lunes, 30 de diciembre de 2013

Fractura

Juan, mi hijo, decidió saltar unas escaleras con su monopatín, una rueda le quedó atascada y salió disparado hacia delante. Fractura parcial de clavícula decía el informe médico. Al principio estaba muy contento de tener una nueva herida de la que hablar, pero poco a poco se fue desanimando porque le dolía y no podía jugar a nada. Después de tres semanas con el brazo inmovilizado y tres más sin hacer deporte todo ha vuelto a la normalidad, a su edad una fractura no es problema.
A menudo las causas de una rotura o de una división son la mar de simples y las soluciones no muy complicadas... aunque tienen un coste. No querer reconocer el daño que nos hace o el miedo a tener que ceder, suele hacer que la situación se mantenga indefinidamente y la solución de la fractura se alargue meses o años.
Cuando un gesto, una palabra, una mirada nos abre el camino de la reconciliación percibimos claramente hasta qué punto estábamos necesitados de reencontrarnos. Hay mil caminos sencillos para quien está dispuesto a reconciliarse, sólo hay que dejarse llevar.
La reconciliación entre personas, entre grupos sociales o étnicos, incluso con uno mismo y la propia historia, también con Dios... podría resumir muy bien el contenido de todo el Evangelio, el sentido del Reino y toda la vida de Jesús. Reincorporar a los marginados en la sociedad, ayudar a las personas a recuperarse de las heridas recibidas, hacer del perdón un elemento clave de las relaciones personales, acoger tanto a judíos como a paganos, dirigirse a un Dios de amor más que de condena... son algunos de los caminos que recorre Jesús.
Un reto de este alcance no queda ni por asomo bien representado por la práctica de un único sacramento y menos en formato individual, hay una gran cantidad de gestos más que pueden servir para este fin. Y de hecho el principal sacramento de la reconciliación debe de ser sentarse todos juntos alrededor de la mesa con los hermanos, atentos a hacer llegar el pan a quien no lo tiene, celebrando un Dios cercano que se deja encontrar en las cosas más sencillas.
Jesús mismo es, desde el punto de vista creyente, la reconciliación en persona: la sorprendente posibilidad de que convivan simultáneamente la identidad personal de un judío del siglo I y la imagen que tiene Dios de toda la humanidad, las acciones concretas de tres o cuatro años de predicación y el misterio inalcanzable de un Dios que lo ha hecho todo, unas cuantas palabras o muchas, aunque limitadas, y el saber infinito...
En la clavícula de Juan el punto donde se había producido la fractura aún se nota, ha quedado un pequeño bulto, pero las dos partes del hueso están unidas, según dicen los expertos, más sólidamente que antes. Así aún es posible identificar en buena medida cada fragmento pero es que la reconciliación no anula las diferencias, ni mezcla, ni confunde, ni suprime nada sino que construye puentes.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Pieza de puzle

Hace años recuerdo haber hecho un puzle y al final descubrir que le faltaba una pieza. Por el hueco que quedaba en medio del rompecabezas se podía reconocer fácilmente la forma que debía tener, la busqué pero no conseguí encontrarla por ninguna parte.
La figura del hueco y la de la de la pieza extraviada son la misma, una en negativo, la otra en positivo. El mismo perfil que define la personalidad de alguien, delimita igualmente sus carencias. Los dones y los defectos son dos caras de una misma personalidad.
Pero las carencias o los defectos no son simples huecos o vacíos o deseos insatisfechos... son también posibilidades de complementarse con otros, encajar y compartir. Tal vez esto sea lo que nos cuesta más aceptar: que los demás tienen lo que necesitamos o lo que nos podría ir bien. Y a menudo desearíamos que fuera únicamente de nuestra propiedad para tener asegurado nuestro bienestar.
Curiosamente tener conciencia de los propios límites y aceptar los propios defectos más que encerrarnos o aislarnos nos libera del miedo y de la necesidad de dominarlo todo y nos permite convivir en paz. Una vida en común auténtica sólo resulta posible cuando hay un reconocimiento benévolo y actualizado de las limitaciones de cada uno.
De igual manera un grupo, una comunidad, una iglesia que conoce sus limitaciones y sabe encajar sus fracasos es más capaz de aceptar los de fuera, las demás comunidades y personas con sus diferencias y singularidades .
Más aún, sólo una persona o una comunidad que se sabe limitada y con defectos puede tener algo que decir o esperar de Dios. Quién lo sabe todo, lo tiene todo y lo controla todo no tiene interés alguno por nadie, y menos por Dios, ni espera nada de Él, ni se entretiene en descubrir qué dice.
Sin carencias, sin dificultades, sin misterio no hay ni deseo ni investigación. Nadie mira más allá de lo que puede ver y tocar si no hecha nada en falta. Es mejor signo del Dios de Jesús un rompecabezas incompleto que una figura hecha y acabada.

lunes, 25 de noviembre de 2013

¿De quién es esta ropa?

Hay días que se acumula un montón de ropa limpia lista para guardar sobre la mesa del comedor: camisetas, pantalones, sudaderas, bragas, calcetines... No siempre es fácil reconocer de quién es cada prenda y los calcetines, o alguna camiseta, a veces cambian de propietario por un tiempo. Alguien se queja: ¡Esto no me cabe! Otros ni se dan cuenta.
Rezar con los salmos o con otras oraciones bíblicas es como ponerse una ropa antigua que en su momento se hizo a medida para alguien. Con este traje puesto es imposible permanecer indiferente: o bien te sientes extraño como si te apretara o su tacto te irrita la piel, o puedes experimentar con sorpresa que parece hecho expresamente para ti.
Cuando lees Dios mío Tú eres mi Dios... o cuando repites Padre nuestro... tus sentimientos se visten con las palabras de otros y de golpe te encuentras diciendo cosas que no habrías sabido decir per ti mismo. Rezar siguiendo la voz de otras personas es una forma de aprender a orar. Las palabras te llevan a lugares o situaciones en las que si por ti fuera no habrías ido a parar nunca. Te ayudan a expresar tu mundo interior y al mismo tiempo te dirigen en una dirección en la que es posible encontrar a Dios.
Las palabras no son sólo palabras, son los vestidos con los que se presentan las sensaciones, los recuerdos o los deseos y, en el momento adecuado, tienen la capacidad de darles forma y presencia: son un vestido de fiesta, o uno de luto, o ropa de abrigo... en un momento de alegría, de pena o de soledad. Las palabras no sólo dicen sino que hacen: interpretan la experiencia y le dan un cierto sentido.
Mientras repites alguna de estas oraciones también te das cuenta de que aunque los sentimientos que experimentas sean profundamente tuyos y únicos... son a la vez compartidos por quienes los han rezado antes que tú. Notas entonces como tu perspectiva sobre la vida se ensancha y adivinas que muchas personas podrían entender perfectamente lo que estás viviendo y que podría existir realmente una simpatía o una complicidad universal.
Repetir las palabras de un peregrino cansado o las de un grupo que acaba de recuperar la libertad pero, sobre todo, las de Jesús te permite meterte en su piel y acercarte a los rincones más profundos de su ser. Y así, lentamente, son las palabras de Jesús las que van dando forma a tu experiencia. Lentamente te van acercando a su forma de ser. Lentamente, si te dejas, las palabras te van haciendo cada vez más a su imagen y vas convirtiéndose en una nueva creación... no ya por decisión de otro sino con tu consentimiento y tu búsqueda.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Pere

