sábado, 23 de febrero de 2019

Luchar contra el dolor

Para Jesús hay un único motivo que justifica complicarse voluntariamente la vida: ser solidaria. Buscarte complicaciones porque sí no tiene pies ni cabeza, en cambio asumir las consecuencias, a veces dolorosas, de compartir la suerte de los demás es una forma de hacer más ligero el peso que cargan.
Jesús dedica gran parte de su vida a acompañar a las personas que sufren a causa de enfermedades, a causa del rechazo social y religioso, a causa de injusticias económicas... Al final él mismo acaba excluido de la sociedad, condenado a muerte como los peores delincuentes, en la cruz.
Algunos han visto en el sufrimiento de Jesús en la cruz una especie de declaración a favor del dolor, como diciendo que sufrir es bueno, que obedecer a Dios significa aceptar sin más el dolor. Pero esta visión de la cruz nace de una lectura incompleta de su historia. Jesús se indigna y se planta ante el dolor en muchos momentos de su vida, la cruz es la consecuencia de su enfrentamiento con las causas del sufrimiento: autoridades que se desentienden del pueblo, costumbres sociales y creencias religiosas que generan marginación, abusos económicos... La muerte de Jesús es la consecuencia aceptada pero no buscada de su forma de vivir.
Cuando Jesús se pone en camino hacia Jerusalén ya sabe que puede terminar mal y así lo explica a sus discípulos que no lo acaban de entender. Jesús no va a Jerusalén para que le maten sino para completar su trabajo, llevar su predicación, su propuesta, al corazón de una sociedad y una religión judía que pretende transformar. Asume las dificultades y los peligros de su viaje pero no los busca expresamente ni cuando dice: no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén. Se trata de una ironía, en realidad a los de Jerusalén les convendría escuchar los profetas y hacerles caso en vez de matarles.
Algo parecido ocurre con la lista de personas a las que Jesús llama felices: felices los pobres, felices los que lloran, felices los que tienen hambre y sed, felices los perseguidos... Pero, ¿felices? ¿En serio? ¿Por el hecho de pasarlo mal? Ya se ha dicho alguna vez, que no se trata de complacerse en el mal y el dolor como si eso nos hiciera mejores. Deben alegrarse porque la situación en la que se encuentran puede ser superada, el Dios que predica Jesús quiere que estas problemáticas se resuelvan y las personas puedan compartir los bienes de forma justa, reírse de las dificultades o disponer de un entorno donde vivir con dignidad.
El discurso de Jesús es un reconocimiento de que hay personas que sufren, no se puede hacer ver que no existen, y una reivindicación de su dignidad. Pero es, también, la afirmación -quizás loca o desmesurada- de una confianza radical y de una esperanza sin límites en que las dificultades y el dolor pueden ser superados, y que, por tanto, tiene sentido ensuciarse las manos para luchar en su contra. A pesar de las pérdidas, el cansancio, la violencia, la injusticia establecida, la muerte... podemos confiar en que vendrán tiempos mejores.
Jesús mantendrá hasta el último momento en la cruz su esperanza y sus seguidores podrán descubrir en su muerte todavía un último servicio: muere entre otros condenados, se hace solidario de su condena y de todas las condenas a muerte. Cualquiera que esté en desacuerdo con la muerte de Jesús en la cruz entenderá también que ahí se están denunciando tantas muertes injustas y la injusticia misma de la pena de muerte.

