domingo, 14 de julio de 2019

El Evangelio cara a cara

Hay mucha gente que no tiene ningún problema en decidir por sí misma qué piensa, qué quiere, cómo se deben hacer las cosas o quién debe gobernar pero no es tan fácil encontrar personas que se atrevan a leer y pensar sobre cuestiones de fe por sí mismas.
Aunque existe una larga tradición cristiana de estudio de las escrituras, también se ha prohibido la lectura directa de la Biblia en algunas épocas. Leer y releer los Evangelios es una forma de conocer a Jesús, una manera de dialogar con él y encontrar pistas para no quedarte estancada en el camino de la fe.
El trabajo con las escrituras avanza gracias a tres grupos de acciones que, en principio, siguen un cierto orden aunque ya verás que cada texto puede ser diferente. Se trata de entender, de reflexionar y de convertirlo en vida.
Para entender basta con leer con calma y atención para no dejarse ningún detalle importante. Más de una vez te sorprenderá lo que dice el texto, sobre todo si lo comparas con las ideas que habitualmente corren por ahí. Más adelante quizás te será necesario utilizar otros recursos: investigar palabras que tienen un significado específico; buscar información sobre personajes o hechos históricos o costumbres judías; profundizar sobre la idea general del libro, no sólo de un fragmento que aislado puede carecer de sentido; etc... Todo lo que te pueda ayudar a saber bien qué dice el texto sirve para este primer objetivo.
Reflexionar no depende tanto de los textos como de lo que te puedan llegar a sugerir. Imagina que tú formas parte de la historia o que la situación es actual. Hay una distancia entre tú y el texto que hay que acortar de alguna manera. Sea como sea, considera que las palabras que lees están escritas pensando en ti. Con tu permiso lo que el texto diga te hará sentir incomodidad, alegría, interés, desconcierto, raramente te resultará indiferente. Déjate cuestionar o animar pero no corras a sacar conclusiones. Valora bien a qué vale la pena hacer caso y a qué no.
El potencial de las palabras de Jesús no se agota con entenderlas y dejar que te sugieran nuevas ideas son capaces también para transformar i enriquecer tu vida. Convertir-las en vida significa que de alguna manera las palabras del Evangelio pasan a formar parte de tu historia. Ya sea porque recordar y repetir algunos fragmentos te ayuda a orar, a sintonizar con la mentalidad de Jesús o a experimentar una mayor paz; o porque has sacado una indicación concreta sobre qué hacer o qué es más importante y te espolea, te motiva, evita que te detengas.
Sería un error pensar que el Evangelio sólo son palabras bonitas o que se trata sólo de un libro de recetas sobre cómo actuar, es eso y mucho más. Algunas veces las palabras que has leído te quedarán como una espina clavada muy adentro y tardarás un tiempo en encontrarle una respuesta.
Conocer un texto hace más fácil la reflexión pero cuanto más reflexiones más preparada estarás para entender todos sus detalles y matices. Hay textos que entenderás rápidamente y otros que incluso con la ayuda de expertos nunca acabarás de entender del todo. En algunos momentos de tu vida una parábola te hará reflexionar durante horas y años después no te dirá nada. No importa entenderlo todo, ni reflexionar más o menos, basta con vivir a fondo algún trozo del Evangelio que te haya llamado la atención para mantener abierta tu relación con Jesús. Buscar en el Evangelio no es nunca una cuestión que puedas dar por cerrada, se trata de no dejar de escuchar y de probar de responder sin conformarte con lo que ya crees saber o ya crees hacer bien. Como con cualquier amistad, vaya.

jueves, 4 de julio de 2019

Palabras prestadas

Una herramienta clave de nuestra tradición religiosa es la palabra. Los textos de la Biblia, sobre todo los de los Evangelios, son un elemento básico de referencia para la fe. Caben miradas diversas sobre qué es ser cristiano pero todas parten de Jesús y de las informaciones sobre él recogidas en los Evangelios.
Gracias a los textos evangélicos nos podemos acercar a la experiencia de Jesús y retomarla. En el caso de la oración, podemos tomar sus palabras en préstamo para aprender a orar. Repitiendo lo que él dijo nos acercamos a sus sentimientos más profundos.
De la experiencia vivida por Jesús nacen sus palabras. Volviendo a pronunciar sus palabras podemos acceder en cierto modo a su experiencia. A condición, claro, que las palabras de Jesús conecten con alguna experiencia similar vivida por nosotros. Las palabras de Jesús son la forma de expresión de sus sentimientos religiosos y pueden servir también para dar forma a los nuestros. Quizás te parezca que lo que lees en el Evangelio no tiene ninguna relación con lo que estás viviendo pero tarde o temprano, si insistes, descubrirás una expresión de Jesús que encaja como anillo al dedo con tu experiencia actual.
Las emociones y los sentimientos son difíciles de definir (tampoco es necesario que lo hagas) pero es bueno saberles poner nombre y ser capaz de distinguirlos. No es lo mismo estar triste que sentir rabia, aunque a veces aparezcan juntas. Y es muy diferente leer la rabia que sientes como fuerza para mejorar, que percibirla como deseo de venganza. Las emociones son como son pero el sentido que toman puede ser diverso y depende de las palabras que utilizamos para interpretarlas.
Las palabras sabias de nuestra tradición (salmos, canciones, oraciones...) te ponen en contacto con miles de creyentes que han hecho el mismo camino que tú y son una escuela para aprender a dar forma a las emociones y los sentimientos religiosos y no tan religiosos. Jesús también aprendió a orar con palabras prestadas, sobre todo de los salmos del Antiguo Testamento, que son una colección de oraciones cantadas. Estos salmos son todavía hoy la base principal de muchas de las oraciones de las comunidades de religiosas y religiosos.
Las claves que ofrece Jesús a sus discípulos para aprender a orar se encuentran en el padrenuestro. De entrada destaca que Dios es padre y se le puede hablar de tú a tú, en segunda persona del singular. No lo trata ni de vos ni de usted, ni de omnipotente, ni de nada de esto. Es un Dios cercano. Hablar a Dios de vos, como hacen tantas oraciones, es una forma no muy cristiana de hacer oración y potencia un sentimiento de respeto distante y miedoso que no encaja con la mentalidad de Jesús.
El padrenuestro habla también de un Reinado de hermanas y hermanos que es mucho más amplio que las iglesias cristianas, que se va abriendo paso entre nosotros en busca de un mundo justo y que nos une a toda la humanidad. Invita a vivir el presente y estar pendiente sólo del pan de cada día, sin buscar nada más, ni quererse asegurar el futuro. Centra toda la atención en perdonar, en superar las ofensas, en unir a las personas, en rehacer los vínculos rotos... esta parece ser la única tarea que nos debe importar. Y lo plantea de una forma muy arriesgada: pide que Dios nos perdone, nos acoja, nos quiera como nosotros lo hacemos. Preferiría que fuera al revés. Por último Jesús propone que velemos para no  caer en la tentación: los problemas están ahí, no nos podemos ahorrar las dificultades, pero rogamos para superarlos sin rendirnos, sin desanimarnos.
El padrenuestro define el sentido de los principales sentimientos religiosos según Jesús. Aceptar y repetir sus palabras es dejarse empapar por estos sentimientos. “Sólo” necesitas estar pendiente de: confiar en Dios, esperar y trabajar por un mundo justo, vivir al día, reconciliada y en paz con todo el mundo, decidida a salir adelante a pesar de todo.

