domingo, 12 de mayo de 2019

Sí, el cuerpo

Para hacer silencio u oración o meditación o cuidar de tu mundo interior, el cuerpo es imprescindible. Quizás te parecerá que las posturas, los gestos, las músicas o los ambientes recogidos son una rareza exótica o una moda copiada de las religiones orientales... Durante mucho tiempo el cristianismo ha considerado el cuerpo algo sospechoso, lo ha menospreciado y ha pretendido prescindir de él para la espiritualidad. Pero al principio no era así.
Jesús y los primeros cristianos piensan en la persona entera. No será hasta más tarde, cuando el cristianismo haga suya la filosofía de Platón, que se abordarán por separado cuerpo y alma: el cuerpo con prevención, tratando de controlarlo o de silenciarlo; y el alma con un interés puramente intelectual, muy a menudo carente de sentido de la realidad.
Hay que decir que muchos excesos religiosos y algunos fanatismos nacen del espiritualismo desencarnado, de imaginar un alma inmortal que debe alejarse de este mundo y de la vida y que sólo con sus ideas ya tiene suficiente para acercarse a Dios. Con esta maniobra los sentimientos, las necesidades, los deseos y los impulsos quedan desatendidos y la persona desconectada del mundo real y del resto de personas, y lejos del Dios de Jesús.
En la Biblia, en el relato de la creación, el narrador recalca varias veces que Dios observa el mundo creado y todo lo que forma parte de él y ve que es bueno: los continentes y los océanos, el sol y la luna, los animales y las plantas, el hombre y la mujer. Igualmente cuando Jesús se presenta resucitado a los discípulos, aunque no es igual que antes, conserva las heridas de la crucifixión. Dios le ha resucitado completo: su mensaje y su cuerpo herido, su historia y sus vínculos personales, toda la persona de Jesús. Quizás no sea fácil explicar qué es la resurrección pero está bastante claro que la resurrección incluye de alguna manera el cuerpo, que Dios ama y salva también el cuerpo.
A un nivel muy general, el primer paso para cuidar la dimensión espiritual de la persona es tener una mínima salud física, emocional y relacional. Sin estar descansada, suficientemente alimentada, curada de enfermedades, en condiciones sociales básicamente justas y serena mentalmente ninguna persona puede empezar a ocuparse de su mundo interior. Más adelante sí que el cuidado espiritual podrá enriquecer y consolidar la salud en conjunto.
En un plano más concreto los evangelios recuerdan aspectos externos o físicos de los momentos de silencio de Jesús. Se retira a lugares desiertos, el silencio ambiental es importante; hace largos ratos de oración, horas o días, y habla de velar, se trata de dedicarle tiempo; ora en el suelo, tal vez echado, quizás arrodillado y con la frente tocando el suelo, adopta una posición que le ayuda a orar; critica las oraciones en público y la palabrería vacía: vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de que se lo pidáis, y recomienda silencio, como suele ser la práctica de la meditación; también enseña alguna oración sencilla, nada retórica, fácil de recordar, centrada en sólo dos ideas, Padre y Reino, que se repiten siempre en las pocas oraciones que conocemos de Jesús.
Sí: es necesaria cierta salud física, psíquica y social para poderse ocupar de la espiritualidad. Y sí: hay un ambiente físico, algunas posiciones corporales y gestos, una forma de callar, algunas repeticiones básicas que giran alrededor de unas pocas ideas y un tiempo apropiado, más largo que corto, que ayudan a crecer interiormente, orar o meditar... tal como lo hacían Jesús y los primeros cristianos.