sábado, 26 de diciembre de 2015

Mediaciones

Para moverte por el terreno de la fe conviene que aprendas a distinguirla de otras cosas que no lo son. Rituales, palabras, templos, imágenes... son mediaciones, recursos, para expresar, compartir o apoyar la fe. Creer es saber enfocar la mirada más allá de todo esto.
Pero también debes saber que la fe desligada de todo fácilmente se te escapará de las manos como cuando intentas coger un puñado de agua. De la fe, como del agua, no puedes disponer si no tienes un canal, un depósito, una jarra o un vaso que la contenga. El canal, el depósito, la jarra y el vaso no tienen valor por sí mismos tienen valor por el agua que los llena pero son imprescindibles para conservarla.
Esto también explica por qué la experiencia de fe, básicamente la misma para cualquier creyente, puede dar como resultado vidas muy diferentes. Dependiendo de los medios, de las mediaciones, que se elijan para sostener esta fe te puedes encontrar desde personas a punto para matar en una guerra santa hasta personas dispuestas a soportarlo todo para no hacer daño a nadie, desde personas dedicadas a la lucha silenciosa de la meditación durante largas horas hasta personas que no paran de trabajar para hacer un mundo donde haya sitio para todos...
La fe, como el agua, toma la forma de su contenedor. Las mediaciones que utilices no son indiferentes. Es más, estoy convencido de que algunas formas de vivir la fe la anulan completamente, la ahogan y la hacen inviable. Hay mediaciones que en vez de ayudar a mirar más allá lo oscurecen todo. En cambio hay maneras de tomarse la fe que le dan más fuerza, más sentido, más intensidad...
Creer es encontrar una forma de vivir la fe día a día que aproveche de la mejor manera posible toda su fuerza. Yo cuando me imagino la fe me gusta más verla como un torrente que corre entre las rocas que como agua estancada, más como un camino que no un punto de llegada, más como una construcción que hay que ir inventando paso a paso que no una lista de instrucciones a seguir.
Para cuidar de mi fe me ha sido útil, y lo es todavía, seguir los pasos de Jesús. Para mí él ha dejado iniciados los mejores recorridos que conozco para dar vida a la fe, impedir que se quede dormida o cerrada, hacer crecer la persona y acercarse a Dios.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Debilidad

¿Estás dispuesta a confiar, a creer, a esperar más allá de lo que parece razonable? Esta perspectiva te hará más libre y descubrirás ante ti un horizonte lleno de posibilidades que nunca habías imaginado. Déjame pero por un momento que te hable de dificultades: la fe te da una visión más amplia y más profunda del mundo y de las personas... pero también hace que veas más claramente tus limitaciones.
Hay una gran desproporción entre querer amar a los enemigos, o desear anunciar a los pobres un cambio de vida, y los recursos de que dispones para hacerlo posible. La fe no esconde nuestras debilidades sino que las hace más evidentes. Descubrirlas puede ser un primer paso para superarlas pero no esperes que la fe las borre de golpe.
Sí, ya me imagino que estás pensando: si con la fe no te ahorras nada sino que más bien te complica la vida, ¿no es perjudicial? Más de una persona se echa atrás cuando se da cuenta de las complicaciones que tiene creer pero no está nada claro que dejar de tener en cuenta las dificultades sea una buena solución.
La fe auténtica es a la vez conciencia de las limitaciones y confianza en que se pueden superar. La fe es la capacidad de gestionar nuestros límites no dándolos por definitivos, tampoco ignorándolos, sin desesperarnos ni dejarnos engañar por el optimismo fácil. La fe nos da la vez el atrevimiento y la serenidad para responder con nuestras fuerzas limitadas a retos ilimitados.