martes, 2 de julio de 2019

Oración solidaria

La persona religiosa pide porque confía en Dios y se sabe limitada. Aunque sólo puedes descubrir tus limitaciones si en algún momento has llevado hasta el límite tus posibilidades. Pedir sin motivo podría ser simplemente una mala costumbre fruto de la pereza. El primer paso pues para aprender a pedir es intentar ir más allá de donde ahora estás y descubrir qué pasa. También se podría decir que lo que aún no has echado de menos no tiene sentido pedirlo.
Hay muchos problemas que no necesitan una especial intervención de Dios para solucionarse y esperar que lo arregle Él podría ser una excusa para no hacer nada. “Bastaria” con hacer el esfuerzo de llegar a un acuerdo entre las personas implicadas. Dios mismo, según Jesús, da por válidas las soluciones a que puedan llegar las personas por sí solas: Os aseguro que lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
Muchas peticiones que se suelen hacer en las oraciones -porque se cree que orar es sólo pedir- se centran en necesidades básicas: salud, alimentación, seguridad, protección... Pero ¿qué sentido puede tener pedir pan para los pobres si yo tengo de sobra? ¿Y qué sentido podría tener pedir justicia para el tercer mundo si yo disfruto de productos que les compro a ellos a un precio injusto?
Ante un problema, la fe puede alimentar la esperanza de que haya solución, o ayudar a mantener la confianza en uno mismo y en los demás a pesar de las dificultades pero la fe no tiene porqué ser directamente la solución. En estos casos no tiene mucho sentido pedir nada a Dios si primero no nos lo hemos planteado seriamente nosotros. Las demandas que se refieren a un bien colectivo son responsabilidad de todos. Mejor que pedir es trabajar, buscar, espabilarse... para cambiar lo que está en nuestras manos.
En otros casos Jesús apunta que tampoco vale la pena pedir a Dios lo que Él ya sabe que necesitamos. Cuando recéis no seáis palabreros como los paganos, que piensan que a fuerza de palabras serán escuchados. No los imitéis, pues vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de que se lo pidáis.
Creo que el valor principal que tiene la oración de petición es que nos ayuda a ponernos al lado de los demás. Compartir su dolor y sus preocupaciones es dejar que su mal nos afecte, sentir su tristeza y su miedo, aunque sea a distancia. Rezar por las necesidades de los demás, dejarlos entrar en tu espacio de silencio y de intimidad, te hace más empática, más humilde, más solidaria, más humana. Es una manera de mantener vivo tu vínculo con el resto de personas. Deja sitio en tu espacio interior para el sufrimiento de los demás para compartir también con ellos tu esperanza.

martes, 25 de junio de 2019

Orar con la vida

¿Qué puedes hacer con el silencio que no podías hacer mientras había ruido? Después de poner paz en la tus prisas puedes ocuparte de ti misma. La vida habla, te habla, y a ti te conviene escuchar, acoger, entender mínimamente, abrazar, aceptar e integrar lo que te está diciendo antes de responder. Se trata de perder el miedo y dejar confiadamente que tu vida sea lo que ya es aquí y ahora.
La vida a veces es sorprendente, otras repetitiva, amigable o dura, ilusionante o pesada pero siempre llena de personas que están a tu lado si tú se lo permites y de detalles que invitan a confiar. Y también, claro, de dificultades y de dolor. No razones, no busques explicaciones, no des vueltas a las ideas... acógela y acéptala (ni que quisieras no la podrías cambiar), no te resistas a vivir lo que estás viviendo, deja que resuene dentro de ti con todos sus matices y da gracias.
Sorprenderse, admirar, alegrarse, bendecir, agradecer... es la primera respuesta que podemos dar a la vida, es la forma más básica de hacer oración y el origen de cualquier recorrido espiritual. Las personas que nos acompañan y todo lo que tenemos, lo que nos pasa, lo que somos... nos ha sido dado. Sin todo esto no podríamos ser ni hacer nada. ¡No puedes dejarlo pasar! Dirígete a la vida, y al misterio que esconde, y dales la bienvenida diciendo gracias.
De las pocas oraciones que conocemos de Jesús la mayoría son de agradecimiento. En aquella ocasión, con el júbilo del Espíritu Santo, dijo: “¡Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque, ocultando estas cosas a los sabios y entendidos, se las diste a conocer a la gente sencilla!” Los antiguos leían habitualmente en voz alta, aunque sólo fuera para uno mismo, también oraban en voz alta y los compañeros podían oír lo que se decía. Aquí se nos cuenta que Jesús agradece la atención de la gente sencilla después de unos días de predicación. Pero no sólo da gracias, todo él parece profundamente feliz y satisfecho de esta situación que se ha producido.
Orar con la vida es aprender a dar gracias por todo en todo momento. Así pues da gracias al final del día, da gracias por las personas que te has encontrado, por las cosas que has aprendido o que has podido hacer; da gracias al final de un proyecto o de una etapa, al completar un trabajo o al despedirte; da las gracias a las personas directamente; da gracias en toda situación a la vida y a su autor; y, cuando estés perdida, busca de que puedes dar gracias, por pequeño que sea el motivo que encuentres será una excusa suficiente para reconciliarte con la vida.
Abraza con fuerza y ternura las personas y los regalos que la vida ya te ha dado y no hagas demasiado caso de todo lo que podría ser. Si no das primero por buena la vida que te has encontrado en las manos no podrás responder de ninguna manera a los retos que la misma vida te plantea y te planteará. Crecer, aprender, asumir riesgos, acompañar, actuar generosamente, amar sólo te será posible si haces acopió del único combustible de que dispones: la mucha o poca felicidad que hayas vivido. Recoger todas las alegrías por pequeñas que sean es también el antídoto contra el cansancio, el resentimiento o la rabia que imperceptiblemente se van acumulando en las luchas del día a día.
Después de dar gracias, si todavía sientes la necesidad, puedes quejarte de todo lo que no funciona o pedir lo que eches de menos. La vida, y su creador, todo lo escuchan, aunque van a su propio ritmo cuando se trata de responder.

martes, 18 de junio de 2019

Tomar distancia

Con la nariz metida en los quehaceres diarios fácilmente se pierde de vista el horizonte y el cielo y el paisaje. Y andar mucho sin saber dónde vas es una forma de no ir a ninguna parte. Después de unos días de trabajo intenso Jesús propone a sus discípulos: Vosotros venid aparte, a un paraje despoblado, a descansar un rato. Además del valor curativo del descanso, sirve para recuperar las fuerzas, la propuesta de Jesús de ir aparte y a un paraje despoblado refuerza la necesidad de tomar distancia de vez en cuando de las tareas y de las personas con las que estamos.
Nuestra sensibilidad funciona por contraste: percibimos el frio porque que nuestro cuerpo está caliente, el silencio cuando que se detiene el ruido, la fiesta porque habitualmente los días son laborables y las personas queridas cuando nos alejamos de ellas. Sin introducir cambios o variaciones en nuestra vida difícilmente percibiremos qué estamos viviendo. Esto es importante: saber qué estás haciendo no es cuestión de pensar, algo así como sé que estoy en el monte, sino de percibir el calor del sol, el paso de la brisa, el olor de la hierba, los cantos de los pájaros, el verde de los árboles... que me sitúan realmente a la montaña.
A veces es suficiente un rato de viaje en metro o contemplar el cielo en silencio antes de ir a dormir para saber dónde estás. En otras ocasiones te puede convenir hacer algo más. Del mismo modo que tu cuerpo se tensa con tus inquietudes, se cansa persiguiendo los proyectos que te propones o se acelera con tus ilusiones... también puede funcionar a la inversa: el ritmo sereno y centrado de tu actividad física puede hacer que toda tú entres en una dinámica de más paz personal y puedas tomar distancia del día a día.
Esta serenidad la puedes encontrar haciendo algún trabajo manual como pintar paredes, modelar arcilla, remover la tierra, hacer un pastel, coser o tejer... También paseando, a pie o en bicicleta, haciendo deporte suave o practicando alguna de las disciplinas milenarias que a través de los siglos nos han enseñado los sabios de Oriente. Poco a poco te darás cuenta que tu vida ha recuperado el ritmo que le es propio y que percibes más olores, sonidos, figuras y otras sensaciones personales que antes se te escapaban.
El entorno adecuado también facilita esta toma de distancia de la actividad cotidiana, reencontrarte contigo misma y saborear la vida. Destaca por encima de todo el encuentro con la naturaleza, un encuentro lúdico y gratuito, se entiende que sin objetivos prácticos como alcanzar una cima o identificar varios tipos de árboles. Y también el arte: contemplar la pintura o escuchar música o aprovechar los espacios arquitectónicos concebidos para facilitar el silencio, ya sea un rincón de tu habitación o recorriendo el claustro de un monasterio pensado para caminar largos ratos, siguiendo el ritmo regular de los arcos, sin salir del lugar donde los monjes y las monjas se han comprometido a vivir permanentemente.
Aunque algunos digan que todo esto no es una experiencia directamente religiosa, hay que decir que no es fácil señalar donde empieza la experiencia religiosa auténtica porque está profundamente mezclada con el conjunto de la vida. En cualquier caso sin esta toma de distancia no es posible adentrarse en el terreno de la fe que es siempre un espacio alternativo y una visión diferenciada de lo que es común y habitual.

