sábado, 29 de diciembre de 2012

El silencio del almacén

Durante las vacaciones de Navidad siempre pasaba algunos días en casa de mis abuelos en Vilafranca. Me quedaba en el pequeño almacén que tenían junto al patio y construía cualquier cosa con maderas y clavos viejos. Era un rincón tranquilo y silencioso. Allí oí por primera vez el ruido de las carcomas cuando taladran la madera. No fue fácil, tardé varios días en identificar quien hacía ese rac, rac, rac...
Los sonidos se esconden unos detrás de otros, los más fuertes se imponen y los más débiles, quizá existan, pero no se oyen. Sólo en silencio podemos descubrir los sonidos más ligeros e identificarlos.
Un conocimiento profundo de uno mismo pasa también necesariamente por el silencio. Primero uno se aparta del ruido que le rodea, después, descubre el ruido que lo llena por dentro y tiene que desactivar este segundo foco de distorsión si quiere captar los pequeños movimientos que se producen en su interior: deseos, ideas, dudas que apenas apuntan i que les inquietudes del día a día ocultan.
Nos pasa lo mismo cuando queremos saber en qué mundo vivimos. Si tomamos distancia de las palabras de moda y del alboroto que las acompaña, podemos empezar a pensar por nosotros mismos y darnos cuenta de qué vale la pena admirar y qué no funciona en nuestra sociedad. En este entorno de calma y silencio podemos oír las voces casi imperceptibles de quienes viven al margen, voces que piden con toda justicia mucho más de lo que sabemos dar. También podemos descubrir a las personas que trabajan sin hacer ruido para darles respuesta.
El silencio resulta siempre revelador, no tanto porque nos diga nada sino porque crea un ambiente adecuado para oír todo aquello que habitualmente no percibimos: quejas, esperanzas, interrogantes, aciertos... El silencio nos pone en situación de escucha, nos despierta la atención y nos invita a reaccionar. El silencio está vivo, hace audibles muchos sonidos, esconde una fuerza increíble.
Aunque a menudo se habla de que Dios ha dicho eso o Dios ha dicho aquello, no es una expresión suficientemente clara: la principal elocuencia de Dios se halla en su silencio. Dios escucha, Dios no tapa con ruidos lo que podría resultarnos molesto al oído, Dios no sustituye nuestra responsabilidad por órdenes directas, Dios espera y confía. Su silencio nos llama a escuchar con atención: las voces más débiles, los sonidos más escondidos, los rumores más sutiles...
Con la estrategia del silencio Dios se sitúa muy cerca de aquellos que habitualmente no se hacen oír, los pequeños, los débiles, los olvidados... más aún se sitúa como el último de todos, el más sutil e imperceptible. No es nada extraño pues que salga a nuestro encuentro como un recién nacido débil y desvalido y que la fragilidad y la máxima sencillez sean los caminos que nos llevan hacia Él más que la fuerza y el ruido.

martes, 18 de diciembre de 2012

Ponerse al sol

Uno de los placeres más dulces del tiempo de invierno en la montaña es encontrar un rincón resguardado y echarse sobre la hierba a tomar el sol. Intuyes el viento helado que pasa sin tocarte y notas como los diversos miembros de tu cuerpo se van recuperando del frío que han acumulado durante el camino. Miras hacia el cielo completamente azul y sereno, percibes el silencio que te rodea y no necesitas nada más.
Es un placer sencillo y universal: aunque todo el mundo se echara a tomar el sol habría de sobra para todos los que quisieran. La naturaleza no hace distinciones y el sol sale tanto para unos como para otros. Todo apunta a que tampoco su creador no hace distinciones y que se da sin condiciones.
Sí, Dios se da de forma gratuita pero a la vez es necesario luchar por encontrarlo. Hay creencias que el tiempo muestra que son fruto de nuestros miedos o expresiones que se revelan insuficientes para hablar de Dios, rituales que descubrimos vacíos o prácticas que devienen perjudiciales para la persona... Todo esto debe ser superado, Dios está más allá de todos los intermediarios, de todas las palabras, de todas las religiones.
Cuando dejamos atrás las mediaciones para acercarnos más a Dios nos encontramos con el silencio más absoluto. Sin los recursos, ni las imágenes, ni las teologías que las tradiciones religiosas nos ofrecen es imposible de entender ni de decir nada sobre Dios. Dios se nos presenta entonces como un gran vacío, como la imposibilidad de decir nada pertinente, como silencio. Para unos esto prueba que Dios realmente no existe, para otros es lo máximo que podemos llegar a descubrir de Él.
La perspectiva de un Dios que está más allá de todo, que es imposible de atrapar con ninguna definición, con ningún dogma, con ninguna normativa, que nos rodea y al mismo tiempo se nos escapa... nos deja sin palabras. Aunque también nos hace más libres: nos vacía de los pesos inútiles que cargamos, nos serena con su silencio pacífico y nos acoge en un espacio sin restricciones en el que cabe todo el mundo.
Adentrarse y detenerse en este espacio silencioso y acogedor que es Dios mismo, y dejar que su espíritu nos vaya haciendo suyos, como dejamos que el calor del sol nos vaya penetrando, nos transforma. Este es el camino para llegar a decir lo que creamos oportuno y acoger con respeto y admiración las diversas palabras que las tradiciones religiosas nos han transmitido sobre Él. Descubrir por experiencia propia la inmensidad desbordante de Dios nos prepara para servirnos humildemente de las mediaciones que la vida nos ha puesto al alcance: personas, ritos, imágenes, conceptos muestran ahora su gran valor... siempre relativo, siempre insuficiente.