domingo, 8 de noviembre de 2015

La fe

¿Te has preguntado alguna vez porque hay gente que cree y gente que no cree? La pregunta es interesante porque no tiene una respuesta fácil. Personas que han vivido las mismas experiencias o que se encuentran en las mismas dificultades unos son creyentes y otros no. ¿Te parece que la fe es una opción personal? Tampoco esto no está tan claro. Hay quien quisiera creer pero no encuentra en su interior ningún tipo de convicción sólida que le confirme que realmente tiene fe y por eso llega a la conclusión de que él no puede ser creyente ni queriendo.
Quizás no te planteas ninguna pregunta, la fe ha dejado de ser una cuestión importante para muchas personas, y no sientes ninguna necesidad de profundizar este tema. Pero tampoco sería extraño que en algún momento también dudes de si tú misma tienes, o puedes llegar a tener, fe.
Por mi parte, después de darle muchas vueltas, me di cuenta de que la fe no se tiene gracias a nada sino a pesar de todo. De entrada no es gracias a ninguna idea, ni a ninguna seguridad personal que tienes fe. Tampoco es gracias a las enseñanzas que has recibido, ni a las circunstancias de tu vida, ni gracias a las personas que más admiras. Si tú no haces ningún paso todo esto se quedará en un simple acercamiento a la fe. Tampoco hay obstáculos insalvables: a pesar de todo lo que te pone de mal humor o que no puedes entender, a pesar de los excesos de la Iglesia o pese a las críticas justificadas a la religión... es posible tener fe.
Creer es una búsqueda que comienza suponiendo que puedes tener fe. Y esta es una apuesta que todo el mundo puede hacer. Sólo si empiezas por aceptar, sin muchos argumentos claros, que podrías tener fe, con el tiempo podrás encontrar motivos para creer. No te digo que te imagines o simules tener fe sino que vivas y actúes dando por descontado que tienes fe y el tiempo te mostrará qué valor tiene tu apuesta.
La fe es una mirada alternativa. La fe cambia tu perspectiva sobre ti y sobre el mundo. Es una disposición a ver las cosas de otro modo... de hecho es un punto de vista que da la oportunidad a las personas y las situaciones de ser diferentes. También abre la posibilidad a que Dios pueda existir. Sólo cuando lo miras todo desde esta perspectiva puedes descubrir hasta qué punto tiene sentido creer.