domingo, 12 de mayo de 2019

Sí, el cuerpo

Para hacer silencio u oración o meditación o cuidar de tu mundo interior, el cuerpo es imprescindible. Quizás te parecerá que las posturas, los gestos, las músicas o los ambientes recogidos son una rareza exótica o una moda copiada de las religiones orientales... Durante mucho tiempo el cristianismo ha considerado el cuerpo algo sospechoso, lo ha menospreciado y ha pretendido prescindir de él para la espiritualidad. Pero al principio no era así.
Jesús y los primeros cristianos piensan en la persona entera. No será hasta más tarde, cuando el cristianismo haga suya la filosofía de Platón, que se abordarán por separado cuerpo y alma: el cuerpo con prevención, tratando de controlarlo o de silenciarlo; y el alma con un interés puramente intelectual, muy a menudo carente de sentido de la realidad.
Hay que decir que muchos excesos religiosos y algunos fanatismos nacen del espiritualismo desencarnado, de imaginar un alma inmortal que debe alejarse de este mundo y de la vida y que sólo con sus ideas ya tiene suficiente para acercarse a Dios. Con esta maniobra los sentimientos, las necesidades, los deseos y los impulsos quedan desatendidos y la persona desconectada del mundo real y del resto de personas, y lejos del Dios de Jesús.
En la Biblia, en el relato de la creación, el narrador recalca varias veces que Dios observa el mundo creado y todo lo que forma parte de él y ve que es bueno: los continentes y los océanos, el sol y la luna, los animales y las plantas, el hombre y la mujer. Igualmente cuando Jesús se presenta resucitado a los discípulos, aunque no es igual que antes, conserva las heridas de la crucifixión. Dios le ha resucitado completo: su mensaje y su cuerpo herido, su historia y sus vínculos personales, toda la persona de Jesús. Quizás no sea fácil explicar qué es la resurrección pero está bastante claro que la resurrección incluye de alguna manera el cuerpo, que Dios ama y salva también el cuerpo.
A un nivel muy general, el primer paso para cuidar la dimensión espiritual de la persona es tener una mínima salud física, emocional y relacional. Sin estar descansada, suficientemente alimentada, curada de enfermedades, en condiciones sociales básicamente justas y serena mentalmente ninguna persona puede empezar a ocuparse de su mundo interior. Más adelante sí que el cuidado espiritual podrá enriquecer y consolidar la salud en conjunto.
En un plano más concreto los evangelios recuerdan aspectos externos o físicos de los momentos de silencio de Jesús. Se retira a lugares desiertos, el silencio ambiental es importante; hace largos ratos de oración, horas o días, y habla de velar, se trata de dedicarle tiempo; ora en el suelo, tal vez echado, quizás arrodillado y con la frente tocando el suelo, adopta una posición que le ayuda a orar; critica las oraciones en público y la palabrería vacía: vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de que se lo pidáis, y recomienda silencio, como suele ser la práctica de la meditación; también enseña alguna oración sencilla, nada retórica, fácil de recordar, centrada en sólo dos ideas, Padre y Reino, que se repiten siempre en las pocas oraciones que conocemos de Jesús.
Sí: es necesaria cierta salud física, psíquica y social para poderse ocupar de la espiritualidad. Y sí: hay un ambiente físico, algunas posiciones corporales y gestos, una forma de callar, algunas repeticiones básicas que giran alrededor de unas pocas ideas y un tiempo apropiado, más largo que corto, que ayudan a crecer interiormente, orar o meditar... tal como lo hacían Jesús y los primeros cristianos.

jueves, 9 de mayo de 2019

Hacer silencio

Cuando estás cansada y agobiada, hacer silencio resulta una experiencia reparadora: a medida que pasa el tiempo todo va volviendo a su sitio. Como las aguas enturbiadas del río después de la tormenta que recuperan, con el paso de las horas, su transparencia y de nuevo se puede ver la arena o las piedras del fondo y los peces que nadan.
Encerrada en casa o paseando por la naturaleza, el silencio, la calma, la tranquilidad hacen posible que te reencuentres contigo misma. En tu mundo interior resuenan con fuerza los ecos de los acontecimientos que vivos y de los miles de mensajes que te llegan sin que tengas tiempo de descifrarlos. Como ocurre con algunas comidas o bebidas, parte de su sabor no lo descubres hasta el final de todo y, sin detenerte y dejar de comer, nunca los podrías saborear realmente. Sin un tiempo de silencio perdemos la oportunidad de que los hechos y las palabras nos digan algo.
Más allá del silencio reparador y del ejercicio de escuchar el mundo que te rodea, el silencio también pone al descubierto los ruidos de las luchas que se producen en tu interior: dudas, sueños, miedos, alegrías... Sí, también resuenan en ti y a menudo el ruido exterior los tapa. Hay preocupaciones que necesitan salir a la superficie, estallar como las burbujas del mosto que fermenta para llegar a ser vino, buscando su lugar y que se pueda separar lo fundamental de lo que ya no sirve y más vale que el viento se lo lleve lejos. Es fácil entender por qué algunas personas que pasan por momentos complicados prefieren el ruido de fuera antes que descubrir la ebullición de su mundo interior.
Toma nota: el silencio, aparte de ser un espacio de descanso, es también un espacio de trabajo. El silencio tiene una función constructiva, es imprescindible para darte cuenta de por qué momento pasa tu vida y cuidar de ti misma. Ya hemos dicho que la conciencia no sólo es capaz de detectar el más mínimo detalle de maldad sino también de descubrir cualquier indicio de bondad o de valor positivo, en tus opciones de futuro, en los que te rodean y en tus deseos más íntimos... A condición de que ningún ruido no interfiera tu percepción interior o que el agua esté reposada y todo el barro haya quedado en el fondo.
Pero aún hay que hablar de otra posibilidad en el camino del silencio: el silencio también puede ser un espacio sin ninguna utilidad inmediata, un tiempo que no soluciona ni mejora nada, gratuito, es decir religioso, un espacio que tiene valor por sí mismo. Se trata de un silencio místico donde no escuchas nada con la ayuda del silencio sino que atiendes al silencio mismo.
Si el descanso del silencio reparador es imprescindible para la salud y también escuchar el mundo y escucharte a ti misma con aquel silencio constructivo lo es para recordar quién eres y dónde estás... el silencio gratuito te pone en diálogo con algo más y te abre las puertas a una nueva dimensión, la posibilidad de dialogar con el misterio. A menudo la tarea pesada de vaciar tu mundo interior de ruido te ocupa la mayor parte del tiempo; sólo de vez en cuando te metes a ordenar este espacio para orientarte... y qué te queda para hacer la experiencia de silencio de verdad?
Los antiguos romanos utilizaban grandes arcos de piedra para indicar una frontera o la llegada a una ciudad importante. Los cristianos en la Edad Media construyeron también arcos en la entrada de las iglesias para indicar algo parecido: el paso a otra dimensión. Dentro del edificio se respira un ambiente alternativo: la luz, las imágenes, la música, la forma de comportarse hablan de un mundo diferente, del mundo de Dios. También dentro de cada uno de nosotros hay un arco o una puerta, que nuestro cristianismo occidental parece haber olvidado, que nos permite acceder al espacio en que Dios habita.