martes, 4 de diciembre de 2012

Gotas de lluvia

Estoy de pié viendo como cae la lluvia. Ha llovido durante todo el día. Primero llovía con fuerza, caían grandes gotas muy seguidas, pero ahora el ritmo se ha ralentizado y cada vez las gotas son más pequeñas. Parece imposible que sólo con el agua de la lluvia se puedan llenar los grandes embalses. Las gotas son frágiles, pasan ante nosotros y estallan sobre el suelo. Las grandes masas de agua, en cambio, esconden una fuerza terrible, sin contención se convierten en una corriente destructora que se lo lleva todo por delante.
Una persona puede pasear bajo la lluvia pero no podría dar ni un paso embestido por una riada. Son cosas tan distintas como hablar con un amigo es diferente de intentar hacerse oír ante una multitud. Hablar mirándose a los ojos, en un clima de confianza, sin interferencias, pendientes el uno de lo que dice el otro... no es lo mismo que captar la atención del público y mantener su interés durante un buen rato.
La comunicación en público tiene sus leyes y está cargada de condicionantes que van más allá de las fuerzas o de la voluntad de las personas: tendencias, modas, presiones sociales, intereses económicos... Con todo hay quien sabe triunfar en este ámbito.
Jesús usa recursos propios de las relaciones interpersonales en su actuación pública: pocos discursos y muchos diálogos, muchas personas concretas y pocas masas anónimas... Conozco personas que en el trato personal actúan justamente al revés, en vez de hablarte te sueltan un discurso y tratan de venderte cualquier cosa.
¿Qué hace Jesús? ¿Es, quizás, un ingenuo que no se da cuenta de los mecanismos que mueven a las multitudes? Actuar en sociedad como si se tratara de un encuentro entre amigos con todo tipo de interlocutores: mujeres, marginados, extranjeros, soldados, maestros de la ley, enfermos... es una opción. Es dar prioridad a las personas por delante de su posición social o religiosa y, también, renunciar de entrada al provecho que se les pueda sacar. Iniciar un tú a tú es una forma privilegiada, quizás la única, de comunicarse seria y respetuosamente, aceptando un proceso compartido del que se desconoce el final.
Es cierto, las grandes masas tienen un poder increíble, pero es un poder ciego e inconstante. Sólo el goteo tenaz es capaz de crear un clima acogedor donde cada uno puede ser él mismo y avanzar paso a paso.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Todos los colores del otoño

En otoño el bosque tiene los colores más vivos e intensos que en ninguna otra época del año. Hay hojas de todos los tonos de verde mezcladas con otras que van del amarillo hasta el naranja y el marrón. Crece una hierba verdísima sobre la tierra oscura, ennegrecida por la humedad de las lluvias, en los márgenes hay flores blancas, amarillas o violetas y entre las hojas estalla el rojo de los madroños.
Los amarillos contrastan con los verdes, sobre los verdes destacan el blanco y el rojo y hay cambios en la combinación de colores en cada curva del camino. Es un juego de contrastes formidable. Ningún color por sí solo no es capaz de producir un efecto similar. El conjunto es mucho más rico que todos los colores por separado.
Las personas somos como un bosque. Ningún detalle por sí solo no descubre quiénes somos, sólo viendo el conjunto uno se puede hacer una idea suficiente de nuestra personalidad. Igualmente Jesús, no podemos quedarnos sólo con su muerte o con sus milagros. Va todo junto y contrasta y se complementa: la vida y la muerte, la muerte y la resurrección, los hechos y las palabras, las palabras y los silencios, las situaciones y las personas, los adversarios y los amigos, las alegrías y las penas...
Uno puede fijarse en una palabra de Jesús o admirar un gesto concreto. Pero son sólo caminos para adentrarse en el bosque. Dentro hay todo un mundo que no se puede reducir ni simplificar. Es un empobrecimiento notable pensar que todo lo que Jesús nos descubre de Dios se encuentra en sus palabras. Es toda su persona que nos habla de Dios. Es la vida de Jesús que da fuerza a las palabras, al igual que las palabras iluminan los gestos y que los gestos son atenciones a personas concretas y son a la vez una denuncia de las situaciones injustas ...
Se necesita tiempo para recorrer todos los rincones de un bosque y quizás nunca acabaremos de conocer del todo a Jesús pero dentro de esta atmósfera podemos aprender muchas cosas. Es viéndolo desde dentro, desde la perspectiva de Jesús, respirando su ambiente, moviéndonos en su espacio... que toman sentido sus gestos, sus palabras, su experiencia de Dios, incluso su muerte.
Y también, claro está, en este entorno que quiera seguir a Jesús encontrará elementos de enriquecimiento, de contraste, de profundización, de paz... y podrá encontrar un sentido a su vida: seguirle de cerca a él hasta llegar a formar parte con él de este paisaje que es el rostro de Dios.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Los nudos de la madera

