viernes, 1 de febrero de 2019

Servir

Nos movemos dentro de una red de relaciones que conforman nuestro mundo, el mundo en el que vivimos. Levantamos una piedra con la ayuda de un compañero para construir una casa o anotamos en un papel las propuestas que se han hecho durante una reunión de trabajo. Nuestras acciones nos ponen en contacto con objetos y personas y crean estas relaciones: con la piedra, con el compañero, con el papel, con los participantes en la reunión...
Los encuentros, reacciones, choques, complicidades, proyectos, investigaciones, colaboraciones que se producen con personas y objetos nos mantienen en forma, nos enseñan, nos ponen a prueba, nos alimentan, nos abren nuevos horizontes, nos alegran o entristecen y nos hacen vivir miles de otras experiencias que van conformando y enriqueciendo nuestra vida. Nuestra historia personal tiene la forma que tiene de resultas de nuestro diálogo, o nuestra interacción, con las personas y los objetos que nos rodean.
Es imposible no formar parte de esta red de relaciones pero sí puedes elegir como participas en ella. Hay dos maneras de hacerlo: o bien aceptas tratar al otro de tú a tú, es decir, de igual a igual o planteas una relación desigual en la que tú actúas y el otro simplemente recibe tu acción. La primera suele ser el tipo de relación que existe entre personas, la segunda responde al esquema habitual de relación con los objetos. En la segunda, el objeto es un medio para conseguir algún objetivo, tiene valor por su utilidad. En la primera, en cambio, tratamos al otro como alguien que tiene valor por sí mismo, sin mirar la utilidad o el beneficio.
No hay un tercer tipo de relación, por ejemplo, con los animales. O los tratamos como objetos y los utilizamos para comer su carne, la leche o los huevos, y aprovechamos su piel o sus plumas; o bien tenemos con ellos una relación de tú a tú, de confianza y de respeto: nos hacen compañía, paseamos con ellos y trabajamos juntos, ya sean caballos, perros, papagayos o delfines.
En el momento que se tratan las personas como si fueran cosas y se usan de medios para conseguir alguna beneficio se produce un problema grave de falta de reconocimiento de su valor. Uno parece considerar que vive en un mundo de objetos donde todo lo que está al alcance se puede utilizar para lo que convenga. Jesús denuncia esta forma de hacer: Sabéis que entre los paganos los que son tenidos por gobernantes tienen sometidos a los súbditos y los poderosos imponen su autoridad. No será así entre vosotros; más bien, quien entre vosotros quiera llegar a ser grande que se haga vuestro servidor.
Servir es justo lo contrario: se trata de saber reconocer en cualquiera de nuestras acciones las personas que se verán afectadas por ellas. ¿Hay que redactar un informe? No se trata de llenar páginas sino de que sea útil a quien lo ha de leer. ¿Fabricamos zapatos? No se trata de cuero o de hilo sino de servir a quien las tiene que calzar. ¿Vas por la calle? No se trata de ir rápida o lenta sino de hacer compatible tu desplazamiento con el de los otros que también circulan.
Hagas lo que hagas, aunque sólo trates con objetos, recuerda que vives en un mundo de personas y que todo lo que haces les afecta, que de una manera u otra ellas son destinatarias de tu influencia y que cuando caminas junto a un igual no hay neutralidad posible: o acompañas o te vuelves un tropiezo más de los que debe superar.