viernes, 21 de diciembre de 2018

Felicidad crítica

Es difícil acertar qué nos conviene. Y no hay soluciones escritas que nos guíen de forma infalible a la felicidad. A veces podemos estar buscando semanas y meses un respuesta que tenemos justo delante y no hemos sabido ver.
Para aprender a elegir hay que reivindicar primero el derecho a equivocarse. Gran parte del valor de acertar proviene de la experiencia molesta de haberse equivocado. Necesitamos experimentar qué significa quemarse para apreciar el valor del aviso de no lo toques, o necesitamos participar en un desastre de excursión para dar importancia al tiempo invertido en preparar una ruta. En cambio, el miedo a hacerlo mal y la sobreprotección fomentan nuestra ignorancia.
Tampoco se entiende el poco valor de ciertas experiencias de felicidad si no se llega a descubrir hasta qué punto cansan inútilmente o cuánto nos perjudican. Constatar por experiencia sus limitaciones nos dispone a buscar felicidades más ricas y profundas. Otras veces simplemente se trata del agotamiento de una fuente de felicidad limitada a una etapa de nuestra vida la que nos empuja a nuevas búsquedas.
Sin experiencia no se puede hacer una valoración ajustada de que buscamos. Primero hay que acoger, probar, experimentar y sólo después dispondremos de elementos para juzgar lo que conviene hacer. Quizá por eso la gente que lo critica todo mirándoselo desde lejos suele equivocarse. La felicidad vivida nos permite avanzar y buscar, ya lo hemos dicho, pero también nos da el criterio para elegir.
La religión verdadera es una herramienta crítica para desenmascarar satisfacciones y experiencias insuficientes. Esta tarea la asumen los profetas en la tradición bíblica, ellos recuerdan que la fe de los antepasados en un Dios nómada invita a no conformarse con el lugar donde se ha llegado y a vivir en alerta constante.
Es imprescindible que seas crítica para saber separar lo que es bueno y te conviene, por extraño que parezca, de lo perjudicial aunque a primera vista sea más vistoso o más coherente. Criticar es saber juzgar, valorar, distinguir, elegir, evaluar, apreciar... No sólo hablar mal. Si tienes cuidado de hacer trabajar tu sentido crítico y le haces caso es muy posible que elijas bien.
En último término es nuestra conciencia que nos hace críticos. Es frecuente el error de asociar conciencia y sentido de culpa... Pero tu conciencia es capaz de percibir hasta el más pequeño detalle de maldad y también de bondad. Aunque se suele olvidar esta segunda posibilidad. Tu conciencia tiene una percepción increíblemente acertada sobre lo que más te conviene desear.
De lo más profundo de ti misma nace un sentimiento de asentimiento o de rechazo ante las opciones que se te plantean y eso te da buenos motivos, que quizá la razón no entienda, para elegir un camino u otro. Jesús no habla de conciencia sino que habla de corazón, de los deseos profundos que guían y orientan las decisiones de las personas. No se trata de ideas...
Es otra de las experiencias religiosas fundamentales: atisbar que detrás de una opción concreta hay más posibilidades de amar, de hacer despertar con fuerza en ti el mismo deseo que late en Dios. Lo que más te motive a amar, eso debes hacer.
Cuestión distinta es en qué medida sabrás responder a tu objetivo: puedes querer ir demasiado deprisa o tener miedo o aplazarlo para más adelante o complicarte con los medios que escoges... Sea lo que sea, tu deseo es más que una buena intención o un sueño vaporoso, es una estrella que brilla en la noche y señala que sí vale la pena de buscar.
Podría ser que en realidad en el fondo del fondo de nuestro deseo hubiera la noche y no la estrella... de hecho hay personas que parecen actuar guiadas por la oscuridad. Yo creo que la estrella es auténtica y que es suficiente para orientarse y despertar nuestras mejores aspiraciones, que señala la felicidad verdadera y que da sentido al uso que hacemos de nuestra libertad.

viernes, 14 de diciembre de 2018

Ganar la libertad

No tener trabas o limitaciones es ser libre. Aunque ya sabemos que no es posible la libertad absoluta: estamos condicionados genéticamente, físicamente, psicológicamente, culturalmente, históricamente... Queremos ser libres, necesitamos ser libres, para poder ser nosotros mismos. Y si nos encontramos con restricciones que recortan de forma abusiva nuestros márgenes de acción nos rebelamos.
Es relativamente fácil darnos cuenta que somos limitados: no nos gusta que nos recuerden qué tenemos que hacer, sufrimos para conservar la salud, no queremos ni oír hablar de algunas personas, nos hace reír el próximo aumento de sueldo que nos han prometido o nos quejamos de las situaciones que no entendemos. Tenemos una experiencia bastante clara de nuestras dificultades y carencias aunque tratemos de esconderlas.
Pero demasiado a menudo olvidamos que para ser libres de verdad no basta con no tener barreras ni obstáculos sino que hay que querer hacer algo con la libertad que sí tenemos. ¿De qué te sirve una tarde sin ninguna obligación si no piensas hacer nada? ¿Para qué necesitas una puerta abierta si no quieres salir o no tienes ningún interés en ir a ninguna parte? Sólo si activas y pones en juego tus habilidades para hacer algo que valga la pena podrás hacer tuya y aprovechar la libertad que tienes.
Estamos vivos, somos una historia en construcción, un proceso de creación constante y, a pesar de pasar por momentos difíciles, no dejamos nunca de dar nuevos pasos. Pero hay una gran diferencia entre dejar que la vida te lleve o definir tú como quieres andar por la vida. Hagas lo que hagas, será la fuerza que seas capaz de movilizar y los recursos personales que seas capaz de desplegar lo que te hará aprovechar o dejar pasar las oportunidades que la vida te ofrece, que te hará ser más tú misma o menos, que te hará más o menos libre, que hará más o menos rica e intensa tu vida, que te hará, en definitiva, más o menos feliz.
Para elegir cómo aprovechar tu vida, o una tarde libre, encontrarás más de una idea que de entrada parecerá buena pero que, con un poco de atención que le dediques, verás que se funde como la neblina con el sol. En cambio descubrirás alguna propuesta que te resultará atractiva y motivadora, que es un estímulo que despierta tus energías. Esta es la que debes seguir. La fuerza que nos anima no es infinita pero se renueva constantemente si acertamos a ocuparnos de lo que más despierta nuestro deseo: una tarea, una relación, un proyecto. En realidad cuando lo que hacemos nos hace mínimamente felices nada nos puede detener.
En estos casos las limitaciones que tenemos se convierten en recursos. Quizás es una limitación hablar una lengua, tener una cultura, seguir unas costumbres, o creer en una religión... Pero cuando tienes un objetivo que te interesa todo se convierte en una ayuda para buscarlo: tu lengua te permite aprender otras lenguas, amar una cultura o seguir unas costumbres te ayuda a apreciar otras tradiciones y la religión te abre los ojos a otras dimensiones de la vida.
Es imprescindible que ganes tu libertad y la hagas rendir para ser tú misma, para ser feliz. Que puedes decir como el trabajador del que habla la parábola: Me diste cinco talentos; mira, he ganado otros cinco. De la poca o mucha felicidad que hemos vivido sacamos la fuerza para avanzar, la felicidad vivida es la energía que te mueve para ir más allá de donde ahora estás. Y también para llegar a hacer algunas cosas imprescindibles que no tienes ganas de hacer.