Yendo de Montgat hasta Premià por el camino que discurre entre la vía y la playa se cruzan algunos puentes de madera. Con el rozamiento de los zapatos la madera ha ganado brillo y también se ha ido desgastando. Aunque las ruedas de la bicicleta detectan los bultos que forman los nudos de la madera que todavía conservan su grosor original.
Recuerdo algunas cenas con amigos... Son como nudos en la materia de mis recuerdos. Hablando y comiendo tuve la sensación de que el tiempo no pasaba. Ahora me doy cuenta que no iba desencaminado: han resistido muy bien el paso de los años.
Hay momentos en que nuestras experiencias adquieren una densidad y una consistencia fuera de lo normal. Parece como si con lo que estamos haciendo ya tuviéramos suficiente y no nos hiciera falta nada más, como si todo el pasado hubiera sido olvidado y el futuro fuera irrelevante.
La última cena de Jesús... Es importante recordar que fue una cena: el pan y el vino separados del ambiente de amistad y de fiesta, separados de la vida y de los gestos de Jesús, quedarían completamente fuera de contexto y se convertirían en simples ídolos. La cena, pues, con los discípulos tiene también ese aire de consistencia, de profundidad, de riqueza y de plenitud vital.
Compartir el pan y beber de una misma copa son gestos más antiguos que Jesús. Están cargados de significado ya de antes: muchas personas han comido juntos y han brindado, han compartido sus alegrías y sus penas. Ahora con Jesús, además, se convierten en un resumen de su trayectoria vital y a la vez en un nudo que le liga estrechamente a sus seguidores.
Cenas como estas sugieren una riqueza que va mucho más allá del alimento y de la amistad. Esto también se adivina cuando una cena no sale como nosotros quisiéramos pesar de haberla preparado con todo el interés. Descubrimos entonces que se trata de una especie de regalo que no podemos conseguir por nuestras propias fuerzas ni controlar. Puede tratarse de la suerte, puede ser el favor de Dios o el soplo de su inspiración.
Volver una y otra vez a la cena de Jesús, mantener el calor de la amistad, repetir el gesto de partir y compartir, sostener la apuesta de la fe en que a pesar de todo Dios completará su proyecto... es la manera de perseguir con insistencia este regalo que, a menudo, se esconde. Y así lo hacemos, aun sabiendo que la mayor parte de la madera es lisa y muy poca es nudo.

martes, 30 de octubre de 2012

Subir y bajar

Contaba mi madre que cuando yo era pequeño me subía al sofá del comedor y luego no sabía bajar. Cansada de perseguirme y temiendo que en cualquier momento de distracción pudiera caerme y abrirme la cabeza decidió enseñarme a bajar del sofá tumbado boca abajo y dejando colgar las piernas hacia abajo hasta tocar con los pies en el suelo. No tengo recuerdos de aquella etapa de mi vida pero sé que la superé con la cabeza entera.
Los antiguos subían a las montañas buscando a Dios... Hoy hay quien prueba de descubrir quién es Jesús pensando en qué atributos le corresponderían como Hijo de Dios. Pero este enfoque nos aleja de Jesús porque pueden hacerse todo tipo de planteamientos y llegar a las conclusiones más diversas.
Resulta imposible aproximarse a Jesús y empezar a entenderle sin compartir con él algunas de las preocupaciones o intereses que le movieron. Quien no vive a fondo sus propias experiencias es incapaz de entender la experiencia de otro. Fuera del terreno de la experiencia humana la imagen de Jesús se desdibuja.
Jesús tampoco parte de ideas sino de experiencias vividas, de anécdotas (las parábolas), para hablar del Padre y de su Reino: una moneda perdida, una brote que crece, un vecino inoportuno... No son un simple recurso didáctico entre otros. Las situaciones cotidianas son un camino para acercarse a Dios.
Siguiendo Jesús aprendemos a tener los pies en el suelo y a saborear la vida con todos sus matices: él se acerca a las situaciones personales más oscuras y amargas, y al mismo tiempo, sabe disfrutar de los ratos de fiesta con los amigos o de paz en medio del silencio de la noche.
Más adelante, cuando descubrimos que Jesús es más que un hombre cualquiera, tampoco podemos olvidar como él ha vivido y pretender situarlo más allá de todo. Jesús resucitado conserva sus heridas en las manos y en el costado.
Sí, lo reconocemos como el Hijo de Dios pero eso no le ha ahorrado ninguna experiencia: ni el fracaso, ni el dolor, ni la muerte. El recorrido humano de Jesús no es una simple anécdota, es la clave que permite descubrir quién es él y cómo es Dios.
Buscar a Jesús a partir de la experiencia humana no rebaja su divinidad, sino que pone de manifiesto las posibilidades y la riqueza infinitas de todo lo humano.

