Con la nariz metida en los quehaceres diarios
fácilmente se pierde de vista el horizonte y el cielo y el paisaje. Y
andar mucho sin saber dónde vas es una forma de no ir a ninguna parte.
Después de unos días de trabajo intenso Jesús propone a sus discípulos:
Vosotros venid aparte, a un paraje despoblado, a descansar un rato.
Además del valor curativo del descanso, sirve para recuperar las
fuerzas, la propuesta de Jesús de ir aparte y a un paraje despoblado
refuerza la necesidad de tomar distancia de vez en cuando de las tareas y
de las personas con las que estamos.
Nuestra sensibilidad funciona por contraste: percibimos el frio porque que nuestro cuerpo está caliente, el silencio cuando que se detiene el ruido, la fiesta porque habitualmente los días son laborables y las personas queridas cuando nos alejamos de ellas. Sin introducir cambios o variaciones en nuestra vida difícilmente percibiremos qué estamos viviendo. Esto es importante: saber qué estás haciendo no es cuestión de pensar, algo así como sé que estoy en el monte, sino de percibir el calor del sol, el paso de la brisa, el olor de la hierba, los cantos de los pájaros, el verde de los árboles... que me sitúan realmente a la montaña.
A veces es suficiente un rato de viaje en metro o contemplar el cielo en silencio antes de ir a dormir para saber dónde estás. En otras ocasiones te puede convenir hacer algo más. Del mismo modo que tu cuerpo se tensa con tus inquietudes, se cansa persiguiendo los proyectos que te propones o se acelera con tus ilusiones... también puede funcionar a la inversa: el ritmo sereno y centrado de tu actividad física puede hacer que toda tú entres en una dinámica de más paz personal y puedas tomar distancia del día a día.
Esta serenidad la puedes encontrar haciendo algún trabajo manual como pintar paredes, modelar arcilla, remover la tierra, hacer un pastel, coser o tejer... También paseando, a pie o en bicicleta, haciendo deporte suave o practicando alguna de las disciplinas milenarias que a través de los siglos nos han enseñado los sabios de Oriente. Poco a poco te darás cuenta que tu vida ha recuperado el ritmo que le es propio y que percibes más olores, sonidos, figuras y otras sensaciones personales que antes se te escapaban.
El entorno adecuado también facilita esta toma de distancia de la actividad cotidiana, reencontrarte contigo misma y saborear la vida. Destaca por encima de todo el encuentro con la naturaleza, un encuentro lúdico y gratuito, se entiende que sin objetivos prácticos como alcanzar una cima o identificar varios tipos de árboles. Y también el arte: contemplar la pintura o escuchar música o aprovechar los espacios arquitectónicos concebidos para facilitar el silencio, ya sea un rincón de tu habitación o recorriendo el claustro de un monasterio pensado para caminar largos ratos, siguiendo el ritmo regular de los arcos, sin salir del lugar donde los monjes y las monjas se han comprometido a vivir permanentemente.
Aunque algunos digan que todo esto no es una experiencia directamente religiosa, hay que decir que no es fácil señalar donde empieza la experiencia religiosa auténtica porque está profundamente mezclada con el conjunto de la vida. En cualquier caso sin esta toma de distancia no es posible adentrarse en el terreno de la fe que es siempre un espacio alternativo y una visión diferenciada de lo que es común y habitual.
Nuestra sensibilidad funciona por contraste: percibimos el frio porque que nuestro cuerpo está caliente, el silencio cuando que se detiene el ruido, la fiesta porque habitualmente los días son laborables y las personas queridas cuando nos alejamos de ellas. Sin introducir cambios o variaciones en nuestra vida difícilmente percibiremos qué estamos viviendo. Esto es importante: saber qué estás haciendo no es cuestión de pensar, algo así como sé que estoy en el monte, sino de percibir el calor del sol, el paso de la brisa, el olor de la hierba, los cantos de los pájaros, el verde de los árboles... que me sitúan realmente a la montaña.
A veces es suficiente un rato de viaje en metro o contemplar el cielo en silencio antes de ir a dormir para saber dónde estás. En otras ocasiones te puede convenir hacer algo más. Del mismo modo que tu cuerpo se tensa con tus inquietudes, se cansa persiguiendo los proyectos que te propones o se acelera con tus ilusiones... también puede funcionar a la inversa: el ritmo sereno y centrado de tu actividad física puede hacer que toda tú entres en una dinámica de más paz personal y puedas tomar distancia del día a día.
Esta serenidad la puedes encontrar haciendo algún trabajo manual como pintar paredes, modelar arcilla, remover la tierra, hacer un pastel, coser o tejer... También paseando, a pie o en bicicleta, haciendo deporte suave o practicando alguna de las disciplinas milenarias que a través de los siglos nos han enseñado los sabios de Oriente. Poco a poco te darás cuenta que tu vida ha recuperado el ritmo que le es propio y que percibes más olores, sonidos, figuras y otras sensaciones personales que antes se te escapaban.
El entorno adecuado también facilita esta toma de distancia de la actividad cotidiana, reencontrarte contigo misma y saborear la vida. Destaca por encima de todo el encuentro con la naturaleza, un encuentro lúdico y gratuito, se entiende que sin objetivos prácticos como alcanzar una cima o identificar varios tipos de árboles. Y también el arte: contemplar la pintura o escuchar música o aprovechar los espacios arquitectónicos concebidos para facilitar el silencio, ya sea un rincón de tu habitación o recorriendo el claustro de un monasterio pensado para caminar largos ratos, siguiendo el ritmo regular de los arcos, sin salir del lugar donde los monjes y las monjas se han comprometido a vivir permanentemente.
Aunque algunos digan que todo esto no es una experiencia directamente religiosa, hay que decir que no es fácil señalar donde empieza la experiencia religiosa auténtica porque está profundamente mezclada con el conjunto de la vida. En cualquier caso sin esta toma de distancia no es posible adentrarse en el terreno de la fe que es siempre un espacio alternativo y una visión diferenciada de lo que es común y habitual.