sábado, 13 de octubre de 2018

Raíces

Jesús era judío y es imposible entender su personalidad sin conocer la cultura y la religión en las que fue educado y sin identificar los principales rasgos de la época histórica en que vivió. Por ejemplo, sabía leer, como un buen grupo de sus contemporáneos. Entre nosotros, en cambio, el analfabetismo será bastante significativo hasta principios del siglo XX!
Creció en una cultura religiosa milenaria que había aprendido a seguir Dios por el desierto, que también tenía bastante claro todo lo que no era Dios, que le enseñó a orar y a buscar los deseos de este Dios, su voluntad, principalmente en cuanto a la justicia y el bien de todos. Aprendió también a luchar por defender su identidad religiosa ante las costumbres extranjeras o de los abusos de sus líderes. Igualmente ama y conoce bien su país, la tierra que pisa, los campos que florecen en primavera y los cuervos que se alimentan en ellos; y también las ciudades y pueblos donde tiene amigos a los que visitar.
Jesús no empieza de cero, tiene como base una cultura, unas costumbres, una sociedad, una religión y unos precedentes a los que seguir.
Sus discursos y parábolas están profundamente arraigados en los intereses y preocupaciones de su tiempo: la situación económica con préstamos, deudas e impuestos o el crecimiento de los productos de la huerta y los trabajadores que hacen la cosecha, o la construcción de casas y de pozos... Forma parte del grupo social de la gente humilde y eso también lo define: ¿y éste quién es? preguntan algunos.
Para seguir a Jesús hay que tener los pies en el suelo. Es imprescindible para entenderlo bien darse cuenta de su profundo arraigo cultural, histórico, social y geográfico. No es un extraño, ni una persona sin país, ni tradiciones, ni retos, ni proyectos políticos. Algunos creen que podría haber vivido al margen de todo esto y que si habló de temas significativos para la gente del siglo I sólo fue para hacerse entender. Jesús no es un fantasma que habla de parte de Dios. Es de carne y hueso: tiene hambre, tiene sed, se duerme, se enfada... como nosotros. Por eso tiene cosas que decir sobre nuestra hambre o nuestras preocupaciones. Su vida es real y esto significa concreta históricamente, socialmente, religiosamente.
La fe de verdad siempre se desarrolla en un ambiente concreto, es una experiencia arraigada en la vida real que madura gracias a las complicaciones que se encuentra. La fe no te separa del mundo sino que te mete más a fondo en él, te compromete, te ata estrechamente a la realidad. Por eso debes recordar que una fe que no te lleve nunca a situaciones de conflicto o que no te plantee dudas no es una fe auténtica. La fe se vive en el día a día, mezclada con mil situaciones y circunstancias, junto a personas que la aprecian y otras que la critican, pero, poco a poco, es capaz de transformar el entorno donde está arraigada porque lo ama.