Para Jesús hay un único motivo que justifica
complicarse voluntariamente la vida: ser solidaria. Buscarte
complicaciones porque sí no tiene pies ni cabeza, en cambio asumir las
consecuencias, a veces dolorosas, de compartir la suerte de los demás es
una forma de hacer más ligero el peso que cargan.
Jesús dedica gran parte de su vida a acompañar a las personas que sufren a causa de enfermedades, a causa del rechazo social y religioso, a causa de injusticias económicas... Al final él mismo acaba excluido de la sociedad, condenado a muerte como los peores delincuentes, en la cruz.
Algunos han visto en el sufrimiento de Jesús en la cruz una especie de declaración a favor del dolor, como diciendo que sufrir es bueno, que obedecer a Dios significa aceptar sin más el dolor. Pero esta visión de la cruz nace de una lectura incompleta de su historia. Jesús se indigna y se planta ante el dolor en muchos momentos de su vida, la cruz es la consecuencia de su enfrentamiento con las causas del sufrimiento: autoridades que se desentienden del pueblo, costumbres sociales y creencias religiosas que generan marginación, abusos económicos... La muerte de Jesús es la consecuencia aceptada pero no buscada de su forma de vivir.
Cuando Jesús se pone en camino hacia Jerusalén ya sabe que puede terminar mal y así lo explica a sus discípulos que no lo acaban de entender. Jesús no va a Jerusalén para que le maten sino para completar su trabajo, llevar su predicación, su propuesta, al corazón de una sociedad y una religión judía que pretende transformar. Asume las dificultades y los peligros de su viaje pero no los busca expresamente ni cuando dice: no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén. Se trata de una ironía, en realidad a los de Jerusalén les convendría escuchar los profetas y hacerles caso en vez de matarles.
Algo parecido ocurre con la lista de personas a las que Jesús llama felices: felices los pobres, felices los que lloran, felices los que tienen hambre y sed, felices los perseguidos... Pero, ¿felices? ¿En serio? ¿Por el hecho de pasarlo mal? Ya se ha dicho alguna vez, que no se trata de complacerse en el mal y el dolor como si eso nos hiciera mejores. Deben alegrarse porque la situación en la que se encuentran puede ser superada, el Dios que predica Jesús quiere que estas problemáticas se resuelvan y las personas puedan compartir los bienes de forma justa, reírse de las dificultades o disponer de un entorno donde vivir con dignidad.
El discurso de Jesús es un reconocimiento de que hay personas que sufren, no se puede hacer ver que no existen, y una reivindicación de su dignidad. Pero es, también, la afirmación -quizás loca o desmesurada- de una confianza radical y de una esperanza sin límites en que las dificultades y el dolor pueden ser superados, y que, por tanto, tiene sentido ensuciarse las manos para luchar en su contra. A pesar de las pérdidas, el cansancio, la violencia, la injusticia establecida, la muerte... podemos confiar en que vendrán tiempos mejores.
Jesús mantendrá hasta el último momento en la cruz su esperanza y sus seguidores podrán descubrir en su muerte todavía un último servicio: muere entre otros condenados, se hace solidario de su condena y de todas las condenas a muerte. Cualquiera que esté en desacuerdo con la muerte de Jesús en la cruz entenderá también que ahí se están denunciando tantas muertes injustas y la injusticia misma de la pena de muerte.
Jesús dedica gran parte de su vida a acompañar a las personas que sufren a causa de enfermedades, a causa del rechazo social y religioso, a causa de injusticias económicas... Al final él mismo acaba excluido de la sociedad, condenado a muerte como los peores delincuentes, en la cruz.
Algunos han visto en el sufrimiento de Jesús en la cruz una especie de declaración a favor del dolor, como diciendo que sufrir es bueno, que obedecer a Dios significa aceptar sin más el dolor. Pero esta visión de la cruz nace de una lectura incompleta de su historia. Jesús se indigna y se planta ante el dolor en muchos momentos de su vida, la cruz es la consecuencia de su enfrentamiento con las causas del sufrimiento: autoridades que se desentienden del pueblo, costumbres sociales y creencias religiosas que generan marginación, abusos económicos... La muerte de Jesús es la consecuencia aceptada pero no buscada de su forma de vivir.
Cuando Jesús se pone en camino hacia Jerusalén ya sabe que puede terminar mal y así lo explica a sus discípulos que no lo acaban de entender. Jesús no va a Jerusalén para que le maten sino para completar su trabajo, llevar su predicación, su propuesta, al corazón de una sociedad y una religión judía que pretende transformar. Asume las dificultades y los peligros de su viaje pero no los busca expresamente ni cuando dice: no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén. Se trata de una ironía, en realidad a los de Jerusalén les convendría escuchar los profetas y hacerles caso en vez de matarles.
Algo parecido ocurre con la lista de personas a las que Jesús llama felices: felices los pobres, felices los que lloran, felices los que tienen hambre y sed, felices los perseguidos... Pero, ¿felices? ¿En serio? ¿Por el hecho de pasarlo mal? Ya se ha dicho alguna vez, que no se trata de complacerse en el mal y el dolor como si eso nos hiciera mejores. Deben alegrarse porque la situación en la que se encuentran puede ser superada, el Dios que predica Jesús quiere que estas problemáticas se resuelvan y las personas puedan compartir los bienes de forma justa, reírse de las dificultades o disponer de un entorno donde vivir con dignidad.
El discurso de Jesús es un reconocimiento de que hay personas que sufren, no se puede hacer ver que no existen, y una reivindicación de su dignidad. Pero es, también, la afirmación -quizás loca o desmesurada- de una confianza radical y de una esperanza sin límites en que las dificultades y el dolor pueden ser superados, y que, por tanto, tiene sentido ensuciarse las manos para luchar en su contra. A pesar de las pérdidas, el cansancio, la violencia, la injusticia establecida, la muerte... podemos confiar en que vendrán tiempos mejores.
Jesús mantendrá hasta el último momento en la cruz su esperanza y sus seguidores podrán descubrir en su muerte todavía un último servicio: muere entre otros condenados, se hace solidario de su condena y de todas las condenas a muerte. Cualquiera que esté en desacuerdo con la muerte de Jesús en la cruz entenderá también que ahí se están denunciando tantas muertes injustas y la injusticia misma de la pena de muerte.