viernes, 2 de noviembre de 2018

Abraza

Acoger y hacer tuya la vida que se te ha dado y la historia que te precede, encontrarte y reencontrarte contigo toda entera más allá de tu imagen, aceptar a los demás tal como son, sin prejuicios, asumir que hay dolor, dar por bueno que puede haber un Dios que no para de hacerte preguntas en vez de darte respuestas... son diversas maneras de reunir lo que estaba separado, de unir lo diverso, de rehacer lazos que se habían soltado o roto. Sí, tú formas parte de un todo inmenso pero no sin tu consentimiento, no sin algún esfuerzo para superar los obstáculos que te separan de él.
Descubrirte unida a ti, a los demás, a la vida, al mundo, a Dios... puedes vivirlo de maneras muy diversas pero en cualquier caso es una de las experiencias religiosas fundamentales, una de las cimas del recorrido personal de la gente de fe que también pasa por valles y hondonadas. El concepto religioso que lo expresa mejor es el de reconciliación, hacer las paces, reunirse, volverse a acercar.
El trabajo por la reconciliación es una de las claves que resume la vida de Jesús. Sus mensajes y acciones van en esta dirección: rehacer puentes, reabrir el camino, deshacer barreras, superar marginaciones, eliminar prejuicios religiosos. Ya ves que reconciliar es mucho más que el sacramento actual de la reconciliación. Es un estilo de vida, una línea de crecimiento personal, una manera de construir las relaciones personales y sociales, y de buscar la paz, de hacer justicia, de actuar sobre la naturaleza... un gesto que expresa perfectamente esta reconciliación es el abrazo, como aparece en la parábola del padre bueno.
Un hombre tenía dos hijos. El menor dijo al padre: Padre, dame la parte de la fortuna que me corresponde. Él les repartió los bienes. A los pocos días, el hijo menor reunió todo y emigró a un país lejano, donde derrochó su fortuna viviendo como un libertino. Cuando gastó todo, sobrevino una carestía grave en aquel país, y empezó a pasar necesidad. Entonces recapacitando pensó: A cuántos jornaleros de mi padre les sobra el pan mientras yo me muero de hambre. Me pondré en camino a casa de mi padre y le diré: Trátame como a uno de tus jornaleros. Y se puso en camino a casa de su padre. Estaba aún distante cuando su padre lo divisó y se enterneció. Corriendo, se le echó al cuello y le besó. El hijo le dijo: Padre, he pecado contra Dios y te he ofendido, ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: Enseguida, traed el mejor vestido y vestidlo; ponedle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traed el ternero cebado y matadlo. Celebremos un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido encontrado. Y empezaron la fiesta.
En una sociedad patriarcal que venera los ancianos... ¿Qué hace el cabeza de familia corriendo y echándose al cuello del hijo como hacen los niños pequeños con sus padres? Es una locura. La alegría supera la lógica de los reproches o de los ajustes de cuentas, y por supuesto, deja de lado cualquier norma o tradición sobre quién es el ofendido o quién tiene más derecho a estar enojado.
La reconciliación es una dinámica poderosa que lo cambia todo. Sin olvidar las heridas, que están presentes, consigue que ni el enojo, ni el rencor, ni la venganza tengan la última palabra. La reconciliación pone el objetivo en dar un paso adelante y no en buscar una compensación que muy a menudo es imposible de encontrar. Supera la situación de ruptura porque mira más allá y aprovecha la nueva oportunidad que se ha abierto.
Trabajar por la reconciliación es una forma de poner en valor la religión, es una muestra de la gran capacidad regeneradora de la fe, de la fuerza constructiva que las religiones pueden llegar a despertar en las personas y los grupos. No tengo claro si las personas somos buenas, pero sí sé que podemos hacer cosas buenas y aprovechar las oportunidades que la vida nos ofrece para volver a empezar es una de las más claras.