sábado, 6 de abril de 2019

Acompaña

Vives en un mundo de personas, cada una diferente única e irrepetible, pero todas conectadas de una manera u otra. Así pues tu vida está ligada a la suya: puedes vivir y actuar sabiendo que todo lo que haces les afecta o hacer ver que lo ignoras. También puedes cuidarte de que el trabajo que hagas les sea una ayuda y no un obstáculo.
Caminar con responsabilidad junto a otros no se limita a reconocer y valorar su dignidad como personas, sino que a menudo pedirá de ti algún trabajo extra para ayudar a los que han quedado por una causa u otra al margen del camino. No importa quiénes son sino que se encuentran con problemas, este es el único criterio válido: primero los que se han quedado atrás.
Servir es ponerse a disposición de los demás. Pero ¿qué puedes dar a los demás de bueno que no sea algo de ti? Tu tiempo, tu saber, tu interés, tu alegría, tu astucia, tu buen humor, tu paciencia, tu capacidad de sorprenderte... Ponerte a disposición de los demás también es una buena manera de ser tú misma con todo lo bueno que tienes.
Al final del evangelio de Lucas, después de la crucifixión de Jesús, hay un relato que hace una especie de resumen de cómo Jesús ha compartido su camino con los demás:
Aquel mismo día, dos de ellos iban a una aldea llamada Emaús, distante a unas dos leguas de Jerusalén. Iban comentando todo lo sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona los alcanzó y se puso a caminar con ellos. Pero ellos tenían los ojos incapacitados para reconocerlo. Él les preguntó: “¿De qué vais conversando por el camino?” Ellos le contestaron: “De lo de Jesús de Nazaret.” Jesús, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que en toda la Escritura se refería a él. Se acercaban a la aldea adonde se dirigían, y él fingió seguir adelante. Pero ellos le insistieron: “Quédate con nosotros, que se hace tarde y el día va de caída.” Entró para quedarse con ellos; y, mientras estaba con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Al punto se levantaron y volvieron a Jerusalén. (Lucas 24,13-33)
Para ser mínimamente útil a los demás, que quizás te necesitan, hay que ir a encontrarles, no esperar a que vengan, y ponerse a su lado, compartir el camino que hacen a su ritmo, no al tuyo. Es mejor empezar por preguntar y escuchar en silencio qué dicen antes de formular teorías o dar lecciones que dejen claro quién eres y cuántas cosas sabes. Son ellos que tienen que ir descubriendo y expresando que necesitan y sólo entonces tratar de hacer tu aportación.
Jesús les habla de las escrituras pero relacionadas con su problema: están tristes por la crucifixión de su maestro (el mismo Jesús). Muchas veces la solución nace de la misma vida, por eso hay que releer la propia experiencia, encontrar aquellas pistas que pueden aportar luz y conectarlas con nuevas perspectivas que abran paso a alternativas que pueden resolver los problemas actuales. Las soluciones que no encajan con la vida real no solucionan nada.
Sea como sea el objetivo final es que las personas afectadas puedan reintegrarse a la vida cotidiana con la máxima normalidad, que vuelvan a sentarse alrededor de la mesa como uno más. Una vez superada la situación problemática ya no necesitarán más tu ayuda y deberás saber retirarte, para que ellos se den cuenta que son lo suficientemente fuertes para seguir haciendo camino solos. Los dos que huían discretamente muertos de miedo vuelven ahora decididos hacia Jerusalén a pesar de ser de noche.

miércoles, 3 de abril de 2019

Una casa para todos

La naturaleza es mucho más que una despensa o un almacén y valorarla sólo por su utilidad inmediata es una ingenuidad que, a la larga, pone en peligro su supervivencia y la nuestra. Si no se tiene ningún tipo de cuidado o de atención con el funcionamiento de los procesos naturales que hacen posible disponer de recursos para vivir, al final desaparecerán. La naturaleza es capaz de ofrecer remedio a nuestras necesidades de forma constante no por ser infinita sino porque se renueva. Precisamente la explotación a gran escala de los recursos naturales ha puesto al descubierto sus límites.
Respetar y cuidar de no interrumpir o alterar los ciclos naturales es la única manera de conservarlos. Muchos de ellos no los podemos recrear por nuestra cuenta. Más aún la naturaleza ya está hoy en muchos lugares sufriendo graves situaciones de degradación al lado de las personas que viven en ella. No se puede esperar que la naturaleza esté a nuestro servicio infinitamente, ella también debe ser servida y atendida.
Hay que reaccionar. Si no lo hacemos, el respeto por los derechos de las personas nunca será completo: la tierra, la naturaleza, es la casa común de la humanidad pasada, presente y futura y de todos los seres vivos. Cada elemento de la tierra tiene valor por sí mismo y al mismo tiempo lo tiene para los que viven, han vivido o vivirán en ella.
El dominio ejercido sobre la naturaleza a lo largo de los últimos siglos y las investigaciones científicas que se han llevado a cabo han producido en muchas personas una pérdida del sentimiento de miedo y de admiración. Puede ser bueno perder el miedo a los rayos o las enfermedades pero creer que la naturaleza no nos puede descubrir nada nuevo ni acercarnos al misterio porque ya lo sabemos todo es un error. Basta con que te detengas unos momentos a contemplar el cielo o las montañas, o a imaginar los capilares finísimos que llevan oxígeno hasta las últimas células de tu cuerpo... y fácilmente podrás reencontrar la sensación de sorpresa y fascinación.
Vivimos voluntariamente engañados: mientras podemos sentir todavía una admiración sincera por la belleza natural que tenemos delante, nos beneficiamos de una carrera para la mejora constante de las condiciones de vida -en el primer mundo- que camina hacia la destrucción del planeta. Las fotografías que haces y compartes de puestas de sol increíbles, cascadas paradisíacas o mariposas exuberantes son hechas con una tecnología elaborada con minerales fruto del saqueo y de la explotación...
Si queremos encontrar soluciones sinceras forzosamente tendremos que vivir de forma más pobre, más austera, más sensata... y trabajar para corregir el mal que se ha hecho y aún se hace. La libertad no es vivir de espaldas a la realidad sino asumir de cara las complicaciones. Si uno te obliga a caminar mil pasos, haz con él dos mil, propone Jesús.
Para aceptar realmente que la naturaleza es la casa común de todos no basta con reconocer a los demás y sus diferencias, sino que también hay que admitir que debemos compartir con ellos la gestión de la casa, que lo que decidamos no lo podemos decidir solos, que su futuro y el nuestro están ligados y que debemos aprender a caminar en compañía.