En julio pasado murió Pere, religioso claretiano, que se dedicó durante muchos años al trabajo con jóvenes. Fue responsable los años setenta y ochenta del movimiento Hora-3.
No estuvo solo, fueron sus compañeros de comunidad, otros religiosos y religiosas, jóvenes y no tan jóvenes, sacerdotes diocesanos los que todos juntos hicieron posible este proyecto en unos años que destacaron también otras propuestas similares crecidas al calor de la renovación conciliar y del ambiente ilusionado de la transición.
Hoy la situación es bastante diferente y algunas fórmulas de éxito de aquellos tiempos han quedado obsoletas pero quedan de este proyecto algunos elementos de futuro. Haciendo balance del trabajo realizado aquellos años para mí resulta fundamental la opción de dar prioridad a la experiencia por encima de la catequesis o la teología: experiencia de hacer proceso personal, de vida de grupo, de oración y celebración, de encuentro con gente diversa, de servicio solidario...
Dar valor a la experiencia sitúa a la persona como protagonista y desde este camino personal vivido con atención todo lo que se hace o se descubre va tomando sentido. Muchas personas descubrimos con la Hora-3 una forma de vivir trabajando para dar respuesta día a día a lo que la vida nos plantea, maduramos una fe luchada y contrastada, adquirimos un sentido de compromiso con las personas, tú a tú...
Formar personas que se sienten protagonistas de su historia tiene también sus riesgos: una vez has descubierto hasta dónde puedes llegar no es fácil encajar en instituciones que dan prioridad a su funcionamiento regular por delante de las personas. No hablo sólo de la institución eclesial, sino también de empresas, de servicios de la administración o de asociaciones que tienen más o menos el mismo estilo.
Creo que el trabajo de Pere no fue sólo una propuesta para jóvenes, creo que lo que vivimos vale para todas las edades y para todas las épocas, que la radicalidad de los jóvenes -a menudo idealizada- retrata muy bien la radicalidad del Evangelio: son primero las personas que las leyes o las instituciones.
Cualquier propuesta de evangelización o de renovación eclesial, cualquier proyecto educativo o de solidaridad... que tome como inspiración el evangelio necesita partir de este misma base: el protagonismo de las personas, ayudar a descubrir dentro de cada uno la llamada a ser uno mismo y al mismo tiempo despertar el deseo de hacer camino paso a paso con los otros... Es en esta experiencia que resuena la voz de Jesús que invita a ir siempre más a fondo, siempre más allá.

domingo, 27 de octubre de 2013

Vida de pareja

El verano es una buena época para estar juntos la pareja. A menudo te das cuenta de ello cuando comienza el curso y tienes que hacer mil equilibrios para que todo funcione en la familia. Entonces no es nada fácil encontrar un rato para hablar o tranquilidad para hacer el amor.
Hemos decidido hacer camino los dos juntos y el sexo es una buena ocasión para poner a prueba nuestra habilidad para coincidir, compartir y estar pendientes el uno del otro. El sexo hace que nos centremos en nosotros i en nuestra relación i deja en suspenso por un rato todo lo demás.
La vida de pareja es una mezcla de confrontación para afianzar la posición de cada uno y al mismo tiempo de generosidad y sentido de servicio, de alegría por tantas cosas que compartimos y de frustración por tantas otras situaciones que nos superan, de ternura que nos hace más arriesgados y de miedos que nos frenan, de ilusión renovada y de cansancio largamente acumulado sobre algunas cuestiones. Las experiencias importantes son de este tipo: pueden hacernos increíblemente felices como desgraciados y resulta difícil separar unos aspectos de los otros.
Tampoco resulta nada fácil distinguir en las experiencias religiosas más profundas qué parte hay de autocomplacencia y qué parte de descubrimiento del misterio de Dios, qué parte hay de encerramiento intimista y qué parte de apertura a nuevos horizontes, qué parte hay ha de estímulo que hace crecer y qué parte es sólo una forma de consuelo infantil.
En la experiencia religiosa auténtica, como en el sexo, hay una lucha por llegar al encuentro del otro. Aunque es un reto que no se puede completar nunca totalmente porque el otro siempre queda en buena parte fuera de nuestro alcance. Luchar es confiar en que no dejaremos nunca de encontrar pistas para continuar buscándolo.
Sin esta lucha diaria por el otro -una lucha cargada de dificultades y malentendidos, de deseos y decepciones pero también de alegrías y felicidad- el conocimiento del otro nunca pasaría de lo superficial. Hay que luchar contra todo aquello que ya damos por sabido, hay que luchar contra la idea de que los problemas se resuelven por si solos y hay que luchar, por encima de todo, contra la necesidad de controlarlo todo... el otro, si es de verdad él mismo, siempre será distinto de nosotros.
El sexo es un estímulo y una oportunidad para construir i rehacer nuestra relación: sólo es posible con la complicidad de ambos. Poder cuidar con dedicación y serenidad de los momentos de encuentro tú a tú i aceptar que parte del éxito esté en manos de otro, nos acerca realmente a nuestro objetivo, ya sea la pareja, ya sea Dios.

viernes, 18 de octubre de 2013

Sobremesa

Ayer al final de la cena nos entretuvimos charlando. Por la noche no siempre coincidimos toda la familia en casa y tampoco es fácil que los temas de conversación interesen a todos. Aunque hay días que se crea un ambiente especial y nadie tiene prisa por marcharse.
Y es que algunas situaciones hacen realidad de la mejor manera posible lo que uno desea: poder participar los cinco con interés de una misma conversación en un clima de paz y confianza.
También el Espíritu -que es deseo de más y más vida- no se expresa con igual fuerza en cualquier situación. Hay momentos privilegiados. Para los cristianos, por ejemplo, la vida de Jesús expresa mejor que ningún otro hecho lo que puede dar de sí el Espíritu. Jesús es un caso singular de vivencia profunda de este Espíritu de ternura, de solidaridad, de búsqueda, de defensa de la justicia... Él como nadie nunca lo ha hecho ha vivido dejándose llevar por la inspiración y el deseo de Dios.
La vida de Jesús pues ha dado forma concreta a un deseo profundo compartido por muchos. Y por eso muchas personas han encontrado y encuentran en su vida un estímulo y un referente para vivir de acuerdo con el Espíritu.
Este Espíritu, como todos los deseos, cuando no llega a encontrar alguna vía de realización se convierte en un impulso molesto que sólo produce inquietud y desesperanza y, a la larga, una sensación de cansancio de la misma vida. En cambio acertar con una fórmula que permita hacerlo trabajar nos llena de felicidad y esto renueva y alimenta nuestras fuerzas.
Grupos religiosos, proyectos, celebraciones, conversaciones de sobremesa... pueden ser una manera de dar forma a nuestros sueños. Pero cualquier actividad o propuesta que sea incapaz de hacerse eco de algún tipo de esperanza o de inspirar algún deseo constructivo: de profundización, de plegaria, de fiesta, de cambio, de justicia... es una propuesta vacía, una acción sin sentido, una pérdida de tiempo y un motivo de cansancio. En estos casos la presencia del Espíritu tiende a cero.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Cantábamos todos a la vez

