viernes, 23 de noviembre de 2018

Premios

¿Te acuerdas de cuando eras pequeña? Hacías caso a tus padres y veías como se alegraban. ¿Y de la escuela, cuando te aplicabas a hacer un trabajo bien hecho y hacías felices a tus maestras? Con un pequeño esfuerzo podías conseguir fácilmente un montón de sonrisas de aprobación.
La relación de algunas personas con Dios ha quedado estancada en esta etapa: procuran cumplir las normas religiosas para hacerlo feliz y conseguir su reconocimiento. Por este motivo hay personas que se enfadan con Dios porque se han esforzado en cumplir las normas y a cambio no han recibido nada, la vida no les ha dado lo que esperaban.
Cumplir la ley religiosa para hacerse agradables a Dios es una manera de querer comprarlo y hacerlo manejable. Si te comportas correctamente Dios te premiará y si lo haces mal te castigará. Pero la vida a veces trata con dureza a la buena gente y en cambio premia con una vida feliz personas que han actuado de forma claramente inmoral. Resulta muy extraño pensar que Dios castiga a unos y da premios tan poco merecidos a otros.
La relación con Dios no se resuelve con una fórmula comercial o de intercambio, aunque sea elaborada y sutil como los que piensan que los premios vendrán más adelante en otra vida. Pero mientras tanto ¿qué decir a los pobres, a los enfermos, a los perseguidos? ¿Deben seguir sufriendo como si no pasara nada? También los hay que piensan que el premio es saberse bueno y no tener remordimientos. Haber cumplido los mínimos que marca la ley los deja satisfechos y con esto ya es suficiente.
Este tipo de negocios hacen inviable la religión auténtica. Cuando Jesús entra en el Templo de Jerusalén y echa por tierra las mesas del cambio de moneda y echa a los animales para los sacrificios, ataca frontalmente la concepción comercial de la religión. No sólo critica que haya familias sacerdotales que se enriquecen con los negocios que se hacen en el Templo, sino que denuncia la idea misma de querer ganarse las simpatías de Dios sacrificando animales para hacerle feliz.
Jesús critica cualquier forma de actuar que tenga por objetivo comprar a Dios, atraer su favor o satisfacerlo: ni buenas obras, ni sacrificios, ni templos... Dios no se puede comprar: ¿Quién de vosotros puede, por mucho que se inquiete, prolongar un poco su vida? Si se pudiera comprar Dios sería una exclusiva de los que son buenos o de los que tienen un Templo mayor o de los que disponen de recursos para comprarlo todo... y Dios está al alcance de todo el mundo de forma completamente libre y gratuita.
Según Jesús no podemos hacer nada para ganarnos el favor de Dios porque ya nos la ha dado. Dios nos lo ha dado todo por adelantado: ha puesto la vida en nuestras manos para que dispongamos de ella. Y la vida que nos ha sido dada podemos acogerla con más o menos acierto y darle el destino que entendamos que es mejor. Pero si escuchamos la vida ella misma nos reclamará respuestas concretas que no podemos dejar de dar.
No eres tú quien tiene que esperar nada de Dios, es la vida, y Dios a través de ella, que esperan de ti una respuesta.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Superar las leyes