jueves, 6 de diciembre de 2018

Castigos

La ley pone al descubierto los males y los abusos que se cometen y los sanciona. Pero sólo si se produce un cambio personal mínimamente serio se puede evitar que se vuelvan a producir. Hay personas que han sido castigadas con multas o penas de prisión y no han cambiado en nada su manera de actuar.
La fe se mueve a un nivel más profundo que los castigos o sanciones y, en muchos casos, ha servido de motivación para rehabilitarse. La experiencia religiosa supone para muchas personas un compromiso de cambio y de mejora. También hace que las personas religiosas sean sensibles a su contribución, voluntaria o involuntaria, al dolor de los demás. De hecho muchos creyentes se reconocen pecadores.
De entrada ser pecador no significa ser mala persona sino que uno se da cuenta de la facilidad para hacer el mal y de las dificultades para hacer el bien.
Jesús no es tan pesimista. Él plantea que somos a la vez santos y pecadores. Sí, es cierto, hacemos el mal también el mal que no queremos, quizás no estamos de acuerdo pero contribuimos a alimentarlo. Pero simultáneamente somos capaces de proponer remedios y ofrecer soluciones. Vosotros, con lo malos que sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos. Nuestra historia es ambigua: hemos llevado a cabo algunas acciones que ahora no repetiríamos y también hemos actuado con acierto varias veces.
Ciertas formas de entender el cristianismo limitan la moral a sentirse más o menos culpable. Pero sentirte mal después de hacer algo que no te convence demuestra tu sensibilidad, no te hace ser mejor, ni estar más comprometida con el bienestar de los demás. La culpa es “sólo” un interrogante molesto que tal vez no tenga respuesta. Insistir en alimentar este dolor para castigarte a ti misma no resuelve nada. Cuanto más insistas en tu culpabilidad más difícil será que encuentres una salida. El sentimiento de culpabilidad debilita tu confianza, hace que busques la seguridad y te encierres. Mientras vivas pendiente de tu dolor no podrás reaccionar. Si quieres hacerlo, en algún momento tendrás que tomar distancia de tus sentimientos de culpa y frustración.
Fíjate, para los judíos los pecados sólo los puede perdonar Dios. Sólo Él te puede liberar de la culpa. Por eso en la tradición judía es tan importante la fiesta anual del Yom Kippur el día de la gran expiación, la fiesta del perdón de Dios, una oportunidad única para deshacerse de la culpa.
La manera de superar la culpa que propone Jesús es muy diferente: no consiste en esperar, hay que buscarla. La culpa señala dónde está el mal pero no es la solución, el remedio lo tienes que buscar tú. Se trata de hacer algo que nosotros sí podemos hacer, de encontrar una salida que pueda ayudar a reparar hasta cierto punto el daño hecho pero sobretodo que abra nuevos horizontes. Aceptar la culpa, reconocer que lo has hecho mal no es el final sino que es el punto de partida de un proceso de cambio y maduración. Si mientras llevas tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene queja de ti, deja la ofrenda delante del altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y después vuelve a llevar tu ofrenda.
Los primeros cristianos se llamaban santos a sí mismos. Ya no estaban pendientes de contabilizar sus pecados, ahora dedicaban sus esfuerzos a ensanchar el horizonte: hacer un mundo más fraternal, superando los malentendidos, las disputas, el odio y el espíritu de venganza... guiados por los deseos de entendimiento y de afecto de su corazón.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Premios

¿Te acuerdas de cuando eras pequeña? Hacías caso a tus padres y veías como se alegraban. ¿Y de la escuela, cuando te aplicabas a hacer un trabajo bien hecho y hacías felices a tus maestras? Con un pequeño esfuerzo podías conseguir fácilmente un montón de sonrisas de aprobación.
La relación de algunas personas con Dios ha quedado estancada en esta etapa: procuran cumplir las normas religiosas para hacerlo feliz y conseguir su reconocimiento. Por este motivo hay personas que se enfadan con Dios porque se han esforzado en cumplir las normas y a cambio no han recibido nada, la vida no les ha dado lo que esperaban.
Cumplir la ley religiosa para hacerse agradables a Dios es una manera de querer comprarlo y hacerlo manejable. Si te comportas correctamente Dios te premiará y si lo haces mal te castigará. Pero la vida a veces trata con dureza a la buena gente y en cambio premia con una vida feliz personas que han actuado de forma claramente inmoral. Resulta muy extraño pensar que Dios castiga a unos y da premios tan poco merecidos a otros.
La relación con Dios no se resuelve con una fórmula comercial o de intercambio, aunque sea elaborada y sutil como los que piensan que los premios vendrán más adelante en otra vida. Pero mientras tanto ¿qué decir a los pobres, a los enfermos, a los perseguidos? ¿Deben seguir sufriendo como si no pasara nada? También los hay que piensan que el premio es saberse bueno y no tener remordimientos. Haber cumplido los mínimos que marca la ley los deja satisfechos y con esto ya es suficiente.
Este tipo de negocios hacen inviable la religión auténtica. Cuando Jesús entra en el Templo de Jerusalén y echa por tierra las mesas del cambio de moneda y echa a los animales para los sacrificios, ataca frontalmente la concepción comercial de la religión. No sólo critica que haya familias sacerdotales que se enriquecen con los negocios que se hacen en el Templo, sino que denuncia la idea misma de querer ganarse las simpatías de Dios sacrificando animales para hacerle feliz.
Jesús critica cualquier forma de actuar que tenga por objetivo comprar a Dios, atraer su favor o satisfacerlo: ni buenas obras, ni sacrificios, ni templos... Dios no se puede comprar: ¿Quién de vosotros puede, por mucho que se inquiete, prolongar un poco su vida? Si se pudiera comprar Dios sería una exclusiva de los que son buenos o de los que tienen un Templo mayor o de los que disponen de recursos para comprarlo todo... y Dios está al alcance de todo el mundo de forma completamente libre y gratuita.
Según Jesús no podemos hacer nada para ganarnos el favor de Dios porque ya nos la ha dado. Dios nos lo ha dado todo por adelantado: ha puesto la vida en nuestras manos para que dispongamos de ella. Y la vida que nos ha sido dada podemos acogerla con más o menos acierto y darle el destino que entendamos que es mejor. Pero si escuchamos la vida ella misma nos reclamará respuestas concretas que no podemos dejar de dar.
No eres tú quien tiene que esperar nada de Dios, es la vida, y Dios a través de ella, que esperan de ti una respuesta.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Superar las leyes