domingo, 24 de marzo de 2019

Sin ingenuidades

Trabajar al servicio de los demás nos afecta siempre de una manera u otra. Muchas situaciones complicadas sólo se pueden superar con una dedicación extra y una mayor implicación personal. Pero entonces piensa que corres el riesgo de que los esfuerzos de días o de años se acumulen en forma de un cansancio que no acabas de entender, o que llegues a sentirte responsable de lo que no puedes hacer y que las dificultades de golpe te superen... Si se da el caso será necesario que aprendas a tomar distancia y aceptar que haces muchas cosas bien pero que tienes tus límites y que te conviene descansar, revisar lo que haces y cómo lo haces, o pedir ayuda.
Más aún: el servicio, la lucha contra el dolor, la atención, el interés por los demás, sobre todo por los que lo pasan peor, no es sólo una cuestión personal de si te complicas más o menos la vida. Cómo se cura una enfermedad o cómo se educa una persona con un trastorno de conducta no son una cuestión personal. Servir, en estos casos, no depende sólo de la buena fe que tú tengas o de tus esfuerzos, el éxito de tu intervención dependerá de tus conocimientos y de tu formación. No puedes pretender resolver temas complejos y delicados sin una buena preparación profesional, sin un equipo organizado o sin una previsión inteligente.
Jesús lo plantea así a los discípulos cuando los envía a predicar: Yo os envío como ovejas en medio de lobos, sed cautos como serpientes y cándidos como palomas. Las dificultades son serias, no se puede actuar ingenuamente, para transformar situaciones que llevan meses, años o siglos enquistadas, hay que intervenir con astucia. También con delicadeza, respeto y todas las atenciones a las personas pero preparado para lo que se va a hacer.
Hay que conocer bien las situaciones problemáticas y sus causas, es necesario estudiar a fondo las posibles soluciones, hay que estar pendientes de cada caso particular, hay que elegir entre las diversas opciones la mejor, hay que llevarlas a cabo de forma organizada y eficiente paso a paso junto a los afectados, hay que revisar los resultados y las consecuencias... y todo esto tiene sentido porque hay una preocupación sincera por los destinatarios de la intervención.
Hay soluciones que podrás aportar personalmente por tu forma de ser, por ejemplo; otros serán fruto de tu preparación profesional; habrá otros que sólo serán posibles de llevar a buen término si te organizas en grupo y se hace una buena planificación; y aún otros nacerán de la superación confiada de momentos dolorosos que sin saber muy bien cómo evolucionan favorablemente. La vida misma, en definitiva, es la maestra que te llevará día a día a buscar nuevas respuestas más allá de lo que ya crees saber o controlar.

lunes, 4 de marzo de 2019

Utopías no, gracias

Jesús anuncia el Reino. Este concepto es el núcleo de su predicación: Está cerca el reinado de Dios. En las parábolas habla también del Reino: es como un tesoro, como un banquete, como un campo sembrado o una viña. Y todo el que quiera puede entrar: pobres, gente que ama la justicia, perseguidos, los que saben perdonar, los de corazón limpio...
¿Te has fijado que Jesús dedica mucha más atención a hacer la lista de quiénes son los invitados más que a explicar en qué consiste este Reino? Su punto de partida no es un proyecto abstracto elaborado por técnicos y especialistas al cual las personas deberán adaptarse, sino que parte de las situaciones y conflictos de las personas reales y concretas a las que hay que ofrecer alternativas.
Para Jesús son más importantes las personas que los programas y las ideas. Según él Dios, más que defender el valor en general de la solidaridad, del respeto, de la paz o de la igualdad, se interesa por Judit, por David o por Raquel en concreto. Dios es Dios de personas, y no se ocupa de la idea abstracta de la dignidad humana sino de la dignidad concreta de los enfermos, de los marginados, de los hambrientos que está dañada.
La manera de hacer de Jesús empieza por detectar las situaciones escandalosas que degradan el valor de las personas, para pasar después de la indignación a la construcción de una contrapropuesta con soluciones efectivas: atención médica, inclusión social, reparto justo de los recursos.
Servir a las personas siempre es en concreto y a su lado. En cambio según algunos proyectos filosóficos y políticos de carácter utópico parece como si hubiera que prescindir de las personas concretas para poder hacer un supuesto mundo perfecto donde las personas cuenten realmente. Y muchas veces ni se resuelven los problemas reales ni se integra a las personas en eI proyecto.
Jesús destaca a veces que el Reino ya está presente, ya ha llegado, y otras veces subraya que está pendiente de completarse. No sigue un plan cerrado, ni cada paso es el resultado de un proceso calculado, la construcción del Reino se ha puesto en marcha pero es una historia con un recorrido y un final abiertos porque es participativo, y todo dependerá de las personas que formen parte de él. Es, por fuerza, incompleto e inacabado, es una línea de trabajo a la que otros podrán añadir sus aportaciones y completarla.
El trabajo por el Reino está marcado por las urgencias, por los problemas del momento que piden respuesta inmediata... Todo lo que es posible hacer hay que hacerlo ahora. No hay una planificación general, ni prioridades inamovibles, hay varios frentes a los que dar respuesta y líneas de acción diversas para resolver las necesidades de cada grupo humano. Estas necesidades son las prioridades que definen la agenda del Reino y cada momento histórico, cada época, cada entorno tiene las suyas.
A medida que el Reino avanza va desplegando nuevas formas de acción ante los nuevos retos, va incorporando nuevas sensibilidades y va ganando nuevos colaboradores. La dinámica del Reino es inclusiva, tiene por objetivo rescatar todos aquellos que no cuentan para la sociedad y convertirlos en protagonistas de sus vidas.
El Reino es servicio, y como cualquier servicio, está siempre a disposición de quien quiera, listo para adaptarse, replantearse y reponerse. Por todo ello ninguna imagen, ninguna idea es bastante buena para explicar cómo será su conclusión... es un secreto que sólo Dios conoce. Por tu parte tendrás que ver si te apuntas y qué puedes hacer, aunque está lleno de personas que colaboran sin saberlo.

sábado, 23 de febrero de 2019

Luchar contra el dolor

Para Jesús hay un único motivo que justifica complicarse voluntariamente la vida: ser solidaria. Buscarte complicaciones porque sí no tiene pies ni cabeza, en cambio asumir las consecuencias, a veces dolorosas, de compartir la suerte de los demás es una forma de hacer más ligero el peso que cargan.
Jesús dedica gran parte de su vida a acompañar a las personas que sufren a causa de enfermedades, a causa del rechazo social y religioso, a causa de injusticias económicas... Al final él mismo acaba excluido de la sociedad, condenado a muerte como los peores delincuentes, en la cruz.
Algunos han visto en el sufrimiento de Jesús en la cruz una especie de declaración a favor del dolor, como diciendo que sufrir es bueno, que obedecer a Dios significa aceptar sin más el dolor. Pero esta visión de la cruz nace de una lectura incompleta de su historia. Jesús se indigna y se planta ante el dolor en muchos momentos de su vida, la cruz es la consecuencia de su enfrentamiento con las causas del sufrimiento: autoridades que se desentienden del pueblo, costumbres sociales y creencias religiosas que generan marginación, abusos económicos... La muerte de Jesús es la consecuencia aceptada pero no buscada de su forma de vivir.
Cuando Jesús se pone en camino hacia Jerusalén ya sabe que puede terminar mal y así lo explica a sus discípulos que no lo acaban de entender. Jesús no va a Jerusalén para que le maten sino para completar su trabajo, llevar su predicación, su propuesta, al corazón de una sociedad y una religión judía que pretende transformar. Asume las dificultades y los peligros de su viaje pero no los busca expresamente ni cuando dice: no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén. Se trata de una ironía, en realidad a los de Jerusalén les convendría escuchar los profetas y hacerles caso en vez de matarles.
Algo parecido ocurre con la lista de personas a las que Jesús llama felices: felices los pobres, felices los que lloran, felices los que tienen hambre y sed, felices los perseguidos... Pero, ¿felices? ¿En serio? ¿Por el hecho de pasarlo mal? Ya se ha dicho alguna vez, que no se trata de complacerse en el mal y el dolor como si eso nos hiciera mejores. Deben alegrarse porque la situación en la que se encuentran puede ser superada, el Dios que predica Jesús quiere que estas problemáticas se resuelvan y las personas puedan compartir los bienes de forma justa, reírse de las dificultades o disponer de un entorno donde vivir con dignidad.
El discurso de Jesús es un reconocimiento de que hay personas que sufren, no se puede hacer ver que no existen, y una reivindicación de su dignidad. Pero es, también, la afirmación -quizás loca o desmesurada- de una confianza radical y de una esperanza sin límites en que las dificultades y el dolor pueden ser superados, y que, por tanto, tiene sentido ensuciarse las manos para luchar en su contra. A pesar de las pérdidas, el cansancio, la violencia, la injusticia establecida, la muerte... podemos confiar en que vendrán tiempos mejores.
Jesús mantendrá hasta el último momento en la cruz su esperanza y sus seguidores podrán descubrir en su muerte todavía un último servicio: muere entre otros condenados, se hace solidario de su condena y de todas las condenas a muerte. Cualquiera que esté en desacuerdo con la muerte de Jesús en la cruz entenderá también que ahí se están denunciando tantas muertes injustas y la injusticia misma de la pena de muerte.