La Ley juzga los hechos y distingue con claridad qué está bien y qué mal. Es de una gran utilidad práctica pero es una simplificación engañosa que pierde de vista la persona. Las personas somos proceso, historia, evolución... Un mismo hecho en el contexto de un proceso personal puede ser bueno y en otra situación resultar perjudicial. Por ejemplo gritar e insultar en vez de pegar puede formar parte de un proceso de mejora, en cambio gritar y perder la paciencia sin motivo es una reacción criticable. Con las leyes podemos evaluar una acción pero cualquier idea que nos hagamos sobre la persona a partir de un solo hecho será siempre inadecuada.
Por otra parte la Ley suele destacar que no se debe hacer y con ello deja sin respuesta que si hay que hacer. Detectar los errores, las pifias o los pecados ayuda a crecer pero sólo hasta cierto punto. Sin una motivación que despierte nuestras energías raramente conseguimos corregir las cosas que no funcionan. Y, en cambio, hacer hincapié en el mal y el pecado suele tener un efecto no deseado que es convertirlos en los protagonistas de la vida personal. Uno solo mira lo que hay que evitar y vive pendiente de cualquier elemento sospechoso.
Fíjate en cuántas personas han terminado alejándose del cristianismo porque se ha ocupado sólo de prohibiciones y condenas y ha sido incapaz de transmitir ninguna propuesta inspiradora o iluminadora.
La Ley tiene una función pedagógica: enseña que hay comportamientos que están bien y otros que no. Es útil para recordar que hay límites y que lo que hacemos tiene consecuencias pero vivir es, a pesar de aceptar las limitaciones y los resultados de las propias acciones, esforzarse por ir más allá y buscar qué conviene hacer.
Cuando Jesús dice que hay un solo mandamiento que es amar, no refuerza o completa la Ley sino que la hace añicos. Amar es mucho, mucho más que seguir una ley y ningún código, ninguna normativa, puede desplegar una lista de obligaciones que lo regule. El amor supera cualquier obligación y lleva a las personas a actuar más allá de los mínimos de convivencia y de respeto. Amar es un reto permanente que invita a superar las regulaciones y las leyes.
Jesús contrapone las leyes, que obligan desde fuera, a los deseos que nacen del corazón y guían la actuación personal desde dentro. Atender las motivaciones profundas, gestionar sabiamente el dolor o la rabia, dar salida a las ilusiones, cuidar de nuestros vínculos y complicidades y, en general, ocuparse del mundo interior lleno de sentimientos y emociones, permite elegir y decidir qué conviene hacer. La persona está por encima de las normas, no para desobedecerlas, sino porque su actuación es la única capaz de llevar hasta el final las mejores intenciones de la legalidad: buscar el bien y superar el mal.
No busques a Dios, el de Jesús, en las leyes, las normas, las pautas, las tradiciones o las costumbres. En todo ello encontrarás algunas pistas para empezar pero Dios es mucho más. Toda la vida habla de Él, es fuerza, es impulso, es deseo de más: más justicia, más paz, más ternura, más solidaridad. ¿No sientes sus latidos dentro de ti?

domingo, 11 de noviembre de 2018

Liberar

Toda la vida del judío está regulada por la Ley de Moisés. Seguir los seiscientos trece mandamientos (quizás tú pensabas que eran diez) permite ajustar todas las acciones personales a la voluntad de Dios. Más aún, para todo lo que no está especificado en la escritura hay una amplia tradición de interpretaciones que los expertos han ido desarrollando a lo largo del tiempo y que resuelve todas las dificultades. En la Ley ya está dicho todo lo que hay que saber.
Jesús conoce la Ley y en bastantes casos la respeta pero actúa con mucha libertad frente algunas normas: no hace demasiado caso de las leyes sobre alimentos puros e impuros; relativiza la fiesta del sábado, que era un elemento distintivo del judaísmo; no respeta las normas que prohíben tocar a los enfermos o a los heridos; no está de acuerdo con las condenas por lapidación que se aplican en caso de adulterio pero sólo a las mujeres; discrepa de los impuestos del Templo de Jerusalén y del resto de la normativa que regula su funcionamiento.
Las costumbres que critica Jesús son discriminatorias: marginan a los enfermos, perjudican a las mujeres, son una pesada carga para los más pobres o alejan de Dios aquellos que no pueden satisfacer hasta los últimos detalles las exigencias de la tradición. Jesús reivindica que el bien de las personas está por encima de las leyes, las normas y las tradiciones, se indigna con las autoridades que mantienen esta situación y se enfrenta a ellas.
El sentido crítico, la denuncia y la protesta son también elementos importantes en la tradición judía. Los profetas son la voz crítica que se hace oír una y otra vez en momentos difíciles para defender la verdadera religión, la verdadera fidelidad a Dios y el verdadero pueblo escogido... Jesús forma parte de esta tradición, la de los profetas. Su perfil es muy diferente, por ejemplo, al del sacerdote que cuida del Temple o al del experto en leyes, a los que Jesús critica a menudo.
Jesús pone por delante de la obediencia a las leyes y tradiciones el respeto a lo que podríamos llamar los derechos básicos de la persona. Unos derechos que no serán formulados como tales hasta el siglo XVII... Se deben obedecer las leyes, religiosas en este caso, pero las leyes deben ser justas y deben garantizar el bien de las personas. Si generan desigualdades inaceptables o marginación o algún tipo de injusticia la persona queda liberada de la obediencia a la ley. El Dios de Jesús no está comprometido con las leyes injustas, nadie que crea en Él tampoco debería aceptarlas.
Podemos juzgar el valor de las leyes, de las organizaciones o de las creencias por sus resultados. ¿Defienden el bien común? ¿Protegen a los más débiles? ¿Reconocen la dignidad de todos? Ante la tradición recibida y las creencias aceptadas socialmente deberás tomar una decisión: das por buena una determinada ley y te haces responsable de su continuidad o trabajas para liberarte de ella.