La Ley juzga los hechos y distingue con claridad qué está bien y qué mal. Es de una gran utilidad práctica pero es una simplificación engañosa que pierde de vista la persona. Las personas somos proceso, historia, evolución... Un mismo hecho en el contexto de un proceso personal puede ser bueno y en otra situación resultar perjudicial. Por ejemplo gritar e insultar en vez de pegar puede formar parte de un proceso de mejora, en cambio gritar y perder la paciencia sin motivo es una reacción criticable. Con las leyes podemos evaluar una acción pero cualquier idea que nos hagamos sobre la persona a partir de un solo hecho será siempre inadecuada.
Por otra parte la Ley suele destacar que no se debe hacer y con ello deja sin respuesta que si hay que hacer. Detectar los errores, las pifias o los pecados ayuda a crecer pero sólo hasta cierto punto. Sin una motivación que despierte nuestras energías raramente conseguimos corregir las cosas que no funcionan. Y, en cambio, hacer hincapié en el mal y el pecado suele tener un efecto no deseado que es convertirlos en los protagonistas de la vida personal. Uno solo mira lo que hay que evitar y vive pendiente de cualquier elemento sospechoso.
Fíjate en cuántas personas han terminado alejándose del cristianismo porque se ha ocupado sólo de prohibiciones y condenas y ha sido incapaz de transmitir ninguna propuesta inspiradora o iluminadora.
La Ley tiene una función pedagógica: enseña que hay comportamientos que están bien y otros que no. Es útil para recordar que hay límites y que lo que hacemos tiene consecuencias pero vivir es, a pesar de aceptar las limitaciones y los resultados de las propias acciones, esforzarse por ir más allá y buscar qué conviene hacer.
Cuando Jesús dice que hay un solo mandamiento que es amar, no refuerza o completa la Ley sino que la hace añicos. Amar es mucho, mucho más que seguir una ley y ningún código, ninguna normativa, puede desplegar una lista de obligaciones que lo regule. El amor supera cualquier obligación y lleva a las personas a actuar más allá de los mínimos de convivencia y de respeto. Amar es un reto permanente que invita a superar las regulaciones y las leyes.
Jesús contrapone las leyes, que obligan desde fuera, a los deseos que nacen del corazón y guían la actuación personal desde dentro. Atender las motivaciones profundas, gestionar sabiamente el dolor o la rabia, dar salida a las ilusiones, cuidar de nuestros vínculos y complicidades y, en general, ocuparse del mundo interior lleno de sentimientos y emociones, permite elegir y decidir qué conviene hacer. La persona está por encima de las normas, no para desobedecerlas, sino porque su actuación es la única capaz de llevar hasta el final las mejores intenciones de la legalidad: buscar el bien y superar el mal.
No busques a Dios, el de Jesús, en las leyes, las normas, las pautas, las tradiciones o las costumbres. En todo ello encontrarás algunas pistas para empezar pero Dios es mucho más. Toda la vida habla de Él, es fuerza, es impulso, es deseo de más: más justicia, más paz, más ternura, más solidaridad. ¿No sientes sus latidos dentro de ti?

domingo, 11 de noviembre de 2018

Liberar

Toda la vida del judío está regulada por la Ley de Moisés. Seguir los seiscientos trece mandamientos (quizás tú pensabas que eran diez) permite ajustar todas las acciones personales a la voluntad de Dios. Más aún, para todo lo que no está especificado en la escritura hay una amplia tradición de interpretaciones que los expertos han ido desarrollando a lo largo del tiempo y que resuelve todas las dificultades. En la Ley ya está dicho todo lo que hay que saber.
Jesús conoce la Ley y en bastantes casos la respeta pero actúa con mucha libertad frente algunas normas: no hace demasiado caso de las leyes sobre alimentos puros e impuros; relativiza la fiesta del sábado, que era un elemento distintivo del judaísmo; no respeta las normas que prohíben tocar a los enfermos o a los heridos; no está de acuerdo con las condenas por lapidación que se aplican en caso de adulterio pero sólo a las mujeres; discrepa de los impuestos del Templo de Jerusalén y del resto de la normativa que regula su funcionamiento.
Las costumbres que critica Jesús son discriminatorias: marginan a los enfermos, perjudican a las mujeres, son una pesada carga para los más pobres o alejan de Dios aquellos que no pueden satisfacer hasta los últimos detalles las exigencias de la tradición. Jesús reivindica que el bien de las personas está por encima de las leyes, las normas y las tradiciones, se indigna con las autoridades que mantienen esta situación y se enfrenta a ellas.
El sentido crítico, la denuncia y la protesta son también elementos importantes en la tradición judía. Los profetas son la voz crítica que se hace oír una y otra vez en momentos difíciles para defender la verdadera religión, la verdadera fidelidad a Dios y el verdadero pueblo escogido... Jesús forma parte de esta tradición, la de los profetas. Su perfil es muy diferente, por ejemplo, al del sacerdote que cuida del Temple o al del experto en leyes, a los que Jesús critica a menudo.
Jesús pone por delante de la obediencia a las leyes y tradiciones el respeto a lo que podríamos llamar los derechos básicos de la persona. Unos derechos que no serán formulados como tales hasta el siglo XVII... Se deben obedecer las leyes, religiosas en este caso, pero las leyes deben ser justas y deben garantizar el bien de las personas. Si generan desigualdades inaceptables o marginación o algún tipo de injusticia la persona queda liberada de la obediencia a la ley. El Dios de Jesús no está comprometido con las leyes injustas, nadie que crea en Él tampoco debería aceptarlas.
Podemos juzgar el valor de las leyes, de las organizaciones o de las creencias por sus resultados. ¿Defienden el bien común? ¿Protegen a los más débiles? ¿Reconocen la dignidad de todos? Ante la tradición recibida y las creencias aceptadas socialmente deberás tomar una decisión: das por buena una determinada ley y te haces responsable de su continuidad o trabajas para liberarte de ella.