lunes, 8 de octubre de 2012

Una mirada

Doy clase en varios cursos y al cabo del día veo un montón de gente diferente. Siempre encuentras a alguien que te llama la atención. Por ejemplo, me he encontrado con alumnos que parecen leerte el pensamiento. Te miran y explican a sus compañeros que ahora harás tal o cual cosa que, efectivamente, tú estabas a punto de hacer, o te miran de reojo antes de que puedas decir que hay que hacer algunos deberes para pasado mañana.
Es una experiencia sorprendente de proximidad en la que no hacen falta las palabras, basta con una mirada. Y el efecto es reversible: yo también puedo adivinar su pensamiento y captar qué dirá o qué siente. Aunque suele limitarse a momentos muy concretos.
Jesús rodeado de gente nota que alguien le ha tocado, en otra ocasión oye una voz que le llama en medio de una bronca o lee en los ojos del discípulo sus preocupaciones. No necesita explicaciones. Jesús está atento y capta hasta el más mínimo detalle. Con el tono de voz o con un gesto de las personas adivina sus ilusiones o sus miedos. Y, por eso, cuando les hace una propuesta sabe lo que está haciendo y muy a menudo acierta a abrir nuevas posibilidades en su vida.
También en el silencio de la oración podemos adivinar esa misma mirada de parte de Dios. Él lo sabe todo y nada le pasa por alto de nuestra historia, de nuestras dudas y certezas, de nuestros sueños y deseos... No tenemos nada que esconder. Podemos hablar de todo y con franqueza. Tampoco por estar de buen o mal humor no dejará de escucharnos, podemos estar seguros de que entiende nuestros motivos. Dios nos acoge y nos escucha sin condiciones, ni prisas, ni limitaciones de horario. La sabiduría de Dios, más que darnos miedo, nos permite hablar con absoluta libertad.
Dios lee nuestro interior con mucha más claridad que nosotros mismos. Y por eso, a medida que podemos superar la necesidad de dar excusas para quedar bien, podemos verlo todo más claro. Gracias a Él podemos vernos a nosotros con más luz. Y así, hablando con Dios, cada vez nos conocemos más y más clara es nuestra conciencia sobre nosotros mismos. Cuanto más cerca de su punto de vista nos situamos mejor perspectiva tenemos sobre nosotros. Su mirada ilumina nuestra mirada. La forma en que Dios nos mirar es el camino para vernos en profundidad, para aceptarnos, para avanzar sin obstáculos ni límites hacia nosotros mismos y para acoger a los demás sin que hagan falta más explicaciones.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Pies cansados

Después de ir todo el día arriba y abajo por la escuela, llego a casa con los pies deshechos. Me quito los zapatos, me siento, estiro las piernas y dejo reposar los pies descalzos sobre el suelo frío. Lentamente noto como se van recuperando. Mañana al final de la jornada probablemente vuelva a tener los pies doloridos pero sé que ésta no es una situación irreversible y que puedo encontrarle remedio.
Estar bien integrado en la sociedad es como llevar los zapatos bien atados: con los pies bien sujetos seguro que no damos ningún paso en falso. Si no nos salimos de la línea definida por nuestro entorno podemos vivir seguros. Las normas escritas y, sobre todo, no escritas, los rumores, las miradas, los aplausos o las modas nos indicarán qué debemos hacer. Pero en realidad la presión social se aprovecha de nuestras debilidades e incide sobre nuestros miedos y nuestras dudas para dictarnos la dirección que debemos tomar.
Ceder a las presiones nos permite integrarnos en la vida social pero no se puede pedir a nadie que renuncie a ser él mismo. Más aún cuando los prejuicios y los miedos llevan a marginar las personas que no encajan por algún motivo. Jesús constantemente toma distancia de las presiones sociales y religiosas de su tiempo. La mayoría de gestos y palabras de Jesús pretenden dar protagonismo a los marginados. Jesús hace que todo el mundo se dé cuenta -también los afectados- de que su situación no es irreversible y que todo el mundo tiene un lugar en este mundo. La sensación de ser valorado, que uno mismo también vale la pena, actúa como motor de cambio y superación.
A menudo se ha caído en la tentación de utilizar la religión para alimentar las inseguridades individuales y así garantizar la paz social. Pero potenciar los sentimientos de derrota o de culpabilidad acaba por anular las personas y la sociedad pierde dinamismo. Sólo quien se sabe protagonista puede ser responsable de uno mismo y de los demás.
Jesús no fundamenta su mensaje en los miedos de la gente, ni en sus sentimientos de culpabilidad, no amenaza, no descalifica, no presiona. Más bien trabaja para dar consistencia a sus esperanzas. Será más o menos difícil deshacerse de los miedos y las dudas y hacer frente a las dificultades pero la religión de Jesús no hurga en las debilidades de las personas. Junto a Jesús uno se puede sentir fracasado, frágil, inseguro, pecador... sin sentirse rechazado por Dios. Dios no da por bueno el fracaso, ni nos lo reprocha sino que confía en que saldremos adelante. El Dios de Jesús no culpabiliza, todo lo contrario, cuida que nuestros pies no tropiecen con ninguna piedra.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Puertas y llaves

