezar bien lo primero es dejar el miedo de lado.