viernes, 2 de noviembre de 2018

Abraza

Acoger y hacer tuya la vida que se te ha dado y la historia que te precede, encontrarte y reencontrarte contigo toda entera más allá de tu imagen, aceptar a los demás tal como son, sin prejuicios, asumir que hay dolor, dar por bueno que puede haber un Dios que no para de hacerte preguntas en vez de darte respuestas... son diversas maneras de reunir lo que estaba separado, de unir lo diverso, de rehacer lazos que se habían soltado o roto. Sí, tú formas parte de un todo inmenso pero no sin tu consentimiento, no sin algún esfuerzo para superar los obstáculos que te separan de él.
Descubrirte unida a ti, a los demás, a la vida, al mundo, a Dios... puedes vivirlo de maneras muy diversas pero en cualquier caso es una de las experiencias religiosas fundamentales, una de las cimas del recorrido personal de la gente de fe que también pasa por valles y hondonadas. El concepto religioso que lo expresa mejor es el de reconciliación, hacer las paces, reunirse, volverse a acercar.
El trabajo por la reconciliación es una de las claves que resume la vida de Jesús. Sus mensajes y acciones van en esta dirección: rehacer puentes, reabrir el camino, deshacer barreras, superar marginaciones, eliminar prejuicios religiosos. Ya ves que reconciliar es mucho más que el sacramento actual de la reconciliación. Es un estilo de vida, una línea de crecimiento personal, una manera de construir las relaciones personales y sociales, y de buscar la paz, de hacer justicia, de actuar sobre la naturaleza... un gesto que expresa perfectamente esta reconciliación es el abrazo, como aparece en la parábola del padre bueno.
Un hombre tenía dos hijos. El menor dijo al padre: Padre, dame la parte de la fortuna que me corresponde. Él les repartió los bienes. A los pocos días, el hijo menor reunió todo y emigró a un país lejano, donde derrochó su fortuna viviendo como un libertino. Cuando gastó todo, sobrevino una carestía grave en aquel país, y empezó a pasar necesidad. Entonces recapacitando pensó: A cuántos jornaleros de mi padre les sobra el pan mientras yo me muero de hambre. Me pondré en camino a casa de mi padre y le diré: Trátame como a uno de tus jornaleros. Y se puso en camino a casa de su padre. Estaba aún distante cuando su padre lo divisó y se enterneció. Corriendo, se le echó al cuello y le besó. El hijo le dijo: Padre, he pecado contra Dios y te he ofendido, ya no merezco llamarme hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: Enseguida, traed el mejor vestido y vestidlo; ponedle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traed el ternero cebado y matadlo. Celebremos un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido encontrado. Y empezaron la fiesta.
En una sociedad patriarcal que venera los ancianos... ¿Qué hace el cabeza de familia corriendo y echándose al cuello del hijo como hacen los niños pequeños con sus padres? Es una locura. La alegría supera la lógica de los reproches o de los ajustes de cuentas, y por supuesto, deja de lado cualquier norma o tradición sobre quién es el ofendido o quién tiene más derecho a estar enojado.
La reconciliación es una dinámica poderosa que lo cambia todo. Sin olvidar las heridas, que están presentes, consigue que ni el enojo, ni el rencor, ni la venganza tengan la última palabra. La reconciliación pone el objetivo en dar un paso adelante y no en buscar una compensación que muy a menudo es imposible de encontrar. Supera la situación de ruptura porque mira más allá y aprovecha la nueva oportunidad que se ha abierto.
Trabajar por la reconciliación es una forma de poner en valor la religión, es una muestra de la gran capacidad regeneradora de la fe, de la fuerza constructiva que las religiones pueden llegar a despertar en las personas y los grupos. No tengo claro si las personas somos buenas, pero sí sé que podemos hacer cosas buenas y aprovechar las oportunidades que la vida nos ofrece para volver a empezar es una de las más claras.

sábado, 27 de octubre de 2018

En desacuerdo con el dolor

Recibir, acoger, aceptar, integrar, asumir... no significa estar de acuerdo. Hay una situación en la que esta distinción resulta especialmente importante: el dolor. No aceptar el dolor es, a menudo, una manera de hacer más grande el sufrimiento. No tenemos otro remedio pues que asumir que el dolor forma parte de nuestra vida. Pero esto no quiere decir que sufrir sea bueno. Ciertamente el dolor puede hacernos madurar, ayudarnos a abrir los ojos, acercarnos a otras personas que también sufren pero no tiene ningún sentido buscarlo expresamente.
Asumir el dolor significa, en primer lugar, no esconderlo. No puedes ocultar a los niños la muerte de un abuelo, ni negar el dolor que sientes sin provocar, a la larga, un dolor aún mayor, un choque aún más duro con la realidad. Hay que darse tiempo para hacer el proceso de duelo, de aceptación de la fragilidad y de nuestras limitaciones, y cuando sea posible, de descubrimiento de aspectos positivos. Seguramente la prueba más dura para nuestra madurez como personas es esta: aprender a convivir con el dolor. Cuando antes te pongas a ello mejor.
El duelo pide silencio. O mejor dicho, seguir un proceso de aquietamiento. Es necesario silenciar las explicaciones, las justificaciones, los razonamientos y sobre todo dejar de preocuparse con quién tiene la culpa del dolor que sientes. En el dolor hay mucha violencia y mucho rabia escondidas, por nuestras ilusiones rotas, por la impotencia que sentimos ante el mal, por la pérdida de alguien que amamos, del que nos hemos alejado o que hemos perdido para siempre... El aquietamiento es necesario para no introducir más violencia.
Hay particularmente una manera de responder al dolor que, a pesar de esconder una buena dosis de agresividad, a menudo se ha considerado buena e incluso necesaria: buscar a los culpables. Pero esto no hace más que encender la ira contra ti o contra otra persona. Sí, tal vez haya algún culpable de tu mal pero saber quién es o hacérselo lo pagar no te va a servir para superar tu malestar. El silencio cura, ir a la caza y captura de culpables no.
Para dejar que las heridas se curen mínimamente, hay que dejar sin  argumentos al dolor tanto como sea posible y velar cuidadosamente para no contribuir a crear nuevo dolor. Reaccionar generando más sufrimiento es darle la razón al dolor y, es caer en una dinámica perversa, una repetición absurda, que hace imposible cualquier curación.
¿Quién pecó para que naciera ciego? preguntan los discípulos a Jesús. Es decir, además del mal que vemos, la ceguera, habrá más mal que no vemos: unos padres irresponsables, un Dios vengador que todo lo castiga... La respuesta de Jesús es que no hay pecado, que no hay culpables. Con esta respuesta ataca cualquier pretensión de justificar religiosamente el sufrimiento, de plantear que Dios ejerce violencia o la alimenta, o que alguien merezca pasárselo mal. Es una posición tan radical y seria que muchos cristianos aún hoy no han llegado a asimilarla. El mal existe, pero sería imperdonable contribuir de alguna manera a hacerlo más grande y no trabajar con todas nuestras fuerzas para paliarlo.
Culpabilizar alguien o ti misma es una forma de amplificar el dolor y de alimentar la rabia y la frustración. Es una reacción irracional y destructiva. De hecho es una responsabilidad mal entendida. No se trata ni de ignorar, ni de olvidar el dolor y sus causas, hay que conocerlas y combatirlas pero no por venganza, ni para dar salida a nuestra rabia. Sólo si hacemos callar las voces que ante la violencia piden más violencia podemos cuidar de la vida y no destruir la alegría y la bondad que la vida también contiene.

