Jesús se presenta en Cafarnaúm y en poco tiempo su fama se
extiende por todas partes. Pero se trata de una fama ambigua. Las malas
lenguas le acusan de ir acompañado de pecadores y de mujeres de mala
reputación, de hablar con extranjeros, de prestar atención a personas
que la sociedad rechaza, de tocar enfermos y cadáveres, lo que le hace
impuro, de tener unos discípulos poco escrupulosos con la Ley... su
familia considera que no está bien de la cabeza y las autoridades lo
miran con recelo. No parece nada recomendable ir con Él.
El primer movimiento de Jesús siempre es de acercamiento, de confianza, de aceptación de todos, de acogida... No pone barreras ni condiciones en sus encuentros con la gente. También se sienta a la mesa con escribas que lo quieren conocer. Esta dinámica la mantuvieron las primeras comunidades cristianas que integraban todo tipo de personas y que se abrieron con relativa facilidad a los no judíos.
Y tú, ¿cómo lo ves? ¿Te imaginas tu casa llena de refugiados o de enfermos? ¿O deteniéndote por la calle para hablar con todos los que te encuentras: un abuelo solitario, un sintecho, un inmigrante que ha recibido una carta del juzgado y no sabe qué hacer, un mendigo, un vendedor ambulante? Prueba de hacerlo alguna vez, es una buena manera de entender Jesús y de descubrir quiénes son los otros.
La cuestión es que te mantengas activa en la lucha contra las barreras que se suelen instalar entre las personas. ¿Por qué ante una persona desconocida la respuesta más normal debe ser mantener las distancias? Está claro que no podemos ser amigos de todo el mundo, ni cuidar de todas las personas que nos encontramos a lo largo del día. Pero, ¿no es una tontería muy grande pensar que somos enemigos de alguien que no conocemos y que cada persona que nos encontramos es un peligro del que hay que defenderse?
Antes de conocer a alguien no sabes cómo tratarlo, tampoco sabes cómo reaccionará la gente que hace tiempo que no ves. En este momento cero del encuentro sólo te puedes guiar por lo que tú crees: confías o te dejas llevar por el miedo. En cada encuentro tú a tú en el ascensor, en el metro o en el trabajo, pero también en reuniones familiares o con tus amigos se juega esta partida. Al final, si vas dejando que el miedo te imponga su criterio cualquier relación se vuelve imposible.
El miedo nos derrota más de una vez, por eso debemos hacerle frente siempre que podamos, por eso tenemos necesidad de defender que cualquier desconocido es potencialmente bueno y amigable. Porque una cosa es reconocer y aceptar que tenemos miedo y, otra bien distinta, es dejar que él tenga la última palabra sobre nuestras relaciones.
Cuando Jesús se presenta a los discípulos de noche y por sorpresa les dice no tengáis miedo... ni buenas noches, ni la paz sea con vosotros. Para empezar bien lo primero es dejar el miedo de lado.
El primer movimiento de Jesús siempre es de acercamiento, de confianza, de aceptación de todos, de acogida... No pone barreras ni condiciones en sus encuentros con la gente. También se sienta a la mesa con escribas que lo quieren conocer. Esta dinámica la mantuvieron las primeras comunidades cristianas que integraban todo tipo de personas y que se abrieron con relativa facilidad a los no judíos.
Y tú, ¿cómo lo ves? ¿Te imaginas tu casa llena de refugiados o de enfermos? ¿O deteniéndote por la calle para hablar con todos los que te encuentras: un abuelo solitario, un sintecho, un inmigrante que ha recibido una carta del juzgado y no sabe qué hacer, un mendigo, un vendedor ambulante? Prueba de hacerlo alguna vez, es una buena manera de entender Jesús y de descubrir quiénes son los otros.
La cuestión es que te mantengas activa en la lucha contra las barreras que se suelen instalar entre las personas. ¿Por qué ante una persona desconocida la respuesta más normal debe ser mantener las distancias? Está claro que no podemos ser amigos de todo el mundo, ni cuidar de todas las personas que nos encontramos a lo largo del día. Pero, ¿no es una tontería muy grande pensar que somos enemigos de alguien que no conocemos y que cada persona que nos encontramos es un peligro del que hay que defenderse?
Antes de conocer a alguien no sabes cómo tratarlo, tampoco sabes cómo reaccionará la gente que hace tiempo que no ves. En este momento cero del encuentro sólo te puedes guiar por lo que tú crees: confías o te dejas llevar por el miedo. En cada encuentro tú a tú en el ascensor, en el metro o en el trabajo, pero también en reuniones familiares o con tus amigos se juega esta partida. Al final, si vas dejando que el miedo te imponga su criterio cualquier relación se vuelve imposible.
El miedo nos derrota más de una vez, por eso debemos hacerle frente siempre que podamos, por eso tenemos necesidad de defender que cualquier desconocido es potencialmente bueno y amigable. Porque una cosa es reconocer y aceptar que tenemos miedo y, otra bien distinta, es dejar que él tenga la última palabra sobre nuestras relaciones.
Cuando Jesús se presenta a los discípulos de noche y por sorpresa les dice no tengáis miedo... ni buenas noches, ni la paz sea con vosotros. Para empezar bien lo primero es dejar el miedo de lado.