sábado, 26 de septiembre de 2015

Olor a lavanda

Esta mañana, hacia el final de mi paseo en bicicleta, me ha sorprendido el perfume de unas matas de lavanda. El olor de lavanda siempre me ha gustado. Me transporta a experiencias de mi infancia, de los veranos en el Penedés, de excursiones por la montaña... Parece imposible que un soplo de perfume que dura apenas unos instantes pueda resumir y encadenar tantas y tantas experiencias.
No es fácil explicar cómo es nuestro mundo interior pero sí podemos decir que las experiencias se suman y se refuerzan y que hay sensaciones y sentimientos que pueden parecer momentáneos pero que no lo son y terminan por dibujar prioridades bien definidas que dan consistencia a nuestra historia personal.
Así encontramos vivencias puntuales que resumen y explican quiénes somos, qué nos interesa o qué esperamos. Un solo día con sus diversos momentos puede contener la totalidad de nuestra vida. Como dice el salmo, a los ojos de Dios mil años son como un día... y un solo día mil años. La experiencia cristiana también queda bien definida por los momentos puntuales que la alimentan y la van concretando a lo largo de una jornada. Aquí quiero repasar los elementos que han dado y dan consistencia a mi fe. Repaso las veinticuatro horas de un posible día cualquiera...
Me voy a dormir, me acuesto, pienso muy poco en el día que vendrá y me fijo en el día que termina y doy gracias. Me dirijo a Dios, espero que él sabrá escucharme, pero también me aseguro de que me quede bien vivo y bien claro el recuerdo de los detalles de bondad y de generosidad de las personas con que me he encontrado. Si queremos amar es el único recuerdo que vale la pena de esforzarse por conservar.
Me duermo con facilidad, aunque de vez en cuando también tengo pesadillas. No he encontrado aún una respuesta clara que resuelva todos mis miedos. Entiendo que hay cosas que no dependen de mí y no sirve de nada insistir. En este punto sólo puedo confiar sin entender: todo está en manos de Dios.
Me levanto, me ducho, desayuno y salgo hacia el trabajo repitiendo alguna canción de Taizé o del grupo Kairoi en voz muy baja o silbando. Aunque a veces pierdo el hilo la música vuelve y me acompaña todo el camino hasta que llego a la sala de profesores de la escuela. Algunas veces durante el día siento que la melodía se repite y me alegra pensar que en algún rincón dentro de mí se respira paz.
A primera hora de la mañana es cuando mejor trabajo y aprovecho para preparar las clases de religión, las celebraciones que hacemos con los alumnos o bien alguna sesión de formación de la parroquia. A menudo hay un texto u otro del evangelio que conviene releer. Siempre que vuelvo a un mismo fragmento encuentro nuevos matices, se me ocurren nuevas reflexiones o entiendo más bien qué dice. Es la mejor forma que conozco de estar cerca de Jesús y de no acomodarme a una imagen hecha a la medida de mis gustos. Sin el Evangelio mi vida sería otra.
Por el pasillo me saludan algunos alumnos. Los más trastos nunca pierden la oportunidad y siempre son los primeros de acercarse. En clase no es fácil acertar qué les puede convenir, ni tampoco está demasiado claro que las notas que los ponemos sean justas... pero aquí en el pasillo, como debería ser siempre, la relación tú a tú pasa por delante de todo. Si algo nos hace salir adelante a todos es la proximidad personal. Espero que este encuentro mínimo les sea provechoso, espero saber estar a su lado y no perder la capacidad de confiar. Sé que las relaciones personales sinceras pueden cambiar el mundo.
En clase, cuando puedo explicarme, me lo paso fantásticamente bien. Trabajando con la palabra, hablando o escribiendo, soy muy feliz. Cuento que esta es mi vocación, la vida no me ha indicado otra cosa. No necesito tantas horas de clase como hago para ser feliz, pero me hacen falta para llegar a fin de mes. Tener los pies en el suelo es imprescindible para una experiencia de fe equilibrada.
Tengo tendencia a revisar una y otra vez algunos acontecimientos. Paso horas y horas dando vueltas a las ideas. Dudo, me enfado, analizo todos los detalles posibles, busco información, discuto conmigo mismo o con algún voluntario imaginario... La razón es una máquina trituradora. Con el tiempo he aprendido que no hay para tanto, que a pesar de, posiblemente, tener razón en algunas cuestiones esto no me ayuda a avanzar. Pasear en bicicleta o salir a dar una vuelta son recursos para romper esta espiral y hacer un paréntesis que me ha salvado la vida más de una vez. Algunas veces incluso encuentro tiempos largos para el silencio y la meditación.
Quedamos con los amigos para cenar. Hacemos oración y cenamos juntos una vez al mes, compartimos la fe y la amistad. Estos encuentros son una suerte increíble, no conozco muchas experiencias tan parecidas a la última cena de Jesús. Son sacramento de sacramento, como la Eucaristía es sacramento de Jesús y Jesús lo es del Padre.
Poco antes de acostarme asomo un momento la cabeza por la ventana, miro al cielo y aspiro con los ojos cerrados el aire de la noche... es de los pocos retales de belleza natural de que puedo disponer en ciudad. Tragarme el aire limpio y fresco me hace sentir vivo. La respiración es una oración sin palabras, la más básica, un sí a la vida y al Espíritu que la anima.
Depende de épocas hay recursos que me han ayudado más que otros. En cualquier caso el paso del tiempo no los estropea: sirvieron a otros antes que a mí, me son útiles ahora y servirán más adelante. Son como las pequeñas flores secas de la lavanda que a pesar de haber pasado treinta o cuarenta años todavía huelen cuando las frotas entre los dedos.