domingo, 21 de octubre de 2018

Misterio

En tiempos de Jesús todo lo que resultaba desconocido o era imposible de controlar -enfermedades, aguaceros, guerras- se consideraba que era cosa de Dios (o del demonio). Hoy la ciencia ha encontrado explicación para muchas de estas cuestiones que hasta hace poco eran un misterio y, por este motivo, mucha gente ha llegado a la conclusión de que Dios es inútil.
Con todo el respeto por la ciencia, hay que decir que existe un buen número de cuestiones importantes que no tienen una solución científica y que siguen, y seguirán, pendientes de respuesta. Se trata principalmente de preguntas personales o morales: ¿qué debo hacer con mi vida?, ¿porque amo tal persona y no tal otra?, ¿cómo es que este conflicto no se resuelve?, ¿porque soy así y no de otra manera?...
A pesar de los avances científicos siguen existiendo pues muchos misterios sin respuesta. Son temas pendientes que en un momento u otro te harán sentir incómoda. Pero pensar, como mucha gente del siglo I, que Dios es la solución de todo no es la idea de Jesús. De hecho, tal vez es una suerte que la creencia en un Dios mágico esté en crisis porque esto nos obliga a profundizar en cómo debemos tratar los misterios y considerar la posibilidad de que Dios hable a través del silencio o de la ausencia de respuestas.
Jesús critica a los predicadores que pretenden dar soluciones para tranquilizar a la gente: Os dirán el mesías está aquí o está allí. No les hagáis caso! No hay soluciones fáciles. También en un momento dado Jesús deja de hacer milagros y se retira con sus discípulos porque ve que la gente no está haciendo caso de su mensaje.
Así pues si tú has decidido creer en Dios y darle la oportunidad de existir, vigila no te hagas ilusiones pensando que Él responderá a todas tus preguntas. Aunque es molesto no entender algunas situaciones que son importantes para ti, piensa que quizá valoramos demasiado el hecho de entender y a menudo querer o contar con alguien es aceptarle sin entenderle del todo.
A algunas personas la presencia molesta de interrogantes les empuja a huir hacia delante en busca de alguna satisfacción que tape o ensordezca sus preocupaciones: una comida copiosa ayuda a superar cualquier disgusto, tener un buen sueldo tranquiliza, mandar sobre otras personas refuerza la autoestima, cumplir sus mandamientos nos asegura que Dios no se va a enfadar con nosotros… El Dios de Jesús se hace presente a través de los interrogantes que ponen en crisis nuestras seguridades.
Vivir es saber acoger las dudas y las molestias que dejan al descubierto las insuficiencias de nuestro mundo y no intentar esconderlas con falsas soluciones. Es un reto para cualquier persona responsable, sea creyente o no, asumir los interrogantes que le rodean y no darles la espalda.
El silencio de Dios ante estas situaciones que nos ponen en cuestión puede ser un grito sin palabras que te invita a no quedarte quieta y probar de dar algún tipo de respuesta. No se trata tanto de que lo entiendas o encuentres una buena explicación científica o teológica, sino que pruebes tú de hacer algo.

sábado, 13 de octubre de 2018

Raíces

Jesús era judío y es imposible entender su personalidad sin conocer la cultura y la religión en las que fue educado y sin identificar los principales rasgos de la época histórica en que vivió. Por ejemplo, sabía leer, como un buen grupo de sus contemporáneos. Entre nosotros, en cambio, el analfabetismo será bastante significativo hasta principios del siglo XX!
Creció en una cultura religiosa milenaria que había aprendido a seguir Dios por el desierto, que también tenía bastante claro todo lo que no era Dios, que le enseñó a orar y a buscar los deseos de este Dios, su voluntad, principalmente en cuanto a la justicia y el bien de todos. Aprendió también a luchar por defender su identidad religiosa ante las costumbres extranjeras o de los abusos de sus líderes. Igualmente ama y conoce bien su país, la tierra que pisa, los campos que florecen en primavera y los cuervos que se alimentan en ellos; y también las ciudades y pueblos donde tiene amigos a los que visitar.
Jesús no empieza de cero, tiene como base una cultura, unas costumbres, una sociedad, una religión y unos precedentes a los que seguir.
Sus discursos y parábolas están profundamente arraigados en los intereses y preocupaciones de su tiempo: la situación económica con préstamos, deudas e impuestos o el crecimiento de los productos de la huerta y los trabajadores que hacen la cosecha, o la construcción de casas y de pozos... Forma parte del grupo social de la gente humilde y eso también lo define: ¿y éste quién es? preguntan algunos.
Para seguir a Jesús hay que tener los pies en el suelo. Es imprescindible para entenderlo bien darse cuenta de su profundo arraigo cultural, histórico, social y geográfico. No es un extraño, ni una persona sin país, ni tradiciones, ni retos, ni proyectos políticos. Algunos creen que podría haber vivido al margen de todo esto y que si habló de temas significativos para la gente del siglo I sólo fue para hacerse entender. Jesús no es un fantasma que habla de parte de Dios. Es de carne y hueso: tiene hambre, tiene sed, se duerme, se enfada... como nosotros. Por eso tiene cosas que decir sobre nuestra hambre o nuestras preocupaciones. Su vida es real y esto significa concreta históricamente, socialmente, religiosamente.
La fe de verdad siempre se desarrolla en un ambiente concreto, es una experiencia arraigada en la vida real que madura gracias a las complicaciones que se encuentra. La fe no te separa del mundo sino que te mete más a fondo en él, te compromete, te ata estrechamente a la realidad. Por eso debes recordar que una fe que no te lleve nunca a situaciones de conflicto o que no te plantee dudas no es una fe auténtica. La fe se vive en el día a día, mezclada con mil situaciones y circunstancias, junto a personas que la aprecian y otras que la critican, pero, poco a poco, es capaz de transformar el entorno donde está arraigada porque lo ama.