A finales de agosto hemos estado en Taizé. El ambiente, las personas que nos hemos encontrado, los ratos de oración... todo ha hecho que fuera una experiencia muy rica. Como en otras ocasiones me he sentido especialmente feliz cantando.
Cantar tanta gente, todos a la vez, es una sensación muy particular. Parece que cantes llevado por una ola que te arrastra suavemente. Aunque dudes o no entones bien o pronuncies mal algunas palabras la voz de toda la asamblea te empuja y te lleva justo allí donde querías llegar. Y todos, cantando juntos, orando juntos, buscando juntos hacemos, por unos instantes, la experiencia de estar realmente muy cerca los unos de los otros.
Lo sabemos los que escribimos: la letra es limitada, la música no tiene fronteras, no necesita traducción, puede ser compartida por todos inmediatamente. La música nos une.
Así también actúa el Espíritu que es más música que no letra. Porque aunque pueda inspirar muchas palabras, ante todo es aliento, respiración, deseo, inquietud... experiencias asequibles a todo el mundo venga de donde venga, piense como piense, haga lo que haga, crea o no crea.
El Espíritu es absolutamente de todos sin excepción: hombres y mujeres, sabios y sencillos, ricos y pobres, de cada persona y de todas las demás a la vez, de una comunidad concreta y también del resto de iglesias o de credos.
Acercarse a este latido primordial que resuena en todo lo que está vivo, que se adivina anterior a todo y que se mantiene activo a pesar de tantas limitaciones concretas, que despierta y mueve y anima la vida a ser siempre más viva... es el corazón, el núcleo, el fundamento de cualquier experiencia religiosa. Y, a la vez, es el deseo que late en el fondo de cada gesto de amor, de toda investigación seria y de cualquier proyecto realmente humanizador.
El Espíritu pues es uno pero despierta una variedad infinita de actividades y experiencias, el deseo es único pero toma diversidad de formas y mueve infinidad de personas y grupos. Es la vida misma que se despliega en mil matices diferentes, un impulso inicial que se esparce en todas direcciones.
Ninguna expresión no agota pues esta fuerza del Espíritu ni lo revela completamente, ninguna palabra no puede describirlo satisfactoriamente, ni ninguna experiencia contenerlo en exclusiva. Por este motivo ninguna investigación, ninguna voz, ninguna autoridad, ninguna religión puede decir que está inspirada por el Espíritu si no es capaz de tener en cuenta el resto de búsquedas, de voces, de autoridades y de religiones que también son inspiradas por Él.
El Espíritu es, en último término, fuerza y serenidad para hacer camino a pesar de todas las diferencias y los desajustes, a pesar de la falta de entendimiento y de los conflictos, y así pues es capacidad para disfrutar ya ahora de la proximidad de los demás en aquello en lo que coincidimos porque nos hemos liberado de la desconfianza y el miedo ante lo que nos hace diferentes... y podemos cantar a una sola voz.

martes, 10 de septiembre de 2013

¡Aquí hay fresas!

Cuando salimos de excursión por la montaña siempre hay alguien de la familia que observa con atención los márgenes del camino para ver si descubre fresas. Este verano hemos superado nuestro propio récord: hemos llenado dos fiambreras.
Aunque hay quien es más hábil que otros cuando se trata de buscar fresas escondidas bajo las hojas o entre las hierbas en algún momento todo el mundo se anima y es capaz de encontrar un buen puñado.
Espabilarse para ser el primero en descubrir detalles escondidos o difíciles de ver es una motivación que siempre funciona. Sí, competir es un gran estímulo para progresar, en todo caso hay que saber en qué lucha nos hemos metido.
Hay quien se especializa a encontrar defectos o problemas en todo por minúsculos que sean. No da nada por bueno de lo que se ha dicho o de lo que se ha hecho, lo pone en duda, lo cuestiona, lo investiga y lo repasa todo con atención. Es un camino de búsqueda estimulante pero también un juego peligroso cuando se traslada a las relaciones personales: esforzarse sólo en descubrir las debilidades o las limitaciones de los demás acaba por generar una desconfianza enfermiza que lo envenena todo.
Otro tipo de reto para mantener despierta la atención es saber detectar cuáles son las inquietudes de aquellos que tenemos cerca, más allá de lo que dicen o hacen. Los diversos matices que puede tener la voz, la luz o la oscuridad de una mirada, un gesto más rápido o más lento de lo habitual... nos descubre ilusiones y alegrías, dudas y luchas, nos descubre en definitiva a la persona real y viva, como nosotros mismos, y nos pone en situación de entendernos y compartir.
Quien ha aprendido a ver a las personas con toda la alegría y el dolor que llevan dentro, también sabe identificar los detalles de menor valor que a menudo se interponen en las relaciones entre personas y no tiene demasiadas dificultades para dejarlos de lado.
Una persona, también una religión o una filosofía, que sólo sepa descubrir pecados y problemas está prácticamente ciega. No llegará a ver algo hasta que no se dé cuenta de qué motivos tiene para confiar, de qué aciertos y qué alegrías, de qué luchas y pasos adelante puede compartir y saborear ahora y aquí. Es necesario un sentido crítico muy desarrollado para distinguir las fresas de las hojas pero todavía es más importante tener criterio para saber quedarse con las fresas y no atiborrarse de hojas.

lunes, 5 de agosto de 2013

Ir en bicicleta

Casi cada fin de semana salgo a dar un paseo en bicicleta por caminos y carreteras de los alrededores de Badalona. Con los años se ha convertido en un tiempo privilegiado para recuperar el tono después de una semana de trabajo.
Al principio el ritmo de los pedales me sirve para acompasar la respiración y recuperar el control sobre mí mismo. Tomar y soltar el aire es uno de los ritmos más básicos de nuestro organismo y serenarlo nos permite serenar el conjunto de nuestra vida.
Durante el tiempo que Jesús y sus discípulos recorrieron Galilea también se encontraron con semanas estresantes. En estos casos Jesús les propone de ir a un lugar despoblado y descansar. Cambiar de ambiente, romper el ritmo acelerado y caótico del día a día, es la manera de poder reanudar con sentido la tarea que se está haciendo.
Al cabo de un buen rato de pedalear empiezo a percibir mucho mejor todo lo que me rodea: me doy cuenta de los colores del paisaje, oigo sonidos que no oía y huelo perfumes (o malos olores) que hasta ahora no había captado. Poco a poco voy descubriendo nuevos detalles que me hablan de por dónde estoy pasando.
Gracias a los sentidos se recupera el presente, hasta ahora secuestrado por los deberes pendientes y las obligaciones. Y se puede dejar de dar vueltas a las cuestiones que nos preocupan y concentrarnos en aprovechar lo que estamos haciendo. Centrar la mirada en el presente permite darnos cuenta de qué estamos viviendo y vivirlo de verdad.
Jesús habla de saber percibir los signos de los tiempos, los acontecimientos que anuncian la cercanía de Dios y también de cuál es su voluntad. Es posible encontrar este tipo de signos en la vida de cada uno, en la vida de cada día, pistas que arrojan luz sobre el momento por el que estamos pasando yo y los que me rodean.
Luego sigo avanzando en silencio, mientras puedo, tratando de saborear la ruta y nada más. Algunas veces ante un paisaje o por alguna idea que me viene a la cabeza de repente o por el recuerdo de alguna persona encuentro algún motivo todavía para subir un tercer peldaño: dirigirse a Dios, para orar y dar gracias.
Respirar serenamente, abrir los sentidos al presente y mirar hacia Dios son los caminos que conozco que llevan a hacer oración. Probablemente esta ruta también se pueda hacer sin bicicleta pero no sin algún otro recurso que nos saque de las rutinas diarias y luego nos devuelva a ellas. No podemos cambiar determinados aspectos de nuestra vida sí podemos vivir mejor o peor la vida que se nos ha dado.