Para llegar hasta el trastero donde guardamos las bicicletas tenemos que cruzar tres puertas cerradas con tres llaves distintas. No es por cuestiones de seguridad. El acceso al trastero comunitario se complicó cuando se hicieron las obras de ampliación del museo de las termas romanas que hay justo debajo de nuestra casa. Desde entonces tenemos dos puertas más.
Resolver una cuestión que nos preocupa se asemeja a abrir una puerta. Con la llave adecuada podemos acceder a la respuesta que buscamos. De esta manera cuando nuestra vida nos plantea algún enigma, lo primero que hacemos es intentar utilizar llaves que nos han sido útiles otras veces para resolverlo. Igualmente cuando pretendemos imaginar cómo actúa Dios solemos usar alguna de las explicaciones que habitualmente nos ayudan a abrir puertas.
Una de las llaves más simples, o más infantiles, para encontrar sentido a las experiencias vividas es considerar que aquellas que nos satisfacen son un premio, y el dolor o las dificultades son algún tipo de castigo. Es una clave que tenemos tendencia a utilizar porque nos ayuda en algunas situaciones pero a menudo resulta problemática: ¿Qué pasa con el sufrimiento de los niños? ¿O con las enfermedades incurables? ¿Realmente es un castigo justo? ¿O se puede sacar algún beneficio que justifique el dolor? Esta llave no resulta nada adecuada para tratar de Dios... más bien esta llave abre la puerta de salida para alejarse definitivamente de él.
Algunas personas prefieren pensar que nada tiene sentido antes que aceptar un castigo o perseguir un premio que nunca llega. Si hacemos el esfuerzo de mirar más allá de premios y castigos, podemos darnos cuenta de que hay una cierta lógica en esta historia. La vida nunca deja de presentarnos nuevas situaciones y, de un modo u otro, nuestra actuación es una respuesta. Entre nosotros y la vida se establece un diálogo.
El diálogo es una clave mucho más sutil para interpretar los procesos de la vida. Pero si esperamos que la vida nos dé respuestas ya nos podemos esperar sentados. Más bien es necesario que nos tomemos la vida como una gran batería de preguntas, o como un misterio inagotable que siempre nos sorprende, o como un reto maratoniano que nos pide a cada momento que hagamos algo.
Poco a poco este diálogo nos podrá ayudar a descubrir quién es cada uno: responder nos ayuda a definir quiénes somos realmente nosotros mismos pero también pondrá al descubierto cómo es la vida de rica y de imprevisible. Y el diálogo también irá estrechando cada vez más los lazos entre nosotros y esta vida que podemos llegar a querer con locura aunque no la entendamos del todo. Este planteamiento también sirve para situarse frente a Dios. Él se mantiene en el misterio y a distancia. Él es Él y yo soy yo. Él propone y yo respondo... como puedo o como sé. Él es responsable de su parte y yo de la mía. Y al mismo tiempo yo creyente puedo hacer camino a su lado i cruzar juntos algunas puertas cerradas.

jueves, 23 de agosto de 2012

La caracola

Estuve en Vilafranca en casa de una tía mía con mis hijos. Curioseando por aquí y por allá encontraron la concha de un viejo caracol de mar. Todavía me acordaba de él, de cuando yo era pequeño. En aquella época las caracolas estaban de moda, me parece que había una en cada casa. "Cuidado, cuidado que no se os caiga!" "¿Se oye el sonido del mar?" De uno en uno todos acercaron su oreja a la boca de la caracola y se quedaron escuchando con atención: el rumor lejano de las olas y el sonido del viento se oían perfectamente.
Escondido como estaba debía hacer un montón de años que nadie escuchaba su sonido. La progresiva desaparición de la religión de la escena pública también ha hecho que mucha gente deje de oír la voz de Dios, aunque eso no quiere decir que haya dejado de hablar.
Los pueblos primitivos escuchaban la voz de Dios en los fenómenos meteorológicos. El antiguo Israel descubrió que Dios hablaba en los acontecimientos históricos. Los discípulos se dieron cuenta, un poco tarde eso sí, que Dios les había hablado a través de la vida de Jesús. No sólo con lo que Jesús había dicho, sino también con sus gestos, con sus actitudes, con sus amistades, con sus fracasos y, finalmente, con su resurrección. Todo hablaba de Dios, la vida de Jesús entera era palabra de Dios.
Después de Jesús los discípulos también aprendieron a leer su vida como palabra de Dios. Igualmente podemos hacer nosotros con la nuestra. Dios habla a través de la historia personal, la nuestra y la de los demás, de los acontecimientos cotidianos, de las dificultades que experimentamos, los retos que se nos presentan, de las ilusiones que sentimos... La vida es la palabra de Dios.
Pero, como los discípulos con la vida de Jesús, leer y entender la vida requiere tiempo. Muy a menudo es cuando ya ha pasado que podemos valorar con acierto una experiencia. Nuestra comprensión, pues, va un paso por detrás de la vida y hay que tener paciencia. De entrada avanzamos a ciegas guiados solamente por un murmullo lejano casi imperceptible que nos promete quién sabe qué. Tal vez que encontraremos el mar si lo seguimos o que llegaremos a ser felices. Y de esta manera se enciende el deseo en nuestro corazón sin saber todavía adónde vamos exactamente.
Dios, más que dar instrucciones, seduce. Así pues, antes de descubrir por dónde puede ir Dios percibimos el deseo de encontrar algo más. Aunque Dios no es la única seducción que podemos encontrarnos y habrá que poner a prueba las diversas promesas que nos llegan. Debemos acercarnos y escuchar con atención, el tiempo nos irá revelando en qué sonidos se esconde la voz de Dios y cuáles son simplemente ruido, qué deseos vale la pena cultivar y cuáles son prescindibles, por donde la vida puede ser más vida y en qué dirección no hay nada que esperar.