martes, 2 de octubre de 2018

Los otros

Jesús se presenta en Cafarnaúm y en poco tiempo su fama se extiende por todas partes. Pero se trata de una fama ambigua. Las malas lenguas le acusan de ir acompañado de pecadores y de mujeres de mala reputación, de hablar con extranjeros, de prestar atención a personas que la sociedad rechaza, de tocar enfermos y cadáveres, lo que le hace impuro, de tener unos discípulos poco escrupulosos con la Ley... su familia considera que no está bien de la cabeza y las autoridades lo miran con recelo. No parece nada recomendable ir con Él.
El primer movimiento de Jesús siempre es de acercamiento, de confianza, de aceptación de todos, de acogida... No pone barreras ni condiciones en sus encuentros con la gente. También se sienta a la mesa con escribas que lo quieren conocer. Esta dinámica la mantuvieron las primeras comunidades cristianas que integraban todo tipo de personas y que se abrieron con relativa facilidad a los no judíos.
Y tú, ¿cómo lo ves? ¿Te imaginas tu casa llena de refugiados o de enfermos? ¿O deteniéndote por la calle para hablar con todos los que te encuentras: un abuelo solitario, un sintecho, un inmigrante que ha recibido una carta del juzgado y no sabe qué hacer, un mendigo, un vendedor ambulante? Prueba de hacerlo alguna vez, es una buena manera de entender Jesús y de descubrir quiénes son los otros.
La cuestión es que te mantengas activa en la lucha contra las barreras que se suelen instalar entre las personas. ¿Por qué ante una persona desconocida la respuesta más normal debe ser mantener las distancias? Está claro que no podemos ser amigos de todo el mundo, ni cuidar de todas las personas que nos encontramos a lo largo del día. Pero, ¿no es una tontería muy grande pensar que somos enemigos de alguien que no conocemos y que cada persona que nos encontramos es un peligro del que hay que defenderse?
Antes de conocer a alguien no sabes cómo tratarlo, tampoco sabes cómo reaccionará la gente que hace tiempo que no ves. En este momento cero del encuentro sólo te puedes guiar por lo que tú crees: confías o te dejas llevar por el miedo. En cada encuentro tú a tú en el ascensor, en el metro o en el trabajo, pero también en reuniones familiares o con tus amigos se juega esta partida. Al final, si vas dejando que el miedo te imponga su criterio cualquier relación se vuelve imposible.
El miedo nos derrota más de una vez, por eso debemos hacerle frente siempre que podamos, por eso tenemos necesidad de defender que cualquier desconocido es potencialmente bueno y amigable. Porque una cosa es reconocer y aceptar que tenemos miedo y, otra bien distinta, es dejar que él tenga la última palabra sobre nuestras relaciones.
Cuando Jesús se presenta a los discípulos de noche y por sorpresa les dice no tengáis miedo... ni buenas noches, ni la paz sea con vosotros. Para empezar bien lo primero es dejar el miedo de lado.

viernes, 28 de septiembre de 2018

Problemas

A pesar de nuestras buenas intenciones y nuestros mejores deseos hay aspectos de nuestra vida que no funcionan como nos gustaría. Está claro que las dificultades y los fracasos forman parte de nuestro proceso de aprendizaje y en este sentido pueden ser bienvenidos. Pero con el paso del tiempo te irá quedando claro que con algunas situaciones no hay nada que hacer: hablas demasiado o te olvidas siempre de la misma persona o los lunes llegas tarde al trabajo o a la mínima variación de temperatura te duele la garganta...
Son maneras de hacer o dificultades que forman parte de ti, de las que no te puedes separar, i deberás estar dispuesta a hacer camino con ellas. Ya lo habíamos dicho que la perfección era un tema que no tenía mucha relación con el Evangelio.
Por otra parte, cargarse a las espaldas, con el mejor buen humor posible, estas disfunciones no es una tarea inútil. Primero, tu eres responsable totalmente de ti, tienes tu vida en las manos y tienes que ocuparte de ella a las verdes y a las maduras, no te puedes esconder. Segundo, integrar lo que te disgusta de ti, saber ser acogedora y amable, tolerante y paciente contigo misma, es imprescindible para vivir en paz y es una escuela para aprender a convivir con los demás y sus problemas, tics molestos o sorpresas desagradables.
Jesús habla de que Dios hace salir el sol sobre buenos y malos... Dios no niega la luz y el calor a nadie. La vida es así: una mezcla de cosas buenas y otras no tan buenas, como en un ciudad que hay todo tipo de personas, como tú que pasas por buenas y malas épocas y algunas cosa te salen bien y otra no. Así pues, para no hacer más grandes los problemas, lo mejor es no poner condiciones previas y aceptar de entrada todas las situaciones y personas. El Dios de Jesús es perfecto sólo en este sentido, no espera la perfección de nadie, ni pierde la paciencia, ni tiene a nadie por adversario, deja hacer y da confianza a todo el mundo.
Hay todavía un tercer motivo: hacerte cargo de tus problemas o dificultades evita que seas tú, una carga pesada para los demás. La invitación de Jesús a que cada uno cargue con su cruz puede interpretarse en este sentido. Cuando tú tienes bien asumido que una cierta cosa no te va bien... ¡No sabes qué descanso eres para los otros que conviven contigo! Qué diferencia con aquellos que se enfadan y gritan pues no quieren saber nada de sus problemas, se excusan con discursos que no se acaban nunca y buscan por todas partes culpables para justificarse. Es mucho más fácil de encajar que alguien llega tarde diez minutos que no tener que aguantar sus excusas durante cinco minutos.

lunes, 30 de julio de 2018

Tú completa

¿Qué decimos o qué queremos decir cuando decimos yo? Tu yo es mucho más que las cosas que dices o que se dicen de ti; que las ideas o la imagen que tienes de ti misma; mucho más que tu pasado, más que tu presente y, también, más que tu futuro; más que tus deseos y emociones, que tus dudas y tus contradicciones... Y no te hagas ilusiones: aunque lo juntes todo no conseguirás una buena definición de quién eres.
Hay dos tipos de obras de arte. Unas, como las pinturas, presentan todos sus elementos a la vez. Puedes tardar más o menos en captar todos sus detalles pero tienes delante la imagen completa y acabada. En otras, piensa por ejemplo en la música, es imposible tener de golpe y al mismo tiempo todos sus componentes. Si sonaran simultáneamente todas las notas no entenderías nada. En estas segundas la obra se despliega a lo largo del tiempo y en cada momento dispones sólo de un componente que se va añadiendo a los anteriores y se juntará con los siguientes.
Nuestro yo es como la música, o como una novela, que se desarrolla en el tiempo y nunca tienes todas las piezas a la vez. Lo que creías saber de ti queda matizado o enriquecido o puesto en duda por nuevos hechos y nuevas experiencias. El yo es un misterio que se revela poco a poco. En días que, dentro de ti, el horizonte esté claro y que no haya nubes podrás casi adivinar de dónde vienes y hacia dónde vas pero en general deberás hacer camino con un conocimiento parcial de tu yo, suficiente para avanzar pero incompleto.
Las imágenes o las ideas que parecen resumir quienes somos de forma clara y comprensible son sólo una aproximación. Y para quien tiene miedo de ser como es se suelen convertir en una trampa. Defender la imagen que tenemos de nosotros o que nos gustaría que todo el mundo tuviera o buscar cierta perfección imaginada nos mata. Nos da seguridad, todo parece estable y definido, pero es una forma de huida y nos aleja de nuestro yo auténtico. Básicamente se trata de contar con que eres una peregrina que hace camino y no una escultura destinada a hacer bonito.
Estate atenta a tu vida, toda ella habla de ti, no sólo las palabras que eres capaz de formular o las ideas que puedes llegar a conjuntar, lo que haces y lo que dejas de hacer, qué sientes y cómo reaccionas, con quién estás y qué sueñas... Todo te va descubriendo quién eres y qué necesitas y eso te permite cuidar de ti misma.