martes, 19 de febrero de 2019

Responsables

Los motivos por los que una persona actúa con sentido de servicio pueden ser diversos pero tarde o temprano se encuentran confrontados con la prueba del día a día y difícilmente los argumentos poco sólidos la superan. El servicio directo a las personas o bien te desnuda de prejuicios y de manías y te hace más humana y más valiente o te deja fuera de juego. Nadie se mantiene en un servicio a lo largo de los años si no tiene motivos bien fundados para hacerlo. Incluso, en muchas ocasiones, a pesar de tener unas convicciones claras conviene hacer alguna parada para recuperar fuerzas.
Soñar con cambiarlo todo suele ser fuente de decepciones. El servicio es, todo lo contrario, concreto y real, efectivo y presente, aunque a menudo sea invisible. El servicio es un baño de realismo y una inmersión en la vida concreta que te obliga a ser tú misma de forma muy real sin máscaras, poniendo en juego tus recursos sin reservas.
Cuando Jesús ve que mucha gente se apunta a seguirle les pregunta: Si uno de vosotros pretende construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? Si alguien se imagina que hacer un servicio le ayudará a quedar bien o que le facilitará sentirse satisfecho o que resolverá sus problemas personales no está haciendo un cálculo muy acertado. Servir significa ponerse a disposición de los demás y esto significa ceder el control sobre el propio tiempo, renunciar al protagonismo y aceptar de no saber hasta qué punto se alcanzarán los objetivos planteados.
Por otro lado hay quien considera que servir es una forma de tranquilizar la conciencia. Pero más bien hay que tener claro todo lo contrario: aunque yo no soy la causa de ninguna enfermedad, ni he contaminado con productos tóxicos ningún espacio natural, ni soy responsable de que el paro aumente, y muchos de estos males ya existían antes de que yo naciera... sé que sin algún tipo de aportación mía todo esto sería peor.
Ya se ha dicho, la cuestión no es el sentimiento de culpa, la culpa es sólo un aviso, la culpa puede despertarnos pero el trabajo bien hecho pide voluntad de construir no de castigarse, búsqueda de soluciones no complacencia en la pena. Sentirse culpable y conformarse con ello es un callejón sin salida que acentúa nuestro dolor y nos hace perder de vista el sufrimiento de los demás. La indignación y el desacuerdo con las injusticias, en cambio, llevan al reconocimiento del dolor de los que lo pasan mal y activan procesos de cambio, no dinámicas de lamentación.
Vete tú a saber porque nos sentimos inclinados a ayudar en un primer momento pero al final es el respeto por las personas aquello que te ha de importar. Es el desacuerdo con el mal y el dolor que castiga personas concretas lo que te impulsará a prestarles tus atenciones. Las cosas que no funcionan y las situaciones injustas te empujan, si tú te dejas, a dar respuesta, avivan tu interés y despiertan tu ingenio.
Y sí, hay males que parecen dominarlo todo y no sabemos si alguna vez podremos llegar a detenerlos. En sentido estricto no son culpa nuestra, son males estructurales que se perpetúan independientemente de lo que las personas queramos, son el resultado de siglos de acciones individuales que ahora no pueden frenarse con una simple intervención personal. Son inercias que se han instalado y nos parecen normales: la contaminación, las injusticias sociales, la falta de investigación de ciertas enfermedades... Pero hay quien sigue contribuyendo a su crecimiento y quien se planta en contra. Servir es plantarse en contra de los males actuales, es asumir voluntariamente responsabilidades, te correspondan o no, por el bien de alguien que sufre las consecuencias de estos males.