martes, 19 de febrero de 2019

Responsables

Los motivos por los que una persona actúa con sentido de servicio pueden ser diversos pero tarde o temprano se encuentran confrontados con la prueba del día a día y difícilmente los argumentos poco sólidos la superan. El servicio directo a las personas o bien te desnuda de prejuicios y de manías y te hace más humana y más valiente o te deja fuera de juego. Nadie se mantiene en un servicio a lo largo de los años si no tiene motivos bien fundados para hacerlo. Incluso, en muchas ocasiones, a pesar de tener unas convicciones claras conviene hacer alguna parada para recuperar fuerzas.
Soñar con cambiarlo todo suele ser fuente de decepciones. El servicio es, todo lo contrario, concreto y real, efectivo y presente, aunque a menudo sea invisible. El servicio es un baño de realismo y una inmersión en la vida concreta que te obliga a ser tú misma de forma muy real sin máscaras, poniendo en juego tus recursos sin reservas.
Cuando Jesús ve que mucha gente se apunta a seguirle les pregunta: Si uno de vosotros pretende construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? Si alguien se imagina que hacer un servicio le ayudará a quedar bien o que le facilitará sentirse satisfecho o que resolverá sus problemas personales no está haciendo un cálculo muy acertado. Servir significa ponerse a disposición de los demás y esto significa ceder el control sobre el propio tiempo, renunciar al protagonismo y aceptar de no saber hasta qué punto se alcanzarán los objetivos planteados.
Por otro lado hay quien considera que servir es una forma de tranquilizar la conciencia. Pero más bien hay que tener claro todo lo contrario: aunque yo no soy la causa de ninguna enfermedad, ni he contaminado con productos tóxicos ningún espacio natural, ni soy responsable de que el paro aumente, y muchos de estos males ya existían antes de que yo naciera... sé que sin algún tipo de aportación mía todo esto sería peor.
Ya se ha dicho, la cuestión no es el sentimiento de culpa, la culpa es sólo un aviso, la culpa puede despertarnos pero el trabajo bien hecho pide voluntad de construir no de castigarse, búsqueda de soluciones no complacencia en la pena. Sentirse culpable y conformarse con ello es un callejón sin salida que acentúa nuestro dolor y nos hace perder de vista el sufrimiento de los demás. La indignación y el desacuerdo con las injusticias, en cambio, llevan al reconocimiento del dolor de los que lo pasan mal y activan procesos de cambio, no dinámicas de lamentación.
Vete tú a saber porque nos sentimos inclinados a ayudar en un primer momento pero al final es el respeto por las personas aquello que te ha de importar. Es el desacuerdo con el mal y el dolor que castiga personas concretas lo que te impulsará a prestarles tus atenciones. Las cosas que no funcionan y las situaciones injustas te empujan, si tú te dejas, a dar respuesta, avivan tu interés y despiertan tu ingenio.
Y sí, hay males que parecen dominarlo todo y no sabemos si alguna vez podremos llegar a detenerlos. En sentido estricto no son culpa nuestra, son males estructurales que se perpetúan independientemente de lo que las personas queramos, son el resultado de siglos de acciones individuales que ahora no pueden frenarse con una simple intervención personal. Son inercias que se han instalado y nos parecen normales: la contaminación, las injusticias sociales, la falta de investigación de ciertas enfermedades... Pero hay quien sigue contribuyendo a su crecimiento y quien se planta en contra. Servir es plantarse en contra de los males actuales, es asumir voluntariamente responsabilidades, te correspondan o no, por el bien de alguien que sufre las consecuencias de estos males.

jueves, 14 de febrero de 2019

Perder el tiempo juntos

Atender a los demás parece que debería consistir principalmente en serles de alguna utilidad pero priorizar la utilidad encaja mal con las relaciones interpersonales, cuando no las hace imposibles. Es más, si en la base del servicio no hay un cierto sentido de gratuidad, no de eficiencia o de obtención de resultados, cualquier gesto se presta a malentendidos.
Cualquier servicio o cualquier ayuda deberían partir de una mínima experiencia previa de entendimiento y complicidad. Querer ser la solución a menudo no soluciona nada. Algunos se presentan como expertos, como técnicos o como sabios y, muchas veces, basta con escuchar y apoyar, acompañar, ni pasar delante y dejar el otro atrás, ni seguirle o perseguirle pendiente de todo lo que hace.
Sentarse a la sombra juntos, mirando hacia el horizonte, tomando alguna bebida fresca y hablando sin prisas... es una manera fantástica de perder el tiempo. Es el contexto adecuado para hablar de cualquier cosa, incluso de cuestiones de las que se hace difícil hablar. No importa la edad, ni los estudios, ni la orientación sexual, ni la profesión, ni la cultura, ni el coeficiente intelectual... sólo dejarse llevar por la confianza que se va generando.
Algunas veces, incluso viéndose cada día, pueden pasar años hasta que las personas llegan a conectar o sincerarse, a renunciar a los prejuicios y barreras y empezar a hablar con el corazón en la mano de lo que realmente necesitan. Pasar tiempo juntos, perder el tiempo juntos, es gratuito, no arregla nada pero acaba transformándolo todo y entonces cualquier cosa es posible y cualquier solución que se plantee puede ser la buena.
Si quieres ser de alguna ayuda y trabajar al servicio de las personas en tu profesión, sea la que sea, o colaborando como voluntaria en algún proyecto solidario o atendiendo alguien de la familia que depende de ti piensa primero que eres inútil o inadecuada para resolver la vida de los demás. Su vida es suya. Y antes de hacer nada debes aceptar su diferencia, sus negativas, sus dudas, su tontería, sus errores, su derecho a decidir y a equivocarse... para poder alegrarte también con sus alegrías y sus aciertos.
Jesús pasa muchas horas con personas de todo tipo hablando, escuchando, curándolas. Compartir la vida de la gente le pone en condiciones de hacer algo útil. Sus milagros llaman la atención porque las soluciones rápidas y espectaculares son atractivas pero nunca hace nada sin que antes las personas concreten qué piden: ¿Qué quieres de mí?
El espectáculo de los milagros esconde cuestiones importantes que se entienden mejor cuando observamos el encuentro de Jesús con personas a las que no hace nada de especial, salvo hablar con ellas. Este es el caso de una mujer samaritana con la que se encuentra Jesús un día caluroso cerca de un pozo. Después de hablar un rato ella se da cuenta que ha descubierto algo importante y corre hacia el pueblo a explicarlo a sus vecinos. La mujer reacciona como si efectivamente se hubiera producido un milagro.
El contacto personal de calidad es lo que cambia a las personas, es el tipo de ayuda necesaria para superar situaciones difíciles y es la única vía para encontrar soluciones útiles para las personas.

