martes, 25 de junio de 2019

Orar con la vida

¿Qué puedes hacer con el silencio que no podías hacer mientras había ruido? Después de poner paz en la tus prisas puedes ocuparte de ti misma. La vida habla, te habla, y a ti te conviene escuchar, acoger, entender mínimamente, abrazar, aceptar e integrar lo que te está diciendo antes de responder. Se trata de perder el miedo y dejar confiadamente que tu vida sea lo que ya es aquí y ahora.
La vida a veces es sorprendente, otras repetitiva, amigable o dura, ilusionante o pesada pero siempre llena de personas que están a tu lado si tú se lo permites y de detalles que invitan a confiar. Y también, claro, de dificultades y de dolor. No razones, no busques explicaciones, no des vueltas a las ideas... acógela y acéptala (ni que quisieras no la podrías cambiar), no te resistas a vivir lo que estás viviendo, deja que resuene dentro de ti con todos sus matices y da gracias.
Sorprenderse, admirar, alegrarse, bendecir, agradecer... es la primera respuesta que podemos dar a la vida, es la forma más básica de hacer oración y el origen de cualquier recorrido espiritual. Las personas que nos acompañan y todo lo que tenemos, lo que nos pasa, lo que somos... nos ha sido dado. Sin todo esto no podríamos ser ni hacer nada. ¡No puedes dejarlo pasar! Dirígete a la vida, y al misterio que esconde, y dales la bienvenida diciendo gracias.
De las pocas oraciones que conocemos de Jesús la mayoría son de agradecimiento. En aquella ocasión, con el júbilo del Espíritu Santo, dijo: “¡Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque, ocultando estas cosas a los sabios y entendidos, se las diste a conocer a la gente sencilla!” Los antiguos leían habitualmente en voz alta, aunque sólo fuera para uno mismo, también oraban en voz alta y los compañeros podían oír lo que se decía. Aquí se nos cuenta que Jesús agradece la atención de la gente sencilla después de unos días de predicación. Pero no sólo da gracias, todo él parece profundamente feliz y satisfecho de esta situación que se ha producido.
Orar con la vida es aprender a dar gracias por todo en todo momento. Así pues da gracias al final del día, da gracias por las personas que te has encontrado, por las cosas que has aprendido o que has podido hacer; da gracias al final de un proyecto o de una etapa, al completar un trabajo o al despedirte; da las gracias a las personas directamente; da gracias en toda situación a la vida y a su autor; y, cuando estés perdida, busca de que puedes dar gracias, por pequeño que sea el motivo que encuentres será una excusa suficiente para reconciliarte con la vida.
Abraza con fuerza y ternura las personas y los regalos que la vida ya te ha dado y no hagas demasiado caso de todo lo que podría ser. Si no das primero por buena la vida que te has encontrado en las manos no podrás responder de ninguna manera a los retos que la misma vida te plantea y te planteará. Crecer, aprender, asumir riesgos, acompañar, actuar generosamente, amar sólo te será posible si haces acopió del único combustible de que dispones: la mucha o poca felicidad que hayas vivido. Recoger todas las alegrías por pequeñas que sean es también el antídoto contra el cansancio, el resentimiento o la rabia que imperceptiblemente se van acumulando en las luchas del día a día.
Después de dar gracias, si todavía sientes la necesidad, puedes quejarte de todo lo que no funciona o pedir lo que eches de menos. La vida, y su creador, todo lo escuchan, aunque van a su propio ritmo cuando se trata de responder.