lunes, 13 de agosto de 2012

Caminos de montaña

Este fin de semana hemos subido a la Pica d'Estats. Hemos iniciado el ascenso  desde la Vall Ferrera. Esta ruta es conocida desde hace más de cien años. El camino se hace largo pero es fácil de seguir: está indicado con marcas de pintura y también con hitos de piedra.
Seguir los pasos de otros es una buena forma de llegar lejos, más lejos de donde podríamos llegar nosotros solos. Avanzamos gracias a lo que otros han descubierto y nos han transmitido. La fe también es un camino que han recorrido otros antes que nosotros y seguirlo es reconocer que tenemos mucho que aprender.
He tenido la suerte de encontrarme con personas que me han descubierto aspectos fundamentales de la fe: personas con espíritu crítico, gente comprometida con los marginados, hermanas y hermanos con un profundo sentido comunitario, pueblos enteros que saben salir a la calle y hacer fiesta, hombres y mujeres de oración, lectores atentos del evangelio, educadores entregados al servicio de los jóvenes... Y seguro que me he dejado a algunos.
La religión auténtica no es cosa de uno siempre es de dos o más. Y nosotros no somos los primeros. Todo empieza al descubrir un gesto o una palabra atractiva de alguien que va delante nuestro, como si fuera el hito que señala una ruta, y poniéndose a seguirla.
Aunque, en cuanto a la experiencia religiosa, la iniciativa tampoco es de los que van por delante, en último término la iniciativa es de Dios. Si Dios mismo es como creemos que es, nadie lo podría llegar a conocer si Él no quisiera, si Él no se hiciera cercano. No hay ninguna posibilidad de experiencia religiosa si Dios no lo quiere, si no nos deja alguna pista...
La fe es una relación personal con alguien más allá de todo alguien que madura en las relaciones personales concretas. Aunque también podemos encontrar -y encontraremos- gente impresentable. Pero a pesar de que el camino esté lleno de barro o haya quedado desdibujado en medio de un pedregal o se desvíe y haga un rodeo, lleva a cimas de belleza increíble. No se trata de seguir una tradición religiosa diciendo que sí a todo y a todos. Las tradiciones no son buenas por el solo hecho de sernos dadas y tener sus raíces últimas en Dios, sino que son buenas por su capacidad de hacernos crecer y madurar hoy, de hacernos avanzar.

martes, 31 de julio de 2012

Cambio de conductor

Un coche se ha detenido ante el semáforo en rojo. De repente se han abierto las dos puertas delanteras, el conductor y el acompañante han salido deprisa y han intercambiado sus puestos. Justo después de cerrar las puertas se ha encendido la luz verde y el coche se ha puesto en marcha otra vez. Quizás el conductor estaba cansado o el acompañante quería conducir... vete a saber!
Conducir o acompañar son dos formas diferentes de hacer el mismo viaje: el conductor tiene la perspectiva de las órdenes que hay que dar al vehículo; el acompañante percibe más bien el resultado: si se corre demasiado o si es cómodo circular así.
Muchos textos del evangelio invitan a seguir a Jesús, a escucharlo, a poner en práctica sus indicaciones: él es el conductor. Pero desde muy antiguo los seguidores de Jesús ha descubierto que la única vía realmente efectiva de hacer lo que Jesús propone es situarse en su lugar: ser también conductor y asumir la responsabilidad de llevar el volante.
Para meternos dentro del evangelio es útil imaginarse que nosotros somos el centurión o Marta o Pedro que están frente a Jesús y tratar de revivir sus sentimientos. Pero constantemente el evangelio nos invita a ponernos en la piel de Jesús: cada uno de nosotros debe dejarse animar por el mismo Espíritu que lo anima a él, debe atender a las personas y anunciarles el Reino igual que él hace, debe cargar con la propia cruz ...
No se trata ni de imitarlo ni de obedecerle ciegamente, sin captar ni sentir sus motivos, sin percibir sus ilusiones o inquietudes. Se trata de entrar en la experiencia de Jesús: sentir, vivir y ver la realidad desde su óptica.
La identificación con Jesús no es una experiencia mística aislada, como a menudo se ha pretendido limitándola al terreno de la oración o de la meditación, ni un ejercicio reservado a ciertas jerarquías ... sino que es una clave básica para todo aquel que quiere entender y vivir la fe cristiana. Las prioridades que marcaron la vida de Jesús son una línea de trabajo abierta en la que todo el mundo cabe. Sólo hay que ponerse.
Todo lo que Jesús hizo también se puede esperar de nosotros: hablar con Dios de tú a tú, desafiar las leyes o las autoridades injustas, hacer camino con los que viven al margen, responsabilizarse de la comunidad, ser perseguido... ahora y aquí Jesús somos nosotros.