sábado, 22 de agosto de 2015

Alcanzar las nubes

El sábado estuvo lloviendo todo el día, pero para el domingo se anunciaba buen tiempo y decidimos subir al Aneto. Después de varias horas de camino, cuando ya estábamos a 3200 metros de altura, nos atrapó una espesa niebla y tuvimos que descender sin llegar a la cima.
A pesar de todo fue una experiencia increíble: las cimas verdes de las montañas cercanas iluminadas por la primera luz del día, un cielo azul intenso durante casi toda la ascensión, las rocas gigantescas por donde trepamos, el murmullo constante del agua que se escurría invisible por todas partes, el glaciar reluciente, el mar de nubes que teníamos bajo los pies, la niebla que se presentó por sorpresa...
Todo alimentaba la impresión de estar en un espacio único y excepcional donde podrías quedarte observando horas y horas sin aburrirte. Del mismo modo cualquier sensación de cansancio o de miedo se veía superada de largo por la alegría y la admiración.
En situaciones como ésta, en las que te das cuenta de la inmensidad del mundo y de la fuerza de la vida, te sientes sobrepasado: no tienes suficientes sentidos para captarlo todo, ni suficiente memoria para retener lo que percibes, ni palabras adecuadas para identificar tus recuerdos...
Sin embargo esta inmensidad sólo se puede adivinar porque nunca llegas a conocerla realmente, ni la puedes hacer tuya por completo. La tienes en frente pero se te escapa. Más bien es ella la que te tiene a ti. Lo mismo que en la experiencia del deseo, que cuanto más vivo lo sientes más percibes lo que te falta en vez de lo que tienes, aquí, como más amplia es la perspectiva sobre el mundo más descubres todo aquello que no sabes, que no entiendes, que no controlas...
La experiencia de ser sobrepasado pacíficamente revela la existencia de un espacio de misterio, de un más allá de nuestro mundo cotidiano. No es demasiado difícil darse cuenta de ello. Aunque es un ámbito de desconocimiento y no nos da mucha información. Por eso son posibles interpretaciones diversas: podría ser el espacio que Dios habita, también podría ser un vacío infinito.
En cualquier caso, aunque Dios viva ahí sigue siendo un espacio de preguntas, no de respuestas. Lo poco que podemos saber es que sorprende, desconcierta, llama la atención, se hace admirar, interesa, genera dudas... Se presenta pues como una provocación, un reto o un punto de partida, nunca un punto de llegada. Podría ser la voz de Dios que hace una llamada en silencio, a través del mundo y de la naturaleza, e invita a buscar, a trabajar, a probar, a insistir. O quizás sólo dice: “La cima todavía sigue ahí. Vuelve a intentarlo.”

sábado, 23 de mayo de 2015

El coche amarillo

Se celebra la jornada de puertas abiertas en la escuela, mientras los maestros hablan con los padres, los niños y las niñas se entretienen con los juguetes de los diversos rincones: cocinas, coches, juegos de construcción... Durante un buen rato un coche amarillo ha estado sobre una mesa olvidado de todo el mundo. Una niña coge el coche y empienza a jugar, inmediatamente otra se le acerca y le tiende la mano: "Lo quiero yo."
Muchas veces no damos importancia a algo hasta que descubrimos que tiene valor para alguien. Tampoco las grandes palabras: la solidaridad, la empatía, la justicia, la paz, la fe... no tienen ningún valor si no son importantes para alguien: nos atrae la solidaridad de tal ONG o de tal persona, nos seduce la fe de aquella tradición, nos admira el sentido de la justicia de tal decisión o nos indigna la falta de equidad de tal sentencia.
La fe cristiana tampoco tendría sentido alguno sin Jesús, un Jesús encarnado y contextualizado, con gestos y actitudes concretas. Ni se habría mantenido viva sin personas de diversas épocas que han retomado y profundizado esta experiencia. Es la sabiduría práctica, la forma de vivir, la espiritualidad concreta la que da fuerza y consistencia a una fe.
La experiencia religiosa es más importante que las ideas, las normas o los textos que tratan de delimitar en qué consiste esta experiencia. Demasiado a menudo se confunden las explicaciones y las precisiones técnicas con la fe. Y es que manejar ideas es bastante más fácil que seguir de cerca los giros sorprendentes que da la vida.
No se puede pues ni educar, ni despertar la fe al margen de la experiencia creyente. Por ello resulta imposible separar la Iglesia y sus miembros del mensaje de Jesús. Porque, en realidad, el mensaje no es lo que se dice o se enseña sino lo que se vive y el ambiente que se respira. Del mismo modo que hay vidas y entornos que dan valor a la fe y refuerzan su sentido, hay situaciones y experiencias que pueden oscurecerla completamente.
En cualquier caso cada uno debe decidir en qué experiencia se quiere fijar y así fácilmente encontrará argumentos bien para criticar la fe, bien para elogiarla. También deberá valorar si le basta con las noticias que aparecen en los medios de comunicación o con el discurso oficial de la Iglesia, o bien tiene que buscar más a fondo. Está claro que hay experiencias actuales que permiten descubrir toda la profundidad que puede tener la fe: comunidades, grupos, congregaciones, proyectos solidarios y también la vida de algunas parroquias afortunadas.
Sólo acercándonos a estas personas y experiencias es posible que se despierte alguno de nuestros intereses y lleguemos a decir "yo también quiero".