viernes, 27 de julio de 2018

Acoger

La vida nos ha sido dada, no ha nacido de nosotros mismos, otros han intervenido para que nosotros llegáramos a vivir. Pero esta situación no se produjo sólo en una ocasión en el pasado sino que se produce constantemente en el presente una y otra vez: dependemos del aire que respiramos, de disponer de comida o de agua, de que el cuerpo funcione, de haber escapado a un accidente o de no vivir en una zona de guerra. Estar viva depende de personas y de circunstancias que no puedes controlar. Vivir y seguir viva es, de entrada, fruto del azar... o un regalo.
Una vez te das cuenta que tu vida no es del todo tuya, que alguien decidió por ti tu existencia y que nunca la llegarás a dominar completamente, puedes enfadarte y sublevarte... o bien puedes aceptarla. Aceptar la vida es como desenvolver el regalo: hasta que no lo hagas no podrás hacer nada con lo que tienes en tus manos.
Para vivir, además de estar viva, necesitas aceptar, acoger, hacer tuya la vida, sin matices, sin recortes, sin miedo, toda, tal y como te la has encontrado. Y no una vez sino muchas, cada cambio que te encuentres reclamará de ti que lo recibas con los brazos abiertos y le abraces: ahora soy estudiante o enferma o madre agobiada o ciudadana de una Europa que rechaza los refugiados o demasiado alta para que este vestido me quede bien... o todo a la vez.
El siguiente paso será decidir qué haces con la vida que tienes en las manos. Pero aceptar la realidad, la forma concreta que toma tu vida aquí y ahora, es la condición imprescindible para vivirla, aprovecharla y cambiarla si fuera necesario. Y esto vale para las circunstancias que te rodean y también para las personas que te encuentras.
Si quieres puedes rechazar los presentes que la vida te va llevando pero vivir pasa por aceptar y acoger más que en rechazar. Y para ello necesitas tener una mirada optimista, y quizás un poco ingenua, dispuesta a identificar oportunidades más que limitaciones, y a valorar los obsequios más que las complicaciones.
Jesús invita a detenerse y aprender a mirar la vida como un regalo que se nos da gratuitamente sin ningún esfuerzo. No andéis angustiados por la comida y la bebida para conservar la vida o por el vestido para cubrir el cuerpo. Mirad cómo crecen los lirios silvestres, sin trabajar ni hilar. Os aseguro que ni Salomón se vistió como uno de ellos. (Mateo 6,25-29)
La primera respuesta a la vida, antes de hacer nada, es la admiración, la sorpresa y el agradecimiento. Detente, mira y admira que hay en ti y a tu alrededor y da gracias a la vida, a Dios... Sea como sea deja salir de ti tu agradecimiento y el viento ya lo hará llegar a su destino. El agradecimiento transformará tu mirada sobre ti y sobre la vida y te llenará de una alegría sencilla y fresca... Quizás habrá otros momentos en que se te hará difícil dar gracias, aprovecha desde ya cualquier oportunidad que tengas para hacerlo.

viernes, 20 de julio de 2018

Abre los ojos

En el evangelio de Marcos se nos cuenta cómo Jesús cura a un ciego cerca de Jericó. Hay gente que queda sorprendida y admirada ante este milagro pero también hay mucha gente, especialmente hoy, que no se lo cree. Probablemente ambos puntos de vista son víctimas de una cierta ceguera que les impide entender del todo el texto.
Llegaron a Jericó. Y cuando salía de allí con sus discípulos y un gentío considerable, Bartimeo, hijo de Timeo, un mendigo ciego, estaba sentado a la vera del camino. Al oír que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: ¡Jesús, Hijo de David, compadécete de mí! Muchos lo reprendían para que se callase. Pero él gritaba más fuerte: ¡Hijo de David, compadécete de mí! Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron al ciego diciéndole: ¡Ánimo, levántate, que te llama! Él dejó el manto, se puso en pie y se acercó a Jesús. Jesús le preguntó: ¿Qué quieres de mí? Contestó el ciego: Maestro, que recobre la vista. Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Al instante recobró la vista y lo seguía por el camino.  (Marcos 10,46-52)
¿Por qué el ciego, cuando aún es ciego, se levanta y va hacia Jesús? ¿Qué guía al ciego? ¿Qué ha descubierto que tal vez otros no ven? Y, ¿por qué una vez curado sigue a Jesús por el camino? ¿No es raro en un milagro, sobre todo cuando Jesús le despide y le dice que se vaya?
Puede que Jesús haya curado sus ojos pero más aún Jesús le ha ofrecido una salida a su situación personal, una nueva manera de ver las cosas, una posibilidad de cambio y de crecimiento. Y él, el ciego, ha decidido aceptar la propuesta, lo ha decidido él personalmente, en contra de la opinión general de los que le querían hacer callar.
El ciego ha pasado de estar sentado al margen del camino sin hacer nada, pendiente de la caridad de la gente para poder vivir, a moverse y caminar por sí mismo. A pesar de ser ciego ha visto un nuevo horizonte y un nuevo futuro. Ahora ya no se comporta como un minusválido, un discapacitado o una víctima, ahora es un protagonista más, una persona autónoma capaz de buscar y de moverse, una persona con iniciativa que ha decidido seguir a Jesús.
Pero ¿qué ha hecho Jesús? De entrada no se ha sentado a su lado a lamentar su situación desgraciada sino que lo ha llamado, lo ha invitado a salir de su situación. Abrir los ojos a nuevas posibilidades y crecer es el primer elemento de la experiencia religiosa que plantea Jesús. Esto es la fe: un cambio, una conversión, un paso adelante... pese a no tener nada todavía.
Las raíces más profundas de la religión de Jesús se remontan a sus antepasados, que eran pastores nómadas, y para los que caminar era vivir y quedarse parados era perder oportunidades. Ellos descubrieron Dios en el horizonte, como una llamada o un reto constante: por mucho que avances el horizonte siempre te habla de ir más allá. Creer en ese Dios es pues ponerse en camino para buscar.