jueves, 14 de febrero de 2019

Perder el tiempo juntos

Atender a los demás parece que debería consistir principalmente en serles de alguna utilidad pero priorizar la utilidad encaja mal con las relaciones interpersonales, cuando no las hace imposibles. Es más, si en la base del servicio no hay un cierto sentido de gratuidad, no de eficiencia o de obtención de resultados, cualquier gesto se presta a malentendidos.
Cualquier servicio o cualquier ayuda deberían partir de una mínima experiencia previa de entendimiento y complicidad. Querer ser la solución a menudo no soluciona nada. Algunos se presentan como expertos, como técnicos o como sabios y, muchas veces, basta con escuchar y apoyar, acompañar, ni pasar delante y dejar el otro atrás, ni seguirle o perseguirle pendiente de todo lo que hace.
Sentarse a la sombra juntos, mirando hacia el horizonte, tomando alguna bebida fresca y hablando sin prisas... es una manera fantástica de perder el tiempo. Es el contexto adecuado para hablar de cualquier cosa, incluso de cuestiones de las que se hace difícil hablar. No importa la edad, ni los estudios, ni la orientación sexual, ni la profesión, ni la cultura, ni el coeficiente intelectual... sólo dejarse llevar por la confianza que se va generando.
Algunas veces, incluso viéndose cada día, pueden pasar años hasta que las personas llegan a conectar o sincerarse, a renunciar a los prejuicios y barreras y empezar a hablar con el corazón en la mano de lo que realmente necesitan. Pasar tiempo juntos, perder el tiempo juntos, es gratuito, no arregla nada pero acaba transformándolo todo y entonces cualquier cosa es posible y cualquier solución que se plantee puede ser la buena.
Si quieres ser de alguna ayuda y trabajar al servicio de las personas en tu profesión, sea la que sea, o colaborando como voluntaria en algún proyecto solidario o atendiendo alguien de la familia que depende de ti piensa primero que eres inútil o inadecuada para resolver la vida de los demás. Su vida es suya. Y antes de hacer nada debes aceptar su diferencia, sus negativas, sus dudas, su tontería, sus errores, su derecho a decidir y a equivocarse... para poder alegrarte también con sus alegrías y sus aciertos.
Jesús pasa muchas horas con personas de todo tipo hablando, escuchando, curándolas. Compartir la vida de la gente le pone en condiciones de hacer algo útil. Sus milagros llaman la atención porque las soluciones rápidas y espectaculares son atractivas pero nunca hace nada sin que antes las personas concreten qué piden: ¿Qué quieres de mí?
El espectáculo de los milagros esconde cuestiones importantes que se entienden mejor cuando observamos el encuentro de Jesús con personas a las que no hace nada de especial, salvo hablar con ellas. Este es el caso de una mujer samaritana con la que se encuentra Jesús un día caluroso cerca de un pozo. Después de hablar un rato ella se da cuenta que ha descubierto algo importante y corre hacia el pueblo a explicarlo a sus vecinos. La mujer reacciona como si efectivamente se hubiera producido un milagro.
El contacto personal de calidad es lo que cambia a las personas, es el tipo de ayuda necesaria para superar situaciones difíciles y es la única vía para encontrar soluciones útiles para las personas.

viernes, 8 de febrero de 2019

Dios inútil

En nuestras relaciones podemos fijarnos en la utilidad, como solemos hacer con los objetos, o destacar el valor que uno tiene por sí mismo como persona. Esto también vale para reflexionar sobre la forma de tratar a Dios. Aunque, en este punto, hay que decir que nuestras explicaciones serán sólo aproximaciones y que apenas servirán para aclarar algunos malentendidos que circulan sobre Él.
El tipo de equívocos que más encontramos al hablar de la divinidad son los que hacen referencia a su utilidad. Se la considera el origen del movimiento, la causa de todo, la mente ordenadora que establece las leyes de la naturaleza, la justificación de la moral o la solución final de la historia de la humanidad. Y todavía hay quienes se enfadan porque no interviene de forma suficientemente clara para resolver los graves problemas que nos afectan: el hambre, la guerra o la destrucción del planeta.
En todos los casos Dios sería la pieza que falta en algún rompecabezas, un motor o un mecanismo necesario para el movimiento, una idea esclarecedora o el argumento definitivo para cerrar una discusión y saber quién tiene razón.
Para Jesús, pero, Dios no cuenta por su utilidad sino por ser como es. Y, al igual que un paisaje o una pintura o una música o un amigo, es no utilizable, inútil. Dios, un cuadro, un amigo tal vez pueden llegar a ser de alguna ayuda en algún momento pero básicamente son como son y por eso tienen valor.
Dios es único, con una vida propia, y capaz de relacionarse tu a tu. Jesús habla a menudo de dialogar con Él, de los vínculos afectivos con Él y de Él con las personas, también de la imposibilidad de prever qué hará o de entenderlo del todo. Con Jesús Dios se presenta como ser personal ligado a experiencias personales, no a cosas o teorías: es el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob... Un Dios de personas que no se esconde, que se deja encontrar pero que no se presta a ser utilizado o manipulado. Dios no es la clave de ninguna teoría, no es una herramienta, no es el medio para nada.
Sólo al margen de objetivos utilitarios o prácticos es posible experimentar el Dios verdadero. Para los judíos la manera de estar cerca de Dios es el descanso religioso del sábado, un día no productivo, un tiempo no práctico, de inactividad colectiva. También Jesús se alejaba de vez en cuando de la gente y de la acción para encontrar momentos de reposo, sin urgencias, de gratuidad, para estar con Dios o con los discípulos.
Las horas de reposo y de quietud, el tiempo en que no estás trabajando tu misma para obtener algún resultado, ni estás pendiente de conseguir nada de nadie, ni de Dios tampoco, los momentos sin prisas ni condicionantes son los adecuados para disfrutar de la belleza, cultivar la amistad o descubrir algo de la divinidad. Sólo en esta dimensión inútil o gratuita es posible detectar detalles que suelen pasar desapercibidos en el día a día, descubrir todo lo que de verdad importa de ti, de los demás o de Dios.
El Dios de Jesús está asociado a una manera de entender el mundo en la que se valora por encima de todo las personas. La defensa que hace Jesús de la personalidad de Dios por encima de su utilidad es también una defensa del valor de todas las personas, un valor que no depende de su utilidad o productividad sino del hecho de ser ellas mismas, únicas e irrepetibles.