viernes, 2 de noviembre de 2018

Abraza

Acoger y hacer tuya la vida que se te ha dado y la historia que te precede, encontrarte y reencontrarte contigo toda entera más allá de tu imagen, aceptar a los demás tal como son, sin prejuicios, asumir que hay dolor, dar por bueno que puede haber un Dios que no para de hacerte preguntas en vez de darte respuestas... son diversas maneras de reunir lo que estaba separado, de unir lo diverso, de rehacer lazos que se habían soltado o roto. Sí, tú formas parte de un todo inmenso pero no sin tu consentimiento, no sin algún esfuerzo para superar los obstáculos que te separan de él.
Descubrirte unida a ti, a los demás, a la vida, al mundo, a Dios... puedes vivirlo de maneras muy diversas pero en cualquier caso es una de las experiencias religiosas fundamentales, una de las cimas del recorrido personal de la gente de fe que también pasa por valles y hondonadas. El concepto religioso que lo expresa mejor es el de reconciliación, hacer las paces, reunirse, volverse a acercar.
El trabajo por la reconciliación es una de las claves que resume la vida de Jesús. Sus mensajes y acciones van en esta dirección: rehacer puentes, reabrir el camino, deshacer barreras, superar marginaciones, eliminar prejuicios religiosos. Ya ves que reconciliar es mucho más que el sacramento actual de la reconciliación. Es un estilo de vida, una línea de crecimiento personal, una manera de construir las relaciones personales y sociales, y de buscar la paz, de hacer justicia, de actuar sobre la naturaleza... un gesto que expresa perfectamente esta reconciliación es el abrazo, como aparece en la parábola del padre bueno.
Un hombre tenía dos hijos. El menor dijo al padre: Padre, dame la parte de la fortuna que me corresponde. Él les repartió los bienes. A los pocos días, el hijo menor reunió todo y emigró a un país lejano, donde derrochó su fortuna viviendo como un libertino. Cuando gastó todo, sobrevino una carestía grave en aquel país, y empezó a pasar necesidad. Entonces recapacitando pensó: A cuántos jornaleros de mi padre les sobra el pan mientras yo me muero de hambre. Me pondré en camino a casa de mi padre y le diré: Trátame como a uno de tus jornaleros. Y se puso en camino a casa de su padre. Estaba aún distante cuando su padre lo divisó y se enterneció. Corriendo, se le echó al cuello y le besó. El hijo le dijo: Padre, he pecado contra Dios y te he ofendido, ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: Enseguida, traed el mejor vestido y vestidlo; ponedle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traed el ternero cebado y matadlo. Celebremos un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido encontrado. Y empezaron la fiesta.
En una sociedad patriarcal que venera los ancianos... ¿Qué hace el cabeza de familia corriendo y echándose al cuello del hijo como hacen los niños pequeños con sus padres? Es una locura. La alegría supera la lógica de los reproches o de los ajustes de cuentas, y por supuesto, deja de lado cualquier norma o tradición sobre quién es el ofendido o quién tiene más derecho a estar enojado.
La reconciliación es una dinámica poderosa que lo cambia todo. Sin olvidar las heridas, que están presentes, consigue que ni el enojo, ni el rencor, ni la venganza tengan la última palabra. La reconciliación pone el objetivo en dar un paso adelante y no en buscar una compensación que muy a menudo es imposible de encontrar. Supera la situación de ruptura porque mira más allá y aprovecha la nueva oportunidad que se ha abierto.
Trabajar por la reconciliación es una forma de poner en valor la religión, es una muestra de la gran capacidad regeneradora de la fe, de la fuerza constructiva que las religiones pueden llegar a despertar en las personas y los grupos. No tengo claro si las personas somos buenas, pero sí sé que podemos hacer cosas buenas y aprovechar las oportunidades que la vida nos ofrece para volver a empezar es una de las más claras.