viernes, 22 de junio de 2012

Surfistas

Frente a la playa de Montgat se reúne a veces un grupo de surfistas. En el mediterráneo no hay grandes olas y por este motivo suelen aparecer en días de viento o de mala mar para aprovechar las olas que se producen. Se quedan dentro del agua sentados sobre las planchas con las piernas colgando a ambos lados a la espera de que llegue su ola.
Los surfistas están a merced del mar: flotando sobre el agua turbia, inquieta y misteriosa, y pendientes de las olas sin las que no se puede probar de hacer nada, ni se puede ir a ninguna parte.
Hay bastantes aspectos de nuestra vida que no podemos controlar y en cambio son imprescindibles para conseguir muchos de nuestros deseos: las otras personas, los recursos naturales disponibles, las oportunidades que se nos van a presentar… Para avanzar pacíficamente a través de este mundo nuestro conviene aprender a caminar con todo aquello que no depende de nuestra voluntad.
De entrada tenemos que saber encajar las infinitas presencias del "no": no encontrar, no saber, no tener, no poder, no coincidir... No es fácil convivir con los "no". A veces la atención excesiva a todo aquello que no podemos dominar nos paraliza. Y, cuando conseguimos avanzar, igualmente nos cuesta aceptar, con respeto y un punto de admiración más que con desprecio y amargura, que lo que tanto nos conviene o tanto deseamos queda fuera de nuestro alcance.
Desde muy antiguo se ha atribuido a Dios el control de todo aquello que a nosotros se nos escapaba: la lluvia, el poder de impartir justicia o el origen de las enfermedades. Pero no es necesario creer en Dios para darse cuenta de que nuestra vida flota sobre un mar de aspectos incontrolables.
Con Dios o sin Él hay que llegar a un pacto de confianza con la vida. Las olas no dependen de los surfistas pero, tarde o temprano, llegan y son un regalo que les permite avanzar sobre el agua. También podemos confiar en que poco a poco el tiempo irá poniendo en nuestras manos algunas de estas oportunidades que esperamos. Serán sólo provisionalmente nuestras -como la ola que lleva a los surfistas hasta que se deshace en la playa- pero podremos disponer de ellas y nos ayudarán a hacer camino. ¿Quién puede asegurar que detrás de los movimientos que sacuden este mar incontrolable no está el aliento de Dios que sopla generosamente sobre las aguas desde antes de la creación?

domingo, 3 de junio de 2012

Pitas en flor

He salido a pasear en bicicleta. Al lado del camino había dos pitas en flor, el tallo era altísimo. Durante algunos años las pitas son solo hojas verdes, largas, carnosas y llenas de pinchos. Pero de repente, una primavera, nace del corazón de la pita un tallo largo y grueso que alcanza los diez metros de altura cargado de flores. Es lo último que hace, después de florecer la pita muere.
Hay una gran desproporción entre el tamaño de las hojas y el del tallo que sostiene los racimos de flores. Llegado el momento de la floración la planta hace un cambio radical, concentra todas sus fuerzas en un objetivo y se eleva hasta donde parecía imposible.
Las normas de la moral, por más ajustadas y acertadas que sean, son sólo lo mínimo que se pueden pedir. La moral es una escuela básica de vida y de convivencia y de vez en cuando tiene cuestiones importantes a recordar pero no lo es todo. Jesús anima a ir más allá de lo mínimo. De entrada hay normas injustas que deben ser superadas pero también el hecho de vivir centrado en las leyes debe ser superado.
De buenas a primeras puede parecer que Jesús sustituye la Ley de Moisés por una de mejor pero no es así. Las indicaciones que propone Jesús son desconcertantes: deshacerse del dinero y dárselo a los pobres, dejarse robar la túnica, alegrarse de ser perseguido, amar a los enemigos... Todo el mundo puede entender qué quiere decir amar a los de casa y desconfiar de los de fuera, pero amar a los enemigos supone un giro en la manera de actuar que no está claro hasta dónde puede llevar, ni siquiera si será posible. Las indicaciones de Jesús son paradójicas, son más un reto o una provocación que normas en sentido estricto. Las normas suelen dar seguridad en cambio seguir los consejos de Jesús es más bien arriesgado.
Jesús no propone una nueva Ley sino que va más allá de la ley. Hay que proponer retos que despierten a las personas y las orienten hacia objetivos que ninguna ley podría pedirles. La moral puede ser una preparación pero la fe de verdad pone a prueba, hace madurar, supone un salto y un cambio de registro que lleva a dar el máximo de uno mismo.