jueves, 18 de julio de 2013

Aprender a pintar

Una vez fui con mis alumnos a visitar el museo del Prado. En una de las salas donde están las pinturas de Goya había un pintor haciendo una copia de un cuadro. Nos acercamos y el pintor, dejando su trabajo y mirándonos fijamente, nos dijo: No estoy copiando, estoy aprendiendo a pintar.
Conseguir reproducir los efectos logrados por Goya, mezclando los colores una y otra vez, es una manera de reconstruir su proceso de trabajo y aprender a pintar como él. Seguir a Jesús no consiste en repetir sus palabras o imitar sus gestos sino en rehacer su experiencia personal.
Con demasiada frecuencia se ha insistido en la gran diferencia que hay entre Jesús y nosotros. Aunque la fe nos lleva a esta conclusión, es insuficiente para descubrir quién es Jesús realmente y seguirlo. Es necesario profundizar también en las coincidencias.
Si exageramos la distancia que nos separa corremos el peligro de convertir los gestos de Jesús en acciones mágicas fuera de nuestro alcance. Y eso si nos fijamos en los gestos que muchos se fijan sólo en los objetos, como el pan o el vino, en vez de darse cuenta de que el centro de todo es la acción de reunirse, partir y compartir.
Cuando Jesús toma el pan y dice haced esto no propone sólo partir el pan, habla de poner la vida al servicio de los demás como él ha hecho. Para rehacer, pues, la experiencia de Jesús nos hace falta partir de sus gestos tal como nos han llegado con todo el respeto pero no para encerrarlos en una vitrina o colgarlos en una sala de exposiciones, sino para retomarlos y que vayan transformando nuestra vida. De nada servirían si no aprendiésemos algo.
Los gestos de Jesús no nos dan ideas, ni son una lista de acciones a realizar, sugieren una forma de ser, un estilo de vida: acogedor, confiando más en el dar que en el recibir, solidario... I ponen al alcance de todo el mundo su forma de vivir. Porque partir y repartir son gestos que todo el mundo puede hacer, no son ninguna rareza, ni un trabajo de especialistas. Más aún, sin hacer esta experiencia no se puede entender a Jesús. Podemos mirar y admirar, escuchar y meditar pero hay cosas que sólo se entienden cuando se prueba a hacerlas: partir el pan en comunidad y compartirlo con los necesitados.
Igual que la mano del pintor deja trazos únicos sobre la tela que identifican su estilo y permiten reconocerlo mucho más aún que su propia firma... los gestos de Jesús identifican también su personalidad y cuál es el estilo de vida que hace posible construir el Reino. Para todo creyente retomar la actividad de Jesús es una forma privilegiada de encontrarle y seguirle.

lunes, 8 de julio de 2013

Agua viva

Incluso en medio de una gran ciudad como Barcelona, llena de construcciones y de redes de servicio, es posible encontrar corrientes naturales de agua. Durante muchos años mi escuela, que está en medio del ensanche, se ha servido del agua de un pozo situado bajo el gimnasio para abastecer todas sus instalaciones.
Pero todos los pozos, tanto si el agua nace de una corriente subterránea como si recogen el agua de la lluvia, sólo pueden ofrecer el agua que han recibido. También las personas sólo podemos dar lo que hemos recogido.
Una actuación ética y responsable no aparece de la nada, ni sin motivo, ni se mantiene a lo largo del tiempo sin unos recursos. El sentido de servicio, la solidaridad, la búsqueda de la justicia, el esfuerzo por una igualdad real... sólo se pueden sostener con una cierta riqueza y una cierta energía personales que hay que alimentar.
No basta, pues, con saber que no se debe hacer o con obedecer sino que hay que desear algo que valga la pena para actuar bien. Y no podemos conocer qué vale la pena sin vivirlo. La felicidad vivida, aunque sólo sea un atisbo de felicidad, nos descubre donde se encuentra el bien.
Sin una mínima experiencia de felicidad junto a los demás la persona no tiene nada que la mueva a ser altruista, ni generosa, ni servicial. El comportamiento ético nace de la felicidad -poca o mucha- compartida con los otros.
Evidentemente no siempre es fácil descubrir esta felicidad y también hay quien teniendola a su alcance la deja de lado para buscar otras felicidades.
Así actúa Jesús: antes de lanzar ninguna propuesta concreta sobre qué hacer, dedica tiempo a estar con las personas. Antes de proponer a los discípulos de llevar la propia cruz camina con ellos una larga temporada; antes de aceptar el retorno del dinero estafado por Zaqueo se sienta a la mesa con él. Asumir un compromiso serio requiere ante todo de un espacio donde se respire confianza.
Y una vez haya pasado el tiempo será necesario encontrar la manera de renovar esa confianza en las posibilidades de vivir bien junto a los demás. Aquellos que, a pesar de todas las dificultades y complicaciones, mantienen una actuación responsable han encontrado alguna fuente que los alimenta más allá de los resultados inmediatos, como quien ha encontrado agua fresca en medio de un desierto de cemento y asfalto, como quien ha descubierto y acogido el espíritu de fraternidad que brota dentro de los que siguen a Jesús.

viernes, 31 de mayo de 2013

Anillos de crecimiento

Paseando en bicicleta por la carretera de la Vallençana vi que habían cortado algunos pinos. Los troncos ya no estaban y sólo quedaban los tocones de los árboles. Se podían distinguir de forma clara los anillos de crecimiento: en el centro el primer año de vida y, después, el segundo, el tercero... abrazando a los anteriores.
Las personas crecemos como los árboles: nuestras experiencias no quedan guardadas en cajones separadas unas de otras sino que las nuevas rodean y se apropian de todas las anteriores. Las alegrías o las penas del pasado reciente tiñen nuestro estado de ánimo actual, y también las personas que hemos conocido y las experiencias vividas, todo lo que hemos aprendido y amado, incluso lo que hemos olvidado, permanece vivo en nuestro presente.
A veces, pero, hay situaciones o experiencias (un fracaso, el dolor, nuestros miedos, dificultades...) que nos encierran en un círculo del que parece imposible huir, como si el pasado se hubiera apropiado del presente.
Luchar contra el pasado no suele servir de nada, los hechos no se pueden cambiar. Pero sí que pueden adquirir nuevos significados. Una mala, experiencia sin dejar de serlo, admite más de una reacción por nuestra parte.
No se trata de intentar olvidarlo, ni de darle más protagonismo, tampoco de querernos justificar, más bien de hacerle sitio... sabiendo que forma y formará parte de nuestra historia. Es la dificultad de aceptar las experiencias i el quererlas cambiar, aquello que nos impide vivir experiencias nuevas. En cambio, aceptar el propio pasado es asumir los problemas pero, a su vez, también darnos la oportunidad de aprovechar lo que hemos aprendido y abrir-nos a nuevas perspectivas.
El evangelio nos presenta muy a menudo a Jesús acompañando personas en este proceso. No niega, ni huye, ni esconde, ni endulza la realidad, tampoco la exagera: hay marginados, leprosos, gente que llora, pecadores... Jesús no propone explicaciones, acoge, escucha, atiende, toca. Tampoco los pecados o faltas cometidas no son motivo para grandes discursos o reflexiones, sin alzar la voz o en silencio, simplemente se aceptan.
En la religión de Jesús lo más importante no es la condena, tampoco se trata de una euforia mística que olvida las propias limitaciones o los fracasos. Los problemas y las limitaciones están ahí y se aceptan, pero se trata de una aceptación esperanzada: ninguna situación se da definitivamente por cerrada.
Jesús abraza las situaciones más oscuras con su esperanza contagiosa. A fin de cuentas, tocar el cielo no es huir de la realidad, basta con llegar a salir del pequeño círculo asfixiante en el que nos hemos ido acomodando y volver a andar... también los nuevos anillos del pino empiezan abrazando a los anteriores para, después, crecer y superarlos.