sábado, 11 de abril de 2015

Legañas y rasguños

De pequeños mi madre nos decía a veces: “Ven, ¿qué tienes ahí?” Se humedecía un dedo con la punta de la lengua y nos sacaba una legaña pegada al borde del ojo. En otras ocasiones la saliva servía para limpiar un rasguño en la piel.
Jesús cura a un ciego escupiendo y frotándole los ojos con saliva... No es un gesto muy sofisticado, pero tampoco es repulsivo, sobre todo si lo entendemos como una intervención maternal.
Todavía hay personas que consideran a Jesús como un simple transmisor de ideas. Pero es imposible comprender quién es sin fijarse en su sensibilidad, su compasión, su ternura, su proximidad maternal... Estos sentimientos que Jesús muestra a menudo, también el dolor o la alegría, comunican mucho más el amor de Dios que sus palabras.
Tampoco nuestra fe puede entenderse al margen de los sentimientos. Ni las nociones bien definidas de la teología, ni las normas morales o las infinitas aclaraciones de la liturgia pueden despertar la fe. Las mejores ideas no son más, ni menos, que buenos acompañantes de la experiencia de fe que nace del corazón.
Desgraciadamente hay una fijación racionalista en el cristianismo católico que se niega a reconocer el papel central de los sentimientos en la vida del creyente. Está claro que la fe no se puede reducir a una emoción momentánea. La cuestión es reconocer la importancia de los deseos y las aspiraciones humanas en los que se arraiga la fe y aceptar que la vida personal no se mueve por razones sino por profundos sentimientos y convicciones. Al final, negar o perseguir los sentimientos se convierte en una fuente de malestar y de desequilibrio personal.
En los evangelios vemos cómo Jesús se emociona y expresa su estado de ánimo sin avergonzarse: llora, da gracias, se desespera, duda... Y por eso mismo, porque sabe vivir cada situación y sabe gestionar sus emociones puede entender el mundo interior de los demás y acompañarles en su camino personal: “¿Qué queréis?” “¿Por qué lloráis?” “¿Qué discutíais?” "No temáis.” Jesús acoge a todo el mundo, se hace cercano, cómplice, entiende los problemas de la gente y las situaciones por las que pasan por que se acepta y se conoce a sí mismo... nada humano le queda lejos.
Los sentimientos y las emociones son la principal manifestación de por dónde va nuestra vida, de por dónde va nuestra fe. No sería posible cuidar de la vida, ni atender el día a día de nuestra fe, sin acoger y atender a nuestros estados de ánimo. Quien no se conoce, no se escucha, no sopesa el valor real de cada emoción, ni busca la forma de gestionar lo que siente insistiendo o rectificando... nunca sabrá dónde está, ni de dónde viene ni hacia dónde va. Tampoco podrá entender a los que tiene al lado ni captar pista alguna de lo que Dios le está diciendo. ¿Cómo podría pretender, entonces, sacar la paja del ojo de otro si él mismo está ciego?