domingo, 27 de mayo de 2012

El periódico de mi abuelo


Mi abuelo Ramón se despertó una mañana y descubrió que tenía medio cuerpo paralizado. Desde aquel día tuvo que ir en silla de ruedas y aceptar que ya no podía sostener el periódico con las dos manos... en aquella época él se pasaba toda la mañana leyéndolo. Mi abuela hizo varias pruebas hasta que encontró una solución: con una plancha de madera y unas gomas montó un soporte para que pudiera leer el periódico sentado en la silla de ruedas.
El ingenio es uno de los caminos del amor. También lo son la paciencia, la confianza, la generosidad y algunos más. Pero tomes el camino que tomes la cuestión siempre es la misma: encontrar la respuesta acertada a una dificultad que ha presentado. Se suele tratar de problemas aparentemente banales para quien se lo mira desde fuera pero en ellos uno se está jugando el presente y el futuro de una relación.
Raramente las relaciones personales avanzan gracias a ideas abstractas, principios, o normas... las relaciones interpersonales viven de superar los retos cotidianos: concretos, localizados, vinculados a unas circunstancias y sobre todo a la historia de las personas. Estas situaciones por sencillas que parezcan están cargadas de significados, son la expresión visible de las ilusiones y las frustraciones de cada uno, de los deseos y los miedos. De hecho la mayoría de grandes problemas se desencadenan a partir de tonterías sin importancia.
A menudo se ha interpretado el Reino que anuncia Jesús como una utopía, una idea, un proyecto. Nada más lejos de la verdad. Jesús no teorizó sobre el Reino, él se concentró en aportar soluciones concretas a dificultades que se encontró: la pureza de un leproso, la soledad de una viuda, la tristeza de un centurión, el absurdo de no poder ayudar a los enfermos en sábado ... El Reino es muy amplio pero se juega en gestos concretos y detalles prácticos. El Reino está siempre vinculado a personas y circunstancias.
Las intervenciones de Jesús hacen que las personas miren más allá, hacia un Dios bueno y generoso, pero es la experiencia vivida, la nueva situación que se ha generado a partir de un gesto, la que hace abrir los ojos y adivinar o probar algo de Dios, no una nueva idea o una nueva teoría.

martes, 15 de mayo de 2012

El espejo roto


En la calle había un espejo abandonado. Era una pieza grande: uno se podía ver en él de cuerpo entero. Pero alguien jugando lo ha roto y ahora está hecho pedazos. Hay fragmentos esparcidos por toda la acera. Cuando la luz del sol se refleja en ellos se pueden ver miles de pequeños soles. 
No es nada fácil hoy encontrar algún proyecto o alguna realidad que pueda ser imagen de Dios o del Reino. En otro tiempo la confianza en el progreso o el orden de la naturaleza eran pistas para descubrir el Absoluto y su mano guiando nuestra historia. Hoy desconfiamos del progreso y del orden de la naturaleza, no está claro hacia dónde vamos, y ni siquiera sabemos si vale la pena orientar nuestra vida en alguna dirección. Visto fríamente, todas las direcciones parecen buenas y cualquiera podría tener razón.
Nuestra vida, más bien, da saltos: disfrutamos de algunas experiencias que nos llenan en medio de un mar de sensaciones sin mucha conexión entre sí, pasamos de una cosa a la otra sin podernos detener y nos encontramos inmersos en los ambientes más variados.
Tampoco la Iglesia actual se puede presentar como una referencia clarificadora: fragmentada en mil voces que llaman simultáneamente a la creatividad arriesgada y a la fidelidad más estricta, a la revisión a fondo y a la obediencia ciega... Y en la que parece más fácil el diálogo con los no creyentes que entre sus propios miembros.
Se hace difícil señalar hacia Dios... Y es inútil sentir añoranza: nada volverá a ser como antes. Un espejo roto no se puede recomponer. Aunque cada trozo de espejo, por pequeño y deforme que sea, es capaz de reflejar el universo entero. Y podemos buscar a Dios en los fragmentos, con tanta fe al menos como se le buscó en las grandes ideas y en los grandes proyectos. También para decidirse a seguir a Jesús no es necesario entender todo el Evangelio, basta con responder a una palabra que nos haya interpelado.

martes, 1 de mayo de 2012

Y tú, ¿qué ves?


¿Qué ves, Jeremías? ¿Qué ves, Amós? ¿Qué ves, Zacarías? Con esta pregunta se inician varios discursos de los profetas en la Biblia. A veces se trata de visiones que transportan al profeta a un mundo diferente, a un espacio nuevo donde se descubre un mensaje de Dios más o menos secreto. Pero a menudo se trata de contemplar una escena bien cotidiana: una rama de almendro llena de flores, la preparación de la cosecha de la fruta, el trabajo de un alfarero... Estas imágenes tienen la capacidad de despertar al profeta y ayudarle a descubrir alguna pista sobre qué está diciendo Dios ahora. Las acciones más sencillas y cercanas tienen una fuerza extraordinaria para expresar los descubrimientos más profundos y difíciles sobre nosotros, la vida y la fe.
Con esta idea vuelvo a ponerme a trabajar en este blog.