domingo, 13 de enero de 2019

Encontrar sentido

Después de todo ¿qué importancia tiene saber cómo ha empezado una conversación, un enamoramiento, una pelea o un proyecto? Tener un buen motivo por el que valga la pena continuar (o dejarlo) sí que es importante de verdad. Ya lo hemos dicho, al tomar una decisión intentamos adivinar qué es mejor aunque no tengamos una seguridad absoluta, por eso a medida que la llevamos adelante necesitaremos descubrir pistas que nos confirmen que vamos bien.
Paso a paso irás encontrando que lo que haces tiene sentido, un cierto sentido, tal vez diferente del que tendría para otras personas, más o menos discutible pero también razonable. En definitiva que llevas bien un proyecto, un trabajo, una relación: aprendes, creces, confías, te interesas, dedicas esfuerzos, superas dificultades...
Tu estado de ánimo es un buen termómetro para medir el acierto de tus decisiones, mucho más que tus opiniones y tus argumentos. Un síntoma claro de que algo no funciona sería que te fijaras más en los defectos, en los males, en los problemas y en los inconvenientes; que cualquier hecho se convirtiera en una excusa para quejarte o que, en vez de percibir como tu deseo se renueva día a día, pasaras arrastrándote con disgusto por todo lo que haces.
Si la situación que vives ha perdido dinamismo necesitarás investigar los motivos. Quizás has pasado por alto alguna dificultad o te has acomodado o hay indicios suficientes para saber que has llegado a un final de etapa. De momento, mientras no encuentres una alternativa mejor, mientras no llegue el momento de cambiar que a veces se hace esperar, es muy posible que tu malestar se mantenga. Pero no te complazcas en sus síntomas y no te conformes. No te dejes atrapar en el círculo vicioso de la queja constante, de la crítica sin medida, o del mal humor.
Jesús aconseja cuando tú ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara... Mientras haces una parada o pasas por un momento delicado o estás reorganizando tu vida, no se trata de llamar la atención, no se trata de hacer pena, de modo que tu ayuno no lo vean los hombres, de hacer camino en silencio para completar el proceso de renovación personal en el que estás metida.
Dejarse llevar por la rabia, cargar contra los demás o complacerse en los problemas y los fallos son formas de resistirse a un cambio que conviene encarar, de rehuir la tarea, a veces dolorosa, de hacer limpieza y volver a empezar. Nos cuesta aceptar el fracaso, el final de una época o los momentos de renovación. Y hace falta cierta humildad para reconocer que no somos perfectos, que no lo tenemos todo hecho y aceptar que estamos en camino.
Una fórmula para no quedarse atascada es aguzar tu sentido crítico e intentar descubrir el más mínimo indicio de bondad, de belleza o de generosidad a tu alrededor. La alegría de las cosas pequeñas suele ser la mejor cura para levantarse y volver a andar con confianza.