sábado, 18 de mayo de 2013

El grifo

En casa el grifo de la cocina pierde agua. El tubo de salida no queda bien ajustado y la presión del agua hace que se salga por los lados. Este modelo ya no se fabrica y no se encuentran piezas de repuesto, habrá que buscar alguna solución.
Durante siglos parece que sólo se ha tenido confianza en un único canal para decidir qué hacer dentro de la comunidad cristiana. Todo debía circular por un único conducto: el clero. No resulta difícil ver que la vida de la comunidad es mucho más rica y variada y que, por suerte, de las personas más diversas nacen también iniciativas valiosas.
Esta visión restrictiva y, aún hoy, dominante sobre quién es autoridad en la Iglesia es la causa, entre otras, del alejamiento de muchos creyentes.
Al principio la autoridad estuvo relacionada con el hecho de haber conocido a Jesús: los que habían convivido con él se convirtieron en las personas de referencia dentro de las primeras comunidades. Igualmente más adelante aquellas personas que la comunidad sentía que habían retomado fielmente la experiencia de Jesús -por su radicalidad, por su testimonio hasta la muerte- se convirtieron también en un modelo a seguir.
La autoridad no es una posición o un cargo, es la capacidad de abrir caminos hasta Jesús y seguirle. La autoridad está unida a la sabiduría para encontrar cómo hacer presente aquí y ahora la voz y el gesto de Jesús. Y si la comunidad no vive pendiente de las necesidades de las personas, de actualizar la presencia de Jesús, la comunidad no vive.
Por eso, cuando se trata de decidir qué hacer, todas las voces dentro de la comunidad son, al menos potencialmente, la voz de Jesús y deben poder ser escuchadas. De hecho nadie por sí mismo no puede llegar a abarcar en toda su dimensión la riqueza de Jesús. El valor universal de la persona de Jesús radica en esto: que a pesar de ser el mismo siempre, en nuevos contextos y nuevas situaciones es capaz de despertar nuevas respuestas. En los grupos, en las comunidades y en general en la Iglesia ninguna voz única llega a representar de forma suficiente Jesús.
No se trata de plantear que el sacerdocio no sea la voz de Dios, sino que todos los demás miembros de la comunidad, presten el servicio que presten, también son igualmente voces autorizadas. No se entendería que hubiera servidores de primera y servidores de segunda. En todo caso hay quien sirve a la comunidad y quien sólo se sirve a él mismo. La autoridad, como ya se ha dicho, es la capacidad de aportar no la de retener y ser depósito, presa, tapón o grifo. Ningún otro signo nos permite finalmente discernir la auténtica autoridad de la falsa.

domingo, 5 de mayo de 2013

La habitación vacía

Este fin de semana hemos sacado los muebles de la habitación de Juan para pintar las paredes. La habitación vacía produce una sensación extraña: la voz resuena y parece más espaciosa. Pero una vez terminado el trabajo, con todos los muebles otra vez en su sitio, observando todo lo que ha cabido y el espacio que queda libre, todavía se ve más grande.
La auténtica dimensión de un espacio se descubre cuando intentamos llenarlo. La inmensidad del cielo se hace más evidente cuando está ocupado por grandes nubarrones o cuando en una noche clara lo descubrimos poblado de estrellas. También la inmensidad de Dios es una inmensidad llena.
No es suficiente para entender algo de Dios insistir en que Él está más allá de todo, que no se puede identificar con ninguna realidad concreta y que todo lo que podemos decir de Él es más inexacto que no acertado... Todo esto es importante pero no lo es todo.
Sí que de vez en cuando conviene vaciar el concepto que tenemos de Dios para evitar que se llene de falsas seguridades, pero Dios es también presencia y proximidad. Y antes de decir Dios no está aquí, hay que empezar por decir Dios puede estar aquí y aquí y aquí y aquí... Primero hay que acoger y confiar, la crítica -imprescindible- vendrá después.
Sentimientos, gestos, canciones, modas, lugares, tradiciones, errores... todo puede ser camino para encontrar a Dios. A través de la naturaleza, de hechos y de situaciones, pero sobre todo a través de personas y grupos, podemos descubrir su presencia.
Dios está infinitamente lejos, ninguna experiencia ni ningún concepto puede abarcarlo, es como el horizonte que siempre huye cuando nos acercamos a él. Pero al mismo tiempo este horizonte forma parte de nuestro paisaje cotidiano, está presente en toda nuestra vida y levantando la mirada hacia el horizonte nos ponemos en camino. El horizonte es lejano y presente al mismo tiempo, es ahora y aquí deseo de ensanchamiento y de crecimiento, es llamada a salir de las cuatro paredes con que querríamos protegernos. Dios interviene ampliando nuestras perspectivas, ensanchando nuestro mundo, renovando nuestra mirada.
El horizonte es un abrazo inmenso que lo suma, lo reúne, lo abarca todo: personas, animales, plantas y objetos sin dejar nada fuera. Desde la perspectiva de Dios todo cabe, creer en Él es mirar cada cosa y cada persona pensando también cabe.
Dios es una inmensidad llena, una grandeza capaz de integrarlo todo. Creer en Él es no tener miedo a integrar, a sumar, a acoger... que nada ni nadie estropee nuestra capacidad de abrazar.

lunes, 22 de abril de 2013

Zarpar

Hace tiempo pude observar en el puerto de Barcelona como zarpaba un ferry. Hacía ya bastante rato que sus motores estaban en marcha y un espeso humo salía de sus chimeneas. Aflojaron las amarras y las hélices empezaron a remover el agua con fuerza. Al principio su trabajo parecía inútil, fue tras insistir durante unos largos segundos que el barco empezó a moverse.
Es difícil decir en qué momento exacto zarpó el barco pues cuando empezó a desplazarse ya hacía un buen rato que muchas cosas estaban en movimiento. También las acciones que emprendemos nosotros empiezan a decidirse mucho antes del momento en que pensamos en ellas. Son el resultado de un proceso que sólo descubrimos cuando da lugar a las primeras consecuencias pero que ya hace tiempo que estaba en marcha.
Nuestra vida es un haz de procesos de crecimiento y ampliación, de búsqueda, de acercamiento e integración, así como de repetición, de fuga, de defensa o de repliegue que afectan a nuestro organismo, nuestros deseos e ideas, nuestra red de relaciones, nuestras acciones...
Son procesos que se producen tanto si pensamos en ellos como si no. De hecho podemos no saber dónde estaremos dentro de un año, ni siquiera dentro de una hora, podemos no saber ni cómo ni cuándo se inició un cierto cambio en nosotros... pero sabemos -o deberíamos saber- que estamos en marcha, que nos estamos moviendo y que todo lo que pasa con nuestra vida sucede porque nos encontramos en una dinámica de renovación constante.
Si prestamos atención, poco a poco podremos descubrir qué movimientos están en marcha ahora, adivinar cuál es el proceso que nos ha llevado a una determinada decisión y también prestar atención a este proceso antes de que nos lleve a tomar nuevas decisiones. En el cuidado y la atención que prestamos a los procesos es donde las personas ejercemos la libertad de elección. Podemos elegir con qué estamos de acuerdo y con qué no, y tomar la iniciativa en las decisiones que vendrán. De hecho si nos propusiéramos hacer algo que no estuviera arraigado en ninguno de estos procesos, no llegaríamos nunca a hacerlo realidad.
No importa cómo empezó un enamoramiento, o el interés por algún tema, o la mala leche que nos pueda dominar actualmente... Lo que podemos decidir, porque sí depende de nosotros, es si queremos mantenerlos y cómo hacerlo.
Cuando estamos atentos podemos ver que no todos los procesos son iguales y que debemos escoger. Necesitamos descubrir de todo aquello que la vida nos está proponiendo qué vale la pena realmente, descubrir entre muchas voces cuál es la voz de Dios. No somos responsables de todo lo que aparece en nuestra vida, sí somos responsables de elegir en qué aventura nos embarcamos.