viernes, 8 de febrero de 2019

Dios inútil

En nuestras relaciones podemos fijarnos en la utilidad, como solemos hacer con los objetos, o destacar el valor que uno tiene por sí mismo como persona. Esto también vale para reflexionar sobre la forma de tratar a Dios. Aunque, en este punto, hay que decir que nuestras explicaciones serán sólo aproximaciones y que apenas servirán para aclarar algunos malentendidos que circulan sobre Él.
El tipo de equívocos que más encontramos al hablar de la divinidad son los que hacen referencia a su utilidad. Se la considera el origen del movimiento, la causa de todo, la mente ordenadora que establece las leyes de la naturaleza, la justificación de la moral o la solución final de la historia de la humanidad. Y todavía hay quienes se enfadan porque no interviene de forma suficientemente clara para resolver los graves problemas que nos afectan: el hambre, la guerra o la destrucción del planeta.
En todos los casos Dios sería la pieza que falta en algún rompecabezas, un motor o un mecanismo necesario para el movimiento, una idea esclarecedora o el argumento definitivo para cerrar una discusión y saber quién tiene razón.
Para Jesús, pero, Dios no cuenta por su utilidad sino por ser como es. Y, al igual que un paisaje o una pintura o una música o un amigo, es no utilizable, inútil. Dios, un cuadro, un amigo tal vez pueden llegar a ser de alguna ayuda en algún momento pero básicamente son como son y por eso tienen valor.
Dios es único, con una vida propia, y capaz de relacionarse tu a tu. Jesús habla a menudo de dialogar con Él, de los vínculos afectivos con Él y de Él con las personas, también de la imposibilidad de prever qué hará o de entenderlo del todo. Con Jesús Dios se presenta como ser personal ligado a experiencias personales, no a cosas o teorías: es el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob... Un Dios de personas que no se esconde, que se deja encontrar pero que no se presta a ser utilizado o manipulado. Dios no es la clave de ninguna teoría, no es una herramienta, no es el medio para nada.
Sólo al margen de objetivos utilitarios o prácticos es posible experimentar el Dios verdadero. Para los judíos la manera de estar cerca de Dios es el descanso religioso del sábado, un día no productivo, un tiempo no práctico, de inactividad colectiva. También Jesús se alejaba de vez en cuando de la gente y de la acción para encontrar momentos de reposo, sin urgencias, de gratuidad, para estar con Dios o con los discípulos.
Las horas de reposo y de quietud, el tiempo en que no estás trabajando tu misma para obtener algún resultado, ni estás pendiente de conseguir nada de nadie, ni de Dios tampoco, los momentos sin prisas ni condicionantes son los adecuados para disfrutar de la belleza, cultivar la amistad o descubrir algo de la divinidad. Sólo en esta dimensión inútil o gratuita es posible detectar detalles que suelen pasar desapercibidos en el día a día, descubrir todo lo que de verdad importa de ti, de los demás o de Dios.
El Dios de Jesús está asociado a una manera de entender el mundo en la que se valora por encima de todo las personas. La defensa que hace Jesús de la personalidad de Dios por encima de su utilidad es también una defensa del valor de todas las personas, un valor que no depende de su utilidad o productividad sino del hecho de ser ellas mismas, únicas e irrepetibles.

viernes, 1 de febrero de 2019

Servir

Nos movemos dentro de una red de relaciones que conforman nuestro mundo, el mundo en el que vivimos. Levantamos una piedra con la ayuda de un compañero para construir una casa o anotamos en un papel las propuestas que se han hecho durante una reunión de trabajo. Nuestras acciones nos ponen en contacto con objetos y personas y crean estas relaciones: con la piedra, con el compañero, con el papel, con los participantes en la reunión...
Los encuentros, reacciones, choques, complicidades, proyectos, investigaciones, colaboraciones que se producen con personas y objetos nos mantienen en forma, nos enseñan, nos ponen a prueba, nos alimentan, nos abren nuevos horizontes, nos alegran o entristecen y nos hacen vivir miles de otras experiencias que van conformando y enriqueciendo nuestra vida. Nuestra historia personal tiene la forma que tiene de resultas de nuestro diálogo, o nuestra interacción, con las personas y los objetos que nos rodean.
Es imposible no formar parte de esta red de relaciones pero sí puedes elegir como participas en ella. Hay dos maneras de hacerlo: o bien aceptas tratar al otro de tú a tú, es decir, de igual a igual o planteas una relación desigual en la que tú actúas y el otro simplemente recibe tu acción. La primera suele ser el tipo de relación que existe entre personas, la segunda responde al esquema habitual de relación con los objetos. En la segunda, el objeto es un medio para conseguir algún objetivo, tiene valor por su utilidad. En la primera, en cambio, tratamos al otro como alguien que tiene valor por sí mismo, sin mirar la utilidad o el beneficio.
No hay un tercer tipo de relación, por ejemplo, con los animales. O los tratamos como objetos y los utilizamos para comer su carne, la leche o los huevos, y aprovechamos su piel o sus plumas; o bien tenemos con ellos una relación de tú a tú, de confianza y de respeto: nos hacen compañía, paseamos con ellos y trabajamos juntos, ya sean caballos, perros, papagayos o delfines.
En el momento que se tratan las personas como si fueran cosas y se usan de medios para conseguir alguna beneficio se produce un problema grave de falta de reconocimiento de su valor. Uno parece considerar que vive en un mundo de objetos donde todo lo que está al alcance se puede utilizar para lo que convenga. Jesús denuncia esta forma de hacer: Sabéis que entre los paganos los que son tenidos por gobernantes tienen sometidos a los súbditos y los poderosos imponen su autoridad. No será así entre vosotros; más bien, quien entre vosotros quiera llegar a ser grande que se haga vuestro servidor.
Servir es justo lo contrario: se trata de saber reconocer en cualquiera de nuestras acciones las personas que se verán afectadas por ellas. ¿Hay que redactar un informe? No se trata de llenar páginas sino de que sea útil a quien lo ha de leer. ¿Fabricamos zapatos? No se trata de cuero o de hilo sino de servir a quien las tiene que calzar. ¿Vas por la calle? No se trata de ir rápida o lenta sino de hacer compatible tu desplazamiento con el de los otros que también circulan.
Hagas lo que hagas, aunque sólo trates con objetos, recuerda que vives en un mundo de personas y que todo lo que haces les afecta, que de una manera u otra ellas son destinatarias de tu influencia y que cuando caminas junto a un igual no hay neutralidad posible: o acompañas o te vuelves un tropiezo más de los que debe superar.