miércoles, 27 de junio de 2018

Saborear

Hacer experiencia de Dios es como el paso de una estrella fugaz: al cabo de un rato puedes llegar a dudar de si realmente ha sucedido. La experiencia de Dios es solo una cata, o una promesa, de todo lo que puede llegar a pasar. En la vida hay más momentos de este tipo: miradas que se cruzan, puertas que se abren... que dicen mucho más de lo que son.
Estos instantes son algo tan sutil que o bien se les presta atención y uno se los toma con interés, o bien se pierden para siempre. Lo cierto es que, si nos fijamos bien, algunos hechos tienen una capacidad de comunicación más directa y profunda que las palabras. Así es el funcionamiento del lenguaje simbólico muy poco es capaz de evocar o sugerir una infinidad...
Yo te propongo que te tomes la vida como Jesús se la toma y que hagas tuya su forma de vivir... Pero: ¿por dónde empezar? Hay muchos aspectos interesantes de la vida de Jesús, de su forma de actuar, de la manera que tiene de relacionarse con los demás o de tratar los misterios que esconde la vida. ¿Por dónde empezar?
Prueba a repetir alguno de sus gestos. Cada gesto suyo, por pequeño que sea, evoca toda su vida y la vida de Jesús es capaz de evocar Dios entero. Prueba de hacer como él hace, para llegar a vivir como él vivió y finalmente, si es posible, llegar a vislumbrar mínimamente el porqué de todo.
Hay, desde mi punto de vista, algunos gestos que tienen una densidad especial y que son un buen resumen de su manera de ser y de vivir. Mi selección de gestos imprescindibles para encontrar a Jesús completo es esta: abrir los ojos, abrazar, desatar, acompañar, pasar tiempo en el desierto, sentarse a la mesa y sembrar.
Son siete gestos de Jesús que son a la vez siete propuestas que lo ponen a nuestro alcance, siete maneras de hacerlo presente y de actualizarlo. Son también siete pequeños sacramentos, espacios de encuentro con Jesús donde hacer el aprendizaje que necesitamos para vivir el día a día como él, fuentes donde alimentar nuestro deseo de búsqueda, luces en medio de la noche para seguir el rastro de la presencia del Dios huidizo.

sábado, 16 de junio de 2018

Jesús completo

Mucha gente piensa que las palabras de Jesús nos descubren a Dios o, cuando menos, hablan sabiamente de Dios y de la vida. Estoy de acuerdo. Pero esto sólo es una parte del mensaje de Jesús. Porque Jesús habla con toda su vida: con su actitud, con los gestos, con el tono de voz, con la mirada... incluso con sus silencios.
Las palabras aisladas no serían nada. Las palabras de Jesús sin su vida que las llena de sentido quedarían vacías. Quizás alguien pueda hacer de mensajero sin saber qué dice el mensaje que trae, pero lanzar una propuesta sin el aval o el apoyo de la persona que la hace no tiene ningún tipo de interés ni de consistencia. Y el evangelio, ya lo hemos dicho, no es un mensaje neutro sino un reto y una provocación. Las palabras de Jesús son una propuesta que no sería nada sin su vida, sin su testimonio.
Si queremos descubrir a Dios la vida de Jesús, no sólo sus palabras, es una ocasión inmejorable. Toda ella, en conjunto, nos habla. Más aún, no se limita a hablar, sino que lo hace cercano, lo hace visible y palpable. Jesús con su forma de vivir hace presente las maneras de hacer de Dios. Hay un concepto que define muy bien qué es eso de gestos y palabras que hacen presente a Dios. Es el concepto de sacramento. Por eso decimos que la vida de Jesús es sacramento de Dios, que él hace experimentable aquel que está más allá de todo.
Si tú quieres sacar partido del mensaje de Jesús no te conformes con aprovechar algunas de sus ideas para hablar y reflexionar sobre Dios, como se limita a hacer cierta teología y cierta catequesis. Tú también puedes verlo, tocarlo, saborearlo... Tú puedes experimentarlo. Rehacer la experiencia de Jesús, hacerla tuya, continuarla, ampliarla, actualizarla te sitúa en su perspectiva, en sintonía con sus preocupaciones y prioridades, te implica en sus actividades, define una forma de relacionarse con los demás y una manera de buscar la felicidad... y también te acerca a Dios.
Si haces tuya la experiencia completa de Jesús podrás hacer experiencia de su Dios, gustar, aunque sea mínimamente, su presencia aquí y ahora.

domingo, 3 de junio de 2018

Retomar el camino

El punto de partida para conocer Jesús son los evangelios. Sí, se trata de escritos antiguos que tienen un lenguaje que hoy nos puede sonar extraño. Pero no todo te resultará lejano: hay gestos, momentos, frases, situaciones... que son sorprendentemente actuales. Estos detalles son los pasillos que hacen posible acercarse a Jesús. Y eso es suficiente por ahora, no es necesario saberlo todo, se trata, de momento, de empezar a hablar.
Pero, ¿qué podemos esperar de los evangelios y de nuestro diálogo con Jesús? Algunos buscan consignas sobre cómo actuar, otros descubrir algún secreto del más allá que ponga remedio a sus dudas... Lo que yo he encontrado son retos. Y te propongo que, si no quieres quedar decepcionada, te lo tomes también como un reto. No esperes grandes explicaciones, ni respuestas o soluciones ya dadas, escucha las propuestas que se te hacen y trata de responder. Jesús hace propuestas constantemente: seguidme, haced esto, id a anunciarlo, subid a la barca, venid y lo veréis, decidle que venga...
Los evangelios son un reto y una provocación, una invitación a dejar de lado la forma habitual de mirar las personas y de hacer las cosas. ¿Qué quiere decir felices los pobres... y los humildes... y los perseguidos? De verdad ¿tienen motivos para ser felices? Las bienaventuranzas son una provocación. De entrada no son felices y las grandes promesas tampoco les harán felices.
Jesús habla de personas, a menudo, invisibles, habla de su felicidad, a la que tienen derecho, y los pone al principio de su lista de urgencias. Es una llamada, una reivindicación, un deseo serio de cambiar las cosas, una crítica a todas las situaciones que desprecian a las personas.
Si tú respondes, sólo si respondes y te acercas a los que lloran, los que pasan hambre, a los maltratados... podrás llegar a entender algo del mensaje de Jesús. Primero es necesario que reacciones, que te preocupes, que te indignes, que pruebes de hacer como Él y luego entenderás qué significa su actuación y podrás comprender el valor de sus palabras.
Si no pruebas de ponerte en la piel de Jesús, no entenderás nada de los evangelios. La única forma de conocer a Jesús es seguirlo: intentar retomar, continuar, las líneas de trabajo que Él hizo suyas, responder a los retos que Él se planteó, participar en sus luchas y vivir a su lado los éxitos y los fracasos de su proyecto.
Para entender Jesús y su evangelio no te puedes quedar como una simple lectora o una espectadora. Hay quien para acercarse a Jesús se imagina que es uno de los discípulos que le está escuchando o alguien con quien Jesús se encontró por el camino. Es un buen recurso. Pero en algún momento deberás pasar de observarlo a hacer tú lo que hace Él y convertirte en la protagonista de una nueva historia.