lunes, 15 de abril de 2013

El cañón de luz

En la escuela donde trabajo cuando los alumnos organizan algún espectáculo siempre hay un equipo que se ocupa del cañón de luz. Con la sala a oscuras este foco proyecta un chorro de luz sobre los presentadores o acompaña por el escenario alguna actuación individual. Es una lámpara muy potente y si, por alguna circunstancia, te va directamente a los ojos quedas completamente deslumbrado.
La conciencia es luz, como un foco ilumina qué pasa en nuestra vida y hace que nos demos cuenta de todo. Gracias a ella podemos saber dónde estamos y hacia dónde vamos. Registra los datos que estamos recibiendo de nuestro entorno y percibe que está pasando dentro de nosotros mismos. Más aún, pregunta, compara, distingue y presiona para sacar la verdad a la luz.
Por ello, puede ayudarnos a tomar decisiones mostrándonos las opciones que tenemos, aportando pros y contras, teniendo en cuenta todo lo que hemos aprendido y todo lo que pueda pasar. De todo hace la evaluación y nos descubre qué es realmente mejor. Aunque ella propiamente no decide. Una vez todo se ha investigado está todo listo para que el corazón tome una decisión. Tener una idea clara de qué hacer no es lo mismo que querer hacerlo. Es, pues, finalmente el corazón, el sentimiento de que algo vale la pena, quien decide.
La actividad de la conciencia pero también puede deslumbrarnos. Cuando su capacidad de inquirir y de poner bajo sospecha pierde el freno, presiona sin motivo a la persona y cuestiona todo lo que hace o piensa. En esta situación uno está pendiente de quedar bien con las exigencias de la conciencia, deja de tener una visión equilibrada de la realidad y de sí mismo, y es más vulnerable al desánimo. El miedo a hacer nada malo, las dudas sobre cualquier sentimiento o deseo se van imponiendo imperceptiblemente y le paralizan.
Una conciencia adulta debe saber identificar también cuáles son sus limitaciones y guardar silencio o bajar la intensidad de luz cuando la situación lo requiere. Para poder captar los detalles más profundos y serios de la persona, ya hable un mismo ya sea otro el que habla, la conciencia debe renunciar, de entrada, a intervenir: ni criticar, ni evaluar, ni cuestionar... Y en cambio necesita escuchar y acoger con toda confianza.
La actitud que sirve para gestionar datos, hechos e ideas... no es adecuada para captar qué se mueve en el mundo personal, de los sentimientos y de las experiencias vividas. Aquí es se hace necesaria una actitud contemplativa, despierta y atenta pero extremadamente discreta. Las palabras que nacen del corazón sólo se pueden pronunciar bajo una luz tenue y en tono de confidencia.

miércoles, 3 de abril de 2013

El perro guía

Ayer en el autobús viajaba un perro guía. El animal estaba tumbado tranquilamente a los pies de su dueña y no se apartó de ella en ningún momento: ni cuando un pasajero tropezó con su cola, ni cuando un niño intentó ofrecerle un pedazo de su merienda que el perro se quedó mirando. Sólo se movió cuando su propietaria se puso en pié y él la acompañó hasta la puerta.
Los perros lazarillo no van donde ellos desean sino allí donde la persona ciega que guían quiere ir. La fe funciona también así: hace posible que la persona encuentre lo que busca, aunque sin la voluntad de búsqueda de la persona la fe no tendría ninguna utilidad.
La fe no inventa nada, lo descubre. La fe es una forma concreta de mirar, de leer, de interpretar lo mismo que todo el mundo ve y oye. Con la fe se descubren detalles, rastros o pistas que no se perciben a simple vista, al igual que el oído o el olfato de los perros perciben datos de nuestro mundo que a nosotros se nos escapan.
La fe nos abre los ojos a una nueva perspectiva sobre la realidad, a una percepción abierta de los acontecimientos. Muchas veces en los evangelios los discípulos de Jesús son comparados con los ciegos. Son incapaces de ver más allá de lo que siempre se ha dicho o de lo que todo el mundo da por sabido. La mirada de Jesús ensancha el horizonte: la persona es más importante que los ritos, los marginados pueden superar su situación, Dios es Padre también de los extranjeros... Una mirada atenta, como la de Jesús, descubre nuevas posibilidades allí donde muchos sólo perciben limitaciones.
La fe es un regalo, como tener una buena forma física o habilidad para resolver problemas matemáticos. Pero también es resultado de un trabajo de entrenamiento. La sensibilidad que da la fe no se despierta fácilmente y es necesario un aprendizaje. Jesús, por ejemplo, siguió de joven a Juan Bautista. Pero, pasado el tiempo de formación, uno mismo debe abrir los ojos y actuar de acuerdo con lo que ve.
La fe es mirar siempre más allá y darse cuenta de que es insuficiente todo lo que ya se sabe o se tiene o se está haciendo. Y, por ello, tener fe es luchar constantemente para dejar un espacio abierto a lo que podría llegar a ser aunque aún no se vea claramente: acoger las sorpresas, aceptar los retos, redescubrir caminos ya hechos, esperar sin desfallecer, poner confianza... y avanzar a pesar de la propia ceguera y las dudas que siempre nos provocará.