viernes, 25 de enero de 2019

Desata

Jesús llama a los discípulos y les invita a bogar lago adentro, a emprender un viaje sin miedo, buscando nuevos horizontes, libres de amarras y de seguridades. Navega mar adentro tú también, no te quedes en el puerto viendo como otros hacen camino, que nada te prive de buscar, de aprender, de descubrir, de escuchar y seguir tu corazón, de vivir y actuar como tú creas.
No te fíes de las soluciones aparentemente fáciles y arriésgate. Si te equivocas ya volverás a empezar con más conocimiento. Recuerda que no vas en busca de una incierta felicidad futura sino que la vida ya ha puesto en tus manos algún tipo de riqueza que te llena y que ahora has decidido ponerla a trabajar para sacar todo el partido a tu viaje.
Sentir que avanzas, que de dentro de ti nace la fuerza que te mueve y la ilusión que te guía y que estás lista para encarar las tormentas más oscuras es saborear de alguna manera la plenitud de Dios. Despliega las velas y deja que su viento te lleve pero estate preparada por si hay que remar -con una sonrisa en los labios- para poder continuar la ruta.
Jesús se mueve libremente decidido a hacer lo que cree, invita a hacer como él y, cuando es necesario, interviene para remover los obstáculos que impiden a las personas de vivir y actuar con libertad:
Un sábado estaba enseñando en una sinagoga, cuando se presentó una mujer que llevaba dieciocho años padeciendo por un espíritu. Andaba encorvada, sin poder enderezarse completamente. Jesús, al verla, la llamó y le dijo: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad.” Le impuso las manos y al punto se enderezó y daba gloria a Dios. El jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había sanado en sábado, intervino para decir a la gente: “Hay seis días en que se debe trabajar: Venid esos días a sanaros y no en sábado.” El Señor le respondió: “¡Hipócritas! ¿No suelta cualquiera de vosotros al buey o al asno del pesebre para llevarlo a beber, aunque sea sábado? Y a esta hija de Abrahán, a quien Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no había que soltarle las ataduras en sábado?” (Lucas 13,10-16)
Jesús desata a esta mujer de la enfermedad y le devuelve su libertad. Decir que es un milagro es poco. De hecho se trata de una liberación integral: tanto del cuerpo como de su capacidad moral. La discusión posterior lo destaca: el problema más grave parece ser saltarse la ley que prohíbe trabajar en sábado. El bien de la mujer requiere desobedecer la ley para curarla. Son la enfermedad y la ley conjuntamente las que la mantienen sometida, inclinada, sin poder ponerse de pie como corresponde a la dignidad de toda persona.
Jesús habla de ley como de un fardo pesado que los expertos cargan sobre el hombro de los demás, de una carga que impide avanzar. La ley más bien tiene que defender los derechos de todos: derecho a la vida, a la libertad, a la integridad, a opinar, a equivocarse... y garantizar que las personas pueden hacer camino en condiciones.
La ley es útil para marcar los mínimos de convivencia y respeto pero las decisiones sobre cómo crecer y avanzar personalmente es necesario que tú misma las encuentres entre tus deseos más profundos, ninguna ley por buena que sea podrá responder por ti. Deshazte de excusas y miedos, de presiones y de rutinas y escucha qué te dice tu corazón. Es una forma de crecer sin límite: buscar cómo acercarse al deseo que late en Dios.

martes, 22 de enero de 2019

Buen humor

Hay personas que cuando se encuentran con situaciones difíciles esperan esquivarlas mirando hacia otro lado. Está claro que esto no resuelve nada. Una vía para superar este tipo de situaciones que no tienen fácil solución es cambiar de perspectiva, probar de enfocarlo de forma distinta. Aunque no podamos cambiar los hechos sí que se puede cambiar la forma cómo nos los tomamos.
A veces el resultado es sorprendente: lo que resultaba pesado o doloroso puede llegar a hacer reír. En eso precisamente consiste la ironía, en dar la vuelta las cosas, en decir justo lo contrario de lo que es y relativizar lo que consideramos normal o que siempre hemos tenido por cierto.
Puedes reírte de tus defectos, de tus manías, de las situaciones que te desbordan... Fíjate que todos los chistes y todas las bromas son sobre temas que preocupan seriamente. También hay quien los utiliza como un arma para atacar a alguien aunque esto no suele ayudar a mejorar.
La fe y la ironía están relacionadas. Si la fe es aceptar que la realidad puede ser diferente de cómo la vemos a simple vista, la ironía mira el mundo patas arriba. Son dos maneras de hacer crítica o de poner en duda lo que está establecido, de renovar nuestra mirada sobre los hechos y ayudarnos a ir más allá.
En los textos del evangelio hay algunos ejemplos de ironía que suelen pasar desapercibidos. Algunas personas se dirigen a Jesús y le llaman rabino -que significa maestro- pero muchas veces son personas que lo quieren poner en evidencia para desacreditarlo; otras veces son los discípulos que dicen maestro cuando están a punto de decir o hacer una tontería. Lo hacen Pedro y, más adelante, Judas cuando ayuda a detener a Jesús.
Pero la mejor ironía se encuentra en la lista de promesas que hace Jesús a los discípulos como recompensa por acompañarle: todo el que deje casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o campos por mí y por la Buena Noticia ha de recibir en esta vida cien veces más en casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y campos, con persecuciones, y en el mundo futuro vida eterna.
¿Persecuciones? ¡Vaya qué premio! Jesús primero y más tarde buena parte de sus seguidores serán perseguidos, detenidos, interrogados, encarcelados y, algunos, ejecutados. Aunque ser perseguido pueda ser un signo de autenticidad, de confirmación de que uno habla y actúa en nombre de Dios, como les pasó a los antiguos profetas, no es exactamente un premio.
La relación con Dios a menudo resulta contradictoria y desesperante. ¿Cómo puede ser que tener fe pueda ser tan perjudicial? Hay situaciones límite que más vale tomárselas con buen humor, sonreir y confiar.

domingo, 13 de enero de 2019

Encontrar sentido

Después de todo ¿qué importancia tiene saber cómo ha empezado una conversación, un enamoramiento, una pelea o un proyecto? Tener un buen motivo por el que valga la pena continuar (o dejarlo) sí que es importante de verdad. Ya lo hemos dicho, al tomar una decisión intentamos adivinar qué es mejor aunque no tengamos una seguridad absoluta, por eso a medida que la llevamos adelante necesitaremos descubrir pistas que nos confirmen que vamos bien.
Paso a paso irás encontrando que lo que haces tiene sentido, un cierto sentido, tal vez diferente del que tendría para otras personas, más o menos discutible pero también razonable. En definitiva que llevas bien un proyecto, un trabajo, una relación: aprendes, creces, confías, te interesas, dedicas esfuerzos, superas dificultades...
Tu estado de ánimo es un buen termómetro para medir el acierto de tus decisiones, mucho más que tus opiniones y tus argumentos. Un síntoma claro de que algo no funciona sería que te fijaras más en los defectos, en los males, en los problemas y en los inconvenientes; que cualquier hecho se convirtiera en una excusa para quejarte o que, en vez de percibir como tu deseo se renueva día a día, pasaras arrastrándote con disgusto por todo lo que haces.
Si la situación que vives ha perdido dinamismo necesitarás investigar los motivos. Quizás has pasado por alto alguna dificultad o te has acomodado o hay indicios suficientes para saber que has llegado a un final de etapa. De momento, mientras no encuentres una alternativa mejor, mientras no llegue el momento de cambiar que a veces se hace esperar, es muy posible que tu malestar se mantenga. Pero no te complazcas en sus síntomas y no te conformes. No te dejes atrapar en el círculo vicioso de la queja constante, de la crítica sin medida, o del mal humor.
Jesús aconseja cuando tú ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara... Mientras haces una parada o pasas por un momento delicado o estás reorganizando tu vida, no se trata de llamar la atención, no se trata de hacer pena, de modo que tu ayuno no lo vean los hombres, de hacer camino en silencio para completar el proceso de renovación personal en el que estás metida.
Dejarse llevar por la rabia, cargar contra los demás o complacerse en los problemas y los fallos son formas de resistirse a un cambio que conviene encarar, de rehuir la tarea, a veces dolorosa, de hacer limpieza y volver a empezar. Nos cuesta aceptar el fracaso, el final de una época o los momentos de renovación. Y hace falta cierta humildad para reconocer que no somos perfectos, que no lo tenemos todo hecho y aceptar que estamos en camino.
Una fórmula para no quedarse atascada es aguzar tu sentido crítico e intentar descubrir el más mínimo indicio de bondad, de belleza o de generosidad a tu alrededor. La alegría de las cosas pequeñas suele ser la mejor cura para levantarse y volver a andar con confianza.