jueves, 12 de marzo de 2015

Fragmentos de cerámica

En el museo de las termas romanas de Badalona hay algunas piezas de cerámica ibérica. Las encontraron hechas pedazos al excavar en un yacimiento cercano y un equipo de arqueólogos las reconstruyó. Había fragmentos en muy buen estado que todavía conservaban el dibujo original, otros en cambio lo habían perdido y algunos agujeros se tuvieron que rellenar con yeso.
A menudo encontrar el equilibrio personal se parece bastante a la reconstrucción de una vasija de barro. Con paciencia hay que ir encontrando cuál es el lugar que corresponde a cada fragmento, a cada deseo, a cada emoción, a cada idea... en beneficio del conjunto.
Durante mucho tiempo la pedagogía oficial de la Iglesia se ha limitado a identificar, denunciar y prohibir los pecados como si con eso ya quedara todo resuelto. Pero los deseos, los sentimientos y las ideas que nos pueden llevar a hacer el mal forman parte de nosotros, están profundamente entrelazados con otros deseos y sentimientos que nos animan a vivir y a amar. No se puede pretender suprimirlos sin más.
A medida que nos conocemos a fondo podemos identificar qué deseos, emociones y pensamientos vale la pena animar y de cuales conviene tomar distancia. Pero los impulsos problemáticos nunca desaparecerán del todo, sólo los podemos limitar y minimizar, con suerte, quedarán como dormidos.
Tenemos que conseguir ser nosotros mismos con todas las piezas, tanto las que conservan el dibujo original de su creador, como las feas o deformadas por el tiempo. Necesitamos, pues, aprender a convivir con el pecado y el mal. Cuando la persona no reconoce sus deseos o emociones perjudiciales y los niega o los esconde suelen convertirse en una fuente de malestar... aparte de hacer imposible gestionarlos.
Nosotros también contribuimos a hacer el mal, aunque no queramos. Conviene aceptarlo con humildad. En esto consiste llevar la propia cruz: hacernos cargo de nuestras carencias -aunque no seamos directamente culpables de ellas- y ahorrar a los demás una parte del dolor y el malestar que hay en nuestro entorno. Sin lugar a dudas, los mejores compañeros de camino son los que tienen bien asumidas sus propias limitaciones y no pretenden cargarlas a nadie.
En relación al pecado los primeros cristianos hablaban de reconciliación entre Dios y las personas, entre diversos grupos humanos y también, de alguna manera, de la persona consigo misma. Reconciliar habla de conseguir un todo donde no falta nada pero se trata de una totalidad donde cada parte, cada matiz, ha sido reconocida por las demás y ha quedado así integrada.
Al fin i al cabo sólo una vasija o una jarra de barro enteras son aptas para contener vinos, aceites, semillas o algún tesoro.