viernes, 1 de febrero de 2019

Servir

Nos movemos dentro de una red de relaciones que conforman nuestro mundo, el mundo en el que vivimos. Levantamos una piedra con la ayuda de un compañero para construir una casa o anotamos en un papel las propuestas que se han hecho durante una reunión de trabajo. Nuestras acciones nos ponen en contacto con objetos y personas y crean estas relaciones: con la piedra, con el compañero, con el papel, con los participantes en la reunión...
Los encuentros, reacciones, choques, complicidades, proyectos, investigaciones, colaboraciones que se producen con personas y objetos nos mantienen en forma, nos enseñan, nos ponen a prueba, nos alimentan, nos abren nuevos horizontes, nos alegran o entristecen y nos hacen vivir miles de otras experiencias que van conformando y enriqueciendo nuestra vida. Nuestra historia personal tiene la forma que tiene de resultas de nuestro diálogo, o nuestra interacción, con las personas y los objetos que nos rodean.
Es imposible no formar parte de esta red de relaciones pero sí puedes elegir como participas en ella. Hay dos maneras de hacerlo: o bien aceptas tratar al otro de tú a tú, es decir, de igual a igual o planteas una relación desigual en la que tú actúas y el otro simplemente recibe tu acción. La primera suele ser el tipo de relación que existe entre personas, la segunda responde al esquema habitual de relación con los objetos. En la segunda, el objeto es un medio para conseguir algún objetivo, tiene valor por su utilidad. En la primera, en cambio, tratamos al otro como alguien que tiene valor por sí mismo, sin mirar la utilidad o el beneficio.
No hay un tercer tipo de relación, por ejemplo, con los animales. O los tratamos como objetos y los utilizamos para comer su carne, la leche o los huevos, y aprovechamos su piel o sus plumas; o bien tenemos con ellos una relación de tú a tú, de confianza y de respeto: nos hacen compañía, paseamos con ellos y trabajamos juntos, ya sean caballos, perros, papagayos o delfines.
En el momento que se tratan las personas como si fueran cosas y se usan de medios para conseguir alguna beneficio se produce un problema grave de falta de reconocimiento de su valor. Uno parece considerar que vive en un mundo de objetos donde todo lo que está al alcance se puede utilizar para lo que convenga. Jesús denuncia esta forma de hacer: Sabéis que entre los paganos los que son tenidos por gobernantes tienen sometidos a los súbditos y los poderosos imponen su autoridad. No será así entre vosotros; más bien, quien entre vosotros quiera llegar a ser grande que se haga vuestro servidor.
Servir es justo lo contrario: se trata de saber reconocer en cualquiera de nuestras acciones las personas que se verán afectadas por ellas. ¿Hay que redactar un informe? No se trata de llenar páginas sino de que sea útil a quien lo ha de leer. ¿Fabricamos zapatos? No se trata de cuero o de hilo sino de servir a quien las tiene que calzar. ¿Vas por la calle? No se trata de ir rápida o lenta sino de hacer compatible tu desplazamiento con el de los otros que también circulan.
Hagas lo que hagas, aunque sólo trates con objetos, recuerda que vives en un mundo de personas y que todo lo que haces les afecta, que de una manera u otra ellas son destinatarias de tu influencia y que cuando caminas junto a un igual no hay neutralidad posible: o acompañas o te vuelves un tropiezo más de los que debe superar.