martes, 5 de marzo de 2013

Desnudarse

Sus calcetines estaban medio escondidos bajo el sofá del comedor, las zapatillas quién sabe dónde estarán, sobre su cama había una camiseta hecha una bola y, sobre el suelo, los pantalones de deporte, junto a la bañera han aparecido los calzoncillos al lado de la toalla mojada... Sí, no hay duda: mi hijo pequeño ya ha vuelto del partido y se ha duchado.
Bajo un sofá, en un rincón de la habitación, junto a la bañera... según el punto de vista de un adolescente una casa ofrece muchas posibilidades para deshacerse de la ropa sucia.
A medida que maduramos la vida también nos ofrece oportunidades para deshacernos de lo que nos estorba. A veces se trata de una sacudida que nos hace dudar de todo y nos invita a abandonar planteamientos que ya han caducado, otras veces es la sensación tranquila de que una situación ha llegado a su fin y nos anima a dar nuevos pasos.
De un modo u otro la vida nos va desnudando, tanto si nos gusta como si no, y nos pone delante del espejo para que distingamos lo secundario de lo fundamental. Así nos enteramos de quién somos, qué queremos, qué nos hace felices o qué espera la vida de nosotros. Son descubrimientos imprescindibles para poder aprovechar al máximo el tiempo que tenemos, para vivirlo con intensidad y estar pendientes de todo lo que nos acerca a Dios. Al contrario, no aclararse sobre un mismo suele ser una fuente de sufrimiento.
Una vez hemos ido entendiendo y asumiendo nuestra manera de ser nos resulta más fácil actuar con libertad. Ya no necesitamos disimular, ni esforzarnos por quedar bien, somos como somos. Y esto también hace posible entendernos mejor con los demás.
Pero hay otros momentos en que la sensación de estar desnudos nos resulta dolorosa y pesada: percibimos nuestra absoluta fragilidad, como si toda nuestra vida pendiera de un hilo muy débil y no tuviéramos ningún otro lugar donde agarrarnos, ni nada para protegernos. Esta misma experiencia es la que vivió Jesús en la cruz: abandonado por los amigos, desacreditado ante el pueblo, condenado por las autoridades, maltratado, desnudo... y olvidado por Dios, o eso podía parecer.
La apuesta cristiana es que debajo de toda nuestra vestimenta, cuando nos deshacemos de nuestra última pieza de ropa, hay un espíritu de resistencia, un último soporte, Dios, una paz profunda -no una paz que adormece sino una paz que nos repone- que nos pone en pié, con la que recuperamos las fuerzas como un baño o una ducha que nos resucita después de darlo todo en un partido.
Con Jesús los crucificados ya no están nunca más solos, le tienen a él y pueden encontrar a su lado motivos para confiar en este último punto de apoyo que nos permite mantenernos en pié.

domingo, 24 de febrero de 2013

Regar

Un poco antes de llegar a la cima de Sant Mateu, a la derecha del camino, hay una fuente que mana todo el año. Un pequeño canal recoge el agua y la lleva hasta una balsa medio en ruinas. Montaña abajo se adivinan las diversas terrazas ocupadas en otro tiempo por los huertos regados por el agua de esta fuente.
Hoy no queda ningún huerto y los árboles han ocupado el espacio vacío. A pesar de todo, sin acequias ni hortelano que cuide del huerto, el agua que rebosa de la balsa sigue corriendo y no ha dejado de regar este rincón del bosque donde los árboles son más altos y la hierba es más verde.
En nuestra sociedad hay bastantes espacios, antes de la Iglesia, que se han convertido en tierra baldías. Muchas personas han tomado otras direcciones, los seguidores de Jesús se han reducido y la dinámica comunitaria ha perdido fuerza. Con todo, hay quien ha decidido seguir haciendo camino.
El espíritu de Jesús es más amplio y más fuerte que la comunidad y su organización por eso, a pesar de las dificultades, hay personas y grupos que siguen encontrando día a día motivos para seguirle dentro y fuera de los ambientes tradicionalmente cristianos. Más importante que los canales es el agua que circula por ellos y aunque se produzca un deterioro institucional, como ahora, uno no deja de encontrar nuevas pistas para cuidar la propia fe.
A algunos les costará aceptar que la fe no sea un terreno claramente delimitado. Pero es evidente que las organizaciones son sólo un medio y que las grietas de la institución son a la vez un peligro y una oportunidad que invita a crecer hacia afuera. El mismo espíritu que animó a Jesús hoy motiva, despierta, sugiere, renueva... a todo aquel que se deja llevar por él y así es posible iniciar nuevas rutas hacia el Jesús de siempre.
Y sí, algún día habrá que ocuparse de discernir de los nuevos caminos cuáles son válidos y cuáles no. Pero habrá que hacerlo con fórmulas innovadoras, capaces de integrar los nuevos descubrimientos y las tradiciones más antiguas. El Espíritu ha hecho crecer nuevas experiencias y las diversas personas, grupos y comunidades que han crecido fuera de los canales habituales también tienen algo que decir. Estos brotes nuevos que crecen desperdigados de forma modesta pero resuelta, recuerdan en muchos aspectos a las comunidades dispersas y osadas de los primeros cristianos.

viernes, 15 de febrero de 2013

Almendros al viento

Paseando por los alrededores de Poblet he visto que los almendros ya estaban en flor. El almendro es el primer árbol que florece. Las flores maduran antes que el árbol se cargue de hojas. Tiene el tronco negro, o gris, y áspero como la tierra donde crece. Pero en cambio los pétalos son de un tejido blanco delicadísimo y, si te acercas a las flores, percibes el aroma de miel que desprenden.
El almendro florece en pleno invierno, es un árbol que se arriesga. Y más de una vez lo paga caro: una helada puede matar a las flores y hacer que se pierda toda la cosecha de almendras. Vestirse con ropas de primavera cuando aún no se adivina el buen tiempo es un gesto de confianza total. No es que espere que todo vaya bien sino que lo da por hecho.
Las palabras de los profetas que conocemos hoy nos han llegado avaladas no por su elocuencia o por las poderosas imágenes de sus visiones... sino por el riesgo que corrieron en pronunciarlas. Los profetas lucharon por mantener la fe en tiempos de crisis profundas y, mientras los falsos profetas pintaban el futuro de color de rosa, ellos llamaron a las cosas por su nombre, aunque sin resignarse. Y tuvieron que hacerse oír yendo contracorriente, a menudo sin más apoyo que el de Dios: enfrentados al poder establecido, a las opiniones dominantes o al fatalismo que lo daba todo por perdido. En este sentido el almendro es un árbol que lleva una vida de profeta.
También Jesús, como el profeta itinerante que fue, queda bien representado por el almendro. De hecho es muy difícil seguir a Jesús y no admirar a todos los profetas que le precedieron y todos los profetas que, después, le han seguido. Todos comparten una trayectoria muy similar y todos encuentran en la resurrección de Jesús un reconocimiento. Los que le precedieron encuentran confirmadas sus esperanzas, quienes le han seguido y le seguirán tienen ya anticipada la respuesta de Dios a sus problemas: Jesús también lo ha experimentado y Yo estaba con él.
Los creyentes han encontrado y encuentran en la resurrección de Jesús la respuesta de Dios a todo el sufrimiento de la humanidad. El mal y el dolor no tienen la última palabra. Y por eso todo creyente, si quiere, dispone de motivos suficientes para dar por hecho que todo acabará bien, para decir lo que haga falta sin vergüenza, para decidir sin dejarse dominar por el miedo y para vivir serenamente las dificultades... en definitiva, para llevar una vida de profeta.
Pero el paso de los días somete a un duro desgaste nuestra fe y no todo resulta tan fácil. Quizá por eso cada año vuelven las flores de almendro, para llenar los campos oscuros y solitarios de luz blanca y olor a miel, y desafiar una vez más al viento helado que baja de las montañas.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Las ascuas