domingo, 1 de marzo de 2015

La guía de excursiones

Salí de excursión con mis hijos y mis sobrinos. Sobre el papel la ruta parecía muy evidente pero a partir de cierto punto no había un camino claro y atajamos en línea recta por la pendiente hasta encontrar un paso. Una vez arriba vimos que se podía llegar por tres caminos diferentes.
Las explicaciones, por detalladas que sean, sólo son una aproximación. El auténtico conocimiento lo da la experiencia. Demasiado a menudo en cuestiones de fe la gente se conforma con cuatro instrucciones aparentemente claras en vez de querer profundizar. También suele ser habitual que cuando las instrucciones fallan se abandone la fe... como si al estropearse la cerradura de la puerta de nuestra casa decidiéramos cambiar de domicilio.
Un cristianismo aceptado socialmente propició en el pasado una progresiva simplificación de la fe. Y hoy todavía no tenemos una conciencia clara de qué es importante y qué no en cuestiones de fe. Es necesario, pues, ir a las raíces y recuperar la experiencia de fe con toda su profundidad, sin preocuparnos por cómo nos organizamos o qué se debe celebrar tal día. Y para ello habrá que aprender de nuestra historia, de la historia concreta de las personas que han vivido la fe, de los miles de santos anónimos que han seguido a Jesús.
Observando las personas que a lo largo de los siglos han seguido las líneas de trabajo de Jesús se adivinan diversos núcleos de experiencia significativos. Un núcleo se encuentra en la lucha por la justicia, la denuncia de la marginación y el trabajo por la promoción humana, la construcción de la paz, el cuidado de la salud y la educación. Otro es la experiencia de vida en común, en grupos de reflexión o de oración, en pequeñas comunidades, en la vida parroquial, en comunidades religiosas y en monasterios, en movimientos y asociaciones, en encuentros y celebraciones. Un tercer camino es la búsqueda de Dios desde el silencio, profundizando en uno mismo, con el estudio, la oración, la meditación...
No es posible encontrar ni seguir a Jesús en abstracto. Él se encuentra siempre encarnado en contextos y experiencias concretas. O bien encuentro a Jesús en mí, o bien lo encuentro en la comunidad o bien lo encuentro en los pobres de nuestro mundo. Sin rehacer la experiencia de Jesús no es posible conocerle, ni entenderle, ni seguirle.
Fuera de estos núcleos de experiencia no hay fe cristiana posible, ni tampoco auténtica Iglesia. Las diversas líneas de trabajo son, en realidad, una red de caminos que están interconectados y unos llevan a otros y, al final, todos llegan a Jesús. En cualquier caso sin pisar ningún camino, ni perderse ni sufrir algún rasguño es imposible encontrarlo.

martes, 17 de febrero de 2015

El molde

A mi hija mayor le han regalado un molde de silicona para hacer pasteles. Tiene unas letras grabadas en el fondo que dicen cookie que quedan reproducidas en relieve en la parte superior del pastel una vez desmoldado.
Las palabras también son una especie de molde que da forma a la experiencia: identificamos que es una sombra que se mueve a lo lejos diciendo que se trata de un rebeco, o aclaramos que no hay peligro cuando decimos que el agua es poco profunda... Las palabras ponen en relación experiencias nuevas con otras ya conocidas y les dan un significado.
Las oraciones que recitamos funcionan igual, son una manera de dar forma a la experiencia religiosa. Rezar es una de las formas más simples de oración: pide poco esfuerzo, ayuda a fijar la atención y poco a poco va despertando nuestros sentimientos. De entrada puede parecer un tipo de oración pobre o, tal vez, vacío pero con el tiempo y de forma imperceptible las palabras se van llenando de vida. Por eso no es indiferente el molde que utilizamos para rezar. Lo que decimos llama o convoca a una cierta experiencia.
A mí, por ejemplo, se me hace raro hablar de vos. Hace mucho tiempo que no oigo expresiones como estas que ya eran raras cuando yo era pequeño. En cambio, la palabra que Jesús elige para dirigirse a Dios es Abba, papá, es la expresión familiar que usaría un niño. Cuesta entender que la versión catalana del Padrenuestro mantenga este trato de vos cuando se dirige a Dios.
Es muy diferente decir: Padre nuestro que estáis en el cielo... (en segunda persona del plural) que decir: Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Nuestro pan de cada día danos hoy; perdona nuestras ofensas, que nosotros perdonamos a los que nos han ofendido; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.
Las palabras, no las grandes palabras que aparecen en los documentos oficiales ni los tecnicismos de las aulas de teología, sino las que repetimos cada día configuran nuestra experiencia de Dios. La oración dirigida a un Tú expresa y da consistencia a los sentimientos de confianza, de proximidad, de aprecio... Y abre el camino para hablar tú a tú con Él.
Es un rasgo distintivo de Jesús: nada de palabras altisonantes, ni celebraciones solemnes, nada de templos pomposos, ni de intermediarios que gesticulan ante la multitud... Hay que saber orar en un rincón escondido y dirigirse tú a tú al Dios que nos acompaña a todas partes. Sólo hablando a Dios de Tú es posible rehacer la experiencia de Jesús que se reconoce como Hijo... Él, su vida y sus palabras, son el molde que nos permite llegar a vivir también como hijos.