Al anochecer las calles de Dalt la Vila huelen a madera quemada. El aroma me resulta familiar, es algún vecino que enciende su chimenea. Cuando yo era pequeño en casa de mis abuelos la estufa de leña ardía todo el invierno. Por la mañana mi abuela removía los rescoldos con un gancho de hierro y aprovechaba las ascuas aún encendidas para reavivar el fuego.
La tradición es una ascua encendida lista para hacer arder la leña nueva. La única manera de conservarla en su forma actual sería remojarla y apagar el fuego. No tiene más futuro que transmitir el fuego del que es portadora antes de consumirse totalmente, aunque luego las llamas se extiendan en una dirección no prevista.
La tradición se transmite por contacto, por experiencia vivida, a un nivel más profundo que el de la simple explicación. Más aún, si es necesario dar muchas explicaciones es que la tradición se está muriendo. No se trata de entenderla sino de vivirla, de dejarse contagiar por una sabia y antigua mezcla de sentimientos y descubrir cómo laten dentro de nosotros y cómo se reavivan cuando llegan algunas fechas señaladas: una fiesta mayor, un encuentro, un aniversario...
Vivir las tradiciones nos da la seguridad y la confianza de pertenecer a un grupo, de compartir una identidad ya sea cultural, social o religiosa. Es el calor del entorno que se ha convertido también en calor y fuerza interior. La fe no es lo mismo que la tradición pero la fe crece y madura al calor de la tradición. La tradición se recibe, la fe nace de dentro, no se puede adquirir. Por otra parte existen tradiciones que no tienen o han perdido su relación con la fe.
La fe sin las tradiciones que la acompañan, sin el calor de los otros que nos han precedido o que conviven con nosotros, suele quedar dormida y sin forma: la fe necesita expresarse, compartirse, celebrarse... Como el metal en bruto necesita del fuego y del martillo para llegar a ser una herramienta útil.
Una vez la fe ha madurado se convierte en autónoma de las tradiciones que la han acompañado, al igual que la herramienta forjada se puede utilizar ahora para remover las brasas que antes han servido para darle la forma. Cada uno debe decidir qué conservar y qué dejar de todo lo que ha recibido.
Una fe adulta es capaz de reconocer con agradecimiento el amor de los que le ha acompañado en su crecimiento, pero también es capaz de evitar con sensatez tanto la repetición mimética de todo como la aceptación inmediata de cualquier novedad. La fe madura es confianza para resistir y evitar las presiones del pasado y del futuro, es libertad para ser uno mismo aquí y ahora y buscar en cada momento lo que más nos pueda acercar a Dios. La fe es una herramienta imprescindible para ser de verdad libre y poder discernir la ceniza de las ascuas.

domingo, 20 de enero de 2013

Música en el cuerpo

A menudo oigo dentro de mi cabeza una melodia que se repite. Bueno, no siempre es la misma, va a temporadas. De forma involuntaria cuando voy por la calle o cuando estoy sin hacer nada la musiquita vuelve, insiste durante un rato y luego desaparece. Algunas veces me molesta, otras veces me sumo a su canción.
Parece claro que la música viene de fuera y que dentro de mí sólo está su eco. Pero también podría ser que las personas tuviéramos música dentro y que por ello la que viene de fuera encuentra fácilmente el modo de mantenerse viva en nosotros.
Donde hay vida, hay música: los latidos de nuestro corazón o nuestra respiración son sonoros, se hacen oir en todo el cuerpo, marcan o siguen el ritmo con el que vivimos nuestras experiencias, su intensidad evoluciona según nuestro estado de ánimo y, además, toman mil sonoridades diferentes en nuestros encuentros con los demás. Órganos, experiencias, estados de ánimo, ideas... interpretan todos a la vez una composición musical -nuestra historia-como si fueran los miembros de una orquesta.
Nuestro cuerpo, nuestros movimientos y procesos vitales son un instrumento musical. Pero un instrumento que está íntimamente conectado a cada uno de nosotros. Lo que le pueda pasar a un violín o a un tambor me puede entristecer pero no lo vivo en mi carne, y si una flauta recibe un golpe al flautista no le duele en cambio si yo fuerzo la voz al gritar me duele la garganta.
Una de las características del cristianismo es entender el cuerpo como un auxiliar casi externo a la persona: todo está en la razón o en la voluntad. Pero el evangelio no lo plantea así: la vida es corporal, los gestos valen tanto como las palabras y las ideas, al final Jesús ofrece su cuerpo y es él con un cuerpo renovado que resucita ...
Su realidad corporal no lo es todo pero sí una dimensión fundamental. No es una simple herramienta externa. Igualmente yo soy mi cuerpo –y algo más- y dándolo me doy, exponiéndolo me expongo... Jesús no luchó contra el cuerpo sino que lo puso al servicio de los demás: tocó a los enfermos, tendió la mano a los que no podían caminar y partió el pan con los pobres. Tampoco rechazó los deseos del cuerpo, sino que se concentro en los deseos de paz y de solidaridad, de amor y de respeto.
También Jesús insiste en que nuestro cuerpo, o nuestra corporalidad, es un templo. En aquel tiempo había gente convencida de que la religión requería construir grandes edificios. Pero digamos-lo una vez más: Jesús no habla de un templo desconectado de mí, independiente de mi vida, sino de la posibilidad de ser yo mismo espacio de acogida y de oración.
Cada uno, con su corporalidad, es expresión de la presencia del Espíritu. Dios no está fuera, como la música, ante todo está dentro de nosotros y nuestra corporalidad es el santuario donde hace oír su voz.

domingo, 13 de enero de 2013

Nieve cálida

La nieve recién caída tiene un tacto muy especial. Aunque es fría y, si juegas el rato suficiente, las manos se te vuelven insensibles, es esponjosa y ligera como el plumón, casi cálida.
Pero este estado dura muy poco. La nieve nueva se encuentra en un punto de equilibrio muy delicado: los minúsculos cristales de hielo que la forman se funden rápidamente cuando sube la temperatura o poco a poco se van endureciendo si el frío persiste. Resulta una experiencia tan singular que al cabo del tiempo incluso puedes dudar de si esa sensación agradable era real o sólo fue una ilusión.
La experiencia de Dios, es rara y efímera como el tacto cálido de los copos de nieve. Y puede ocurrir que su recuerdo se nos desdibuje: fácilmente se puede menospreciar y considerar que no fue más que un engaño momentáneo, fácilmente uno puede sobrevalorarla y pretender que esta experiencia lo justifique todo.
La experiencia religiosa es de una fragilidad extrema y escapa a lo que podemos decir con palabras pero no es una nada. Es un grito silencioso, la luz de una estrella remota, una pista que nos invita a decantarnos hacia una dirección concreta, una propuesta que espera nuestra respuesta. Depende de nosotros. Podemos pasar de largo sin fijarnos en ella, podemos darle credibilidad y poco a poco descubrir si nos lleva a algún lugar nuevo o interesante. Una pista o un indicio no lo dice todo de entrada y hay que continuar haciendo camino y buscando.
La fe no alcanza la madurez sin aceptar el valor limitado de las pistas que sigue: aceptando sus límites se convierten en un recurso imprescindible para guiar el propio camino. En cambio olvidar que se trata de una experiencia limitada y considerar esta experiencia como una respuesta ya completa y definitiva sobre nosotros o sobre Dios puede llevar a comportamientos fanáticos que nos impiden ver nada más.
En este sentido las mejores expresiones de la experiencia auténtica de Dios suelen ser desconcertantes y paradójicas, como la calidez de la nieve. Se llega a conclusiones como éstas: que lo que has vivido de forma casual es a la vez un mensaje de Dios; que no te puedes quedar parado porque todo depende de ti, sin dejar de esperarlo todo de Dios; que debes confiar en ti mismo aunque seas el único que ve una determinada cosa y al mismo tiempo aceptar que los demás también tienen razón; que ya has encontrado a Dios y que por eso sigues luchando para encontrarlo...
Más allá de lo que es fácil de definir y encajar en nuestros conceptos hay situaciones que nos desbordan y que nos abren a una perspectiva totalmente nueva, que, si nos dejamos llevar, nos llenan de sorpresa y de alegría -como un niño que toca por primera vez la nieve recién caída- y nos ayudan a crecer y avanzar.